Es muy difícil narrar y describir lo que no se ha vivido, sin embargo el escritor David Martínez Balsa (La Habana 1991), ha podido reproducir de una manera muy vívida en su cuaderno de cuentos Minutos de silencio (2018) evocaciones de la guerra de Angola, con una gran capacidad de apropiación de las vivencias de otros y con una evidente empatía y sensibilidad con los recuerdos de estos.
En la edición habanera de la XXVIII Feria Internacional del Libro fue presentado este volumen, publicado por Ediciones Unión y ganador del Premio David de Cuento en el año 2017.
Sergio Acevedo y Raúl Flores Iliarte constituyeron el jurado que confirió este premio, presididos por Eduardo Heras León, Premio Nacional de Edición, y también de Literatura, a quien se dedica esta FIL.
Es esta una interesante coincidencia, ya que Martínez Balsa declaró a raíz de recibir el lauro, que el sostén de sus relatos son las vivencias de su tío Rey, «veterano de guerra y zapador», según reza en la dedicatoria del libro; los recuerdos de otros conocidos que combatieron en Angola, pero que, además, el propio Eduardo Heras León fue un referente esencial a partir de sus narraciones sobre la invasión de Girón en abril de 1961, acontecimiento bélico en el que participó.
Algunos pasajes del volumen remiten a ese extraordinario compendio de cuentos que es La guerra tuvo seis nombres, escrito por Heras León en 1968 y con el que obtuvo el Premio David de ese año, lo cual refrenda lo señalado por el autor y evidencia otra correspondencia entre ambos autores, y otra casualidad los ubica en el Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso, dirigido por Heras León y del cual es graduado Martínez Balsa y en el que en 2015 obtuvo la beca de creación «El Caballo de Coral».
Minutos de silencio seguirá el recorrido del evento literario por todas las provincias del país y merece llamar la atención de los lectores sobre el mismo en tanto brinda una amplia visión sobre la participación de los cubanos entre 1975 y 1991 en la Operación Carlota, ayuda militar internacionalista prestada por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Cuba a la República de Angola, participación que fue definitiva en la lucha final contra el colonialismo y el apartheid en África.
Los personajes que describe Martínez Balsa, son cubanos, lo es el protagonista de cada cuento que a su vez es el narrador; los miembros de las FAPLAS o la UNITA, tienen un rostro menor en los relatos.
Son cuentos cubanos, Angola está como locación pero en estos la atención se centra en la mente, el espíritu y el alma de los personajes; no obstante se narran combates, escaramuzas, emboscadas, pero son el pretexto de lo que pasa por la mente y los sentimientos de los soldados cubanos.
El protagonista-narrador, a pesar de que es un hombre diferente a partir de sus relaciones familiares, es uno mismo en cuanto a sus interpretaciones de la guerra y la vida, y sus reacciones ante las situaciones extremas en las que el autor lo ubica en cada narración, donde se intercalan reflexiones filosóficas sobre las huellas psíquicas de la guerra.
No es esta la única constante en el libro; lo son también, la muerte, por supuesto, el miedo y la insistencia de varios personajes de negar su condición de héroes.
Minutos de silencio se estructura en ocho relatos, todos plenos de intensidad dramática, violencia y crudo realismo que describen con igual veracidad las heridas de la piel de los personajes que las internas, y sus contradicciones psicológicas, a la vez que constituye un testimonio de innegable valía en tanto aporte a la memoria histórica de los cubanos.
Los cuentos se interrelacionan, como es el caso del cuarto relato Minutos de silencio, definitivo en el conjunto, en el que se hace referencia a situaciones ocurridas en los tres primeros cuentos.
El título del volumen, el autor lo explica en la cuarta parte del relato Minutos de silencio, a través del diálogo entre Efraín y Marcos en el que analizan la muerte. Efraín dice:
« Polvo somos y en polvo nos convertiremos», y Marcos riposta: «Eso es pa’ la gente común, asere…Te hablo de los soldados que mueren en la guerra. Esos se vuelven minutos de silencio; ya sabes, algo que, al recordarlo, hace que se te traben las palabras y te duela el pecho».
La narración capta la atención del lector desde las primeras líneas, más allá de la empatía con el tema que tenemos los cubanos. El lenguaje es duro, directo, como la guerra, pero a la vez es el del cubano genuino, lo cual también es una contribución a la humanización de los héroes.
Con economía de recursos y precisión, el autor describe las operaciones militares, las diferentes circunstancias por las que atraviesan los combatientes, sus luchas internas, sus dilemas morales, con un discurso documental, cual imágenes cinematográficas con una ritmo incesante, y por momentos coloca algunas metáforas que ofrecen alivios líricos en medio de tanta muerte.
Aunque es un libro muy triste, conmueve con distanciamiento; niega el melodrama, y no conduce al llanto, a pesar de estar los personajes en la mayoría de los relatos al borde de la muerte.
El humanismo que Martínez Balsa subraya en sus personajes tiene entre sus más evidentes pilares el reconocimiento que hacen estos del miedo. En varios cuentos los personajes lo expresan pero a la vez muestran cómo se sobreponen por diversos caminos a éste: «Todos tenemos a la muerte. Las ansias de vivir son el engranaje que impulsa nuestra resistencia», expresa el narrador en Los ojos de Samuel; más adelante, confiesa: «Estoy muerto de miedo. Ese miedo mantiene mi dedo presionando el gatillo» y cuando cae en la emboscada, a punto de morir, dice: «Tiemblo del dolor, del miedo».
En el relato Plegaria, cuya dedicatoria reza: «A todos los soldados cubanos y angolanos que dieron la vida en la guerra de Angola», el narrador revela: «Ya no se qué hacer con este miedo»; este miedo, en un momento álgido de la narración lleva a un personaje a arrepentirse de haberse alistado.
Pero hay además una diversidad de reacciones humanas ante el peligro y la muerte; también se cuenta la valentía de un zapador que se sacrifica en el primer cuento, Mi ángel zapador, por salvar la vida de un compañero.
Los personajes de estos cuentos son en su mayoría jóvenes, en los que se aprecia una ingenuidad por desconocimiento, que les achacan los soldados más experimentados; a la par se describen la añoranza perenne a la familia; la bondad y la solidaridad que los caracteriza.
Aunque la familia, el recuerdo de esta, es una presencia invariable a lo largo de todo el libro, es Minutos de silencio la narración que asume la influencia que la tragedia de la guerra trajo a algunas familias cubanas, la transformación psicológica de los combatientes al regresar a la Isla, la locura de algunos, a partir del reencuentro de Efraín con su esposa e hija y la necesaria atención que recibe de un psicólogo, por las pesadillas, los sonidos que escucha y la imagen perenne de la lucha en aquella aldea y su participación en la decisión de matar a niños con AK’s, utilizados por la UNITA para atacarlos con granadas.
El médico pregunta a Efraín « ¿No te consideras un héroe?», y este le responde: «Me considero un sobreviviente, doctor. Punto».
Es de destacar que un joven que no vivía cuando pasaron los hechos, traiga al presente este libro sobre las conmociones, marcas y consecuencias para los combatientes y sus familias, de un acontecimiento histórico que permanece en el imaginario del cubano.
Las narraciones que conforman Minutos de silencio son un tributo a los cubanos que participaron en la guerra de Angola que, para todos, de una u otra manera es un capítulo de la historia de la nación que dejó huellas hondas y disímiles, según fueron las aproximaciones al mismo; unos la vivieron como protagonistas o a través de personas cercanas que es también una forma de protagonismo; otros pasaron todos esos años esperando las noticias de las batallas ganadas y perdidas, hasta la victoria final y los muertos, que pesan siempre en la memoria.
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