El protagonista de esta historia musical llegó a este mundo, donde había mucha gente esperándolo, en el mismo instante que el llamado “bolero moruno” estaba feneciendo como forma de hacer ese género. Pero para sus mayores la voz de José Tejedor estaba imbricada con aquellos parajes de las lomas santiagueras en que tambores, yuca y devociones provenientes de cierta zona de África, se cruzaban con el sonido de sones y alguna guitarra trasnochada.
Cuentan que los abuelos ordenaron “sembrar el aliñao” y que lo mostraran a la luz el día que definiera su carrera futura y no cuando cumpliera los quince años, como marca la tradición ancestral. El niño, al que llamaron Maikel, decidió al nacer que su camino a futuro estaría en la música. Influencias no le faltaron. Sones, boleros y tambores –esos que esconden los cuatro golpes que muy pocos conocen— le fueron combinados con partituras en que las negras, blancas y redondas hablaban de un clasicismo nunca venido a menos. Solo que la academia fue un pretexto para poder tener herramientas futuras.
Fue el recién fallecido productor y promotor musical Paquito Cruz Terry quien primero me hizo saber de su existencia “…Manolito (Simonet) está probando un cantante que tiene un swing sonero y rumbero del carajo… y además toca el bajo… tienes que oírlo…”. Y como soy pariente de gato, la curiosidad hizo lo suyo. Agradecí morir. Solo que su paso por El Trabuco fue fugaz. Estaba determinado que debía volar más alto… Correr el riesgo de acercarse al Sol; solo que sus alas eran soneras y el son no teme.
Meses después le encontré frente a “su proyecto” al que llamó Soneros de la Juventud. Un nombre demasiado abarcador, –llegué a pensar después de haber visto nacer, crecer y morir muchas propuestas que apuntaban a tomar el son como punto de partida o como excusa para hacerse un espacio entre los bailadores—, pero aposté por darle la alternativa.
Era demasiado buen son, bien hecho en una ciudad que musicalmente estaba cruzando su meseta en cuanto a propuestas bailables interesantes. No era el clásico conjunto, tampoco era la banda cubana que se ha convertido en el paradigma del sonido cubano que se expresa en la timba.
Había en su propuesta una relectura, interesante y novedosa, de aquel Adalberto Álvarez que fundó Son 14; estaba la manera de hacer el son de una agrupación santiaguera llamada Los Taínos y su visión muy personal de lo que podía ser desde la contemporaneidad el son cubano; y, por supuesto, esa fibra afrocubana y afrocaribeña que es propia del hombre negro que habita en todo el oriente de Cuba.
Así me llegó un buen día su disco Manigua, todo un ejercicio de reivindicación santiaguera del son, la guaracha y la rumba; solo que no al estilo occidental –sí, porque el rumbero oriental difiere del habanero por la presencia de la impronta conga, francesa y jamaicana—, aunque muchos de sus giros vocales estaban muy “habanizados”; solo que transitoriamente.
Manigua fue un primer llamado de que se podía ver el son con otros matices y ese fue y es su camino al futuro. Y como todo artesano musical, fue forjando su obra con propuestas más atrevidas o conservadoras, según el parecer del mercado o de los públicos. En ese toma y daca de la música, fue perfilando su camino y “vagando por los de la vida” (vuelve José Tejedor a entrar en escena, al menos desde el recuerdo) se reencontró con sus raíces africanas en estado puro –ese Congo que todos llevamos dentro junto a un abuelo Carabalí— y se consideró listo para apostar por algo distinto, sin que dejara de ser son; y ese algo es Destino, el disco que recién acaba de proponer a sus seguidores y a los amantes todos de la música cubana.
Maikel Dinza no hace concesiones en este disco. Al contrario, decide arriesgarse y juega con el pop latino; solo que desde la acera de las mixturas con la tradición sonera –que es su razón musical y a la que ha dedicado su verdad—; sabe que los públicos hoy son heterogéneos; que quien baila un son o una salsa también tiene un momento de intimidad para escuchar otras músicas.
Entiende que el son ha cambiado, evolucionado junto con la vida y no se puede ser ajeno a ese proceso natural; solo que no se puede dejar de ser auténtico; su autenticidad está en la voz y en la manera de abordar la poética que se dirige al bailador. Esa poética son las historias que cuenta y cómo las traduce en estribillos –el arma secreta del son— que van de lo trovadoresco a lo popular, sin ser populacheros.
Sabe que su "Destino" –ese camino que se emprende sin mirar atrás buscando una piedra filosofal que cada hombre debe cargar el resto de su vida— está intrínsecamente ligado a una tradición que va extendiendo sus límites hasta llegar a estos tiempos, donde “lo tradicional” no es exactamente tan puro como esperan algunos, ni tan festinado como otros demiurgos proponen; que hay un punto de equilibrio que está en el maridaje entre el sonido del bajo y los arrebatos de la percusión; es decir, el buen uso de la clave; pero, como buen santiaguero, sabe que la clave “conga” tiene sus secretos y es hora de acercarlos a los profanos… y qué mejor ropaje que el son.
Destino es un disco que invita a una reflexión profunda de hasta qué punto desde el son podemos “asaltar” diversos públicos, estilos y corrientes; contar historias y dejar una huella que solo el tiempo podrá valorar. Que desde el soneo más contemporáneo hay una música profunda que, desde lo particular, sigue apostando por lo universal sin dejar su personalidad.
Escuchándolo sentí que me acompañaban ciertos fantasmas necesarios de la música cubana, algunos más recurrentes que otros y que pueden llamarse Miguel Matamoros, Compay Segundo o los poco mencionados hoy Lorenzo y Reinaldo Hierrezuelo, o aquellos hombres que integraron La vieja Trova Santiaguera (esa semilla del son oriental que no tiene rival).
Entonces entendí por cuál razón Adalberto Álvarez profesaba el “sacerdocio sonero” a ultranza, por qué siempre tomaba como punto de partida la trova santiaguera. Entendí, además, la razón de ser de la música de Maikel Dinza y la causa probable de su ambicioso proyecto Soneros de la Juventud, nombre que desde el son propone que saltemos al futuro; que muchos sigan esperando, que la llegada a su "Destino" siga este derrotero: el del son que una y otra vez nos hace felices como nación.
Ese camino que está marcado en cada uno de nosotros genéticamente.
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