Las flautas de Maraca


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Foto: Ariel Cecilio Lemus

Cuando en 1988 Chucho Valdés fichó a Orlando Valle, Maraca (La Habana, 1966), para la banda Irakere, tuvo en cuenta los promisorios horizontes de un muy joven flautista no solo dado al virtuosismo individual sino también a la comprensión de diversos estilos, la interpretación fluida, la capacidad improvisatoria y la ductilidad para satisfacer las exigentes demandas del genial pianista y compositor. Esto lo supo antes Bobby Carcassés, vocalista, multinstrumentista y hombre espectáculo del espectro jazzístico insular, que alguna vez lo sumó a su colectivo, y el pianista Emiliano Salvador, cultivador de una vertiente muy personal en la música instrumental.

Poco tiempo después de la decisión de emprender su propia ruta como líder de Otra Visión, el legendario flautista Richard Egües (1923-2006), quien aportó uno de los sellos distintivos de la orquesta Aragón, dijo de Maraca: «Aunque soy un hombre del siglo que termina (el XX), no puedo dejar de mirar lo que viene por delante y allá veo, y quisiera escuchar, lo que va a pasar con Maraca; ya es, y será mucho más a medida que pasen los años, el flautista más completo de Cuba para adentrarse en el siglo XXI».

Audiovisual del álbum

Esa flauta resume las cualidades que advirtió Chucho en el veinteañero Maraca  y cumple la lúcida premonición de Richard. Lo hace en grado sumo e instalado en el cenit de la madurez. Se trata de un disco, en el cual Maraca no solo pone la pauta sino invita a que lo hagan otros, producido por la Egrem, puesto en circulación el pasado fin de semana en las plataformas digitales iTunes y Spotify, y visible también, mediante un concierto, el próximo 15 de mayo por el canal YouTube de la casa discográfica.

Este es un viaje entre las más logradas fusiones estilísticas que dan cuenta del estado presente del lenguaje jazzístico y las especies musicales cubanas, de arraigado linaje popular, donde la flauta ha desempeñado históricamente un papel protagónico.

Metafóricamente cabría definir el recorrido como un viaje a la semilla que, sin embargo, no queda en eso, sino por el contrario, ramifica con vigor y originalidad en cada propuesta. Porque el danzón, el chachachá, el son y los restantes géneros que aborda el flautista con sus músicos no están asumidos desde la perspectiva de un esquema cerrado sino, por el contrario, como vías de desarrollo de palpitante actualidad.

Maraca se permite sonear, guarachear, jazzear y descargar. Para entender la pertinencia de estos dos últimos términos debe entenderse  la diferencia entre el discurso del mainstream del género, incluso del que corresponde a los códigos del llamado jazz afrocubano, y el que nace de la improvisación usual entre los músicos cubanos hacia la medianía del siglo pasado. Es decir, la diferencia entre la jam session y la descarga.

Foto: Ariel Cecilio Lemus

El flautista se mira en el espejo de Fajardo y Arcaño, del inolvidable Richard, pero a la vez invita a la audiencia a mirar la imagen de un Maraca que cuando suena se sabe él mismo. Generoso comparte espacio con colegas a quienes adeuda y admira, como José Luis Cortés (El Tosco), René Luis Herrera y Guillermo Pedroso; compañeros de entrañables faenas como el saxofonista César Alejandro López, de la época de Irakere, y el contrabajista Lázaro Rivero, El Fino, y el baterista Juan Carlos Rojas, El Peje; apela al ritmo básico del güiro de Enrique Lazaga; convoca voces que le son familiares y cercanas –como su hermano Moisés, Yumurí, uno de los soneros más vitales de esta época, Carlos Calunga y Alain Pérez, sorprendente también en la percusión– y hasta desprejuiciadamente inserta el soporte de un pinchadisco o dj. Tradición y contemporaneidad es la dialéctica de esta entrega. Richard tenía razón: Maraca es la flauta cubana del siglo XXI.

Foto: Ariel Cecilio Lemus

 


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