Christine de Pizan en su estudio. Miniatura de su obra Cien baladas.
El arte gótico desarrollado en Europa entre el siglo XII al XV, incluso más allá en determinadas regiones, le puso fin a la Edad Media desde el punto de vista artístico y produjo uno de los cambios más profundos de la historia del arte y la cultura en el mundo occidental. No solamente fue cuestión de variaciones técnicas, sino de renovación profunda de la sensibilidad, la emoción y el pensamiento. Quizás por estar atentos a la descomunal transformación que llegó con el Renacimiento, han quedado menos atendidos estos estudios. A partir de las transformaciones económicas y sociales después de la Revolución Científica y Técnica del siglo X y hasta el XII, momento en que se cuestionaba por inoperante el viejo orden agrario y rural, la cultura se modificó. Había surgido un incipiente agente económico-social nuevo: la burguesía artesanal y mercantil en las ciudades, lo que generó cierta perturbación cultural y religiosa que propició el surgimiento del período gótico. Las expansiones territoriales de los pueblos europeos, la consolidación de sus reinados, las consecuencias de las cruzadas, el desarrollo de la ciencia y la técnica, así como los nuevos métodos de la enseñanza escolástica, alimentaron las condiciones para superar definitivamente la cultura románica. Los comienzos del rudimentario uso monetario y mercantil en las ciudades crearon una nueva cultura: la ciudad se opuso a la campiña y empezó a dinamizarse la vida urbana.
Las necesidades de la población crecieron con el florecimiento de la artesanía, la especialización de la orfebrería, la ampliación del vestuario, la diversificación del mobiliario... y la aparición de nuevos mercados en las ciudades generaron nuevos empleos y oficios; artesanos y comerciantes realizaban una producción por encargo, aunque no se almacenaría nada para vender. Nacía una nueva forma de vida. El poco dinero existente estaba en manos de la Iglesia y generalmente no circulaba, por lo que el capital financiero era estéril; sin embargo, asistimos al embrión de la mentalidad capitalista. Los caballeros emprendían cruzadas y aumentaba el dinamismo de guerreros a caballo, los caballeros, y vasallos leales a ellos; los comerciantes viajaban de una ciudad a otra; los maestros se trasladaban entre las universidades; los fieles realizaban grandes peregrinaciones;…, la movilidad trae informaciones de aquí y de allá: la comunicación se desarrolló. El recién nacido pequeño burgués, despreciado por la nobleza y envidiado por siervos y campesinos ─quienes poco a poco pasan a ser arrendatarios o jornaleros libres─, todavía no constituye una clase social para sí.
El gusto noble se refinó en materia de vestidos, joyas, armas, ornamentos, viviendas… El trabajador libre comenzó a rendir más que el siervo. Los artistas cobraron mayor independencia, aunque siguieran dependiendo de algún mecenas. Las catedrales góticas, urbanas y ya burguesas, mostraron un cristianismo más popular, humano y emocional. La nueva religiosidad fue más libre e íntima. El homo novus intentó compensar un sentimiento de inferioridad y exhibía privilegios que disfrutaba ante una vieja aristocracia, que siempre consideraba que le tocaba hacer una tarea heroica pendiente. El idealismo romántico va sustituyendo al heroísmo sentimental, y en ese contexto, surgió una nueva nobleza caballeresca. En este período gótico se mantienen virtudes heroicas: el desprecio al peligro, la temeridad ante el dolor y la muerte, la fidelidad absoluta al rey y a la Iglesia, la gloria y el honor por los ideales de la tradicional caballería, el desinterés ante el cálculo y el desprecio por las ventajas exclusivas del racionalismo, el repudio a la especulación; pero estas dignidades comienzan a convivir con otras, ante nuevas circunstancias de la vida social, política, religiosa y estética de las ciudades, las cortes, las iglesias: el arte y la cultura estaban cambiando.
Esta transformación raras veces se explica mediante puntos de vista femeninos, porque apenas existen historiadoras que lo hayan hecho; algunas de ellas se han sumado a los referentes del varón que solo se amplifican bajo la mirada de ellas. Sin embargo, la cultura naciente del arte gótico tiene un específico y alto componente femenino de gran valor para este cambio, no solo porque ellas intervienen más y deciden por primera vez como reinas, abadesas, intelectuales, guerreras…, en la vida social; o porque están presentes, y a veces con un papel hegemónico, en la vida política; o porque participan más en conventos, en ocasiones dirigiéndolos; o porque comienzan a contribuir como referentes esenciales en algunas obras poéticas y artísticas; sino, porque la naturaleza en la formación moral, estética y cultural de los hombres de este período recae sobre ellas casi de manera solitaria y son fuente de inspiración constante. La mujer gótica deja de ser esclava legal, botín de guerra y propiedad exclusiva de hombres conquistadores, y comienza a actuar con un papel más activo en la familia y en la vida social, política, religiosa y estética, aunque todavía estuviera en la sombra: dominan el mundo de la educación sentimental, poetas y artistas varones toman su referente para ver el mundo por ellas.
El traspaso de grandes feudos en manos de mujeres ofrece una explicación lógica desde el cambio de dinámica y características del poder real. Los sentimientos más sublimes de la cultura, como el propio sentido del amor femenino, que solamente perduraron en el recuerdo de la Antigüedad con personajes como Medea, de Eurípides, o Dido, de Virgilio, en estos momentos comienzan a tener un papel más protagónico, desempeñado todavía por la narrativa caballeresca y en las canciones de gesta. El amor a la mujer comienza a considerarse ahora como fuente de bondad y belleza: esta perspectiva fue aportada por la participación femenina. La intimidad de su ternura y la piadosa devoción hacia el amante en sus versos y narraciones, recuerda la adoración a los santos y a la virgen.
La felicidad por la satisfacción del amor, independientemente de la realización del deseo, producen una notable revolución en los sentimientos y en la sentimentalidad. Los trovadores cantan canciones de amor hacia la mujer ─a veces hacia una mujer en específico─ de forma “descortés”, es decir, fuera de la cultura habitual de la corte con un canto inconveniente en la corrección acostumbrada. El amante confiesa públicamente su inclinación amorosa sin casticismo, y en ocasiones lo hace hacia una mujer casada, habitualmente la esposa del señor, que casi siempre hospeda al trovador. Las prolongadas y repetidas ausencias de señores, príncipes, barones y condes, complicados en guerras, hacen que la soledad de una mujer joven que se mantenía al servicio del reino y tareas de la corte, acceda a otras relaciones amorosas de existencia real o sin comprobar, incluso bajo el deseo y la consumación carnal, y no ficticias o literarias como han supuesto moralistas de la literatura. Esta posible realidad no se ha contado o reconocido frecuentemente de esta manera.
El amor cortesano, a veces no muy “cortés”, expresado como ficción literaria, no se ha deseado ver o se ha escondido como resultado de una experiencia vivida. Más allá de la ilusión consciente o de adulaciones pagadas de los poetas y artistas por mujeres poderosas, parece que muchos estudios durante demasiado tiempo nos han hecho creer que en la sociedad gótica todo solo era ficción literaria y artística, y no, una descripción del comportamiento real del erotismo. Una buena parte de los trovadores y de los minnesänger eran de origen humilde y su condición de desarraigados los hacía más libres, no tenían mucho que perder; por otra parte, algunos caracteres femeninos se blindaron por su independencia de una gran fuerza de voluntad y carácter. El nuevo culto al amor transformó la sociabilidad en cortes y castillos, llenos de hombres con pocas mujeres en un mundo cerrado y aislado, con jóvenes solteros y mujeres deseables. Las pasiones desatadas en erotismos nerviosos bajo estas condiciones, necesariamente tuvieron que reforzarse bajo fuertes vínculos eróticos y prácticas amorosas sistemáticas.
Después de la protección de la madre, los muchachos fueron guiados por una señora de la corte que vigilaba su educación. La mujer dominaba la sensibilidad transmitida, fuera de conquistas y campamentos que venían después, no pocas veces de manera impuesta. La fantasía configura la condición ideal y el amor cortesano del gótico está colmado de sensualismo femenino. La guerra de la Iglesia contra el amor físico va perdiendo la batalla ahora. La belleza física y las provocaciones semidesnudas constituyen temas poéticos y artísticos del gótico, no solo en literatura, sino en pintura, con miradas pícaras entrecruzadas, asombros por alguna sorpresa pecaminosa o angelical en su ternura. Las mujeres bañan a los héroes. Las noches nupciales, después de largas esperas, son intensas. La cotidianidad se carga de una constante tensión erótica, especialmente poco tratada a través de los ojos de la mujer.
El culto femenino tiene como origen la adoración a la virgen, sin descartar por completo la influencia hedonista o la combinación sibarita de ricos reinados árabes en España y la “periferia” europea. La lectura de las primeras novelas de amor en Europa las realizan las mujeres ─también en otras civilizaciones, como en la japonesa─: es la primera vez que ocurre un momento de feminización de la lectura y la nueva recepción del arte tiene un componente esencial que parte de esta sentimentalidad. Frente a la declamación heroica de oyentes, la lírica amorosa va ganando otra batalla. Más allá de la lectura de los sacerdotes en iglesias y conventos, mucho se le debe también a la sensibilidad femenina en el establecimiento de la lectura silenciosa, esencial desde una escritura compleja para una comprensión profunda o más íntima.
Como la nueva nobleza nunca había dejado de construir un público literario en las cortes, las damas habían conquistado una mayoría callada que leía en el dominio privado de sus habitaciones en esas lecturas silenciosas. La poesía lírica de los juglares se producía en complicidad secreta entre algunos mensajes en que se encontraba el recado adúltero o prohibido. La ficción literaria servía como escudo para una realidad escondida que tributaba al deleite espiritual y al deseo erótico, aunque generalmente ilícito y condenado moralmente. No todos los adulterios en el gótico terminaron mal como el de Francesca de Rímini ─noble italiana inmortalizada en Divina Comedia de Dante Alighieri─ quien había contraído matrimonio con Gianciotto Malatesta, unión importante por razones políticas para su padre, como era común; sin embargo, su amor por Paolo, hermano de su marido, hizo que Malatesta asesinara a la pareja adúltera. Es curioso que Dante llamara la atención que en el instante del beso de Francesca y Paolo leían el libro de Lanzarote del Lago, uno de los Caballeros de la Mesa Redonda, sobre los amores de la reina Ginebra, esposa del rey Arturo, al que le fue infiel precisamente con Lanzarote.
Generalmente los cultivadores de los poemas del amor cortés fueron escritos por hombres, como el trovador Marcabrú, juglar protegido por Guillermo X de Poitiers, quien también fue trovador; o por Alfonso II de Aragón ─“El Casto”─, Ricardo I de Inglaterra ─“Ricardo Corazón de León”─, Guillermo de Aquitania ─“El Trovador”─…: ellos impusieron una versión del tema idealizado e intencionado por la masculinidad. El Marqués de Santillana con sus serranillas, dejaba un libido con las pastoras que galantea y seduce; pero, ¿solo para complacer la vista, el placer hedonista y el paisaje de la comarca? Los hombres desean el amor, lo declaran, conquistan y poseen, pero las mujeres asumen otros comportamientos más sutiles: ellas deciden el escenario y el momento, tienen la ventaja para regular la intensidad y acelerar o retrasar la relación. Con su carga histórica de desamparo, poseen las condiciones naturales para disimular mejor, manipulan las relaciones según el grado de vasallaje y como casi siempre el vínculo se da entre mujer empoderada y un enamorado en grado social inferior, cuentan con la fortaleza para manejar todos los asuntos de la relación amorosa.
La mujer también se encuentra en superioridad para la administración amorosa en sus relaciones con el misticismo religioso. Si bien los dos amores ─a dios y a una persona─ pueden manifestarse de manera platónica, con la carnalidad se comprueba su efectividad en el reino de este mundo ─aunque se evidencie la frustración sexual─, lo que no puede demostrarse en el reino celestial. Hay piezas artísticas del gótico en que se expresa un éxtasis más bien parecido a un deleite erótico. En el arte gótico comienzan a aparecer escenas con temas oscuros y tensa emoción femenina. En medio de lo decorativo y la suntuosidad religiosa, se revelan estados de felicidad placentera en mujeres, visitaciones con ángeles que se parecen a una complicidad, misticismos de comunicación con dios que semejan orgasmos. Se deja ver más el cuerpo humano y las vírgenes, que no pocas veces reproducen personas conocidas reales, muestran alegría, placer, equilibrio, seguridad, confianza…, contrario al dolor, sufrimiento, angustia, amargura, ansiedad… de épocas pasadas.
Mujeres muy poderosas del gótico fueron artífices de complejas relaciones amorosas. Leonor de Aquitania, noble francesa de la Casa de Poitiers del siglo XII-XIII, heredó el ducado de Aquitania, el mayor de los dominios de Francia; en Burdeos, se casó con 15 años de edad con Luis VII y se convirtió en reina tras la muerte de Luis VI; en 1135 nació su hija María, condesa de Champaña. Con tensiones con su marido y la Iglesia, por su actitud liberal y renuente a la opresión femenina, al partir el rey a la Segunda Cruzada en 1147 gobernó el reino junto a su tío Raimundo de Poitiers bajo murmuraciones que conllevó a un distanciamiento mayor de ella con el rey. Leonor se separó bajo la conservación de sus dominios y en 1152 contrajo matrimonio con Enrique II de Inglaterra, quien muy pronto sería el rey; con él tuvo cinco varones y tres hembras; en su corte se disfrutó de un gran desarrollo la literatura caballeresca y la lírica trovadoresca, pues fue mecenas de numerosos artistas y trovadores. Después de un enfrentamiento con Enrique por una amante que tenía, el rey la encarceló después de sofocar una rebelión de sus hijos. Recuperada su libertad después de la muerte de Enrique, se convirtió en regente durante las ausencias de su hijo Ricardo. Murió a los 82 años de edad y ha sido juzgada como “maquiavélica” por algunos, y fuerte mujer de gran espíritu libertario, por otros.
María de Champaña, hija de Leonora de Aquitania y Luis VII de Francia, fue la emperatriz consorte de Balduino; su esposo había marchado a la Cuarta Cruzada en el siglo XIII y después de arrasar Constantinopla fundó un imperio latino allí y se proclamó emperador; María dejó Flandes para unirse con su esposo, y según los biógrafos, cuando lo hizo estaba embarazada; ella cayó enferma y murió en Tierra Santa: Lancelot, el Caballero de la Carreta, fue una novela escrita entre 1176 y 1181 por Chrétien de Troyes, un encargo de María de Champaña, quien protegió a escritores e influía en ellos para sus historias. Fue una mujer amable que tenía gran influencia en la corte: su muerte conmovió al imperio.
Otra mujer poderosa del gótico fue Ermengarda de Narbona, hija del vizconde de Narbona, quien hereda los derechos por la muerte de su padre. En disputa entre varios nobles se casa con Bernardo de Anduze y en medio de varios conflictos palaciegos, la vizcondesa dirigió con energía y firmeza su corte; llegó a acuñar una moneda condal, tomó decisiones en expediciones militares y alianzas tácticas, y cedió su vizcondado a un sobrino cuando decidió retirarse. No fue solo una gran dama enérgica y firme, sino que protegió a poetas y mantuvo salones literarios en su corte y, como otras, ellas mismas han terminado hablando por la boca de los poetas, una influencia cultural decisiva en una época en que la nobleza todavía no había dejado de la mano su ascendencia en un público literario ilustrado, para que pudiera influir y manejar los poderosos hilos del poder, en las más altas decisiones políticas y eclesiásticas. La intuición femenina se adelantó.
Desde la Iglesia, otras mujeres místicas del gótico fueron muy importantes e influyentes en la doctrina cristiana. Santa Clara de Asís, seguidora de San Francisco en Italia, fundó la segunda orden franciscana o Hermanas de Clarisas, con el propósito de apoyar los ideales de pobreza del santo. Santa Catalina de Siena recibió alucinaciones y escuchó voces en pleno éxtasis religioso, y publicó una obra influyente resumida en Diálogo de la Divina Providencia, de 1378. Santa Brígida de Suecia tuvo revelaciones con la visión de la virgen María y dejó plasmado en su libro Apariciones celestiales: fue canonizada en 1391. Juliana de Norwich de Inglaterra, una de las grandes escritoras místicas, dio a conocer Dieciséis revelaciones del Amor Divino después de su canonización de 1393. Santa Gertrudis de Helfta, benedictina cisterciense, escribió su Memorial de la abundancia de la divina suavidad y otros ejercicios espirituales, de gran influencia en su región.
Posiblemente la más importante de las místicas ha sido la alemana Santa Hildegarda de Bigen, abadesa y líder benedictina, profetisa, médica, compositora musical, etc., uno de los mayores genios de la Edad Media, llamada La Sibila del Rin: Conoce los caminos, con visiones místicas; Physica, sobre ciencias naturales; Cause et cure, un tratado de Medicina; Sinfonía de la armonía de las revelaciones celestes, colección de cantos; Lingua ignota, creación de un lenguaje artificial; y otros muchos más textos, han dejado una de las colecciones de libros eruditos más variados de la historia de la literatura.
Otras mujeres del gótico brillaron en la literatura, la filosofía, la ciencia… María de Francia, poetisa inglesa de gran cultura, escribió en anglo-normando y fue traductora y creadora de poemas narrativos y descriptivos breves que alababan el amor cortesano con gran originalidad. Christine de Pizan, poeta y filósofa reconocida como una de las primeras en escribir un manifiesto del feminismo y denunciar la situación de las mujeres frente a la subordinación masculina. Trótula de Salermo, doctora italiana que influyó con trabajos científicos sobre medicina, estudiados en las universidades europeas; entre muchas otras.
Baste tener en cuenta la extraordinaria historia épica de Juana de Arco y los intentos para desacreditarla para entender tanta injusticia y apreciar la importancia de las mujeres del gótico. Con solo 17 años de edad Juana encabezó el ejército real francés para expulsar a los ingleses de Francia y resultó fundamental en la Guerra de los Cien Años, audaz en el sitio de Orleans, gloriosa en la campaña de Loira, esencial en su influencia con el rey Carlos VII, aclamada en Reims, vencedora en el camino a Ruan…; sin embargo, se mantuvo polémica en la corte y asediada por muchos varones que la odiaban. Aunque siempre llevó el estandarte de la religión católica, no le valió; fue capturada, juzgada y condenada a la hoguera por herejía hasta hacerla cenizas; posteriormente se revisó el juicio y fue absuelta y reivindicada como inocente. En 1920, después de 489 años, Juana de Arco fue declarada Santa Patrona de Francia.
Después de la rebeldía y la libertad individual con que actuaron las mujeres en este período, se emprendió un proceso de “domesticación” brutal en la nueva “civilización”. La misoginia de poderosos se disfrazó para establecer un régimen autoritario desde la Edad Moderna. Cuando se revisa la nómina de mujeres representadas en obras como Divina Comedia, de Dante, puede aquilatarse el nacimiento en este proceso de fundación los estereotipos asignados a la mujer. En Infierno está Francesca, de la ya que hicimos referencia, una adúltera lujuriosa; en Purgatorio, Santa Matilde, la personificación de la felicidad perfecta y precedente al pecado original; en Paraíso, Beatriz, dadora de la total felicidad al hombre como “beatificadora”, y en la grada más alta de este sitio, la virgen María, junto a Eva, Raquel, Sara y Rebeca. Sin embargo, las mujeres del Decamerón de Giovanni Boccaccio, desempeñan un papel social emancipador entre lo erótico y lo trágico, lo ingenioso y lo divertido, con lecciones de vida para toda la sociedad; aquí la compasión por mujeres privadas de su libertad, oprimidas por la presencia masculina, confinadas en sus casas y sufriendo del “mal de amores”, contrasta con la libertad de hombres que se entretienen con la caza y la cetrería o los paseos a caballo. Estos estereotipos y conflictos planteados al final del gótico duran hasta hoy y es una lucha que no cesa.
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