Me propuse no escribir una nota luctuosa más. Había decidido no sangrar mi dolor ante el reclamo de los editores, solo quería celebrar la vida y los buenos momentos. Sin embargo; hay promesas y juramentos que la circunstancias nos obligan a violar, solo que lo haré para celebrar la vida de un amigo; uno más que “se fuga” cuando menos se lo espera.
Ha muerto José Luis Cortés, El Tosco, en La Habana. Es día lunes, posterior al domingo de resurrección; también es día de Eleggua. Es, igualmente, el día que Cuba celebra el natalicio del “Padre de la Patria”. Cosas de la historia, El Tosco también fue “padre de algo relevante” en la música cubana, o para ser más exactos, el “hermano mayor” o el “perfecto culpable” de algo de lo que ya no podemos denostar: de la timba, de la polémica y de esa capacidad de amar/odiar que tiene el ser humano ante lo desconocido o frente, aquello que no comprendemos o que no queremos comprender.
El Tosco, aunque no les guste reconocer a muchos que hoy tal vez estén afligidos, al menos en la mirada y no en el alma (como diría el maestro), fue el más dialéctico de los músicos cubanos de los últimos treinta años. También fue, de alguna manera, el más odiado y el más citado en nuestra proverbial cotidianidad.
Dialéctico porque supo entender –junto a Germán Velazco–, descifrar y arriesgar los sueños de una generación de músicos cubanos que desde fines de los años setenta comenzaron a interactuar con aquellos que les precedieron y fueron generando un lenguaje musical, una empatía humana y una visión cultural que necesitaba un espacio. Mentiría si no hago honores a la capacidad de entender ese llamado y arriesgar sus energías al talento y la visión cultural de dos mujeres: Ana Lourdes Martínez e Irais Huerta. Si El Tosco fue líder en la ejecución y materialización de esas inquietudes; ellas fueron, de cierta manera, sus ejecutoras intelectuales.
Dialéctico porque supo entender la filosofía del bailador cubano y hacia él volcó todo su talento y en su nombre entendió los hechos y acontecimientos sociales y musicales del tiempo que le tocó vivir; e incluso, fue más allá. Actuó como hombre de barrio humilde, negro y pobre, cuya arma eran la vergüenza y el talento para enfrentar la vida y la música que le fue dada por accidente o porque los dioses así lo quisieron.
¿Hay alguna cosa más cercana a la dialéctica común que ser la voz de aquellos a los que algunos suelen mirar por encima del hombro desde una posición pseudo cultural y tomar el riesgo de representarlos con sus miserias, alegrías y sueños? Revisemos su música y algunos de sus textos “complicados y controversiales”; esos que algunos llamaron “chabacanos”, “vulgares” –puede que sí, puede que no— en nombre de una pureza cultural que no asumen ni dominan.
Fueron los mismos que no se acercaron (desconocen totalmente) a sus versiones de los poemas de Nicolás Guillén o sus acercamientos a la obra de Pablo Milanés y Silvio Rodríguez. Verdaderas obras de culto que duermen el sueño de los justos.
Para esos, la dialéctica es una señora de piernas gordas a las que la minifalda no les luce en las tardes, según decía Harold Gramatges, uno de sus más fervientes admiradores y quien públicamente le llamó “el Igor Stravinski de la música cubana contemporánea”… Y el sabio músico santiaguero lo demostró haciendo un análisis de algunas de sus obras –algunas tan controvertidas como La bruja y Santa Palabra– una tarde en la UNEAC ante un público heterogéneo que le escuchó; público en el que estaba el interesado que desde una esquina trataba de esconder su rubor.
El Tosco fue parte de la vida nacional de los años noventa. Más allá de la música y de las potenciales polémicas desatadas por su trabajo. Fue abanderado de dar espacio a las orquestas femeninas en aquellos años y arriesgó su cuota de popularidad y su beneficio económico (incluido sus músicos) para que estas triunfaran o al menos fueran escuchadas. No debe olvidarse aquel festival que organizara en el Salón Rosado de La Tropical por tres días y el compromiso arrancado a su empresa discográfica de que recogiera esas noches en sendos volúmenes discográficos.
Muchas veces fue el consuelo espiritual de desconocidos o el arriesgado ejecutor de ideas hoy poco recordadas, como organizar un encuentro musical entre Cuba y Puerto Rico y permitirnos escuchar de primera mano a la orquesta de Roberto Roena, que Pete "El Conde" Rodríguez volviera a caminar por las calles de Párraga después de sesenta años o que Oscar Hernández y Los seis del Solar tocaran para nosotros.
Prefiero a El Tosco buen amigo. Ese que escuchaba con dedicada atención las palabras de su amigo/hermano/cómplice Germán Velazco; el que devolvió a la música cubana al tumbador Raúl Cárdenas “El Yulo”; el que no abandonó nunca a un amigo en desgracia…, hay muchos nombres que por ética me reservo.
Mañana, todos sin previo acuerdo, pondrán una y otra vez su música, al menos la que no consideren que sea impura. Una música que no ha envejecido. Hoy solo el barrio Condado llora a raudales, a piernas sueltas y se rasga las vestiduras. Lo mismo que aquellos que siempre le han sido incondicionales; los que seguirán a su lado tirando la piedra. Entre ellos podemos contar a Benny Moré, a Dámaso Pérez Prado y a una legión de hombres y mujeres que le han de llorar en silencio.
Solo me resta no olvidar el sonido de su flauta y seguir luchando… luchando siempre que Chicho de la orden de ataque… de seguro que nos veremos más adelante y nos tomaremos ese ron que nos prometimos…
19 de Abril de 2022 a las 10:17
Sin palabras , un gran maestro instrumentista genio indiscutible de esa música única e inigualable mostró de mostros , siempre te recordaremos , ataca chicho!
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