Imágenes: Cortesía del autor
Sabía que, en aquella mañana de enero, me disponía a asistir a una singular exposición de pintura cuya presencia encierra múltiples significados que incrementan su relevancia. Nada más que de haberse escogido como sede de la exhibición a este templo del conocimiento universal que representa la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí, nos percatamos del respeto que se infiere por la sabiduría acumulada en la honorable institución. Al mismo tiempo, el hecho de ser presentada en la galería El reino de este mundo tampoco es casual, por la cercana alusión al universo de lo real maravilloso presente en esta obra pictórica. Y si además se trata del homenaje que la artista Silvia Rodríguez Rivero, bajo el nombre de Sueños en vilo, rinde al centenario de Cintio Vitier, uno de nuestros excelsos poetas, pues no había dudas de que era de un momento muy especial para este espectador común.
Quizás por sentirme acompañado del hechizo de la acogedora sonrisa de Silvia en la memoria, nos resulta tan familiar el poema titulado Silvia con que se nos recibe a la entrada de la muestra. Con el acostumbrado vuelo poético del maestro, en estos versos dedicados a su nuera, Cintio describe la ternura de una soberana pródiga en el reino del amor que encontró cobijo en su añejado corazón. Y realmente, contemplar semejante recopilación de su obra es como ser bienvenidos a un intrincado reinado de la figuración y del colorido que, a la vez, nos desborda de sentimientos enaltecedores.
Se sabe que Silvia es autodidacta en su acercamiento a la pintura, pero para nada ha sido huérfana de bondades que convergen como afluentes de su emotiva sensibilidad. Además de la íntima familiaridad con el propio Cintio al igual que con la también notable poetisa Fina García Marruz, para la hija de la recordada musicóloga Cuca Rivero, en la estrecha relación con su compañero de la vida, José María Vitier —un pianista y compositor de alturas—, este le ha transmutado el dominio del lirismo que Silvia hace patente en los delicados trazos del color aplicado. Es que, de alguna forma, tanta energía creativa atesorada en el alma tenía que encontrar un modo de expandirse hacia los demás. No le bastaba con aportar sugerentes textos para diferentes canciones de Vitier, como tampoco ser la productora de las magníficas propuestas discográficas del pianista, entre otras ocupaciones. Por lo tanto, en el preciso momento en que sus manos aprenden de los secretos del pincel, este resultó decisivo para entender la esencia de su pintura.
“Recorrer la exposición Sueños en vilo implica acceder a una inesperada recarga del optimismo cotidiano al permitírsenos, una vez más, asumir la sanadora poética del amor”.
Como sucede con quien lleva mucho dentro de sí para decir, cada pieza de Silvia es un urgente testimonio de la satisfacción plena por recrear en el lienzo toda una imaginativa fantasía cargada de códigos propios, huellas que de alguna manera nos pueden remontar a la ingenuidad de la antigua pintura bizantina, pero que se refrendan desde una liberadora espiritualidad contemporánea.
Recorrer la exposición Sueños en vilo implica acceder a una inesperada recarga del optimismo cotidiano al permitírsenos, una vez más, asumir la sanadora poética del amor. En este desfile de piezas matizadas por el aliento de la femineidad como motivo recurrente, nos encontramos con los emblemáticos retablos de Silvia, en específico con los titulados “Abrazos” y “Si no fuera tu mirar”, marcados por una exquisita quietud que recuerda la atmósfera de entornos apacibles. La artista se las ingenia para recrear las esencias de un paraíso idealizado a través de colores tenues que acentúan la impresión de que nada podrá interrumpir el acto amatorio entre las parejas, como también aparece hermosamente evocado en la pieza “Entropía del amor”.
Mientras nos retirábamos, sentí crecer el regocijo por haber acertado en el hecho de que esta exposición de Silvia Rodríguez Rivero en la Biblioteca Nacional había colmado con creces mis expectativas. Pero lo mejor de todo es la sencillez de este talentoso ser humano, que al final siempre nos va a preguntar: “¿Te gustó?”.
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