Imagen tomada del Facebook de Reinier Llanes Márquez.
Nadie hubiera sospechado que un simple microorganismo acelular que se infiltra y penetra los tejidos más compactos con mucha facilidad, y que tiene a la comunidad científica en vilo, fuera también el vector que le ha quitado todo el ropaje y las máscaras a los politiqueros que en el mundo han sido, y que han pululado bajo diversos gobiernos, sistemas, regímenes, países y épocas, desde “cuando la furia de los placatanes imperaba sobre la faz de la Tierra”—para parafrasear la olvidada tira cómica Gugulandia—, hasta el presente. La pandemia es en estos momentos reveladora de discursos que han llevado a ciertos representantes de la política mundial a un nivel de degradación, degeneración, decadencia, demagogia, argucia, artimaña, oportunismo, especulación… como jamás el planeta había conocido. Pero ante este nuevo virus, no valen la palabra hueca, la “muela” bizca, el tabaco “apaga’o”, el “teque” espumoso, el blablablá mareador, la retórica podrida, el manejo fraudulento de las cifras, las tácticas dilatorias para dar tiempo a un escenario conveniente, restarle importancia a lo fundamental y poner énfasis en lo que se desea, los trucos para desviar la atención de lo esencial, las engañifas en los informes de los burócratas, el performance en reuniones para presentar escenarios provechosos, los manejos turbios de la información, la falsa ilusión de que nada sucede y todo está bien… La Covid-19 deja sin ropajes cualquier simulación posible, incluso las que no se pensaron. Para algunos es desastrosa por una razón u otra, pero tenemos que aprender a vivir con la realidad, no deprimirnos, crecernos ante ella esperanzados y trabajando, y aprovecharla para dejar al desnudo a los politiqueros.
Por primera vez a la ciencia se le ha tenido que otorgar un papel protagónico, por mucho que se haya intentado tapar la olla para aparentar que todo no puede estar mejor. El insultante hegemonismo y el triunfalismo arrollador de los discursos de politicastros han debido ajustarse a una cruda, ruda y obstinada realidad, que deja a los perorantes “en cueros y con las manos en los bolsillos”. No es posible “disfrazar la mona”, “pintar castillos en el aire”, inflar cifras, hacer propaganda cínica y confundir con medias verdades; la pandemia deja claro y a la luz lo que cualquier superhéroe o encargado de cuidar el monasterio del conservadurismo no puede ocultar, minimizar o desconocer, lo que avanza y continúa creciendo hasta dejar al desnudo la verdad en los celulares. Los discursos politiqueros se quedan sin argumentos en cada minuto que pasa. Ahora la ciencia toma su asiento en la mesa de decisiones, como quería Albert Einstein; la racionalidad y la ética se enfrentan a realidades que merecerían responder ante un tribunal como el creado por Bertrand Russell para juzgar crímenes de guerra. La pandemia obliga a revisar hacia dónde avanzó el mundo después de que el neoliberalismo se hizo cargo de las sociedades.
Si las ciencias —exactas, naturales, sociales— de verdad deciden, la politiquería se extingue, o al menos se repliega. Los “manengues” entran en crisis, al “reyecito criollo” de las caricaturas se le cae la corona cuando les mira el rostro a los médicos, el charlatán calla, el demagogo mira asustado y no sabe qué decir, el “tracatán” se ve desocupado y empieza a buscar trabajo, el taimado que calla y apunta ya no anota, al escalador se le acaban los muros y si pretende subir lo más que logra es bajar a los fosos, al oportunista se les acaban las oportunidades y a los emperadores se les derrumban los imperios, porque la palabra que tantas veces han profanado, la frase sacada de contexto que tanto han usado, no funciona en un contexto totalmente nuevo: el sistema civilizatorio construido bajo el imperio de la ganancia a toda costa comienza a agrietarse. Este simple microbio ha puesto al desnudo cómo funcionan la economía injusta, el comercio desigual, los préstamos leoninos, las sinecuras disimuladas, el actual orden mundial, y además, los estragos de la dejadez, la desidia, la apatía, la irresponsabilidad, la indisciplina social, los privilegios y prebendas para unos y la exigencia y el rigor para otros. La actual civilización está en crisis ahora porque su estabilidad está en manos de la ciencia.
Los médicos comandan la batalla por la sobrevivencia. Ahora es o no es, está enfermo o curado, la epidemia está controlada o no, las causas son siempre multifactoriales; el protocolo acordado en un colectivo de científicos establece una serie de medidas y según se cumplan o se violen, la realidad comienza a cambiar conveniente o desfavorablemente, sin que medien entusiasmados discursos, órdenes o ucases. El tiempo es una magnitud física objetiva que se corresponde con lo que dicta la realidad y no se puede distorsionar buscando provechos; los métodos se aplican según cada tratamiento y si se alteran por capricho, las consecuencias son nefastas; la última palabra la tienen los científicos porque si no, hasta el mismo emperador puede infectarse como cualquier mortal; sus decisiones autoritarias le pueden costar la vida. A pesar de la vanidad y la pedantería, de encumbramientos, posesiones y posiciones, y aunque muchos se crean invulnerables, la confirmación de la realidad diaria les ha dado un mazazo. Por primera vez en la Historia, politiqueros, politicastros y politicones han dado, o tendrán que dar, un paso atrás.
Generalmente los hombres de ciencia, incluidos los que saben hacer buena ciencia política, están acostumbrados a trabajar en un equipo de dirección colectiva, escuchan y contestan sin miedo cuando hay que hacerlo, indagan e investigan para acercarse a la verdad y a la solución de los problemas, enfrentan los asuntos sensibles y espinosos con delicada cordura, demuestran su sensibilidad no con frases sino con hechos cotidianos; son ellos los que están colaborando con ciencia y conciencia a la solución eficaz de la pandemia. En concordancia con ello, una brigada de médicos cubanos dispersa por el mundo trabaja hasta en “el ojo del huracán”, leal al juramento hipocrático: “En cualquier casa que entre, lo haré para bien de los enfermos, apartándome de toda injusticia voluntaria y de toda corrupción”. Ya hay voces que reclaman para ellos un Premio Nobel; ojalá que el nuevo coronavirus no haya afectado los oídos de los decisores.
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