Contraalmirante José Luis Cuza Téllez. Foto: Agustín Borrego Torres/Trabajadores.
Muchas veces se debate en los encuentros intelectuales sobre si la narración histórica debe asumirse como género literario. En una oportunidad, hace algún tiempo, algunos cultivadores de la poesía, el ensayo y la novela afirmaron con vehemencia que los profesionales de las ciencias sociales no conforman el mundo de la literatura. Para suerte de todos, esa visión reduccionista y sesgada de los entendimientos culturales no fue acogida por la dirigencia de las políticas del sector, de ahí que los filósofos, sociólogos e historiadores integren la UNEAC y otras instituciones afines.
La escritura culta, amena e inteligente no es patrimonio de una determinada esfera científica o literaria. Si el creador tiene el propósito de socializar sus saberes debe asumir el lenguaje correspondiente tanto al lector común o al especializado en tanto su propósito debe ser el de divulgar sus quehaceres. Lo cierto es que determinados escritores creen que su obra debe llegar únicamente a los conocedores del tema. No siempre están motivados por emitir conocimientos a quienes los necesitan, sino “hacerse sentir” en un determinado ámbito intelectual, así como obtener lauros académicos e institucionales.
Pero, para suerte de la cultura cubana, hay muchos que apuestan por la extensión de sus obras a todos los sectores poblacionales y no a un determinado grupo.
Resulta apreciable una cierta disminución de lectores de textos impresos en la misma medida en que se desarrolla la vía digital. Cuestión comprensible debido al auge de un recurso de fácil acceso para todos los públicos y poseedor de grandes posibilidades para su inmediata tradicional. Este quedará en las bibliotecas públicas y privadas, y será un eterno referente de la sabiduría acumulada por una humanidad negada al silencio de los tiempos pasados.
El contraalmirante José Luis Cuza Téllez de Girón, capitán de la columna 19 “José Tey”, del Segundo Frente Oriental “Frank País”, narra sus vivencias a través de su texto titulado De combates e ilusiones, publicado en formato electrónico por la editorial “La Mezquita”, de Holguín, en el 2020, cuyo patrocinio recae en la Unión de Historiadores de Cuba.
Avalado por los doctores José Ramón Balaguer, Raúl Roa Kourí y Julio García Oliveras, posee el prólogo del reconocido historiador Jorge Ibarra Cuesta, quien, como era su costumbre y estilo, utiliza el libro para indicar nuevos caminos a la historiografía cubana. Entre ellos están el uso de la demografía en tanto resultan apreciables las diferentes generaciones de combatientes y campesinos de la región; el análisis sociológico aplicado a las contradicciones clasistas y entre los diferentes estamentos sociales; el modo de vida de los trabajadores y de los terratenientes; los proyectos e imaginarios de quienes sufrieron la explotación del agro capitalista; las costumbres y cotidianidades del sistema familiar; el ejercicio de las políticas gubernamentales, con sus latrocinios e impunidades; el régimen militar; y las condicionantes del neocolonialismo impuestas por la burguesía nativa y el imperialismo norteamericano.
El libro de Cuza constituye una amena y sustanciosa crónica de su experiencia de combatiente en la mencionada columna guerrillera. Pero, además, ofrece elementos interesantes de sus múltiples quehaceres durante la clandestinidad santiaguera. Documenta al lector sobre las variadas razones sociopolíticas que justifican su vida insurreccional y devela el régimen social indeseado por la mayoría del pueblo cubano de entonces.
Cronológicamente, como quien construye sus recuerdos dialogando con los documentos de la época y los testigos cercanos a la epopeya, el autor nos conduce hacia las interioridades de una guerra justa pero no excluida de contradicciones, avatares, angustias y pasiones. En este sentido, Cuza llama la atención en relación al criterio de los críticos e investigadores que defienden la narración plana, carente de matices y, sobre todo, centrada exclusivamente en las acciones victoriosas y trascendentes en lo político militar. La crónica de Cuza es humana, objetiva y convincente en tanto desentraña la intimidad de la lucha guerrillera frente a un ejército regular y eficazmente armado.
Los valores morales tales como la fraternidad, el compañerismo, las convicciones ideológicas junto a los sentimientos de culpa, la traición, el engaño y la deshonestidad, no están ausentes en un relato profundamente realista e identificado con un pasado que no ha desaparecido de la memoria de muchos cubanos.
José Luis Cuza Téllez no solo posibilita que el lector aprehenda las lecciones de los aconteceres narrados e interpretados por él, sino también que descubra el idealismo de un mundo singular, por no decir anormal. En la guerra se sobrevive material y domésticamente, venciendo el hambre y las increíbles penurias de todo tipo y, sobre todo, en virtud de la espiritualidad que cada cual ha sido capaz de acumular a lo largo de su existencia, formada en el seno de la familia, la escuela y demás ámbitos sociales, los que constituyen inmensos patrones y baluartes protectores de la existencia humana.
La guerra no es solo la confrontación bélica entre ejércitos contendientes, sino también la de las ideas en tanto se defienden concepciones y proyectos políticos antagónicos. Unos pretendieron mantener incólume la explotación capitalista y servil al imperialismo del régimen batistiano, y otros aspiraban a reformar la sociedad según los principios del mambisado y de José Martí. Pero, internamente, hubo matices y múltiples motivaciones personales que no siempre concordaban con el esquema clásico de “buenos y malos” de “víctimas y victimarios”. Sobre ese particular, de suma importancia para el entendimiento de los procesos en pugna en cualquier época y espacio geográfico, nos habla el texto de José Luis Cuza a través del relato de los múltiples aconteceres que ilustran la conformación de un frente guerrillero decisivo en la última guerra de liberación nacional.
El lector conocerá de la geografía, las condicionantes socioeconómicas de los diferentes pueblos y ciudades, el modo de existencia de los campesinos, los vínculos insurgentes entre la ciudad y el campo, la estrategia y tácticas bélicas empleadas, las características personales de los jefes militares, entre otros aspectos contribuyentes al conocimiento de una epopeya digna de recordarse.
La escritura es sencilla y coloquial. El anecdotario es el vehículo empleado por el autor para describir las múltiples situaciones y aconteceres ilustrativos de la vida en campaña y el orden administrativo impuesto por la alta jefatura, cuyo liderazgo recayó en el Comandante Raúl Castro Ruz. Se aprecia el desarrollo del ejercicio gubernamental que tuvo su continuidad en el triunfo revolucionario. Pónganse como ejemplos las pequeñas fábricas y talleres, el congreso campesino, la labor educacional y alfabetizadora, la aviación y el quehacer sanitario, entre otros muchos. Tampoco estuvo ausente la continuidad histórica en lo relacionado con la centralización del poder militar, legado indiscutible de nuestras guerras independentistas.
La mujer campesina, combatiente y mensajera está presente, pero no en la medida que puede esperarse de un relato minucioso como nos brinda el autor. Tal vez quede para otra oportunidad donde no solo apreciemos a sus allegadas compañeras y amigas, sino también aquellas que conformaron las huestes libertadoras del Segundo Frente junto a las paradigmáticas figuras de Vilma Espín y Asela de los Santos.
De combates e ilusiones es un libro que no se olvida porque enseña la cruda verdad de un tiempo necesario para alcanzar la victoria de las ideas justas.
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