“¡Lloren con nosotros todos los que sientan! ¡Sufran con nosotros todos los que amen! ¡Póstrense de hinojos en la tierra, tiemblen de remordimiento, giman de pavor todos los que en aquel tremendo día ayudaron a matar!”.
Así concluye la proclama que redactara José Martí en unión de su gran amigo Fermín Valdés Domínguez y Pedro de la Torre, en la que patentizaron su condena resuelta a aquel 27 de noviembre de 1871, en que las autoridades españolas fusilan a ocho estudiantes de medicina acusados supuestamente de haber profanado la tumba de un periodista español en el cementerio de La Habana.
En ocasión de cumplirse el primer aniversario, elabora en Madrid un poema en el que al evocar a estos jóvenes, víctimas del colonialismo español, expresó:
A mis hermanos muertos el 27 de noviembre de 1871
Cadáveres amados, los que un día
ensueños fuísteis de la Patria mía,
Y luche con mis lágrimas, que hervían
en mi pecho agitado, y batallaban
con estrépito fiero,
pugnando todas por salir primero;
y así como la tierra estremecida
se siente en sus entrañas removida,
y revienta la cumbre calcinada
del volcán a la horrenda sacudida,
así el volcán de mi dolor, rugiendo,
se abrió a la par en abrasados ríos,
que en rápido correr se abalanzaron,
y que las iras de los ojos míos
por mis mejillas pálidas y secas
en tumulto y tropel precipitaron.
Lloré, lloré de espanto y amargura:
cuando el amor o el entusiasmo llora,
se siente a Dios, y se idolatra, y se ora.
¡Cuando se llora como yo, se jura!
¡Y yo juré! Fue tal un juramento,
que si el fervor patriótico muriera,
si Dios puede morir, nuevo surgiera
al soplo arrebatado de su aliento!
¡Tal fue, que si el honor y la venganza
y la indomable furia
perdieran su poder y su pujanza,
y el odio se extinguiese, y de la injuria
los recuerdos ardientes se extraviaran,
sobre un montón de cuerpos desgarrados
una legión de hienas desatada,
y rápida y hambrienta,
y de seres humanos avarienta,
la sangre bebe y a los muertos mata.
Esclavos tristes de malvadas gentes,
las hienas en legión se desataron,
y en respirar la sangre enrojecida
con bárbara fruición se recrearon!
Y así como la hiena desaparece
entre el montón de muertos,
y al cabo de un instante reaparece
ebria de gozo, en sangre reteñida,
¡así con contemplarte se recrea,
así a la patria gloria te arrebata,
así ruge, así goza, así te mata,
así se ceba en ti, maldita sea!
¡Campa! ¡Bermúdez! ¡Álvarez! Son ellos,
pálido el rostro, plácido el semblante;
¡Horadadas las mismas vestiduras
por los feroces dientes de la hiena!
¡Ellos los que detienen mi justicia!
¡Ellos los que perdonan a la fiera!
¡Dejadme ¡oh gloria! que a mi vida arranque
cuanto del mundo mísero recibe!
¡Deja que vaya al mundo generoso,
donde la vida del perdón se vive!
¡Ellos son! ¡Ellos son! Ellos me dicen
que mi furor colérico suspenda,
y me enseñan sus pechos traspasados,
y sus heridas con amor bendicen,
y sus cuerpos estrechan abrazados.
¡Y favor por los déspotas imploran!
¡Y siento ya sus besos en mi frente,
y en mi rostro las lágrimas que lloran!
¡Oh gloria, infausta suerte,
si eso inmenso es morir, dadme la muerte!
Cuando la gloria
a esta estrecha mansión nos arrebata,
el espíritu crece,
el cielo se abre, el mundo se dilata
y en medio de los mundos se amanece.
¡Déspota, mira aquí cómo tu ciego
anhelo ansioso contra ti conspira:
mira tu afán y tu impotencia, y luego
ese cadáver que venciste mira,
que murió con un himno en la garganta,
que entre tus brazos mutilado expira
y en brazos de la gloria se levanta!
No vacile tu mano vengadora;
no te pare el que gime ni el que llora:
¡mata, déspota, mata,
para el que muere a tu furor impío,
el cielo se abre, el mundo se dilata!
José Martí
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