Mi hermano Fidel, un documento fílmico excepcional


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El cineasta Santiago Álvarez se encontraba inmerso en la realización del documental La guerra necesaria (1980), cuando invitó a Fidel Castro a conocer a Salustiano Leyva, un anciano que a los 11 años conoció a José Martí unas horas después de su desembarco, junto al Mayor General Máximo Gómez, por Playita de Cajobabo.

El delegado del Partido Revolucionario Cubano arribó a Cuba el 11 de abril de 1895, acompañado también por los generales Francisco Borrero y Ángel Guerra, el coronel Marcos del Rosario y el capitán César Salas. La llegada de Martí y el resto de los expedicionarios significaba un impulso a la guerra iniciada el 24 de febrero de 1895, empeñada en la unidad de los cubanos por la independencia de la nación.

Fidel formaba parte de los entrevistados de La guerra necesaria, un texto fílmico producido por el ICAIC que contó con los excepcionales testimonios de Raúl Castro, Juan Almeida Bosque, Vilma Espín, Haydée Santamaría, Celia Sánchez Manduley y Faustino Pérez, entre otros protagonistas de la Revolución.

El Comandante aceptó la invitación de Santiago, y a partir del encuentro con Salustiano nació el emotivo relato documental Mi hermano Fidel (1977).

Acompañado de Rebeca Chávez (coguionista), Iván Nápoles (operador de cámara) y Gerónimo Labrada (sonidista), el cineasta se posicionó en una pequeña casa de humildes cubiertas y desnudas ventanas, una vivienda en cuya geometría apenas se pudo tomar renovados ángulos, requeridos detalles interiores, tercos contraluces; enriquecedores recursos de toda puesta audiovisual.

En este filme Fidel fue el entrevistador de un testigo de nuestra historia que en aquel momento superaba los 90 años de edad. Salustiano era un hombre lúcido, sensible, de austeras palabras, dispuesto a compartir los resquicios de su memoria.

Mientras, el singular periodista se mostraba indagador, cercano, atento a las evoluciones de su interlocutor, apuntando hacia detalles humanos, a lo verdaderamente relevante de un pasaje que transcurrió en pocas horas.

Fidel trazó sus palabras para cartografiar el significado que hoy —con este filme documental— podemos interpretar y reconstruir mejor bajo el claro matiz de sus interpelaciones.

Atento a los ademanes de Salustiano, el diálogo pausado hurgó en lo esencial, en los recuerdos atesorados por el menudo hombre. Fidel, vital defensor de la historia, aprovechó las circunstancias de un momento excepcional para requerir las vivencias del protagonista, materializadas en las texturas de un filme conmovedor, de sobria escritura biográfica, de palabras curtidas por los cercos del recuerdo.

Iván Nápoles se apropió de los gestos de los personajes, sentados en proximidad. Construyó primerísimos planos para edificar las texturas humanas de dos hombres reunidos por las circunstancias. Pintó con la lente entradas de luz que humanizaron el proscenio.

La economía de los movimientos fotográficos de esta puesta fílmica subrayó lo austero de aquella vivienda apacible, intricada en lo recóndito de la provincia de Guantánamo.

El encuadre de Mi hermano Fidel está bocetado con mágico aplomo: delata la estatura física de un hombre curtido por los años de muchas vidas. Comparte las aferradas vivencias que dejaron de ser de su patrimonio personal.

Salustiano revela, para el necesario conocimiento, el dato preciso que contribuye a cimentar el mapa esencial de un pasaje de la historia de la nación, todo ello en enmarques apretados de limpia fotografía.

Santiago Álvarez armó un sentido texto fílmico, compuso con sabia lo sosegado de un diálogo. Dominó desde los estamentos del surrealismo el realismo de cortos cruces de palabras. Un encuentro no exento de sorpresas, de momentos simbólicos y declarados datos históricos, que el entrevistador supo pulsar, también, con la fuerza que solo inspira la ternura.

El filme no solo documenta lo excepcional del encuentro, construye una huella, edifica una memoria. En tan solo 16 minutos de cromática película, el documentalista reescribe texturas humanas, historias de vida, aflorados recuerdos, compromisos cumplidos o postergados, con apego a los hechos narrados en tono de crónica íntima.

El músico Leo Brouwer se integró al filme con una pieza que evoluciona en la cartografía del documental, en la que cuerdas y vientos afloran en ricas variaciones. Las notas subliman el lirismo del silencio, prologan los sonidos de la naturaleza, la curva emotiva de las palabras y la trascendencia del momento, articuladas con los discursos que emergen en sincronía, andamiajes estos de profundas metáforas.

Fidel no solo pulsa sus palabras indagadoras para saber de Martí y sus acompañantes en aquel histórico arribo a la Patria. Inquiere con esmerado celo en las problemáticas familiares y personales de este anciano, limitado por su escasa vista, movilidad y recursos. Un hombre que solo al final de este encuentro supo que su “amigo” interrogador era el Comandante en Jefe.

Es realmente valiosa la arquitectura edificada en el documental, pues aporta singulares datos del pasado que el testimonio puede dimensionar. La reconstrucción que propone Mi hermano Fidel es lúcida y posibilita ser contrastada con las notas que escribió José Martí en su Diario de Campaña, un medular texto de la historia de Cuba donde el Apóstol relata su arribo por Playita de Cajobabo.

La obra documental de Santiago Álvarez está sellada por la fuerza imprescindible de la emotividad. El cineasta asume sus encargos fílmicos con objetividad gráfica, sello distintivo de toda su filmografía, y esta entrega distingue en ese esencial apartado.

Como legítimo recurso, la poesía fílmica, que transita entre idas y vueltas, es parte de los atributos de Santiago como creador de imágenes atemporales. Son curtidas trampas “perecederas” que el lector incorpora, inconscientemente, a su hábitat afectivo. Esta suma de atributos ubica al documentalista en una suerte de “cineasta autoral”, constructor de metáforas de sustantivos cruces.

El periodismo cinematográfico es parte de los anclajes conceptuales y prácticos de su ejemplar obra. La crónica, como elemento de narración le distingue del resto de los cineastas latinoamericanos de su generación. En la raigal estructura de la pieza habita esta fortaleza, este recurso eficaz para la comunicación con los más diversos públicos y culturas.

“Soy de los que defienden desde siempre la tesis de cine urgente”, sentenció Santiago Álvarez. El cineasta sintió la necesidad de filmar este momento, este encuentro, aparentemente “intrascendente”.

Tras el proceso de montaje y curtido acabado, Mi hermano Fidel creció como un esencial documento para la historia de la nación cubana. ¿No es simbólico que Fidel conectara con Martí apropiándose del testimonio de Salustiano Leyva?

El cine nos lleva al pasado, sugiere una atmósfera, provee de imágenes a los espectadores y, por su fuerza seductora, crea una sólida idea de lo pretérito, legítimamente fantasiosa.

Al no ser testigos de ese tiempo consumado, el cine lo reescribe, lo condensa, lo simboliza. Es un arte que, en Cuba, ha de emerger cómplice de nuestra historia en pensadas pausas, en construidas estrategias, con excelsos guiones fortalecedores de la unidad, la cultura y los valores. Mi hermano Fidel es un ejemplar referente cinematográfico de estas ideas.

Ficha técnica

Titulo original: Mi hermano Fidel

Dirección: Santiago Álvarez

País: Cuba

Idioma original: español

Formato: 35 mm

Categoría: Documental

Tipo: color

Duración: 16 min.

Año de producción: 1977

Productora: Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficas (ICAIC)

Guión: Santiago Álvarez, Rebeca Chávez

Producción: Mario Canals

Fotografía: Iván Nápoles, Raúl Pérez Ureta

Edición: Miriam Talavera

Música: Leo Brouwer


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