La relación de José Martí con el teatro es bien conocida, ya sea por sus comentarios valorativos del arte escénico, que lo presentan no solo como el "más enterado crítico teatral", según la autorizada opinión del profesor e investigador Rine Leal, sino también por el legado de las herramientas que dejó para la apreciación artística, de las cuales aún se valen nuestros teatrólogos, filólogos, historiadores y filósofos a la hora de analizar la relación entre política y cultura.
Los Zapaticos de Rosa. Teatro de las Estaciones. Foto: Sonia Almaguer
Su presencia asidua al patio de butacas, lo mismo en Cuba –recordar que vivió de cerca y muy joven los sucesos históricos del Teatro Villanueva y su espíritu anticolonialista-, España, México, Guatemala, o Estados Unidos, lo dotaron de vasto conocimiento y riqueza expresiva, para caracterizar en pocas palabras un espectáculo o el desempeño de los actores. Los textos que escribió para la escena, que el mismo no valoró lo suficiente, anteponiendo su poesía y ensayos a sus piezas para las tablas, nos lo muestran como un amante apasionado del arte dramático.
Aún sin cumplir los 16 años escribe su primera obra, el poema dramático Abdala, texto de amor juvenil a la patria, donde por vez primera el negro – fuera de su posición exótica y divertida en el teatro bufo-, es un héroe que encarna virtudes patrióticas y militares. Con apenas 20 años y en España escribe Adúltera, un drama de almas que incluye el juego del teatro dentro del teatro, y es calificada como una de sus piezas más autobiográficas. Amor con amor se paga, se titula el proverbio dramático que escribió por encargo de un amigo en tierra mexicana. Una vez más acude al juego del teatro dentro del teatro y hace gala de una versificación hábil y sonora. Es su obra menos ambiciosa y, paradójicamente, su primer estreno como autor teatral en Cuba, el 26 de abril de 1900, a cargo de un grupo de aficionados, es también su único éxito como dramaturgo disfrutado en vida. Con Patria y libertad, escrita en Guatemala, vuelve al drama patriótico y social, con un indígena como protagonista y la presencia del pueblo como personaje. Se reconoce como su texto teatral mejor escrito y el más representable. Dejó varios apuntes escénicos donde sobresale la figura del Chac Mool, una escultura simbólica en el patrimonio de la historia cultural latinoamericana.
Ningún juicio puede ser definitivo para el cuerpo literario de la obra de Martí, mucho menos en el terreno del arte escénico. Cualquier clasificación posible, siempre será estrecha y llena de prejuicios, tan solo limitaría la revalorización de sus obras escénicas, escritas en momentos específicos de su vida, tanto a nivel espiritual como social.
En el 125 aniversario de su caída en combate, y en momentos en que el pensamiento y la reflexión de la cultura cubana precisa aún más de Martí, y lo examina y enjuicia para encontrar más luz, pienso que el teatro nacional, para adultos y para niños, salvo honrosos ejemplos como las aproximaciones espectaculares dirigidas por Roberto Blanco, Carlos Pérez Peña o Carlos Celdrán, por solo citar tres buenos montajes, no ha indagado lo suficiente en los predios de sus creaciones escénicas o en esos textos que han inspirado su traslado a las tablas, como sí ha sucedido con otras zonas de su pensamiento.
Reencontrar a Martí, sumar su palabra transparente y entrañable, su afán docente y apostólico a nuestro teatro, no será nunca tarea ociosa. Hagamos que la presencia de Martí nos acompañe, que siga viva en las nuevas generaciones. Solo así creceremos en otra dimensión, la de un mundo que necesita, debe y tiene que ser mejor.
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