Fotos: Cortesía del entrevistado.
Osmanys Sánchez Arañó, es un guajiro amante del olor a tierra mojada y el silencio del campo que maravillado ante la realidad toda, la natural y la espiritual, decidió plasmarla cinematográficamente y así perpetuar ideas que pudieran servir para la salvación de la vida de muchos.
«Es imprescindible que los personajes lleguen con dignidad a la pantalla», esta rotunda frase es un principio creativo de Sánchez Arañó, graduado por el Instituto Superior de Arte en la Licenciatura en Arte de los Medios de Comunicación Audiovisual, con perfil en la dirección de fotografía.
Desde el año 2006 y hasta el 2016, formó parte del Telecentro Palma TV en Palma Soriano, Santiago de Cuba, desempeñándose como camarógrafo, pero, a la par, ha realizado más de diez audiovisuales, en la mayoría de ellos como director, fotógrafo y guionista documental, y ha colaborado en la producción de otros tantos.
Muchos de estos audiovisuales han sido premiados en diversos certámenes, como es el caso de El temporal de Ricardito, entre otros. Resultó ganador en los concursos: Por un mundo libre de violencias hacia las mujeres y las niñas, y Por un mundo inclusivo y la no violencia hacia la comunidad LGBTIQ+.
Osmanys, dice que «es mejor tostando café que haciendo documentales», lo cual no ha de ser cierto; en sus ratos libres, se refresca en el río y construye en su patio unas hermosas casitas para cobijar a las meliponas, que son abejas de la tierra que no tienen aguijón y cuando son atacadas se lanzan en grupo contra el agresor.
El realizador vive orgulloso de su condición de guajiro, porque ama la pureza y sabiduría de la gente humilde, la autenticidad de lo natural, la ausencia de abalorios físicos y teóricos que tienden a complejizar más la vida y se empeña en cuidar de las abejas sin aguijón, que a veces son mujeres y otros humanos vulnerables.
Con Osmanys Sánchez conversó el portal Cubarte a propósito de la próxima terminación de su documental Vamos a jugar.
¿Cuándo y cómo conoció usted la historia que narra su filme?
Hace varios años que vivo en San Pablo de Yao, una pequeña comunidad rural ubicada en la Sierra Maestra, en la provincia de Granma; ser un pueblito aislado provoca que cada hecho afecte el universo cotidiano de los que vivimos en este lugar.
Hace aproximadamente tres años sucede en la comunidad algo tan dantesco como un feminicidio. Si tenemos en cuenta estas circunstancias geográficas, se hace aún más difícil, porque tanto víctima como victimario son parte de un entorno reducido en el que coincidimos todos.
Por estas razones se me hace cercana la historia de Ana María Boza Almeida que tuvo que hacerse cargo de la crianza de Migue, su sobrino, al morir su hermana asesinada a manos de su exesposo.
Ana María Boza Almeida y su sobrino Migue.
¿Antes de conocer el suceso, tenía usted la intención de tratar fílmicamente el tema del feminicidio en Cuba?
Tenía el sueño, solo eso; es costoso realizar una producción cinematográfica, hace poco tiempo se materializa la voluntad política desde el ICAIC por un cine inclusivo, a través del Registro del Creador Audiovisual y Cinematográfico (RECAC), una vía desde la cual los realizadores cubanos podamos contar nuestras historias, hasta ahora visibilizadas por algunos sitios nacionales de producción de documentales y en muchos otros casos por realizadores foráneos que con los recursos necesarios para hacer cine y a través de sus puntos de vista, muestran nuestras realidades.
Vivir a más de 800 kilómetros de la capital y sin vínculos con alguna casa productora de documentales dentro de Cuba, solo al surgir RECAC se hace posible el sueño, aunque es válido reconocer que este proyecto mío responde al lanzamiento por parte del ICAIC, desde su Oficina de Atención a la Producción de un concurso Por un mundo libre de violencia hacia las mujeres y las niñas en Cuba; esta coincidencia favorece mucho más que resultara seleccionado para ser financiado desde la Oficina de Atención a la Producción del ICAIC.
¿Cómo logró que Ana María compartiera sus vivencias?
A veces los seres humanos llevamos cargas enormes, no siempre las compartimos, creo que más que un privilegio para el documentalista, este asume una gran responsabilidad al ser depositario de cualquier historia de vida.
Resulta difícil que las personas accedan a brindar sus testimonios, sobre todo en casos en que una muerte violenta está de por medio.
Yo tenía la historia en mente, hasta el título, de hecho, lo había conversado varias veces con algunos profesionales del audiovisual que compartieron junto a mí esta realización; no había profundizado en el tema con Ana María, pero sí existía una estrecha amistad, y al conocer del concurso lanzado por el ICAIC le propuse ser protagonista de esta historia para el cine.
Recuerdo que llegué a su casa y le expliqué de qué iba la historia, que no se trataba sobre la muerte, si no sobre su vida y ella estuvo de acuerdo, solo me dijo algo que está intrínseco en el documental: «lo que queda de mi vida».
Osmanys Sánchez junto a Raisel Pompa Figueredo, el productor.
La presencia de Migue es fundamental en este material, y ella es muy celosa en su cuidado; para la historia es un personaje clave y también lo conversamos, y así sucedió durante varias visitas en las que pude conocer a fondo su visión y su estoica resiliencia, hecho que marcó mi punto de vista en el tratamiento del audiovisual.
¿Vamos a jugar es un documental puro y duro o tiene elementos de ficción poética visual y argumental incorporados?
Considero que en cada obra humana está presente la ficción…el sueño, la poesía; en el caso de este corto documental, desde el propio argumento se ajusta a la realidad sobre el feminicidio ocurrido, y en paralelo cuenta la historia del acontecer desde el patriarcado y el machismo presentes en la comunidad.
Durante la etapa de preproducción pude observar las rutinas de Migue, que se repiten cada día sin alterar el orden, comportamiento que brinda elementos visuales que estéticamente pudieran asumirse, desde el público, como elementos de ficción, y el otro elemento es que el grupo de hombres que beben en el parquecito, juegan a colocarse unos cascos que tienen incorporados unos cuernos, pero que también es un hecho verídico, no fueron fabricados para este documental.
Todos estos aspectos los tuvimos en cuenta para elaborar un montaje que, una vez apreciada la obra, logre una introspección en el público: somos libres de escoger el juego, pero es importante anteponer las consecuencias.
¿Para qué usan esos cascos de los cuernos?
Ellos mientras beben comienzan a jugar y a decirse cornudos; es algo que produce risas, pero donde subyace ese juego terrible…
Es algo macabro ¿no?, es como una negación de lo que les afecta profundamente llegar a sentirse cornudos…
No creo que sea la negación, es un juego, en el que desde una posición patriarcal, y a través de ese juego, asumen el papel de jurado y arremeten contra los otros; incluso no son conscientes, al menos de las consecuencias.
Es un extraño arraigo, pero llega el momento en que la práctica de este proceder va más allá… y ya es simple, inventan si es preciso, recuerda que te decía que no son mal vistos, son parte del entretenimiento y la risa.
¿Por qué abordar el asunto desde las también víctimas que permanecen vivos?
Porque el feminicidio es un flagelo terrible que debe seguir denunciándose más allá de la muerte o el castigo, donde los sobrevivientes nunca vuelven a ser los mismos; cuando ocurre un feminicidio mueren también los sueños y los planes de varios miembros de una familia, quienes dejan literalmente sus vidas para asumir núcleos familiares truncados por este atroz proceder.
Es por esa razón que la obra pretende dirigir la mirada hacia aquellas mujeres, víctimas indirectas del feminicidio, las cuales sufren terribles secuelas a veces en absoluto silencio, desde la sociedad y desde los medios de difusión.
Desde lo legal el victimario recibe sentencia, la víctima permanece en el recuerdo de los suyos, mientras que innumerables madres, hermanas, hijas, abuelas, tías, deben abandonar una parte importante de sus vidas para dedicarse, desde el dolor ocasionado por la pérdida, a asumir una maternidad en ocasiones desde complejas circunstancias, como lo es este caso, en que Anita asume a su sobrino huérfano, dependiente de su tía por padecer trastornos del desarrollo intelectual.
¿Hay alguna intención de ver al victimario a su vez como víctima? A esto me refiero porque, hasta cierto punto lo motivan las burlas, ¿no?
Esta pregunta resulta muy importante para mí, fue una de las premisas durante el proceso de preproducción, pero no, no veo el victimario como víctima, pretendo ofrecer conductas grupales erráticas que derivan, en la mayoría de los casos, en diversos tipos de violencias, una especie de juego grotesco, en el que muchas veces, sin percatarnos, nos hacemos parte de un público pasivo que sonríe ante la burla y nos hace cómplices de la violencia.
Comentaba en el expediente presentado ante el ICAIC, que muchas veces, luego de horas consumiendo alcohol, sea en un velorio, un cumpleaños, un carnaval o un lunes en la mañana y en medio de un juego que parece ingenuo, uno de los miembros, blanco de las burlas en el grupo de amigos, va rumiando risas y palabras, recorre kilómetros por empinados trillos hasta llegar a su casa donde lo espera su familia, a veces una mujer en medio de la soledad del monte; no existen muchas opciones donde descargar la impotencia, es algo complejo que vas más allá de señalar un culpable, por eso es nuestro interés dirigir la mirada hacia una arista importante de un hecho social que puede generar la violencia contra las mujeres y las niñas en Cuba.
Hay un elemento muy importante y es uno de los mensajes fundamentales de este corto documental; durante el testimonio de la protagonista, recorremos junto a ella parte de los sucesos, y resulta evidente que su hermana tomó como un juego cada señal de violencia y de amenaza, «decía que era jugando», nos comenta Anita y dice que su hermana ante su oportuno consejo, le aseguraba: «él me quiere mucho como para matarme».
No es el juego, es la solapada manera de perpetuar el patriarcado y el machismo, que se puede palpar en muchos sitios a lo largo de nuestro país; tantos años de existencia de estas conductas que son asumidas por muchos como parte de nuestra cultura o idiosincrasia.
Han sido años de estas construcciones conductuales, años que han logrado que en solo minutos un juego pueda desencadenar una tragedia.
Esta es la esencia del documental Vamos a jugar, no es la búsqueda de culpables, no es la víctima directa, es dirigir la mirada del público hacia una de las tantas aristas que, dentro de la compleja cotidianidad cubana, puede convertir a un ser humano en un asesino.
¿El documental los muestra entonces como culpables?
No, lo que persigue es mostrarnos como responsables y sensibilizar al público en que es incorrecto naturalizar esas actitudes, pero bueno, recuerda que solo soy un guajiro contador de historias, no tengo la verdad en mis manos.
Creo, como leí una vez en el prólogo de Juan Cristóbal, del escritor francés Romain Rolland, «la verdad existe solo en la búsqueda»; nadie ha vivido lo suficiente como para encontrar una verdad absoluta.
¿Considera que la validez argumental de este filme se limita al universo rural cubano?
Es una historia enmarcada en un universo rural cubano, pero el feminicidio ha estado presente en todos los contextos sociales de nuestro país.
La validez argumental de este documental trasciende cualquier frontera, porque no va a un contexto social determinado, es un documental que dirige la mirada a las víctimas de un flagelo que tristemente sucede en cualquier escenario.
¿En qué etapa de la producción se encuentra este proyecto?
Nos encontramos en el proceso de postproducción, esperamos que la obra quede concluida en la primera semana de noviembre del presente año.
¿Piensa presentar el documental en la zona donde ocurrió el hecho? ¿Qué espera de la gente de allí?
Sí, aunque será una presentación coordinada con el ICAIC, quien es dueño de todos los derechos de esta obra, incluidos los de proyección. Espero, sinceramente, que las personas regresen a casa sin sentir culpa, solo la seguridad de que pueden elegir su juego, y he pensado esta obra desde este escenario, con el respeto absoluto para cada una de las dos familias implicadas en el hecho que narra este documental, pues quedan profundas huellas de dolor y somos sensibles ante ello.
Siempre pienso que estos esfuerzos desde la cinematografía por constituir llamadas de alerta y denunciar brutales fenómenos como la violencia contra la mujer o la homofobia, eje central de su proyecto Jíbaro, a veces se pierden pues, en la mayoría de los casos, carecen de una estrategia de exhibición pensada, coherente, dirigida, y por tanto efectiva. ¿Qué piensa al respecto?
Por las características de nuestro contexto nacional, no puede ocurrir una verdadera estrategia sin la participación de grupos multidisciplinarios que incidan en las comunidades, considero que hay muchas personas sensibles en puestos importantes, no tengo dudas de que una vez concluido este proyecto al que se ha puesto financiamiento, garantizando las vías de producción, muchas puertas se abrirán y acompañarán nuestra obra, claro que corresponde a la producción trazar dicha estrategia y llegar a cada sitio, tocar cada una de estas puertas las veces que sea necesario.
Por cada gesto de perseverancia en poner este documental en diversos espacios de nuestro país, existen mujeres y niñas para las que estos minutos de audiovisual pueden cambiar el plan de un victimario salvando las vidas de ambos, y esa es nuestra premisa.
Hace un tiempo y hablando de este documental, usted me dijo: «Sin una mirada humilde no hay manera de que los personajes tengan presencia digna en tu obra» ¿Es este uno de sus principios creativos?
Este es mi principio elemental, no hay distanciamiento más perceptible que cuando el equipo de realización no está a la altura del conflicto; no basta con convivir o compartir sus modos de vida, es imprescindible que los personajes lleguen con dignidad a la pantalla, porque llegamos a ellos por sus historias que de una forma u otra son trascendentes, a veces para un pequeño grupo, pero siempre hay que tener en cuenta que ese es su universo, y hay que mostrarlos al mundo con toda la fuerza de su dignidad y su protagonismo.
Un mundo donde sus pocas posesiones pueden ser sus mayores riquezas, y así lo entiendo, no me gusta ir mostrando precariedad o riquezas cuando se trata de la espiritualidad humana e intento cultivar la virtud en los otros a través de mi obra.
Para lograrlo, solo puede hacerse desde un respeto profundo hacia sus maneras de vida, desde una sinceridad que solo puede percibirse en una actitud humilde por parte del equipo de trabajo, de lo contrario solo sería un oportunista que recorre el mundo a merced de las vidas contadas de los personajes.
Las carencias materiales son un tema recurrente en muchos audiovisuales, en mi caso, prefiero tratar la esencia humana, las carencias espirituales que son acrecentadas por las circunstancias.
Si aceptamos que toda creación es, a la vez, un aprendizaje; ¿qué aprendió durante la realización de Vamos a jugar?
Por supuesto, toda creación es un aprendizaje, de hecho, no existe obra en la que luego no quede la insatisfacción de haber hecho algo diferente, ahí va implícito el conocimiento adquirido.
Esta historia desde su profunda y compleja temática mueve nuestra manera de comprensión ante sucesos aparentemente irrelevantes, sus posibles consecuencias, y como cineasta asumes un compromiso desde el arte, a favor del feminismo y la no violencia contra las mujeres y las niñas.
6 de Mayo de 2023 a las 18:30
Gracias por la emergencia consciente en la comunidad
27 de Abril de 2024 a las 07:42
Excelente entrevista
27 de Abril de 2024 a las 09:21
Me ha encantado leer esta entrevista a Osmany. Me ha conmovido descubrir su sensibilidad hacia un tema tan dramático de nuestra realidad y la claridad de su enfoque. Revela el alma de un documentalista que asume con responsabilidad y consciencia el.papel que el documental puede cumplir como vehículo para el cambio social. Éxitos para este necesario documental!
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