Procedentes de distintos lugares, emprendíamos el regreso a La Habana desde el aeropuerto de Berlín. Al llegar, nos sorprendió una mala noticia. Por una de esas frecuentes irregularidades en el cumplimiento de los horarios establecidos, tendríamos que pasar una larga noche en una triste sala de espera, sin acomodo previsto para echar un sueñito, privados de alimentos y de agua para saciar la sed. El conglomerado humano era diverso. Creo recordar a la bailarina Josefina Méndez. La irritación acrecentaba el cansancio y el peso de la ropa ajada. Pero, ahí estaba también el maestro Leo Brouwer. Alguien le pidió que tocara algo. Accedió gustoso. Se produjo el milagro. La noche se convirtió en día.
Conservo en la memoria, como tesoro bien guardado, otro encuentro íntimo. Con motivo de un cumpleaños de Alejo Carpentier, Saúl Yelín reunió en la biblioteca del Icaic a unos pocos amigos. Leo tocaría, en un ambiente informal, algunas piezas de su repertorio renacentista, homenaje cómplice a ese músico que el novelista llevaba dentro. A pesar de la distancia generacional existían entre ambos afinidades esenciales. A poco de llegar a Cuba, después de una prolongada estadía en Caracas, Carpentier descubrió el talento excepcional de un artista que rondaba los 25 años. Había maestría en la ejecución, aportes técnicos que multiplicaban las posibilidades expresivas del instrumento. Había, sobre todo, una inquietud insaciable por explorar nuevos caminos soslayando las tentaciones de la moda, siempre efímeras y veleidosas.
Habían pasado los años de una necesaria reafirmación nacionalista animada por Caturla y Roldán, incorporado el rigor en el dominio de los recursos del oficio por el Grupo de Renovación Musical, llegaba el momento de conquistar la plena libertad en síntesis de lo local y lo universal, de lo clásico y lo contemporáneo. A pesar de su lenguaje aparentemente abstracto, la música, creación artística ante todo, incorpora un sentido de la vida. Leo no cesa de plantearse interrogantes en su percepción de la literatura, de las artes visuales, del cine. No renuncia tampoco a hacer obra de servicio social. En constante replanteo de una cosmovisión, coincide también con Carpentier.
Discípulo del maestro Isaac Nicola, a los 16 años ofreció su primer concierto en la Sociedad Lyceum. Se vinculó con la Sociedad Nuestro Tiempo, proyecto cultural que agrupaba a artistas progresistas de todas las manifestaciones. Después del triunfo de la Revolución, obtuvo una beca del Ministerio de Educación para completar su formación en Julliard. De regreso al país, asesor musical del Icaic, ejerció un magisterio al margen de ataduras academicistas. Se trataba nada menos que del Grupo de Experimentación Sonora, a punto de cumplir medio siglo en el año que corre.
El prestigio de su obra como intérprete, compositor y director de orquesta traspasó las fronteras de la Isla. Le otorgó una capacidad de convocatoria que garantizó el éxito de los concursos de guitarra. En los últimos años, ha promovido conciertos protagonizados por figuras de renombre, todo lo cual favorece romper el aislamiento y divulgar las tendencias renovadoras de la música contemporánea.
El talento es una gracia que se nos otorga al nacer. Si no se cultiva, muere por inanición o se estanca, reducido a la repetición de las mismas fórmulas.
La cristalización de una obra requiere entrega, disciplina, empeño paciente y sistemático, capacidad autocrítica, antenas abiertas a los más anchos horizontes del mundo, sin dejar por ello de escuchar los rumores de la tierra propia.
Lector insaciable, Leo se vale de su rigurosa formación musical para adentrarse, en plenitud de disfrute, en las entrañas de la literatura. Conservo una carta suya donde comenta que, junto a los textos de autores cubanos, explora los trabajos de Umberto Eco y los cuentos más recientes de Ítalo Calvino.
La vida del espíritu se nutre de los sonidos y los colores de la naturaleza, de la creación humana de acá y de allá, de ayer y de hoy. Por eso, no es una figura mediática. Se mantiene distanciado de la frívola espectacularidad que invade, pervierte y hunde en la desmemoria el mundo en que vivimos.
Por encima de la distancia generacional, el acicate omnívoro de conocer, de indagar acerca del sentido de la vida y acerca de la posible trascendencia de la obra del hombre sobre la Tierra alentaron su diálogo íntimo y cercano con Carpentier. Los textos del narrador cubano le inspiraron las partituras de El reino de este mundo, La ciudad de las columnas, Viaje a la semilla, El arpa y la sombra. Algunas de ellas se conservan en la Fundación.
Leo Brouwer acaba de llegar a sus 80 años. Saberlo vivo e inquieto es una fiesta para todos nosotros, agradecidos por la envergadura de su obra, por su constancia en el hacer una tarea que se agiganta con el tiempo y por su generosa disposición a entregar saber y acción al desarrollo de la cultura nacional.
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