Pablo Villalobos Leal descubrió muy pronto que quería contar historias a través de imágenes en movimiento. Tenía ocho años cuando en medio de un juego con otros niños en su natal Zaragoza, en España, idearon crear una «película de miedo» con su videocámara de casetes. La experiencia le fue reveladora. Desde entonces supo que sería el cine su universo de creación.
Pablo vivió su niñez y adolescencia en la ciudad de Vigo, donde transcurrió su formación académica y hoy desarrolla una parte de su trayectoria profesional con centro en La Habana. Son esos dos puertos entre los que vive, y de los que no puede desprenderse.
Pablo Villalobos
Hijo del pintor santaclareño Nelson Villalobos, también con un quehacer a medio camino entre Cuba y España, tuvo influencias de las artes visuales, sendero que continuó explorando desde su adolescencia como gran consumidor de las artes de todas las épocas, y en especial del cine y la obra de realizadores como Porter, Dreyer, Chaplin, Keaton, Murnau, Bresson, Bergman, Kurosawa, Pasolini, Tarkovski, Parajanov, Coppola, Béla Tarr…
Con ese conocimiento embebido, emprendió sus primeros estudios en el mundo del celuloide, consumando la premisa de que «para hacer cine se necesita ver mucho cine». Cursó Estudios Superiores de Cinematografía y Televisión en la Escuela Universitaria de Artes TAI, en Madrid, hasta 2015, época por la cual ya venía colaborando en producciones de videoarte como Évame (2012), junto con Rubén Romero; La soga roja (2014), su primer mediometraje; Los ojos que no se ven y Origen, adaptación de un poemario de Daisy Villalobos, ambos de 2015; y en cortometrajes de ficción como Metamorfosis (2012) y Desconocido (2015). Ese cúmulo de experiencias creativas le permitió fundar su propia productora audiovisual, Villalobos Cine.
Recientemente, Villalobos estrenó su ópera prima, Altar (2020), una película permeada por la experimentación, con una poética minimalista y compleja en su lectura, que fantasea con la realidad, la vida y la muerte. Se trata de la historia de una pareja de artistas: un pianista y una pintora, y sus introspecciones ante una experiencia de vida sobrenatural. Tras su puesta en el Festival de Moscú y otros eventos cinematográficos, Altar fue exhibido durante la edición 42 del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana como parte de la muestra de vanguardia.
«Tuvo su estreno internacional en el 43 Festival Internacional de Cine de Moscú, acreditado por la FIAPF (clase A); su estreno latinoamericano, en el 38 Festival de Cine de Bogotá, donde fue además la película de apertura; y su estreno asiático será en enero de 2022 en el 14 Festival de Jaipur, en la India. Y que se haya estrenado en Cuba, en el Festival de La Habana, para mí es un honor, porque este festival es muy importante y reconocido a nivel internacional, pero sobre todo por poder estar cerca del público y conocer sus impresiones. El público cubano es muy culto en el cine, y eso no se encuentra todos los países».
Altar
«Altar surge desde una casa vacía. Una casa blanca. ¿Quién vive allí? Dos personas, una pareja. ¿Qué les pasa allí? Se encuentran con la muerte (su idea de la muerte) y deben hacerle frente. Con estas preguntas empecé a escribir el guion», comenta Villalobos.
Se trata de una suerte de fragmentos de la realidad, que, asegura el realizador, surgen de imágenes de la obra El descendimiento, de Van der Weyden, que marcan capítulos dentro del largometraje. A manera de puzle, el filme ensalza el silencio y la plasticidad. No es un relato común, indaga en los entresijos de la existencia humana desde una construcción abstracta, nada lineal, en la que las escenas parecen simular un ciclo. Una hora y veinte minutos en que dos personajes se desnudan de misticismos, incertidumbres y desconsuelos.
«El idioma español tiene una musicalidad que nunca pensé para la película. Las únicas voces que se escuchan son versos del poemario Los paisajes de tu mano izquierda, escrito por mi hermana Daysi Villalobos. Me resultó atractivo usar una lengua primitiva de la que se tienen pocas referencias, porque es un idioma que no tiene tiempo, como la película, que es un lugar irreconocible, con personas no identificadas, en un tiempo no concreto», añade.
Altar
A pesar de estar filmada entre La Habana y Vigo, no existe un vínculo explícito con ambos parajes. De hecho, los escenarios carecen de dimensiones y rasgos claros para su identificación. Para Villalobos, el interés narrativo de su cinematografía rebasa cualquiera de esos límites espacio-temporales.
Por su estructura y estética, alejada de convencionalismos narrativos, de escenarios y temas habituales en el cine cubano, Altar supone una película atípica dentro de la filmografía hecha en Cuba. Emprender el camino de un cine vanguardista ante un panorama cinematográfico de ficción tan apegado a la realidad tiene desventajasque el cineasta bien conoce:
«Lo más complicado es que nadie te ayuda o te apoya en los procesos de producción, o el guion no interesa, dicen que la historia es “muy extraña”, o “no se entiende”, o hay que cambiarla demasiado. Para la realización de Altar participamos en varios fondos de ayuda al cine cubano y ninguno se interesó por la película. Altar es una película cubana por estar producida en un ochenta por ciento en Cuba, pero no tuvo el apoyo de ninguna institución, ni beca, ni por parte de Cuba o de las embajadas, ni por parte internacional. Estos son los inconvenientes de hacer este tipo de cine, que, no obstante, voy a seguir haciendo».
Altar
Villalobos colaboró en 2019 con la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, centro que apoyó la posproducción y distribución de su corto Desciende (2019). Otras de sus producciones resultan Castaneda, El pueblo desnudo y Espacio Huecha, un documental realizado junto a su padre Nelson en 2014.
Sobre la estética de la filmografía de Villalobos, el crítico cubano Ángel Pérez halla similitudes con la obra experimental de creadores como Rafael Ramírez o Alejandro Alonso, y lo cataloga como una fuga necesaria a la innovación en el cine cubano.
La búsqueda introspectiva, la sobriedad dialógica y el simbolismo desplegado por cada uno de los elementos visuales y sonoros que dan vida a la trama no es tampoco un modo de hacer frecuente en América Latina. En este sentido, al cubano español le satisface advertir la emergencia de creaciones que rompen estas fórmulas: «Me ha encantado ver la muestra de óperas primas del Festival de Cine de La Habana este año, y darme cuenta de que los nuevos directores latinoamericanos tienen búsquedas muy diferentes y arriesgadas».
Altar
En Altar, Villalobos no solo asume el guion y la dirección cinematográfica, sino también el rol protagónico, junto a la actriz Laura Carralero: «Es un reto, pero disfruté mucho haciéndolo. Además, el cine digital te permite revisar al momento la grabación y saber si quieres cambiar o acentuar cosas. Me ayudó mucho Laura, detrás de cámara, atenta a todos los detalles».
Actualmente, ya trabaja en su segundo largometraje de ficción. Aún en fase de preproducción, ultima detalles del guion de «Mala sangre», título provisional de una película inspirada en el poema homónimo de Rimbaud, que espera finalizar el año próximo.
«Tendrá una estructura y un guion muy diferentes de Altar. Va sobre nuestra herencia, sobre cómo podemos cambiarla y qué estamos dispuestos a sacrificar por ese cambio», adelanta el director. En este nuevo reto creativo, Villalobos se vuelve a topar con la muerte, pero esta vez como una forma inevitable de la vida: «En la película está más presente la muerte intelectual que la física», concluye.
Altar
Pablo Villalobos sueña (dormido y despierto) con el cine, disfruta la luneta tanto como la realización. A los ocho años, aquella cámara de casete le movió el instinto de la creación, y dos años más tarde su padre le llevó de la mano de Tarkovski a conocer otro rostro del cine. Ya entonces no había marcha atrás, el imaginario de Villalobos le reservaba un camino hacia la innovación y el arte.
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