Onelio más allá de su tiempo (I)
II
En los Cuentos completos de 1962 de Onelio Jorge Cardoso se recogieron también las primeras piezas de su segunda etapa, como “El caballo de coral”, escrita en 1959, entre sus mejores relatos, y “En la ciénaga”, de 1961, de gran dramatismo. Uno los mayores aciertos del autor fue establecer desde la primera frase la información principal de la obra, con una síntesis y atractivo que despertaba interés por continuar leyendo ─algunos estudiosos han llamado a esta frase, “imán”─: el primer cuento comenzaba: “Éramos cuatro a bordo y vivíamos de pescar langostas”; el segundo: “Ella pudo venir de cualquier punto del redondo horizonte de cortaderas”. Otro logro de su poética es anticipar y vaticinar el tema principal sin que el lector apenas se dé cuenta, como en “El caballo de coral”, en que, además de una seria investigación acerca de la pesca de la langosta, se acuñan frases de sabiduría popular, y tanto en los breves diálogos como en las descripciones intercaladas en la narración, está infiltrado el mensaje en ejercicio ejemplar narrativo, que en este caso recuerda el papel de la imaginación y la fantasía en la vida cotidiana; el cierre es una frase memorable: “el hombre tiene dos hambres”. Los momentos estremecedores de intenso dramatismo que porta “En la ciénaga” se apegan a la realidad vivida por los habitantes de la ciénaga de Zapata. Probablemente Onelio, por su adhesión al realismo social, hubiera sido candidato a sumarse a la tendencia estética promovida a finales de los años 60 para cumplir con los estereotipos del “realismo socialista”; sin embargo, eso no ocurrió.
El libro siguiente, La otra muerte del gato, de 1964, fue un volumen de transición. Sus mejores cuentos son el monólogo “Un brindis por el Zonzo”, escrito en noviembre de 1962, e “Isabelita”, de febrero de 1963. Al primero, leído hoy, parecieran haberle pasado por encima los años; sin embargo, tuvo de inmediato valiosas adaptaciones teatrales y su argumento representaba la realidad del momento; escrito después de la tensión de la Crisis de Octubre, se siente la rabia ante a la injusticia, apoyada en el monólogo de un personaje en un bar, que poco a poco se convirtió en soliloquio, frente a un “doctor” que nunca respondió la apelación del protagonista; a pesar de las digresiones, siempre se retomaba la trayectoria del Zonzo, un infeliz alcoholizado que acabó muriendo por la mala vida que le tocó; su historia, muy ceñida y común a la situación aún presente a principios de la Revolución, tuvo una amplia recepción. La segunda narración, “Isabelita”, es todavía deudora del criollismo de su primera etapa, e incluso, de sus personajes femeninos.
Con Iba caminando, de 1966, y En un abrir y cerrar de ojos, de 1969, el narrador comenzó definitivamente su segunda etapa creativa. En ambos libros intentó dotar de más universalidad a sus temas tradicionales, y tales búsquedas evidenciaron una transición estilística en su obra, con capacidad y madurez expresiva para acometer ese segundo período. Si el rasgo distintivo en que se asentó la cuentística de Onelio en un primer momento fue la explotación de los personajes del campo y del mar, ahora emerge la transformación de individuos en Revolución, pero formados en una educación proveniente del sistema anterior. Ello obligó al narrador a concentrarse y profundizar en la conducta ética de sus personajes, más que en la descripción y la crítica al ambiente social, de ahí que perfeccionara la intriga que ronda el cuento sin exponerla directamente y elaborara con mayores matices la historia oculta que no se escribe. Si en la primera etapa insistió en personajes femeninos, ahora pensó más en un “público-meta” infanto-juvenil, práctica que se intensificó en sus últimas entregas, con un desborde de ternura e imaginación, junto a elementos de oralidad de los que nunca se desentendió. Los últimos títulos del autor casi exclusivamente se dirigieron a niños y niñas, y obtuvieron mucha recepción.
De Iba caminando pueden resultar interesantes los cuentos “Un olor a clavellina” en que la memoria de los adultos desempeña un papel significativo en el regreso a los lugares de infancia cuando hay fijaciones definitivas en la niñez ─especialmente mediante el olor─. Se redefine el sistema expresivo ante nuevas experiencias. A partir de entonces, la mayoría de sus cuentos se desarrollan en espacios urbanos y cambian las intervenciones del narrador-personaje, quien ahora actúa más dentro de la psiquis de los sujetos, y a veces, deviene testimoniante. Se reorienta el discurso narrativo bajo una atmósfera de fuerte componente ético, en medio de un sistema socioeconómico que propone el colectivismo y la solidaridad. La riqueza de sus relatos descansó más en las posibilidades interpretativas de un lector ya alfabetizado y con sentido crítico, ante un escenario de mayor riqueza cultural. Tal interacción exige que su realismo se estructure sobre una base imaginativa de mayores sutilezas. En “Estrabismo”, del mismo libro, se distingue el empleo de la observación descriptiva insertada definitivamente como elemento activo dentro de la acción narrativa. “La Melipona”, que demuestra una investigación sobre las abejas, es un buen ejemplo de caracterización de personajes con mayor agudeza y matices.
En un abrir y cerrar de ojos reserva al menos tres cuentos memorables. El primero, “Me gusta el mar”, dedicado al “Gallego Posada” ─dibujante asturiano que vivió buena parte de su vida en San Antonio de los Baños, que no tiene mar─, es un monólogo exterior o soliloquio dialogado, en que actualiza el tradicional costumbrismo con chispazos de peculiar humor entre juegos de palabras; el final fue una sorpresa. El segundo, “Hilario en el tiempo”, dedicado al historiador de arte y profesor Jorge Rigol, no tiene diálogos; el escritor narra la historia de un ser desgraciado en una situación grotesca. El tercero, que le da título al libro, “En un abrir y cerrar de ojos”, y posiblemente el mejor, reflexiona sobre la difusa religiosidad del cubano promedio y presenta otra vez la importancia de la imaginación, especialmente en situaciones límites; la interpretación de la Historia se muestra según la simpleza y simplificación de un hombre de pueblo, informado pero no culto, que está preso y ofrece una versión popular con tono burlón, como pudiera ser la de muchos cubanos; aquí la construcción del protagonista y su interacción con la virgen de la Caridad del Cobre, patrona de Cuba, logra, entre interrupciones y referencias, episodios y su interpretación, una deliciosa lectura.
En 1974 Onelio publicó el que posiblemente sea su mejor libro: El hilo y la cuerda. Se trata de una ruptura con su cuentística anterior que afianza su segunda etapa, ya insertado en el llamado Boom latinoamericano. Los recursos narrativos que había empleado hasta ese momento alcanzan un nivel de madurez expresiva depurado y universal, especialmente la esmerada utilización de las digresiones para que tributen de manera eficaz al tema central. Propuso asuntos más diversificados y pudo enmascarar artísticamente algunos de los argumentos expuestos. No solo cinceló y talló, sino que pulió e hizo brillar el carácter de sus personajes con el reiterado énfasis del papel de la fantasía, sobre todo en tres ámbitos: la infancia desde la ingenuidad, la imaginación defendida hasta la hartura y la psicología femenina. Pueden mencionarse: “La serpiente y su cola”, “Caballo”, “El hilo y la cuerda” y “Francisca y la muerte”, este último, uno de los mejores cuentos del autor; los cuatro fueron escritos entre 1969 y 1973, precisamente en el apogeo de la promoción del “realismo socialista”. En 1974 publicó Caballito blanco, y aquí sobresale “El canto de la cigarra”, en que se pone de manifiesto el poder del arte.
En “La serpiente y su cola”, de final recordable, un abuelo y su nieto conversan durante un paseo y en la evolución de sus diálogos se aprecia la comprensión del mundo infantil y el trato respetuoso que debe recibir un niño para no dañar su autoestima. En “Caballo” se demuestra de manera sencilla y breve la enorme solidaridad que puede suscitarse entre un ser humano y un animal. El cuento de atmósfera que le da título al libro, “El hilo y la cuerda”, presenta, sin manifestar directamente el asunto, el ambiente enrarecido de un hogar en que por la inconformidad de la mujer se descubren historias no reveladas.
Tal vez “Francisca y la muerte” sea el cuento más logrado de Onelio. El autor recurre a un personaje-símbolo: la Muerte, que entra de manera real en el cuento, se presenta, saluda, busca la casa de Francisca para llevársela, y en su recorrido, la descripción del paisaje colabora para entender que no es su medio. En diálogo con la nieta y la hija de Francisca, surge su primera frustración en la búsqueda de la mujer, pero persiste; llega a casa de los Noriega y tampoco da con ella; intenta en vano hallarla con los González: Francisca siempre está trabajando, haciendo labores en un lugar y otro. La Muerte tiene que marcharse porque se le va el tren de las cinco, que la devuelve a su lugar de origen. El saludo cariñoso a Francisca de un viejo conocido, que le pregunta cuándo se va a morir, da cuenta de las razones del revés de la Muerte; la respuesta no puede ser más clara: “nunca”, porque “siempre hay algo que hacer”. El cuento se atreve con un símbolo en un ambiente real, que da pie a varios motivos: una trenza retorcida bajo el sombrero, la mano amarilla metida en el bolsillo, el tiempo contado, el tren de las cinco, la imposibilidad de encontrar a la campesina; tales motivos evolucionan, como en el caso de la trenza, que se destorció al pasar por el campo lleno de luz y flores. Al describir se despiertan emociones usando el tema sobrenatural en un escenario real y el mundo psíquico en la realidad objetiva. La perspicacia de Onelio busca significados en las experiencias humanas sin recurrir al diálogo literario ni a lo artificioso, en una muda original que también opera a nivel psicológico.
A pesar de que en el tenso mundo actual se le exige a la escritura del cuento mayor intensidad y quiebres, fragmentación del discurso y juego y complejidad de voces, nadie situó mejor la ruda existencia de aquellos hombres y mujeres del campo y del mar como Onelio Jorge Cardoso en su tiempo. Además de su caracterización del clásico cuentero popular: fue el escritor cubano más constante, fecundo y universal en esos temas. La calidad artística de su obra no cedió en una segunda etapa ante una nueva realidad, sino que se engrandeció. No en balde sus cuentos han sido traducidos a más de 12 idiomas, algunos han aparecido en antologías en diversas partes del mundo y varios han sido llevados al teatro, la televisión, el ballet y el cine: fueron la imagen de la gente cubana del campo y del mar y demostraron la capacidad de su autor para evolucionar con originalidad hacia una literatura alegórica y simbólica. Los cuentos de Onelio, bien leídos, resultan eternos, aun cuando la realidad haya cambiado notablemente: llegaron a modelar la alegoría al nivel popular y lograron emplear el símbolo de una manera cubanísima. Eso es suficiente para que perduren más allá de su tiempo.
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