Nuestra Haydee: Con la Revolución y con la Casa


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En 2020, con motivo de los cuarenta años de la muerte de Haydee Santamaría la periodista Esther Barroso preparó un compendio especial de pasajes que recuerdan viva a la heroína del Moncada, la Sierra, la clandestinidad y el exilio, la fundadora de la Casa de las Américas. La serie de historias, que quedó publicada con el título «Nuestra Haydee», permite acercarnos a esa mujer extraordinaria. Hoy cuando vivimos otro 28 de julio, creemos oportuno compartir uno de estos pasajes.

La Casa de las Américas fue, junto con el ICAIC y la Imprenta Nacional, de las primeras instituciones culturales fundadas por la Revolución cubana. La edificación, que desde el 28 de abril de 1959 la acoge, empezó a funcionar con el nombre de Casa Continental de la Cultura en 1953. Con ese fin habían sido adquiridas en 1947, por la Asociación de Escritores y Artistas Americanos, tanto la finca urbana como la casa edificada con anterioridad en ese terreno, que se amplió y transfiguró hasta llegar a ser el interesante edificio art-decó que vemos hoy. Tal asociación existía desde 1934. Nada mejor que conocer por las palabras de Haydee de qué manera se transformó, no el local, sino el concepto de esa casa, desde el primer instante en que ella puso allí sus pies y su cerebro:

«Se nos plantea dirigir ese organismo. Yo no entendía bien por qué tenía que ir yo allí. Yo no estaba entre las personas llamadas del arte y la literatura, ni siquiera tenía cultura. Había tenido poco tiempo para estudiar, mucho para leer, porque esa siempre ha sido una de mis actividades constantes: leía a Martí, a Mella, a Villena y todo lo que me caía en las manos, sin una recomendación de nadie. Armando[1] era Ministro de Educación y me enviaba a los lugares a ver qué eran. Y tuve que decirle que no era nada. Era un organismo que habían inventado unos cuantos para editarse sus propios libros, decir sus propias conferencias y oírse entre sí. Pero le digo que nos conviene mantenerla para convertirla en lo que quisiéramos y que yo no debía irme de ahí. Y empiezo a pensar: cuando nos aíslen en nuestro continente, era importante no asilarse de la cultura latinoamericana porque sería muy triste. No podía aceptar que por el aislamiento que íbamos a padecer –y que ya Fidel avizoraba- nuestro pueblo no supiera cuáles eran nuestros antepasados indígenas, quiénes eran los escritores y artistas…, que pudieran nuestros trabajadores conocer nuestras raíces. Y de esa forma la Casa comienza a tener relaciones con organismos llamados autónomos, con universidades, con escritores y artistas. Y rompimos el bloqueo, aunque solo fuera en el orden cultural.»[2]

Nadie le dio clases a Haydee de política, mucho menos de arte. Apenas llegó al sexto grado en la escuelita del batey del Central Constancia. Sin embargo, no son pocos los intelectuales cubanos y extranjeros que han reconocido su inteligencia y sagacidad en cualquier ámbito del acontecer cultural. De acuerdo con Martha Rojas, el nombre de la Casa se debe a Haydee: “En una reunión al respecto en la que yo estaba, alguien sugirió ponerle Casa de América Latina, entonces empezó el debate sobre si quedaba excluido el Caribe. Ella se quedó pensativa hasta que dijo: ¿y por qué no Casa de las Américas?[3]

Rápidamente Haydee supo atraer a figuras de la cultura cubana que pudieran ayudarla a echar a andar el proyecto, de manera que dese los primeros meses nombres como los de Alejo Carpentier, Nicolás Guillén o Virgilio Piñera, entre muchos otros, contribuyeron en la idea que casi de inmediato dio lugar a lo que han sido sus grandes símbolos: el Premio Literario y la revista Casa de las Américas. El pintor Mariano Rodríguez, quien ya en 1959 gozaba de reconocimiento internacional, se consagró desde muy temprano a la vida de la Casa como subdirector y fue uno de los que reconoció el liderazgo de la mujer combatiente que había asumido un rol en el que nunca se imaginó a sí misma: «La Casa de las Américas gracias a ella siempre tuvo una dirección colectiva y aceptábamos las tesis de ella. La Casa se debe a Haydee porque ella la concibió, le dio las pautas durante todos estos años.»[4] En el propio año fundacional llegó a la Casa una jovencísima Marcia Leiseca, a quien todos reconocerían como la mano derecha de Haydee en las labores organizativas. Quienes no vivimos aquella etapa, tenemos en ella el testimonio directo del día a día junto a la fundadora: «Para nosotros, Haydee era parte de nuestra vida cotidiana. Nos parecían naturales su paso ligero y veloz, sus monólogos, su permanente rebeldía, su hablar a veces vago y reposado, su mirada perdida en un horizonte al que no alcanzábamos, su imaginación desbordada, su infinita ternura y la exuberancia de su pensamiento y su lenguaje.»[5] Trabajar con Haydee Santamaría fue para Roberto Fernández Retamar desde 1965 uno de los granes privilegios de su vida y así lo hizo saber en innumerables ocasiones: «Ella mezclaba un humanismo extraordinario con el rigor y la profunda vocación revolucionaria, por eso no solo marcó a la Casa sino a cada uno de nosotros»[6]. Y como si no distaran décadas entre los anteriores criterios y el que sigue, escuchamos a Haydee decir en expresión de gratitud y sentido de la cooperación: «De los compañeros que trabajan en la Casa, como Mariano, Retamar, Galich, Lesbia, aprendo mucho, son mis verdaderos asesores en problemas estéticos»[7].

Su anti burocratismo, el desenfado con que dirigía los Consejos de dirección, su interés por el diálogo franco y abierto sobre temas concernientes al arte y la literatura, le hicieron ganar el respeto y cariño de su colectivo:

«Yo dirijo la Casa de las Américas y yo les diría a ustedes con toda sinceridad que de arte lo que conozco es por sensibilidad nada más, por sensibilidad como ser humano, que por sensibilidad se llega a todo. Por sensibilidad yo llegué a luchar contra la tiranía de Batista, por sensibilidad yo en el central donde vivía no me puse al lado del dueño, me puse al lado de los trabajadores (…) Entonces por sensibilidad también me gusta el arte, me gusta la pintura. Pero no digo: es bueno o es malo. Digo: me gusta o no me gusta, porque nunca me siento una técnica para decir: sirve o no sirve. Pero sí busco en esta institución a los que conocen, a los que saben.»[8]

Pero en Haydee Santamaría todo pasaba por su compromiso con la Revolución cubana. Y si bien asumió la creación de la Casa a partir de una comprensión de la necesidad de proteger y divulgar para los cubanos los valores de las culturas latinoamericanas y caribeñas y también por la utilidad de ofrecer, desde Cuba, un espacio común para el conocimiento mutuo de los creadores de las Américas, la institución sería además, según su visión, un bastión en la defensa de los principios antimperialistas y del ideal todo de un proceso transformador que era liderado por Fidel Castro. Tenía una fe profunda en que aglutinar a los escritores y artistas de la región en torno a la Casa era una vía para mostrarles la verdad de Cuba y por consiguiente darles la posibilidad de defenderla:

«Comencé a trabajar en la Casa de las Américas desde 1959, pero no fue mi único trabajo. Estaba incorporada a varios a la vez, entonces era una gran necesidad. Después continué trabajando fundamentalmente en Casa, porque desde los primeros momentos de la Revolución nosotros sentimos el valor de la cultura latinoamericana, la cultura de nuestros pueblos. Y para nosotros la cultura de Nuestra América tenía tanta importancia como cualquiera de los trabajos más importantes que pudiera hacer un revolucionario. Primero había que defender la patria, al suelo, y vestirnos varios meses con nuestro querido traje verde olivo. Pero cuando nos dimos cuenta que había ya todo un pueblo, que había muchos hombres y mujeres que estaban dispuestos a ponerse el traje de la milicia, nosotros nos pusimos el traje de civil y empezamos a trabajar en la Casa, la que para nosotros era también un combate.»[9]

Sin embargo, nadie más lejos del dogmatismo político o del extremismo. Su diapasón era capaz de dar cabida a los más arduos debates intelectuales, con matices políticos o no, y prohijar las más diversas y riesgosas formas de hacer el arte o la literatura, ya fuera por novedosas, experimentales o incomprendidas. Ya lo ha dicho Silvio Rodríguez en más de una ocasión: “La Casa es la obra de Haydee y de muchos que estuvieron a su lado, no solo cubanos (…) Es probable que después hayan existido otras instituciones que hayan emulado en importancia, pero la Casa fue clave en el momento de definición latinoamericana en que surgió y lo que logró hacer en cuanto a unificar, detectar montones de talentos escondidos en nuestros países, a hacer justicia con muchos que estaban discriminados o perseguidos. Todo eso ha sido una contribución a la unidad latinoamericana.»[10].

Y año tras año, en el recibimiento a los jurados del Premio Literario, se reitera un precepto que Haydee Santamaría plantó para que echara raíces perdurables y definiera la ética de la institución en lo adelante:

«La calidad está antes que nada. Y siempre decimos que son ustedes los únicos que deciden el Premio (…) Tal vez pueda parecer que premiando a un cubano, se ayuda a esta institución. Y yo les diría que premiando a una buena obra es como se ayuda al Premio (…) Ustedes premien lo que consideren mejor y en el caso de los cubanos, no importa si la obra refleja o no a la Revolución cubana.[11]

En ocasión de su aniversario 50, la Casa tuvo la genial idea de publicar un volumen que bajo el título de Destino: Haydee Santamaría hace honores a una sabia frase popular: que nadie te lo cuente. Un conjunto de cartas seleccionadas de entre cientos de misivas que creadores de todas partes enviaron a Haydee, nos confirman la admiración que ella supo ganarse. «Haydee querida», «Estimada compañera», «Recordada amiga», «Haydee queridísima, dulce e indoblegable», no son solo cumplidos o respetuosos encabezados, sino que cargan el verdadero sentir de quienes además le cuentan dolores y alegrías, le envían propuestas, le solicitan ayuda o le ofrecen apoyo. Los nombres de los remitentes se mezclan, también sus frases: «me pongo enteramente a sus órdenes», «puede contar conmigo para lo que sea», «quedo libre para ir a Cuba cuando lo desee», «la vida y las palabras suyas estructuran mucho de la fe que necesita América», «aquí me tienes como vocinglero instrumento agradecido», etc.

A Roberto Fernández Retamar le gustaba contar sobre su deslumbramiento al presenciar los diálogos entre Haydee y los escritores y artistas que pasaban por la Casa. Singular relevancia tendrían para él las conversaciones entre ella y Julio Cortázar: «El dueño de las palabras fascinantes prefería escuchar, fascinado, sobrecogido, el fluir de la conversación inagotable que brotaba de aquella mujer».[12]

Un año antes de su muerte, se celebró el aniversario 20 de la Casa de las Américas. Para entonces el cineasta y poeta Víctor Casaus filmó a una Haydee Santamaría que nos conduce por su casa, por la que ella quiso fuera hogar de todas las personas que en las Américas aspiraban a la justicia social. La vemos exhibir, orgullosa, los resultados del trabajo de dos décadas, abrir puertas, presentar a sus compañeros, acariciar entrañables piezas de la colección de arte, entrar en su pequeña oficina, balancearse en su mecedora, como quien va a estar siempre en esos espacios:

Siento en estos 20 años de trabajo, que a pesar de yo no ser una artista, de no ser una escritora, haber logrado un trabajo de unión y haber podido, desde esta Casa de las Américas, hacer ver que los escritores, los artistas, no son otra cosa que trabajadores del arte, que no hay una división. Me siento muy feliz de que hoy todos los creadores de verdadero valor de esta América nuestra y los de Cuba son amigos de Casa de las Américas y muy amigos de quien dirige la Casa de las Américas. Pero también diría que para los trabajadores que están conmigo en esta casa hace 20 años, para los que hacen posible que esos artistas y escritores logren todo esto, esos trabajadores también sienten que Casa de las Américas en su obra (…) Entre lo mucho que ha sido la Revolución cubana para mí, porque para mí no hubiera sido nada sin la Revolución, pero junto con ella, Casa de las Américas para mí ha sido mi casa.[13]


[1] Armando Hart, combatiente de la Revolución y esposo de Haydee Santamaría

[2] Charla de Haydee en la Central de Trabajadores de Cuba, 1974

[3] En entrevista para el documental Nuestra Haydee, 2014

[4] Grabación del Archivo Casa de las Américas

[5] Discurso por el vigésimo aniversario de la revista Casa de las Américas, 1979

[6] En entrevista para el documental Nuestra Haydee, 2014

[7] En entrevista con Jaime Sarusky, Bohemia, 1977

[8] Charla en la Casa sobre el Premio Literario, octubre de 1967

[9] En entrevista con Basilia Papastamatíu, Juventud Rebelde, abril 1979

[10] En entrevista para el documental Nuestra Haydee

[11] Discurso en la constitución del jurado del premio Casa, 1968

[12] De Haydee entre el fuego y la luz, palabras leídas en el Museo de la Revolución, 1991

[13] Del documental Vamos a caminar por Casa, 1979

 

 


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