Para la música de concierto es indispensable que, parejo al desempeño de sus ejecutantes, existan recintos que puedan serle fieles espejos sonoros. Las condiciones acústicas serían, en primerísimo orden, el desvelo de quienes tienen la responsabilidad de cuidar o mantener tales espacios.
No es secreto que, por las exigencias de esta modalidad musical, el mantenimiento y acondicionamiento de teatros para tales fines sea caro y conlleve además un diseño coherente del espacio que debe ser gestado por profesionales. El uso de materiales específicos en techos, pisos, cortinas o lunetas, además de la obligada climatización, no es factor dejado al azar ni tampoco de improvisación, y no debe ser minimizado bajo el afán entusiasta del desconocimiento.
En este sentido, vale especificar –para quienes desconocen determinadas normas de escucha en estos casos– que en la música de concierto no debe utilizarse excesiva microfonía ni la consecuente amplificación, y cuando han de existir, deben ser asumidas con ciertas precisiones para lograr un balance determinado que permita al oído tratar de captar el sonido natural hasta donde sea posible. Ello también depende del aforo de cada sala, además del diseño interior que esta posea para la circulación del sonido –natural o amplificado– así como del tipo de puesta, que pudiera o no requerir dicha característica.
Con los avances tecnológicos en la ingeniería de sonido, además de salas con capacidad para miles de espectadores, los directores musicales y diseñadores sonoros trazan un diseño específico para cada propuesta, logrando muchas veces un exitoso resultado en todo sentido. Pero en Cuba no poseemos grandes teatros para el disfrute de la música de concierto, a diferencia de otras ciudades del mundo; más bien nuestra fortaleza auditiva y presencial son salas medianas y pequeñas que, lógicamente, limitan asumir algunos retos. Aún con esas carencias se han gestado arriesgados proyectos en diversos espacios, y aunque pudiéramos debatir sobre lo logrado, la creación siempre superará los escollos que pudieron haber surgido.
Los años de explotación, la falta de materiales específicos para reparaciones, el uso incorrecto del lunetario por parte del público y la utilización de salas para distintas finalidades, muchas veces ajenas a su estructura sonora y concepción arquitectónica, han erosionado bastante los ya pocos espacios para el deleite de la música de concierto.
Algunos teatros temáticos han tenido que asumir programación y funciones para las que no fueron concebidos, mientras los medianos y pequeños espacios se yerguen como únicas opciones reales en detrimento de orquestas de gran tamaño y obras de mayor envergadura. A pesar de la delicada situación económica del país, urge rescatar –y cuidar, posteriormente– los espacios que bien pudieran devolvernos más alegrías para la música de cámara, sinfónica y coral, y tener una programación estable y robusta para un público ávido y conocedor.
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