Poveda, poeta renovador y crítico descortés I
II
Con la libertad de prensa decretada después del Pacto del Zanjón, fueron publicados artículos que iniciaron un camino nuevo en el ensayismo cubano. En medio de la Guerra de Independencia y la intervención de Estados Unidos aumentaron las publicaciones, y al llegar el nuevo siglo con la república pudieron definirse algunas líneas temáticas, estilísticas o metodológicas en artículos y ensayos periodísticos y en libros. De todas aquellas rutas, el impresionismo fue la más brillante y novedosa, con un lenguaje nuevo y audaz, de gran voluntad de estilo, liderada por José Martí y otros periodistas como Manuel de la Cruz. Mas ceñido al método científico de contar con evidencias y bajo un sentido analítico y racional, se fue estructurando otro discurso, el de Rafael María Merchán, no exento de encendidas polémicas, como las provocadas por Manuel Sanguily, entre otras.
Una vertiente filosófica del positivismo, junto a la mezcla de otras corrientes, puede encontrarse en las reflexiones de Enrique José Varona y Rafael Montoro, también notables oradores. La presencia del ensayismo histórico, a veces planteado como panorámico y comparativo, o cargado de referencias y pinceladas, se aprecia en la prosa de José de Armas ─Justo de Lara─ y Aurelio Mitjans. Una proyección satírica, con persistente y demoledor filo, profusa en tratamientos humorísticos y burlescos, muy afrancesada, se mantuvo en algunos periodistas, pero sobre todo en Emilio Bobadilla ─Fray Candil─. Otros escritores se sumaron al ensayismo, como Enrique Piñeyro o Vidal Morales, con estudios historiográficos, literarios o críticos. El periodismo de José Manuel Poveda tuvo como mayor referencia la literatura de ficción y la vida social y cultural, bajo una cortante crítica, no solo al estancamiento poético, literario y artístico, sino también al ambiente social mediocre, deshonesto, hipócrita y pacato.
Amigo de Sócrates Nolasco, en su casa de Santiago de Cuba se reunía Poveda en tertulia de animación cultural que indujo a reclamar la renovación, y en la que participaban Fernando Torralba, Alberto Giraudy, Luis Vázquez de Cuberos, entre otros. En El Cubano Libre de la misma ciudad, colaboraba junto a Regino Boti, Luis Felipe Rodríguez, Armando Leyva, Joaquín Navarro Riera ─Ducazcal─, Marco Antonio Dolz, Miguel Galiano Cancio, Rafael G. Argilagos, Arturo Clavijo Tisseur, Enrique Cazade, Pedro Alejandro López, Higinio G. Medrano, Francisco H. Lorié… y, de otras ciudades, Agustín Acosta, José G. Villa, Bonifacio Byrne, Enrique Gay Calbó, Sergio Cuevas Zequeira, Max Henríquez Ureña, José Antonio Rodríguez García, Juan J. Geada… Ellos dejaron en las páginas literarias dominicales del diario, fecundos análisis sobre la necesidad de una urgente renovación en nuestras letras.
Poveda colaboró asiduamente en numerosas publicaciones periódicas de toda la Isla, y a veces participó de manera activa en algunas de ellas. En Santiago de Cuba fundó con Dolz, en 1902, la revista El Estímulo; en 1905 editó Ciencias y Letras; fue jefe de redacción de la revista Oriente, y allí llevó la sección “Baturrillo”, y también estuvo en la Revista de Santiago. Entre 1908 y 1910 colaboró en la publicación quincenal ilustrada de ciencias, artes y letras El Pensil, dirigida por Juan Francisco Sariol, y en La Liga; en 1910 publicó en Renacimiento, en las secciones “Vida literaria” y “Página extranjera”; fue asiduo colaborador de La Independencia, entre 1909 y 1911, y además de El Cubano Libre. En las publicaciones santiagueras se produjo el despegue de su periodismo y la ciudad constituyó el primer centro irradiador de su labor.
Inquieto activista, en La Habana fundó la Sociedad de Estudios Literarios en 1912, y también, el Grupo Nacional de Acción del Arte, gran dinamizador del periodismo cultural. Colaboró con Heraldo de Cuba, Cuba y América, El Fígaro, Labor Nueva, Letras, Brotes de Otoño, Urbi et Orbi, La Nación, Minerva, El Sol, Cuba Contemporánea, La Antorcha… Costaría trabajo hacer un recuento completo de su amplia participación en las publicaciones periódicas por todo el país, un trabajo pendiente: El Progreso, de Gibara; Orto y La Defensa, de Manzanillo, en este último con la columna “Crónica del lunes”; Camagüey Ilustrado; Luz y El Estudiante, de Santa Clara; La Opinión y Mercurio, en Cienfuegos; El Moderado, de Matanzas, del que también fue corresponsal; entre 1918 y 1920 participó en La Nación, con la sección “Crónicas sobreactuales”. Estamos muy lejos de poder valorar y discriminar todo lo publicado en la prensa de la época, porque no tenemos su conjunto total.
La renovación llegó en 1911 con “Grito de juventud”, publicado en Minerva, La Habana. Allí se declaraba: “Nuestro camino está singularmente sembrado de obstáculos” (todas las citas de artículos y ensayos son de José Manuel Poveda. Prosa. Compilación, prólogo y notas de Alberto Rocasolano. Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1981, t. II). Se lamentaba de que la juventud había dejado morir la epopeya, “esa gran bestia sublime que se llama Revolución”, y consideraba que la vanguardia de su generación lo acompañaba en esos empeños, resueltos a defender la república contra todos sus enemigos. En otro artículo publicado al año siguiente en la revista Orto de Manzanillo, “Palabras a los efusivos”, convocaba a la acción contra mediocres y banales, y denunciaba a los “efusivos”, los prosadores y poetas que escribían para “el vecino miope de las grandes antiparras” o para “la vecina rubia, pajarito sin seso, de ojos azules”. Como se puede comprobar, su crítica filosa no tenía disimulo: era directa.
En “Palabras de anunciación”, en El Fígaro, de 1913, celebraba la publicación de Arabescos mentales de su amigo Regino Boti y destacaba la importancia de los escritores orientales. Al año siguiente, en el Heraldo de Cuba, cargó contra los peligrosos nacionalistas: “Nuestros países sufren una necesidad violenta de personalidad. Ese es su mal de origen, su pesadilla social y ética, su maldición histórica”. Y más adelante, como solución a esa estrechez, proponía: “Por encima de toda frontera está el gran poeta. El creador es universal. La alta belleza artística no tiene nacionalidades”. La polémica entre el nacionalismo y el cosmopolitismo se debatía como elemento de identidad de la patria cubana. Otro debate promovido fue sobre el papel de la crítica en la sociedad; en “Los jueces estériles”, en El Fígaro, abordaba el tema: “Nosotros lo resolvemos todo por medio de la propaganda”; e instaba a crear un pensamiento crítico para “formar los gustos del público”. Enfatizaba que “nuestras figuras más notables de hoy carecen de autoridad, de popularidad”.
Una de las polémicas que encendió Poveda fue la de las luchas generacionales y su imprescindible y natural relevo y cambio. Bajo el título “Hit et nunc” en Labor Nueva, de 1916, lanzó un grito para mover el inicio de una posible transformación: “Hoy nuestra riqueza consiste en que nos poseemos a nosotros, y en que somos los dueños absolutos de nuestro sino, y del de la patria en que nacimos”. Sin renunciar a la gloria del pasado, pedía acción renovadora en el presente: “Reconocemos a nuestros antepasados la grandeza de su faena; pero a nuestra vez queremos llevar a término la faena que nos corresponde”. El joven poeta, frente a la politiquería, exclamaba: “No somos la revolución, sino la renovación, y nuestro camino es de justicia, paz, equidad y orden; pero sabremos asegurarnos implacablemente el franco ejercicio de nuestros derechos”. En ese sentido, Poveda rechazó la república que Carlos Loveira denunció, la de Generales y doctores, y fue un antecedente directo de Rubén Martínez Villena, cuando este último de manera más directa reclamaba: “Hace falta una carga para matar bribones, / para acabar la obra de las revoluciones”.
Esta renovación incluía una crítica a las lecturas preferidas de los cubanos de entonces, impuestas y establecidas a espaldas de lo auténticamente nuevo, de mayor valor cultural. Aunque no la enunciaba de esa manera, su preocupación se concentraba en la neocolonización cultural en marcha. Llamaba la atención sobre la semilla nueva para la poesía nacional presente en la obra de Boti, Agustín Acosta y en la suya propia. Y cuando tenía que ser crítico con la poesía de su tiempo, no se detenía en galanterías; refiriéndose a La selva interior de Ghiraldo Jiménez, no dudó en evaluarla: “La selva interior puede resentirse de los vacíos ideales, de los vicios suicidas, de los placeres morbosos de nuestro tiempo”. Por otra parte, emite fuertes críticas a algunos “profesores de bachillerato que no han aprendido todavía a leer el verso moderno”. Tampoco toleraba las vulgaridades del teatro cubano de su contemporaneidad, y aun cuando no estaba cercano a esa tendencia, dejaba también una crítica a la descalificación del teatro popular, propia del elitismo.
La habilidad de Poveda para afianzar la credibilidad de su fantasía poética fue complementada con artículos en la prensa sobre la idealización de Alma Rubens, una extraña mujer con “malos ensueños”, “perfumes complejos”, “músicas raras”, “ideología arbitraria”, “talento complicado”, “inspiración un poco incongruente”, “terriblemente mórbida y refinada, compleja y enferma”: una “belleza violenta”. Esa presentación la hizo en 1912 en El Cubano Libre de Santiago, y tres años después en el Heraldo de Cuba de La Habana, para profundizar en la “personalidad fabulosa y única de Alma Rubens”: nació en Bayamo, se educó en Matanzas y vivió en París bajo “los últimos esfuerzos del simbolismo”. Advertía que “Gertrudis Gómez, José María de Heredia, Augusto de Armas y Alma Rubens mezclaron cierta nostalgia afectuosa de esa patria geográfica y falsa”, pero “ninguno fue efusivo, pasional, comunicativo, sollozante al modo antillano”. Todavía en la revista Orto, de Manzanillo, publicaba otro comentario de “cuando conocimos a Alma Rubens”. Idealizó este personaje apócrifo, como si fuera una síntesis de lo que necesitaba la literatura cubana.
Algunas escaramuzas provocaron artículos periodísticos en que esbozaba la “renovación”: planteó la hostilidad pública hacia el escritor; la indolencia ante la falta de iniciativa para la creación cultural; el abandono de ideales y la falta de fuerzas frente a un pueblo triste y hambriento; la desactualización cultural con el exterior; las carencias de una prensa falta de claridad en su misión pública, solo enrolada en las “violencias de la propaganda política”, la confusión “entre el verdadero y el falso mérito”, la “obsesión anhelosa de la gloria”... Su columna “Crónica crítica”, del diario santiaguero El Cubano Libre, abordó numerosos aspectos sobre la literatura en los espacios periodísticos: la falta de difusión de la literatura nueva y el desconocimiento de los mejores valores y nombres de los escritores de Oriente; las vanidades de recién llegados de la poesía banal, los “jipíos” y los “porta-ripios” de muchos, los “poetastros viejos” y los dandies nuevos, “los escribidores gachupines y la poetambre criolla”… Como puede comprobarse, fue muy hiriente y agresivo contra la mediocridad.
De la misma manera que exalta el “arte nuevo” de Boti y “la prosa plástica, rica en imágenes y músicas”, de Luis Felipe Rodríguez, la mayoría de las veces su crítica fue despiadada. De El ayer, de Enrique Gay Calbó, comenta que “carece en absoluto de importancia. El asunto es profundamente vulgar, su desarrollo sin interés, el diálogo fatigoso y la órbita entera sería soporífera si no fuera tan breve”. A pesar de que elogia su personalidad como “espíritu delicado e inspirado, refinado y nervioso, de emotividades vagas y dulces”, arremete contra esas páginas, aunque trata con claridad meridiana la diferencia entre otras escrituras del autor y una obra específica.
Lo mismo ocurre con el libro de Pedro A. López, Las horas vivientes; su honestidad y limpieza lo obligan a escribir: “a pesar de mi gratitud personal hacia su autor por las diversas atenciones de que me ha colmado, no me sería posible hacer semejante crítica creadora. No solo falsearía el criterio wildeano sino que comprometería el decoro y la rectitud insobornable de mi criterio, descendiendo al plano mezquino de los que ponen atributos reales a los demás, en simple correspondencia de que los demás se los hayan puesto a ellos”. Y descargaba: “Ligera labor de periodismo provinciano; tijeretazos apresurados bajo la conminación de los regentes; crónicas banales para satisfacer el gusto romo de los dependientes que leen el diario en las puertas de sus almacenes, luego de cerradas las ventas”. Poveda tampoco confundió a una buena persona o una buena amistad con su literatura.
Los Juegos Florales que organizaba la Asociación de Prensa de Santiago fueron blanco frecuente de sus críticas, especialmente porque sus premios no jerarquizaban nada y porque la inadecuada selección de sus jurados, incapacitados “para comprender el arte nuevo”, daba pie a galardones intrascendentes en su mayoría. Defendió con vehemencia la cultura de Oriente y de sus escritores, muchas veces no conocidos, y menos reconocidos, en la capital. Estuvo al tanto de símbolos de orgullo nacional, como los del ingenio Demajagua, donde se dio el primer grito de independencia. Incluyó entre sus comentarios críticos a la literatura extranjera, especialmente a sus autores preferidos: los rusos Antón Chéjov, Nicolás Gogol, León Tolstoi, Fedor Dostoievski, Iván Turgueniev, Máximo Gorki; los alemanes Luis Uhland y Federico Nietzsche; los ingleses Oscar Wilde y Rudyard Kipling; los italianos Giacomo Leopardi, Alessandro Manzoni y Gabriel D’Annunzio; el estadounidense Edgar Allan Poe; el español Ramón del Valle Inclán; los colombianos José María Vargas Vila y José Asunción Silva; y sobre todo, muchos franceses: Víctor Hugo, Stephane Mallarmé, Paul Verlaine… y de otros menos conocidos. Sobre Verlaine confesaba que lo admiraba pero que no era un “verlainólatra”, pues creía que se exageraban mucho los extremos; no era “un borrachín que escribía versos incomprensibles”, como había asegurado Tolstoi, ni un genio superior a Hugo, como ya se estaba diciendo.
Resulta interesante que una figura tan exigente como Poveda le concediera tanto valor a la obra de Vargas Vila. Retuvo durante un buen tiempo un ensayo inédito, y confesó su intento de dominar la “fuerza loca de mis entusiasmos”; sin embargo, se rindió a la tentación de sus impulsos y lo publicó. Reconoció que el polémico escritor colombiano a veces es “panfletario” y “salvaje”, pero siente la “prosa nueva, enteramente rebelde a todo canon. […]. Prosa rebelde, prosa libre, prosa omnipotente, digna solo de un país sin frontera y sin dioses”. He visto en la actualidad semejantes dudas ante Vargas Vila; incluso, serios investigadores le han dedicado su atención, a veces en secreto y en páginas todavía sin publicar. Quizás sea hora ya de atender sin máscaras un fenómeno que no es solo literario, sino social, teniendo en cuenta la altísima recepción que tuvo la literatura de este autor en un período más o menos largo de la literatura hispánica.
Asombran la variedad de los artículos de Poveda: la invasión de lo cómico como triunfo de la mediocridad en el teatro, que consideraba “ruidoso y grotesco”; la personalidad del dramaturgo belga Mauricio Maeterlinck, quien hablaba “con la inspiración de un visionario y con la seguridad de un fanático”; la obra pictórica de Juan Emilio Hernández, expuesta en el Museo Municipal de Santiago; un nuevo poema de Leopoldo Lugones titulado “Los burritos”; la proclamación de Paul Fort como “príncipe de los poetas franceses”; la noticia de la edición de la obra completa del nicaragüense Rubén Darío, incluido Los raros; el aniversario de la muerte del poeta cubano Augusto de Armas, quien murió en Francia pobre y solo, y hoy apenas conocido; los homenajes a los amigos: el gibareño Armando Leyva; el narrador solitario y “profundamente sensual” Luis Felipe Rodríguez, a quien llamaba “el rebelde exquisito”; el suicidio de Fernando Torralva; la amistad entrañable de Sócrates Nolasco…
La recepción de la obra poética y en prosa de Poveda fue polémica y contradictoria, incluso hasta entre los jefes de redacción de los diarios en que publicaba. Fue llamado “El poeta que se persiguió a sí mismo”; en El Fígaro lo consideraron “un artista malogrado”; en Orto apareció un artículo bajo el título “Por la verdad y por el arte. José Manuel Poveda y la crítica sin crisis en sus envidiosos”; José Antonio Fernández de Castro y Jorge Mañach le hicieron un homenaje en el momento de su muerte, con sendos artículos en la revista Chic. También ha sido citado como “El poeta de la noche”. Enrique Serpa escribió un ensayo en su honor en que analiza “el sentimiento trágico”… Ha sido más comentado que bien leído. Posiblemente lo menos entendido de su recepción literaria en sentido general haya sido su renuncia a Apolo y su adhesión a Dionisos.
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