De los escritores neorrealistas del cambio de siglo ─XIX-XX─, uno de los más importantes es Antón Chéjov ─Rusia, 1860-Alemania, 1904─, narrador y dramaturgo, además de médico. En literatura se ha considerado que se mueve entre el realismo psicológico y el naturalismo literario, y se ha reconocido como uno de los más importantes maestros del cuento corto y de la técnica teatral de acción indirecta ─preferida por Konstantín Stanislavski para desarrollar su método de actuación en escena─, esenciales por su dinamismo y facilitación en la participación del receptor, en el momento en que se inauguraba la modernidad. El debut de su obra en Europa y Estados Unidos a partir de la década del 20 hechizó a lectores y directores de teatro: en sus textos no sobraba ni una palabra, con ejemplar técnica de economía de recursos; en ellos se deslizaba un humor zumbón como parte de la tragedia humana ante el devenir íntimo, o las contingencias sociales, dos poderosas razones de una de las voces más originales y autónomas de la literatura frente al público moderno.
Cuando estudiaba Medicina en Moscú escribía para semanarios; el periodismo le planteó la exigencia en la comunicación con el público, requisito indispensable para ganarse la vida y costearse sus estudios con esos pagos. Terminó Medicina en 1884, dos años después ya era un escritor de renombre y hacia 1887 tuvo los primeros síntomas de tuberculosis. El viaje en 1890 a las prisiones de la isla de Sajalín, la tierra más oriental del imperio ruso ─duró 82 días en coches de caballos, precarios carruajes y vapores diversos, pues la trayectoria la realizó a través del Océano Índico─, dejaron una impresión tan fuerte sobre el régimen despótico zarista, que esperó cinco años para publicar Un viaje a Sajalín. Conoció a León Tolstói y fue amigo de Máximo Gorki, aunque su obra se distanciaba del lento realismo descriptivo tolstoiano y no le interesaba buscar soluciones ni calificaciones o descalificaciones axiológicas en los personajes como Gorki. Sus análisis psicológicos presentaban y ahondaban en la desgracia de los seres humanos frente a la existencia social y a su intimidad, bajo una mirada irónica o mordaz desde diferentes puntos de vistas.
En 1897 se le agravó la tuberculosis. A partir 1898 trabajó junto a su esposa Olga Knipper en la recaudación de fondos para paliar la hambruna, ayudar a maestros, enfermos, clérigos, niños, etc. Viajó hacia zonas templadas para evitar el crudo invierno ruso, y en 1904 permaneció en el balneario alemán de Badenwiler donde murió; su tumba está en el cementerio Novodévichi de Moscú. La obra fundamental de Chéjov se concentra en los géneros de la narrativa ─especialmente el cuento─ y el teatro. Entre las piezas teatrales más destacadas se encuentran: en el primer período de la década de los 80, Platónov (1881), Ivánov (1887), Petición de mano (1888-1889) y La boda (1889); en el segundo, las más destacadas son La gaviota (1896), Tío Vania (1899-1900), Las tres hermanas (1901) y El jardín de los cerezos 1904), entre otras. En los inicios de su carrera, el escritor ruso divirtió mucho con sus historietas humorísticas, e hizo parodias de Víctor Hugo y Julio Verne. En el presente trabajo solo me referiré someramente a la técnica y al contenido de algunas de sus paradigmáticas narraciones breves que hoy continúan siendo ejemplo del buen arte de narrar.
Chéjov es un maestro del plasticismo pictórico y de plasmar el espíritu de un personaje mediante la selección de unos pocos rasgos ─especialmente dentro de una escena─ con las mejores y mínimas palabras posibles, más allá de una descripción bien pintada o de un retocado retrato pormenorizado. No repetía nada de manera gratuita; si reiteraba, lo hacía para fijar una idea esencial provechosa para el relato. Su especialidad consistía en un estilo escueto y no explícito, que incluía desde una sutil ironía al brutal sarcasmo. Huía de lo superfluo, no amplificaba, escogía y economizaba con destreza los adjetivos, eliminaba la anécdota innecesaria o poco útil: su dinamismo se ajustó al tiempo que comenzó a vivirse. Una vez recibió un cuento de un amigo para que le diera su opinión; le contestó: “Suprima usted todas esas páginas sobre la luz de la luna y denos en lugar de eso lo que usted siente sobre ella… el reflejo de la luna en un pedazo de botella rota”. En la definición de un ambiente, es una joya su cuento “Cirugía”: “…En la consulta entra Vonmiglasov, el sacristán, viejo, alto y robusto, de sotana color marrón y ancho cinturón de cuero. En su ojo derecho, medio entornado, tiene una catarata, y en la nariz, una verruga que, desde lejos, parece una mosca. Por espacio de un segundo el sacristán busca con los ojos la imagen, y, al no encontrarla, se santigua ante una botella de solución de lejía…”.
Generalmente Chéjov nunca deja una descripción estática, ella va caminando junto a la narración: o es reanimada, o tiene un carácter cinematográfico. En el cuento “Un hombre extraordinario”, no solo presenta un punto de vista impresionista, sino que prepara al lector para que con acciones del personaje, adelantar quién es y qué es lo que puede estar ocurriendo, pero sin contarlo: “Es la una de la madrugada. Ante la puerta de María Petrovna Koshkina, soltera, vieja y comadrona de profesión, se detiene el caballero de alta estatura, tocado con chistera y cubierto con un ‘mac ferland’. La oscuridad de la noche otoñal no permite distinguir el rostro ni las manos del caballero; pero sólo su manera de toser y de tirar de la campanilla, revelan ya firmeza, seriedad y un algo que impone”.
De la misma manera, con pocos trazos puede dejar lista una escena con atmósfera soporífera, como en “Modorra”: “En la sala del tribunal provincial se celebra una vista. Un caballero de mediana edad, con cara de bebedor, acusado de malversación de fondos y de falsificación, está sentado en el banquillo de los acusados. El secretario, escuálido y hundido de pecho, lee con queda voz de tenor el acta de acusación. Como no hace caso de puntos ni comas, su lectura recuerda el zumbido de una abeja o el susurro de un pequeño arroyo. Bajo semejante lectura es grato soñar…, recordar…, dormir. Un profundo aburrimiento tiene encogidos a los jueces, a los letrados y al público. Reina el silencio. Solamente de cuando en cuando un sonido de pasos acompasados llega del corredor, o se escucha una tos cautelosa que viene a ahogarse en el puño de un letrado que bosteza”.
“La dama del perrito”, cuento de Chéjov cuyo argumento ha sido llevado varias veces al cine, narra la relación amorosa entre un banquero y una mujer que paseaba un perrito en el balneario de Yalta cuando se conocieron; los dos, que huían de sus respectivos matrimonios, se enamoraron. El propio narrador ha contado que no deseaba censurar a seres humanos que se amaban, por lo que escribió otra versión de la novela Anna Karénina de León Tolstoi, obra cumbre del realismo del siglo xix, que manejaba similar argumento. Ahora no había suicidio de la protagonista y se planteaba un “final abierto”. Los párrafos finales del cuento, cuando la mujer se encontró con su hombre en Moscú, inauguran una nueva época literaria: “El amor de Anna Sergeevna y el suyo eran semejantes al de dos seres cercanos, al de familiares, al de marido y mujer, al de dos entrañables amigos. Parecíales que la suerte misma les había destinado el uno al otro, resultándoles incomprensible que él pudiera estar casado y ella casada. Eran como el macho y la hembra de esos pájaros errabundos a los que, una vez apresados, se obliga a vivir en distinta jaula. Uno y otro se habían perdonado cuando de vergonzoso hubiera en su pasado, se perdonaban todo en el presente y se sentían ambos transformados por su amor. […] Ambos veían, sin embargo, claramente, que el final estaba todavía muy lejos y que lo más complicado y difícil no había hecho más que empezar”. Esta explicación a medias o situación inconclusa para finalizar una obra artística, inaugura en las letras un recurso para que el lector colabore en su versión definitiva, y constituye uno de los grandes aportes a la literatura contemporánea.
Los finales de “puntos suspensivos” o inacabados, sin la espectacularidad de la tragedia clásica, se ajusta más a las características de la vida moderna en que los problemas sin solucionarse se van acumulando, dejando asuntos pendientes que el tiempo debe resolver, si no los agrava. En el cuento “Ionitch”, este tipo de final se reitera: “¿Y los Turkin? Ivan Petrovich no ha envejecido ni ha cambiado nada y continúa haciendo chistes y contando anécdotas. Vera Iosifovna sigue leyendo sus novelas con el mismo afán y la misma tierna sencillez. Kitten toca el piano cuatro horas diarias. Ha envejecido bastante y, como está delicada de salud, su madre la lleva todos los otoños a Crimea. Cuando Ivan Petrovich, que siempre va a despedirlas a la estación, ve alejarse el tren, les grita, secándose las lágrimas: ─ ¡Adiós! ¡Que os vaya bien! // Y agita en el aire el pañuelo”.
Si bien los suaves finales chejovianos nos invitan a construir mentalmente la segunda parte del relato para que continúen las historias inconclusas de los personajes, los inicios de sus cuentos entran de lleno en el asunto rápidamente bajo la maestría del arte de ambientar. En “La sala número 6”, con gran agilidad expresiva estamos dentro de un manicomio, sin darnos cuenta: “Hay dentro del recinto del hospital un pabelloncito rodeado por un verdadero bosque de arbustos y hierbas salvajes. El techo está cubierto de hollín; la chimenea, medio arruinada, y las gradas de la escalera, podridas. Un paredón gris, coronado por una carda de clavos con las puntas hacia arriba, divide el pabellón. En suma, el conjunto produce una triste impresión. // El interior resulta todavía más desagradable. El vestíbulo está obstruido por montones de objetos y utensilios del hospital: colchones, vestidos viejos, camisas desgarradas, botas y pantuflas en completo desorden, que exhalan un olor pesado y sofocante. // Del vestíbulo se entra a una sala espaciosa, amplia. Las paredes están pintadas de azul; el techo ahumado, y las ventanas tienen rejas de hierro. El olor es tan desagradable que en el primer momento cree uno encontrarse en una casa de fieras: huele a col, a chinches, a cera quemada y a yodoformo. // En esta sala hay unas camas clavadas al piso; en las camas ─estos, sentados; aquellos, tendidos─ hay unos hombres con batas azules y bonetes en la cabeza: son los locos”.
El llamado por algunos “imán”, un atractivo necesario en el inicio de una narración como recurso para interesar al lector en su lectura, en Chéjov está garantizado. En el comienzo de sus cuentos se dejan caer informaciones aparentemente insignificantes, en que están claves importantes anunciadoras de algunos elementos del desarrollo del cuento; veamos el arranque del cuento “En la oscuridad”: “Se le mete una mosca por la nariz al vicefiscal, el consejero Gaguim. Aunque se metiera allí por casualidad o por ligereza, aprovechando la oscuridad, lo cierto es que la nariz no soporta la presencia de un cuerpo extraño y Gaguim se lanza a estornudar con tal estrépito, que hace crujir la cama. // La esposa de Gaguim, María Michallovna, una rubia regordeta y robusta, se estremece y se despierta. Abre los ojos, escudriña en la oscuridad, suspira y se vuelve del otro lado. Al poco rato, de otra vuelta, aprieta los párpados, pero el sueño no vuelve. Después de varias vueltas y suspiros se incorpora, salta por encima del marido, se calza las zapatillas y se aproxima a la ventana…”. Se intuye lo que vendrá.
El escritor ruso fue uno de los primeros que contribuyó para que el narrador no se vea en la obra; su estilo desaparece al autor y fija su atención en lo que se ha llamado “behaviorismo”, una corriente psicológica que estudia la conducta de los individuos, el análisis del comportamiento de ellos y, sobre todo, la ingeniería para desarrollarlo. En ese sentido, el empeño del autor se concentra en mostrar y no explicar la conducta, ni mucho menos evaluarla; su interés se basa en desplegar las condicionantes que proporcionan datos para elaborar el proceder de sus personajes. Una buena parte de su obra narrativa es behaviorista, sin dejar los asuntos en la superficie, pues los sucesos y situaciones se ahondan hasta donde se permite encontrar causas y razones, aflorando un humor en la tragedia, la solución graciosa en medio del drama, aunque en su carrera literaria, iniciada como escritor humorístico, se fue alejando del humorismo y fue acercándose a una concepción de desgarramiento sentimental, precursor del pesimismo como factor persistente de la depresión en la modernidad. No en balde ha sido calificado de “alegre melancólico”. Los cuentos de Melpómene, su primera obra narrativa publicada en 1884, revelan más alegría y serenidad que los últimos escritos en el siglo XX, en que el donaire, gracejo o ironía liviana fueron sustituidos por la sátira cruel, la caricatura y la mueca.
Puede asegurarse que Chéjov estableció una poética que llega a nuestro tiempo e inauguró una manera consciente de usar la técnica para la narración breve. Baste revisar algunas de su correspondencia en que declaraba que tenía muy en cuenta las pequeñeces dejadas caer de manera intencionada en la construcción psicológica, evitaba el sentimentalismo y los lugares comunes, no cargaba de exageración positiva a su héroe o heroína, mostraba la ridiculez de la cotidianidad, rehuía de los abigarramientos de efectos y buscaba un centro de gravedad para dos personajes: generalmente, un hombre y una mujer. En carta a A. S. Souvorin, de 1890, afirmaba: “‘Robar caballos está mal’. Pero eso se sabe desde hace mucho tiempo sin necesidad de decirlo. Dejemos que el jurado lo juzgue; mi oficio es simplemente mostrar cómo es la gente. […] Cuando escribo confío plenamente en que el lector añadirá los elementos subjetivos que están faltando en el cuento”. Estaba convencido que la escultura de un rostro en una pieza de mármol, solo es necesario eliminar todo lo que no es cara: lo demás, no era de su interés.
Los diálogos de los cuentos de Chéjov son reveladores, naturales y sencillos. Un ejemplo es el cuento “Cronología viviente”: en la sala del consejero Sharamikin, “señor de edad, grises patillas de funcionario y tímidos ojos azules”, conversa con el vicegobernador Lopnev; cerca está Anna Pavlovna, “vivaz y graciosa damita de aproximadamente treinta años y un piquito”, mujer de Sharamikin, quien le va respondiendo a su marido los olvidos de su parloteo, pues recuerda la llegada de artistas famosos que recibe su mujer, pero no se acuerda de la fecha exacta de los ilustres visitantes al pueblo, y… a los nueve meses coincide con los nacimientos de sus hijos Nina, Kolia y Vania.
Los personajes de las narraciones de Chéjov son generalmente seres abúlicos, mediocres, monótonos, desolados, ignorantes, pobres, infelices, ignorantes, prejuiciosos… Mujiks, otro de sus largos relatos, presenta una asombrosa objetividad o verismo; fue publicada con muchas amputaciones y un fragmento del comentario del propio censor pone al descubierto la verdadera situación social del campesinado ruso en los tiempos del zar: “Durante el verano, los campesinos trabajan de sol a sol con todos sus familiares, sin que ello les valga el asegurarse el pan, aunque solo sea para medio año. Pese a arrastrar una existencia semihambrienta, casi todos ellos se emborrachan a menudo. Para beber no regatean nada; ni siquiera vacilan en vender su propia ropa. Ebrios, tratan brutalmente a sus mujeres, y aunque las dejen marcadas, se consideran con derecho a ello y se sienten seguros de su impunidad. A su desamparo, ya grande de por sí, viene a añadirse la pesada carga de los impuestos, que agobian a los labriegos y a sus familias…”. De ahí que el escritor ruso, al presentar este ambiente social, haya recibido la etiqueta de “naturalista”.
En realidad, Chéjov posee una forma propia de abordar los asuntos sociales de su época con su sobresaliente técnica de sus temas, porque “la brevedad es hermana del genio”, y muchas de las esencias de los contenidos tratados han sobrepasado los tejidos sociales de su época y hoy se presentan bajo otras formas, en cualquier sociedad. Sacrificó numerosas páginas admirables que sobraban en el contexto literario y descubrió la auténtica conducta humana más allá de su tiempo y lugar. En una lectura actual apreciamos que su obra literaria previó el destino de la modernidad. Además de los relatos mencionados en este trabajo, son recomendables cuentos o novelas cortas como: “La estepa”, “Boda por interés”, “Campesinos”, “La muerte de un funcionario”, “Dolor”, “Las ostras”, “Angustia”, “El hombre enfundado”, “El monje negro”, “El álbum”, “La lectura”, “Una historia aburrida”, “Ganas de dormir”, “El arte de la simulación”, “El camaleón”, “Discursos inocentes”, “El espejo torcido”, “El gordo y el flaco”, “Una obra de arte”, “En la barbería”, “La esposa”, “Gente sobrante”, “Las islas voladoras”, “Ladrones”, “Relato de un desconocido”, “Vanka”, “Zinochka”, etc. La actualidad de la obra literaria de Chéjov fue pronosticada por el científico y pensador anarquista ruso Piotr Kropotkin: “Nadie mejor que Chéjov ha representado el fracaso de la naturaleza humana en la civilización actual, y más especialmente el fracaso del hombre culto ante lo concreto de la vida cotidiana”.
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