Quizás los efectos de la pandemia que atravesamos nos han hecho pasar por alto la recordación de uno de los mayores intelectuales del siglo XX cubano, con muy destacada obra en los campos de la educación, los temas económicos nacionales — especialmente el azucarero—, y la historia patria, pues Ramiro Guerra Sánchez cumplió el 31 de enero ciento treinta años de nacimiento y el 29 de noviembre, cincuenta de su muerte.
Batabanó, el pequeño puerto al sur de La Habana fue su cuna. Allí realizó sus estudios primarios y secundarios y se estrenó en el ejercicio del magisterio. Fue de aquellos jóvenes enviados por el primer gobierno interventor de Estados Unidos al curso especial de la Universidad de Harvard, donde supo asimilar nuevas técnicas pedagógicas y aprender la necesidad de una sólida formación de conciencia ciudadana en un país como el suyo, que abandonaba cuatro siglos de dominación colonial española e iniciaba una relación de ocapación directa por una nueva potencia imperial, cuya hegemonía se impondría al crearse en 1902 la república de soberanía limitada mediante la Enmienda Platt.
Ramiro Guerra fue de esa generación finisecular que se entusiasmó con la Guerra de Independencia, a la que prestó servicios logísticos cuando la Invasión a Occidente llegó a la antigua provincia de La Habana, y cuyos ideales marcaron para siempre su ejecutoria práctica y su intensa y enorme obra intelectual.
La enseñanza escolar le ocupó a plenitud durante su primera juventud, no solo con la presencia en .las aulas sino también con sus labores para la mejor preparación del personal docente. Doctor en Pedagogía en la Universidad de La Habana en 1912, dirigió la Escuela Práctica Anexa a este centro, fue superintendente de escuelas en Pinar del Río, profesor de Pedagogía y director de la Escuela Normal de La Habana. También difundió sus criterios y conceptos en revistas como Cuba Pedagógica, cuya dirección asumió en conjunto con otro grande del magisterio cubano como Arturo Montori. Así, difundió sus ideas y proyectos de una escuela pública con sentido nacional que alcanzara a las grandes mayorías de ciudadanos y que se extendiera por campos y ciudades de la Isla. Y llevó a vías de hecho sus criterios de una pedagogía nacional como autor de varios libros escolares de Lectura.
Fue esa intención de fundamentar un espíritu nacional la que le condujo hacia los asuntos económicos e históricos. En 1927 comenzó a impartir clases en la Universidad habanera de Historia y Geografía de Cuba, dos disciplinas entonces unidas. Ese mismo año publicó en el Diario de la Marina una colección de trabajos agrupados después en un libro que conmovió a los jóvenes de esa época, a la generación del 30. Titulado Azúcar y población en las Antillas, fue un llamado de alerta ante los peligros para la nación que significaban el latifundio y la monoproducción del azúcar. Es cierto que sus concepciones le llevaron a cargar la mano contra la importación de braceros para el corte de caña venidos de Haití y de las colonias británicas del Caribe. Sus ideales liberales de una sociedad capitalista nacional que se asentara en una sólida clase campesina dueña de su tierra, rechazaba a aquellos inmigrantes portadores de otra cultura y de otra lengua. No obstante, entregó una crítica demoledora contra el latifundismo y en defensa del campesino cubano, despojado de su tierra y convertido en el sector más depauperado de la nación.
Quizás entusiasmado con la política económica inicial de Gerardo Machado en cuanto a impulsar un desarrollo industrial y salir de la monoproducción azucarera, aceptó el cargo de Secretario de la Presidencia, por lo que a la caída del tirano marchó a Estados Unidos, donde amplió sus estudios de asuntos económicos, sociales e históricos. A su regreso a Cuba sostuvo una intensa actividad como director de publicaciones periódicas, ingresó en instituciones como la Academia de la Historia de Cuba, la Sociedad Geográfica, el Ateneo de La Habana y la Asociación de la Prensa. Durante los decenios de los treinta, los cuarenta y los cincuenta fue reconocido como una de las personalidades más relevantes de la cultura nacional. A ello contribuyó decisivamente su labor historiográfica, iniciada con brillantez desde su juventud a través de artículos y libros como su Historia de Cuba en dos tomos y su libro de igual título dirigido a las escuelas Primarias Superiores Preparatorias y Normales (para maestros), ambas de 1922.
La de historiador ha sido quizás su labor más perdurable, como lo atestiguan estudios aún válidos en muchos aspectos. Vale mencionar entre ellos: En el camino de la independencia (1930), La expansión territorial de los Estados Unidos a expensas de España y de los países hispanoamericanos (1935), Manual de historia de Cuba (económica, social y política). Desde su descubrimiento hasta 1868, y un apéndice con la historia contemporánea (1938), Guerra de los Diez Años, 1868-1878, dos tomos (1950-1952). A todo ello hay que sumar su labor como uno de los directores y como autor de la Historia de la nación cubana en diez tomos por el cincuentenario de la república, en 1952, obra colectiva que logró reunir a buena parte del gremio de los historiadores de la época.
Como investigador de nuestra historia, Ramiro Guerra estuvo guiado por una firme postura patriótica manifestada en su firme empeño de exponer la formación de la nación y las luchas por la independencia en el entramado de los conflictos internacionales entre las grandes potencias, atendiendo a la vez a las características demográficas, económicas y sociales diferenciadoras de las regiones insulares. Asimiló creadoramente los elementos metodológicos aportados por el positivismo historiográfico en cuanto al análisis crítico de las fuentes documentales, se mantuvo actualizado en la historiografía relativa a Cuba aparecida en otras latitudes como España y Estados Unidos y tuvo indudables acierto a la hora de analizar las conductas personales en interrelación con los procesos históricos nacionales. Fue un estudioso serio y minucioso, y un escritor de sólidas ideas y conclusiones, al igual que de estilo claro y agradable. A mi juicio, no solo se destacó entre los cubanos dedicados a la historia sino, además, entre los latinoamericanos de su tiempo.
Ramiro Guerra fue el exponente del pensamiento de un sector social casi inexistente en la Cuba en que le tocó vivir: el de una burguesía nacionalista. Por eso hoy, bajo otras condiciones sociales, se le considera figura capital de la historiografía cubana y, aún más, de un pensar nacional Sirvan, pues, estas breves líneas, como el necesario tributo ante sus aniversarios para este cubano que trabajó sin desmayo para una patria mejor.
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