Palabras de presentación al libro «La historia en un sobre amarillo. El cine en Cuba (1948-1964)» de Iván Giroud. Ediciones Nuevo Cine Latinoamericano y Ediciones ICAIC, La Habana, 2021.
Toda revolución es una gran fuerza unificadora, que barre diferencias o las pospone, y a veces las oculta”.
Fernando Martínez Heredia
La década inaugurada por el inolvidable 2020 probablemente será escenario de la dinamización de los estudios cubanos, tanto en la Isla como en el extranjero. Significativas rememoraciones, asociadas al establecimiento y consolidación del poder revolucionario, actualizarán las disputas por la interpretación del pasado reciente, no solo entre admiradores y adversarios del sistema sociopolítico cubano; también debatirán entre sí defensores y detractores.
La desaparición, por causas naturales, de buena parte de los protagonistas y testigos no restará fuerza ni pasión a las confrontaciones. El hecho de que los contendientes sean otros, o tal vez los mismos, con ajustadas estrategias de procesamiento de su experiencia vital, introducirá cambios en lo que el intelectual haitiano Michel-Rolph Trouillot destaca como momentos fundamentales de la producción histórica: la elaboración de las fuentes o momento de “creación” del hecho; la construcción de los archivos o ensamblaje de los hechos; la gestación de narrativas o recuperación del hecho; y la composición de la Historia, que define, en última instancia, la importancia retrospectiva del proceso o acontecimiento. (1)
Ello ocurrirá en un periodo de agudización de la conciencia histórica de las sociedades contemporáneas, compulsadas por sus miembros más activos a auscultar el pasado colonial y neocolonial, sus mecanismos de dominación y actuales impactos, tanto en las antiguas metrópolis como en los territorios otrora invadidos y saqueados con las coartadas del “descubrimiento” y la “modernización”. Para lograr los objetivos demandados, algunos países auspician procesos de autocrítica social que intentan trascender perspectivas lineales, narrativas omisas y silenciamientos selectivos, mientras que en otros se apela al negativismo histórico y el optimismo amnésico para atenerse al guión de los poderes actuantes.
En el caso de Cuba, todavía deudora de una historia de la Revolución que reconozca cabalmente sus luces y sombras, los años de radical transformación social ofrecen incentivos que rebasan el disfrute del ejercicio historiográfico. Por eso juzgo muy oportuna la publicación de La historia en un sobre amarillo. El cine en Cuba (1948-1964), el tercer libro de Iván Giroud.
Empalmado como un collage en que ensayo y testimonio enhebran un solo discurso, este libro posibilita, si nos situamos a la distancia adecuada, apreciar las colisiones y alianzas, las sinergias y divergencias, los amparos y rechazos que favorecieron o entorpecieron el despegue del proyecto revolucionario cubano en su primer sexenio.
Subrayo, en primer lugar, los valores metodológicos de la investigación, la que se muestra abarcadora y voluminosa desde referencias y recomendaciones bibliográficas cuya recopilación y ordenamiento cronológico resulta clave para examinar la textura de los debates. Reducir más de mil páginas a apenas cuatrocientas ha requerido una curaduría cuidadosa que satisfaga tanto la mirada panorámica como el examen atento.
Aquí no somos arrojados al torbellino de los acontecimientos, como en una trama de Stephan Zweig, sino que se nos pone al tanto de los antecedentes culturales, políticos y relacionales de las personas –o, más bien, de los grupos– que protagonizan los procesos analizados. 1948, el año de arranque, no es solo el de la creación del primer cine club cubano. Tal iniciativa cultural y política tuvo lugar cuando la crisis de la república burguesa neocolonial se anunciaba irreversible y la cultura cubana, segura de sí misma desde la década anterior, lidiaba con la “americanización” del idioma y las costumbres, la escalada del consumismo y la corrupción de la práctica política. Tras la pista del sueño de construir un cine nacional, el autor nos conduce hasta 1964, año en que, desmantelado el andamiaje económico, legal e institucional del estado burgués neocolonial, el liderazgo revolucionario comienza a consolidar un nuevo poder.(2)
El trabajo con las fuentes, muy meritorio, considera la evaluación de epistolarios personales, archivos institucionales, artículos y entrevistas aparecidos en publicaciones periódicas, transcripciones de debates intelectuales y reuniones de trabajo, y atestaciones publicadas por otros autores. Hay un aprovechamiento inteligente de las potencialidades del testimonio para transmitir no solo los argumentos, sino, además, las tensiones y emociones.
Personas con diferentes grados de experticia, o de motivación cognoscitiva, podrán distinguir dos niveles de lectura. El nivel “micro”, al develar los consensos y disensos, los conflictos y las negociaciones entre diferentes grupos del espectro revolucionario cubano, cautivará a los lectores curiosos, permitiéndoles acceso a las opiniones dominantes en uno u otro campo, algo no tan común en la bibliografía sobre los sesenta, tanto la escrita en la Isla como en su diáspora. Miradas mejor entrenadas podrán captar, además, el espíritu de la época, hallar claves para el entendimiento de las contradicciones inherentes al nuevo poder en construcción.
La revolución como proceso disruptivo, quebrantador del statu quo, requiere de una voluntad política que se sobreponga a la insuficiencia de condiciones “objetivas” o “subjetivas”. Sus prácticas políticas están signadas por la pasión, el voluntarismo, el sentido de la urgencia y la subversión de normas y valores. Ese violentamiento del mundo conocido y vivido es perceptible en todos los procesos de transformación radical, desde la Revolución Francesa hasta nuestros días.
Mas, la cubana no es una revolución propulsora del racionalismo, el individualismo y el modo de vida burgués. Todo lo contrario: ella expropió a la burguesía antinacional –y también a algunos que, siendo burgueses, eran patriotas–; plantó cara al vecino bravucón que se creía dueño de la Isla; rehusó ser rehén de los conflictos entre aliados poderosos, proclamados socialistas al otro lado del mar; y convocó a los campesinos, los obreros, los estudiantes, las mujeres y los descendientes de africanos a movilizarse con las armas en las manos para cumplir todos sus sueños.
En los sesenta, lo político es el lente a través del cual se mira y se juzga la vida cotidiana; y la beligerancia con que se vive el día a día lo impregna todo con su dureza y solemnidad. La promoción de valores nuevos naturaliza el culto espartano al trabajo, y en cualquier cañaveral puede encontrarse lo mismo a dirigentes del país que a laureados músicos, bailarines y poetas. Solo se reconoce útil el tiempo dedicado a construir el sueño mayor y un puritanismo estoico, que además de prostíbulos y casas de juego, clausura bares y cabarets, excomulga la haraganería, y mira aviesamente a quienes son –o parecen ser– homosexuales, se homologa, en el discurso y la práctica social, a la pureza revolucionaria.
Las polémicas, ardorosas y variadas, expresan una radicalidad que se ha vuelto habitual. En vísperas de los combates de Girón, el antimperialismo desemboca en socialismo, asumido por los más como el necesario y posible horizonte del proyecto social que se edifica. Los sueños, concepciones y expectativas tienen que “aterrizar” en un modo específico de construir un nuevo sistema de relaciones sociales, del que las instituciones revolucionarias serán, a la vez, expresión y reflejo.
Tales discusiones son animadas por marxistas ortodoxos y marxistas críticos; trotskistas y anarquistas; nacionalistas radicales y nacionalistas liberales; religiosos y ateos. Todos dicen estar con la Revolución, pero tienen diferentes opiniones y expectativas sobre los derroteros del proceso. Diversos posicionamientos miden fuerzas en los terrenos de la ideología, la teoría revolucionaria, la práctica política, la economía y la gestión cultural, para negar la vieja cultura y el antiguo modo de vivir, y legitimar prácticas sociales que repudien el pasado. Se trata, como metaforizó Marguerite Duras, de “un juego deslumbrante que nunca antes fuera jugado”,(3) es la ruptura de un orden arcaico y el establecimiento, un tanto coercitivo, de un orden nuevo.
En ese contexto, las polémicas en torno al cine reflejan las tensiones que atraviesan el campo político revolucionario, pues contienden corpus teóricos, tendencias ideoestéticas y prácticas institucionales que no son puras, ni pueden ser clasificadas, a priori, como de derecha, o de izquierda. Tampoco las adscripciones y filiaciones políticas son inamovibles, sino que se van desplazando o radicalizando al calor de las coyunturas.
Fidel Castro, consciente del imperativo de forjar la unidad, ha trabajado desde los días de la guerra para juntar compromisos, talentos y experiencias. Tras la victoria de Girón, comienzan a estructurarse las células de base de las Organizaciones Revolucionarias Integradas (ORI). No obstante, la dirección nacional no será constituida oficialmente hasta marzo de 1962, cuando ya se avizora la necesidad de una organización partidaria más potente.(4) La composición del órgano directivo de las ORI es resultado de un equilibrado razonar, en el que probables aportes y posibles quebrantos han sido sopesados con similar cuidado. Su función no será dirigir una organización herida de muerte, sino guiar la fundación del Partido Unido de la Revolución Socialista de Cuba (PURSC).
En la instancia nacional de las ORI hay una sobrerrepresentación de dirigentes que provienen del Partido Socialista Popular (PSP), con 11 miembros de un total de 25, un reconocimiento tácito a las habilidades organizativas, formación cultural y firmeza ideológica de sus militantes más experimentados; mientras que el Directorio Revolucionario 13 de Marzo –solo representado por Faure Chomón–, muestra una presencia distanciada de su protagonismo insurgente. El Movimiento 26 de julio, con 13 miembros de un total de 25, asegura la mayoría simple en cualquier debate conflictual. Un año después, la organización del PURSC volverá a garantizar el peso mayoritario de los combatientes del 26, con cuatro de los seis miembros del secretariado y 13 de los 25 integrantes de la dirección nacional.
Los tres grupos que protagonizan esta historia –usualmente identificados como “los del ICAIC”, “los de Lunes” y “los del PSP”–, conforman un triángulo cismático, con vértices asentados en afinidades electivas y lados tensados por suspicacias y animadversiones. No llegan a constituirse, sin embargo, contrarios dialécticos. Tienen en común ser gente mayoritariamente citadina y letrada, comprometida con las transformaciones que la Revolución promete, si bien exhiben diferentes niveles de radicalidad. La mayoría reconoce el liderazgo de Fidel Castro, aunque algunos, como Carlos Franqui, subestiman su preeminencia intelectual e intuición política.
El pluralismo político y la diversidad ideológica constituyen la norma al interior de los estratos revolucionarios, lo que resulta válido no solo para organizaciones de carácter pluriclasista, como el Movimiento 26 de julio, sino, incluso, para los comunistas, sean o no militantes del PSP. Una lectura atenta de escritos y testimonios de intelectuales orgánicos adscritos al marxismo, permite distinguir una mayoría de marxistas “sovietizantes” –apegados, con aplicaciones teóricas y referentes metodológicos diversos, a las doctrinas fraguadas en Moscú–; unos pocos marxistas “libertarios”, portadores de un hálito anarquista que confronta al dogmatismo y la obediencia partidaria, entre los cuales Alfredo Guevara es la cabeza más visible; y una proporción, igualmente exigua, de marxistas de vocación tercermundista, decididos a interpretar la realidad desde la crítica del pasado esclavista y la dominación colonial y neocolonial.
No todos los miembros del núcleo creativo del ICAIC provienen de las filas socialistas y comunistas, o tienen formación marxista. Allí, tal como rememoró el cineasta Manuel Pérez Paredes: “Todos alzábamos la mano por la Revolución, pero en la cabeza de cada uno, la Revolución era algo diferente”.(5) No obstante, la consistencia distinguirá las acciones del ICAIC, aunque, ocasionalmente, se manifiesten choques y tiranteces entre sus directivos, alentados por sensibilidades, percepciones y personalidades divergentes. La ética, el respeto y la honestidad intelectual han fraguado la coherencia ideológica y política que tan bien se aprecia en las transcripciones de los debates internos conducidos por Alfredo Guevara los días 2 y 3 de julio de 1961.
“Los de Lunes”, quién lo duda, han elevado la estatura del arte revistero en la Isla con una política editorial universalista, revolucionaria y moderna, y anticipado el ascenso cualitativo del diseño gráfico y la cartelística cubana. Desde sus páginas, los horizontes de lectura de la población se han ensanchado, dando cabida a temas, manifestaciones artísticas, países y corrientes estéticas poco conocidos con anterioridad. Y sus públicos, aliviados de los asuntos baladíes y las lecturas fáciles de antaño, crecen cuantitativa y cualitativamente, lo que expande el tiraje del suplemento hasta 250 000 ejemplares.
A pesar de ello, el grupo de Lunes conforma el vértice más estrecho de este triángulo ideal, ya que, a diferencia de los otros contendientes, su propuesta no logra articularse en un proyecto; su discurso intelectual no irriga un programa político concreto en un periodo en que hallar caminos propios para configurar al sujeto de la Revolución es necesidad política de primer orden.
El colectivo del ICAIC y los oriundos del PSP guardan menos distancias entre sí, en tanto aspiran a construir una sociedad socialista en la que el arte y la literatura, raigalmente cubanos, distingan por su impronta antimperialista y anticolonial. Como rasgo común de su formación política y, por supuesto, en diferentes grados, son herederos de una visión un tanto idealizada del sujeto popular, unas veces sublimado en la noción de “pueblo” y otras, estigmatizado si algún comportamiento colectivo le aparta del “deber ser” revolucionario. De ahí su coincidencia en proscribir la exhibición en sala del documental PM.(6) No obstante, ambos grupos muestran significativas divergencias en sus afluentes teóricos, referentes estéticos, concepciones sobre la función social del cine y percepción acerca de las peculiaridades y presupuestos culturales del socialismo cubano.
“Los del PSP”, más versados en tácticas de negociación y conspiración política que los militantes del 26, comprenden que el choque decisivo entre “los de Lunes” y “los del ICAIC” resulta inevitable. Y se mantienen atentos al desenlace, que será detonado por la obra más referida y comentada –no necesariamente la más visionada o estudiada–, de la documentalística cubana posterior a 1959.
Guevara afirmará, muchos años después: “Es verdad que me enfrenté a Lunes, pero no es a Lunes al que me enfrenté, fue a Franqui”.(7) Empero, tanto él como Cabrera Infante designarán a los miembros del grupo rival como “nuestros enemigos”,(8) y será habitual en uno y otro bando caracterizar a sus antagonistas con ciertos epítetos, tales como: liberales, terroristas intelectuales, estalinistas, o autócratas. Comportamiento natural para quienes sabemos que los procesos y acontecimientos tienen la impronta de las pasiones humanas, de las maneras en que las personas se perciben a sí mismas y de los sentimientos que ponen en juego en su relación con las demás.
Con paciencia y esmero, Giroud recopila declaraciones y entrevistas aparecidas en diferentes órganos de prensa para reconstruir un diferendo cuyo agravamiento y expansión, a lo largo de 1960 y 1961, genera encontradas corrientes de opinión entre los miembros de la comunidad intelectual habanera. Las discrepancias intergrupales referidas al plano teórico-estético, se han desplazado al ideológico y desembocado, finalmente, en un enfrentamiento político, porque –como apunta Graziella Pogolotti– todo está en juego, no solo cuál de las fuerzas enfrentadas gestionará, en nombre de la Revolución, el poder ideológico y cultural.(9)
Andando el tiempo, el presidente del ICAIC reconocerá la inconveniencia de prohibir la exhibición de PM. Aunque reafirmar la función rectora del ICAIC en la industria del cine era un propósito legítimo, la restricción constituyó un yerro táctico porque lo peor ya había sucedido: la noche del 22 de mayo de 1961 el documental se transmitió en el espacio Lunes en Televisión, con audiencia probablemente superior a la que hubiese alcanzado en una sala de cine.
En no poca medida el error fue también político, pues originó fricciones entre Alfredo Guevara y algunos jóvenes realizadores; entre este y parte del equipo de dirección del ICAIC; entre los intelectuales y artistas que debatieron el asunto en la Casa de las Américas, el 31 de mayo; y entre estos y el liderazgo de la Revolución, en momentos en que la libertad de creación no tenía un peso similar, entre las prioridades de la batalla cultural, al de la Campaña de Alfabetización, la institucionalización del trabajo cultural y la incorporación activa de los artistas y escritores a los proyectos de la Revolución.
Personalmente, me llama la atención que tan pocos analistas hayan reparado en la visión estereotipada de la cultura popular que sustentó la decisión del ICAIC, pues la institución pasó por alto que, al menos en Cuba, la Revolución es también pachanga, una metáfora que Carlos Franqui convertiría en declaración de principios en su amarga diatriba contra Fidel y la Revolución,(10) y cuya autoría algunos estudiosos atribuyen al humor cáustico del Che Guevara.(11)
Lo cierto es que la apropiación lúdica de la misión guerrera, la transmutación del heroísmo cotidiano en conga callejera, es parte del performance político de la cubanidad. Basta recordar, a modo de ejemplo, la festiva intransigencia del estribillo más coreado durante las tensas jornadas de octubre de 1962: “¡Nikita, mariquita, lo que se da no se quita!”. Este rasgo cultural, que se actualiza constantemente, afloró en un debate reciente sobre los retos de la democracia socialista en Cuba cuando uno de los jóvenes participantes expresó: “el socialismo que no baila tampoco funciona, porque el socialismo también tiene que implicar alegría”. (12)
Un análisis de Ernesto Juan Castellanos sobre las lecturas posibles de PM, devela esa arista, de signo contrario a la interpretación más socorrida:
[…] dos bisoños realizadores, cámara en mano y con deseos de mostrar en qué consistía el Free Cinema, salieron a las calles noctámbulas de La Habana para filmar a gente de pueblo, en sucesión de bares y cantinas, cantando, bailando, bebiendo y divirtiéndose. En dos años de Revolución, era una de las primeras veces en la historia del cine cubano que se mostraba a los negros felices.(13)
“Los de Lunes” habían demostrado tener otras sensibilidades y percepciones respecto a las culturas populares. Así lo atestigua la inclusión, en sus dos primeros números, de sendos textos de Lydia Cabrera acerca de la denostada secta abakuá y el despliegue, en el número 50, de un reportaje sobre el carnaval habanero con un título tan poco edificante como “Siento un bombo, mamita…”(14)
Los juicios moralizantes sobre PM condujeron a la estigmatización de los figurantes del documental, muchos de ellos personas negras y mestizas cuya conducta no podía equiparase a la de gente antisocial. Casi cuatro décadas más tarde, uno de los integrantes del grupo de bailadores de jazz de Santa Amalia y asiduo concurrente a los bares de la Avenida del Puerto, rememora en el documental Nosotros y el jazz: “Fui preso una pila de veces porque llegaban los milicianos de aquella época […]; se pensaba que era una desviación social y política, que quien bailara eso era ‘americanista’ […]”.(15)
Rosa Marquetti, quien colectó testimonios de los bailadores de jazz del emblemático barrio, sito en el municipio de Arroyo Naranjo, resume la composición social y las motivaciones del grupo de jóvenes que, en los tempranos sesenta, concurría a Dos Hermanos, La Flota, Navys, Sailor y otros bares de la franja costera capitalina:
La mayoría de los jóvenes procedía de hogares humildes […] Muy temprano la mayoría tuvo que procurarse un oficio, que le permitiera no sólo vivir, sino asegurarse la diversión en tiempos donde en ciertas zonas de la ciudad los precios estaban al alcance de la clientela de operarios y trabajadores de bajos ingresos.(16)
El “caso PM” introdujo máxima tensión en el triángulo de fuerzas revolucionarias en disputa y favoreció, a la larga, las posiciones de los ex militantes del PSP, cuyo ejercicio conciliador pretendía demostrar a Fidel Castro que tenían la competencia arbitral necesaria. La autodisolución del partido –que se haría oficial el 24 de junio de 1961– ya era inminente, y evidenciar firmeza ideológica y capacidad negociadora resultaba aconsejable para posicionarse ventajosamente en el futuro. El testimonio de Alfredo Guevara sobre la manera en que los viejos comunistas gestionan la crisis, confirma esa apreciación: “[…] a partir de ese instante se hizo cargo del asunto sin mi participación o la de otra instancia del ICAIC, la Comisión Cultural del PSP […].(17)
El periódico Noticias de Hoy difunde la polémica, probablemente para forzar un análisis e implicar a Fidel Castro, quien podría otorgar el control del campo cultural –control operativo, nunca estratégico– a quien mostrara mejores credenciales. Adicionalmente, y tras bambalinas, el PSP construye una nueva narrativa sobre los hechos. De ahí que en una de sus pocas entrevistas divulgadas Edith García Buchaca trate de convencernos de que, dadas las vacilaciones de Alfredo Guevara, ella decidió la suspensión.(18)
El grupo del PSP es consciente de la fortaleza que les confiere el capital cultural, la coherencia ideológica, el sistema relacional y el know how que han desarrollado durante años. Pero precisan de una infraestructura que les permita consolidar sus posiciones y acrecentar su influencia sobre el líder de la Revolución. Por eso no disolvieron su Comisión de Cultura, como tantas veces denunció Alfredo Guevara. Fidel Castro, por su parte, necesita imprimir mayor velocidad y profundidad a las transformaciones y se auxilia del saber hacer de los comunistas, aunque no le temblará la mano si amerita poner coto a algún exceso.
Los días 13 y 26 de marzo de 1962, el líder rebelde denuncia por primera vez la manifestación de sectarismo entre las filas revolucionarias.(19) Ambos discursos expresan, con pasmosa vigencia, sus aspiraciones sobre los métodos de trabajo que han de distinguir al Partido de la Revolución:
Es evidente que si la revolución ha liberado a esas clases de la explotación y si esas clases no estuvieran ciento por ciento con la revolución, la culpa la tendríamos nosotros, la debilidad estaría en nosotros y no en las masas, la debilidad estaría en nuestro trabajo con las masas, la debilidad estaría en nuestra anarquía, en nuestra tendencia al autoritarismo, al despotismo, a la falta de tacto político, a lo impolítico de nosotros, que en vez de sumar para la revolución y conquistar al pueblo para la revolución, girásemos todos los días contra la popularidad de la revolución, tratando a la gente a puntapiés y echándonos diez mil enemigos.(20)
Tras el cierre de Lunes y la dispersión de los integrantes de su núcleo creativo, las tensiones en el campo político revolucionario parecen distenderse. El emplazamiento público de Fidel Castro al sectarismo y su escalada discursiva contra el burocratismo han reducido la acometividad de los ideólogos del antiguo PSP, en un contexto que estimula la unidad ante el incremento de la agresividad del gobierno de los Estados Unidos y la intensidad de los combates librados contra los alzados en las montañas del Escambray. Ello explica que la selección de lecturas propuesta por Iván Giroud exhiba solo tres entradas correspondientes al año 1962.
En abril de 1963, sendos artículos de Julio García Espinosa y Juan Blanco incentivan discusiones sobre el dogmatismo, la censura y la gestión cultural en el socialismo,(21) los que fueron reactivados en el verano de ese mismo año tras sucesivos cuestionamientos de un velado columnista de Noticias de Hoy a las políticas implementadas por el ICAIC para la adquisición y distribución comercial de películas extranjeras.(22) Uno de los más argumentados pronunciamientos acerca de problemas cardinales de la creación artística tiene una proyección analítico-propositiva y aparece en La Gaceta de Cuba, firmado por veintinueve realizadores.(23)
Varias publicaciones periódicas, lideradas por las revistas Cine Cubano, La Gaceta de Cuba y Cuba Socialista, y por los periódicos Revolución y Noticias de Hoy (24) amplifican una controversia cuyos temas y argumentos perfilan identidades grupales basadas en afinidades estéticas, ideológicas y políticas. Con mayor calado y fundamentación teórica que en periodos precedentes, se discute apasionadamente sobre la historicidad y la unicidad de la cultura; la dimensión cultural de la lucha de clases; a quién (es) corresponde definir lo revolucionario y a partir de qué criterios debe hacerse; la relación entre forma y contenido en los procesos de creación artística; así como la legitimidad y pertinencia de la experimentación formal.
1964 marca el fin del mandato de Nikita Jruschov y el inicio de la era Brezhnev, un periodo caracterizado por el autoritarismo y la grisura. Cuando el ala más conservadora del PCUS logre hacerse con todos los poderes en la URSS, sus similares en la Isla respirarán más aliviados. Pero el impacto de las devastadoras revelaciones del juicio contra el delator Marcos Rodríguez y la consiguiente deposición de Joaquín Ordoqui y Edith García Buchaca, limitarán la capacidad de maniobra de los marxistas ortodoxos en Cuba hasta finales de esa década.
En un lapso denominado por la dirección revolucionaria como “Año de la Economía”, Cuba persevera en una industrialización acelerada que resiente su principal aliado, debido a los altos costos de instalación, puesta en marcha y mantenimiento de la maquinaria y al inconfeso, pero cada vez más evidente retraso tecnológico de la URSS. Las discusiones sobre la estrategia cubana de construcción del socialismo y el modelo de gestión económica más viable alcanzan apreciable amplitud y complejidad teórica en textos del Che Guevara, Charles Bettelheim, Ernest Mandel, Alberto Mora y Carlos Rafael Rodríguez, los que se estudian en consejos de dirección, plenarias sindicales y colectivos universitarios.
Una lectura cruzada del contrapunteo sostenido por Blas Roca y Alfredo Guevara a finales de 1963 y de las líneas gruesas de la polémica económica –cuyos contenidos y argumentos trascienden la razón tecnológica–, confirma que la ideología y la cultura son los campos en que se ha de dirimir el conflicto entre dos paradigmas de construcción socialista que a la larga resultarán alternativos, nunca conciliables.
Iván Giroud resume el trienio 1962-1964 en apenas cuarenta páginas, compactación analítica que no resulta, en modo alguno, metodológicamente objetable, pues el autor ha anunciado desde el inicio el propósito de concentrar sus valoraciones en los conflictos internos del ICAIC, la complejidad epocal en que surge y se afianza la institucionalidad revolucionaria, las tendencias que disputan el poder cultural y su legitimación, y el enfrentamiento de los fundadores del Instituto con el grupo nucleado alrededor de Revolución y su suplemento cultural. (25)
Asimismo, Giroud ha confesado que, al juntar tan reveladores fragmentos, éditos e inéditos, aspira a “contribuir a una mejor comprensión del pasado y, a través de estos, revelar algunas señales de ese complejo periodo que aún se muestran latentes en nuestro presente”.(26) Creo que ha logrado su objetivo, pues el poder iluminador de su relato confiere nuevas calidades a conocidas escenas del pasado.
He disfrutado mucho acompañarle en esta empresa, un poco más atenta, por razones personales, a las divergencias y colisiones entre grupos representativos de tendencias ideológicas que trascendieron, más o menos incólumes, el marco temporal fijado por Giroud, y cuyos representantes asistieron, como protagonistas o testigos, al completamiento del proceso de institucionalización del poder revolucionario en Cuba.
Lamentablemente, la contracara conservadora del ideal revolucionario cubano continuó en progreso después de 1976, fecha reconocida por muchos analistas como el inicio del restablecimiento, tras el retroceso ideológico del quinquenio anterior, de las libertades prometidas en Palabras a los intelectuales.
Durante más de tres décadas, los presupuestos ideopolíticos y las prácticas institucionales de la franja más ortodoxa del espectro ideológico auto reconocido como marxista en Cuba se han afianzado, descontinuando –a veces durante periodos prolongados– procederes que la Revolución legitimó: el debate abierto y público de problemas que atañen a todos; la horizontalidad del diálogo entre dirigentes y dirigidos; la espontaneidad revolucionaria que tanto valoró Rosa Luxemburgo; y la transparencia de los procesos de toma de decisión, los cuales no se agotan ni consuman en la fase de consulta popular.
Esas fuerzas internas, casi siempre innombrables, pero tan o más peligrosas que la subversión ideológica del capitalismo, la corrupción administrativa y la incivilidad depredadora, cercenan la democracia plena que el socialismo puede garantizar. Hacer Revolución es enfrentarlas con argumentos y renovar, desde la práctica social y política, las utopías que dibujaron el horizonte del proyecto cubano.
La Habana, 19 de mayo de 2021
(1) Michel-Rolph Trouillot: Silenciando el pasado: el poder y la producción de la Historia, Editorial Comares, S.L., Granada, 2017, p 23.
(2) Juan Valdés Paz: La evolución del poder en la Revolución Cubana, tomo I, Rosa Luxemburg Stinftung, Ciudad de México, 2018.
(3) Juan Antonio García Borrero: “Marguerite Duras sobre el cine cubano y la Revolución”. Recuperado de https://cinecubanolapupilainsomne.wordpress.com/2013/09/06/marguerite-duras-sobre-el-cine-cubano-y-la-revolucion/ Consultado el 4 de marzo de 2021.
(4) José Bell Lara, Delia Luisa López García y Tania Caram León: Documentos de la Revolución Cubana: 1962, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2009, pp. 195-196.
(5) Manuel Pérez Paredes y Ambrosio Fornet: “Polémicas del cine y la Revolución en Cuba, en: Julio César Guanche y Aylin Torres Santana (comps.): Por la izquierda: dieciséis testimonios a contracorriente, Ediciones ICAIC, La Habana, 2013, p. 20.
(6) Como se recordará, en el ICAIC Titón visibiliza una disidencia interna, pero ella está relacionada con el procedimiento empleado para oficializar y dar a conocer la prohibición, no con la apreciación del fenómeno.
(7) Leandro Estupiñán Zaldívar: “’El peor enemigo de la revolución es la ignorancia’. Entrevista a Alfredo Guevara”. Recuperado de https://cinecubanolapupilainsomne.wordpress.com/2009/10/22/alfredo-guevara-y-leandro-estupinan-conversan/ Consultado el 4 de mayo de 2021.
(8) Iván Giroud. La historia en un sobre amarillo. El cine en Cuba (1948-1964), Ediciones Nuevo Cine Latinoamericano y Ediciones ICAIC, La Habana, 2021. ISBN: 978-959-299-007-4, pp. 57 y 91.
(9) Graziella Pogolotti: Polémicas culturales de los 60, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2006, p. 24.
(10) Carlos Franqui: Retrato de familia con Fidel, Editorial Seix Barral, Barcelona, 1981, p. 174.
(11) Robin Moore: “¿Revolución con pachanga? Dance music in socialist Cuba”, Revue canadienne des études latinoaméricaines et caraïbes, Vol. 26, No. 52, 2001, pp. 151-177.
(12) De la intervención de Ernesto Teuma, participante en el Taller “Problemas y desafíos de la democracia socialista en Cuba hoy”, realizado en el Instituto Cubano de Investigación Cultural “Juan Marinello”, el 9 de diciembre de 2020. Recuperado de https://medium.com/la-tiza/socialismo-que-no-baila-tampoco-funciona-50426e1d288d?source Consultado el 15 de mayo de 2021.
(13) Ernesto Juan Castellanos: “El diversionismo ideológico del rock, la moda y los enfermitos”, Centro Cultural Criterios, La Habana, 2008. Conferencia leída por su autor, el 31 de octubre de ese año, como parte del ciclo “La política cultural del período revolucionario: Memoria y reflexión”, organizado por Desiderio Navarro. Recuperado de https://in-cubadora.org/2020/05/16/ernesto-juan-castellanos-%C2%B7el-diversionismo-ideologico-del-rock-la-moda-y-los-enfermitos%C2%B7/ Consultado el 16 de marzo de 2021.
(14) “Siento un bombo, mamita…”, Lunes de Revolución, No. 50, 7 de marzo de 1960, pp. 2-10.
(15) Gloria Rolando: Nosotros y el Jazz, Grupo de Video Imágenes del Caribe, La Habana, 2004.
(16) Rosa Marquetti Torres: “El swing nuestro de cada día. Los bailadores de jazz de Santa Amalia”, Desmemoriados, 26 de octubre de 2016. Recuperado de http://www.desmemoriados.com/los-bailadores-de-jazz-de-santa-amalia/ Consultado el 9 de enero de 2021.
(17) Iván Giroud: Ob. Cit., pp. 184-185.
(18) Ibidem, p. 188.
(19) Ver: Fidel Castro Ruz: “Hay que acabar con la tolerancia de los errores y las cosas mal hechas”, en José Bell Lara, Delia Luisa López García y Tania Caram León: Documentos de la Revolución Cubana: 1962, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2009, pp. 204-213; y en el mismo tomo: “Algunos problemas de los métodos y las formas de trabajo de las ORI”, pp. 214-270.
(20) José Bell Lara, Delia Luisa López García y Tania Caram León: Ob. Cit., p. 291.
(21) Julio García Espinosa: “Vivir bajo la lluvia”, La Gaceta de Cuba, Año II, No. 15, 1 de abril de 1863, p. 7; y, en el mismo número: Juan Blanco: “Los herederos del oscurantismo”, p. 10.
(22) Me refiero a las reseñas cinematográficas publicadas por Leonel López- Nussa en Noticias de Hoy, con el seudónimo de Alejo Beltrán: “Cartelera comentada” (28 de julio de 1963); “Accatone” (31 de julio de 1963); y “Viridiana” (7 de agosto de 1963). En los meses de septiembre y octubre, este autor publicó otros textos críticos, sobre los filmes La dulce vida y El ángel exterminador.
(23) “Conclusiones de un debate entre cineastas”, La Gaceta de Cuba, Año II, No. 23, 3 de agosto de 1963, pp. 8-9.
(24) Otras publicaciones, como las revistas Bohemia y Casa de las Américas y los periódicos El Mundo y La Tarde, también dieron a conocer análisis sobre estos temas y problemas. Para profundizar en las polémicas de 1963-1964 pueden consultarse, además de los textos referidos más arriba, a: Leonardo Martín Candiano: “Fomentar la herejía, combatir el dogma.
Polémicas culturales en la revolución cubana
(1959-1964)”, Sociohistórica, No. 41-43, Buenos Aires, 2018. Recuperado de http://sedici.unlp.edu.ar/handle/10915/76543 Consultado el 9 de mayo de 2021.
(25) Ibidem, p. 23.
(26) Ibidem, pp. 25-26.
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