Teatro universitario entre luces: ecos y remembranzas


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Foto de Portada: Archivo Cubaescena

No quiero ser crepuscular. Pero tampoco puedo decir que el teatro universitario entre nosotros tenga la luz suficiente y necesaria para ser un acontecimiento escénico desde nuestras casas de estudios superiores. Cuando hablamos de teatro universitario en Cuba tenemos que buscar sus pilares en el Teatro Universitario de La Habana. Fundada en 1941, esta es la decana nuestras agrupaciones teatrales. Aquella fundación de hace ya ochenta años tuvo lugar en el mismo recinto universitario, en la actual Plaza Agramonte entonces Plaza rector Cadenas, espacio de soberana imantación dentro de la colina universitaria que según Lezama

tiene algo de mercado árabe, de plaza tolosana, de feria de Bagdad; es la entrada a un horno, a una transmutación, en donde ya no permanece en su fiel la indecisión voluptuosa adolescentaria.

En esa tan historiada plaza de saberes, entre la Biblioteca Central, la Escuela de Derecho, la escalera del Rectorado y la Facultad de Matemática, ahí, en la escalinata de ese fastuoso edificio, la noche del 20 de mayo de 1941, se puso Antígona de Sófocles, con dirección del austriaco Ludwing Schajowicz, en una función para recaudar fondos para los monumentos a los mártires universitarios que caídos en la Revolución del Treinta.

Memorable noche cuando cientos de personas se juntaron para ver la puesta que diera inicio a una gozosa crecida en la historia del teatro cubano, comparable a la que tuvo años después la formación de Teatro Estudio. Dijo Alejo Carpentier en aquella ocasión que el estreno de Antígona en la Plaza rector Cadenas había sido “un espectáculo de primer orden, de elevado y noble estilo, que debe ser motivo de orgullo para nuestra Universidad”; consideró la puesta como un empeño grandioso que “por su misma excelencia sugiere ideas y nos invita a meditar”.

Fue tal el entusiasmo de Carpentier por aquella Antígona que declaró:

Si se repite alguna presentación de Antígona, id a verla. Vale la pena. Es probablemente el esfuerzo dramático más completo y mejor logrado que se haya intentado en La Habana desde hace más de 10 años.

La aceptación de público y crítica en cada puesta del colectivo hizo que por resolución rectoral del 4 de julio de 1943, el Teatro Universitario quedara establecido como organización constituyente del ámbito universitario habanero, con anuencia para representarlo dentro y fuera del recinto académico.

El pasado mayo se hizo una íntima celebración en la Plaza Agramonte donde se rindieron los honores correspondientes a los que hicieron posible que hayamos tenido una de las compañías teatrales no digo más significativas, sino de relevante potencia significante en la producción de sentido social.

No voy a celebrar ahora, en este agosto, el 80 aniversario del Teatro Universitario de La Habana. Pero como cualquier tiempo es bueno para expresar preocupaciones, me pregunto: ¿Qué presencia tiene el teatro universitario en general y en particular el de la Universidad de La Habana en el mapa actual de nuestras artes escénicas? Considero que esa presencia es apenas perceptible. Pero sucedió que desde los cuarenta del siglo pasado y hasta casi los noventa, el Teatro Universitario de La Habana desarrolló propuestas escénicas importantes en el movimiento de artistas aficionados universitarios.

¿Acaso el entusiasmo por las artes escénicas entre los jóvenes universitarios desapareció?  ¿Ya es parte del pasado y tenemos que resignarnos a no ver más el teatro que puede hacerse en nuestras universidades?

Hablo del teatro universitario no como resultado docente, como el que pudiera hacerse desde la Universidad de las Artes ISA.  Me refiero al teatro universitario que nace del entusiasmo artístico de estudiantes de ingeniería, matemática, física, biología, letras, economía, idiomas, medicina, sicología, motivados por el trabajo que realice el órgano de extensión universitaria. El teatro como agente ficcional es una acción comunicacional que potencia la socialización, la imaginación de los jóvenes universitarios al reunirse alrededor de intereses artísticos comunes.

El teatro puede actuar sobre la Universidad, problematizar su rol, conducir, proponer e intercambiar razones y propósitos socioculturales más allá de las organizaciones políticas y estudiantiles existentes.

En el teatro se conjugan varios sistemas significantes pertenecientes a diferentes códigos artísticos, en la interacción de ellos aparece la teatralidad que puede ser herramienta curricular, práctica intelectual en tanto la experiencia artística no es privativa del arte sino que incide en la intuición científica.

El teatro universitario forma parte de lo que se ha dado en llamar el currículum invisible de la Academia; no es para la formación y obtención de un producto cultura empresarial, sino para el desarrollo de un lenguaje de expresión artística que permita articular procesos educativos e incorporar al establecimiento académico creatividad e imaginación.

Tenemos como paradigma de teatro universitario el de La Habana. Desconozco si existe disponible un catálogo razonado de las puestas del Teatro Universitario; no obstante, es axiomático el criterio general de que ese colectivo puso lo mejor del teatro cubano y  universal durante décadas con y sin vacas gordas. En los intrépidos setenta asume su dirección Armando del Rosario hasta 2019; en los últimos años de este período se luchó  incesantemente, a brazo partido, por la sobrevivencia del grupo que comenzó entonces a sufrir un indetenible declive.

El Teatro Universitario de La Habana fue nutriente de intelectuales y artistas de varias generaciones: Violeta Casals, Roberto Fernández Retamar, Graziella Pogolotti, Rogelio Martínez Furé Sergio Corrieri, Roberto Blanco, Antonio Vázquez Gallo, Erdwin Fernández, Luis Lloró, Alfredo Guevara, Fructuoso Rodríguez, Maritza Rosales, Gina Cabrera, Nelson Dorr, Nisia Agüero, Gaspar de Santelices, Elsa Camp, Eslinda Núñez, entre muchos más.

Del propio recinto universitario, el grupo formalmente constituido llegó a tener su sede oficial en el Hotel Habana Libre. En la esquina de L y 23, donde hoy existe la cafetería exterior del hotel, hubo una de las salas de teatro más visitadas de la ciudad, hasta que un día alguien decidió que había que atraer al turismo de otra manera y desarmó la sala Tespis y la convirtió en una cafetería más de la ciudad.

Entonces en el edificio de la Facultad de Economía, en L entre 23 y 21, donde radicaba la dirección de extensión universitaria, instancia universitaria encargada de vehicular el trabajo cultural y la producción de saberes de la Universidad con la comunidad, se decidió que la hermosísima sala Talía, otra deidad del panteón que rinde culto a las artes escénicas, fuera la nueva sede del aún flamante Teatro Universitario.

Durante mucho tiempo trabajé en ese edifico y tenía que pasar cada día por la Sala Talía. Poco a poco vi cómo la desidia, la indolencia, el irrespeto a los “monumentos del espíritu” fueron adueñándose de aquel espacio hasta que lo hicieron desaparece y con ello comenzó la fantasmal presencia del Teatro Universitario de La Habana.

Hace años dejó de ser constante y sonante el trabajo de extensión universitaria en La Habana no solo desde la Universidad de La Habana sino desde ninguna universidad capitalina. Tal vez trabajen para el interior de las universidades pero si salimos a la calle y le preguntamos a la gente, a quien en verdad va dirigido el trabajo de extensión universitaria, no saben de qué se trata.

Hubo un tiempo en que la Universidad de la Habana llevaba la batuta del trabajo extensionista a nivel de país. Recordemos el Concurso 13 de Marzo que cubría todos los posibles géneros de creación artística y literaria; la prestigiosa Galería L que se extingue desde hace mucho; el cine universitario, diluido en la nada y al que en los ochenta y noventa le debo parte de mi cultura cinematográfica; la televisión universitaria brilla por su ausencia, o no sé si dentro de los propósitos de los canales educativos estuvo el de suplirla.

En junio de 2018 fue la última vez que tuve oportunidad de asistir a una función del Teatro Universitario de La Habana, del resto de las universidades del país nunca oigo hablar, cada vez que visito una provincia pregunto, y nada.

En aquel junio de 2018, en la sala Hubert de Blanck dentro del Festival de las Artes, organizado por la Universidad de las Artes ISA, vi una puesta de El último bolero, una obra que cuando subió a escena, tiempo atrás, fue mala, y en un festival de jóvenes era absolutamente innecesaria su recuperación. La pieza trata de más de lo mismo: el reencuentro en Cuba de  una madre que abandonó a su hija por ir detrás del otro hijo cuando los sucesos del Mariel.

El teatro universitario al que me refiero no es de índole académica, no es una asignatura ni una tarea, mucho menos una actividad cultural de las tantas que organiza la FEU. El teatro universitario puede tener una función operatoria en la artificación de la vida universitaria en su cotidianidad.

No puede suceder la artificación de una actividad, objeto material o espiritual sin arte. El teatro como parte del arte es una herramienta para la generación de ideas y estrategias fortalecedoras de la percepción ideológica y social de la universidad.

El teatro universitario es una práctica artística eficaz, a través de él se produce la fecundación y fertilización entre arte y Academia. Los distintos campos de la Academia pueden hacer uso de la específica creatividad y del poder de innovación del teatro.

El arte siempre será la posibilidad de volver a resolver y a hacer de una nueva manera las cosas. Ojalá el renacer del teatro universitario forme parte de la praxis de inserción social de nuestras universidades.

 

 


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