En casa decimos que Mildre es la mamá verdadera de Cuasi Negrín Blanco, esa niña que se autodefine indefiniéndose a sí misma, que se niega a ser catalogada por etiqueta alguna, que escapa de todo asidero adulto, como sólo los más chicos saben hacer. Este personaje, creado hace unos pocos años por una autora muy gustada por su público, cuenta ya con varias apariciones en distintos volúmenes (Una niña estadísticamente feliz, Es raro ser niña, Mi abuela es un primor, Mi mamá está en la cocina…), donde ilustra no sólo la fantasía y la chispa de la niñez, sino lanza una mirada aguda sobre la sociedad adulta, específicamente cubana, mirada desde unos pocos palmos del suelo pero con un alto vuelo de imaginación, humor y poesía que ha sido premiado dentro y fuera de Cuba.
Si de algo se precia en primer lugar la narrativa de Mildre, es de su vertiginoso y bien logrado ritmo dramatúrgico, por lo cual, el libro que presento hoy para delicia de grandes y pequeños, titulado La Voz Cuasi, puede ser no solo leído, sino representado como obra de teatro, tal como ocurrió en la Feria Internacional del Libro y con gran éxito a cargo de un grupo de actores menudos; un hecho que esperamos tenga repetición y dé motivos para que la propia autora o algún colega interesado adapte cada uno de sus libros a piezas teatrales acordes con las edades escolares primarias, en tanto estaría llenando con creces un vacío sobre las tablas que reclaman muchos artistas del patio dedicados a la infancia.
Al margen de esta sugerencia, destaco la sensibilidad de Hernández Barrios para llegar al corazón de sus lectores, hablando su propio lenguaje (aunque a los adultos nos parezca un poco chocante o irreverente por momentos) y manejando sus más detallados códigos, como si en vez de nacer en 1972 hubiera venido al mundo hace apenas siete o diez años. Resulta asombrosa la identificación con los menores en activos diálogos que dibujan caracteres bien marcados en su decir y hacer, como los de Yordanka, Rexona, Kasperski, Malú, Lavanda, y otros tantos, víctimas en sus nombres de la cultura mediática de sus padres al bautizarlos, y de los planes de Cuadrado, simbólico nombre para el director provincial de Educación, quien de cierta manera se apropia maquiavélicamente del inocente proyecto de la protagonista ante sus sueños de realizar en su escuela un concurso de canto buscando La Voz, remedo de los que forman parte de «el paquete de la semana», resumen de los espectáculos patrocinados por grandes disqueras y canales de televisión multinacionales que ruedan en Cuba de mano en mano y de pantalla en pantalla, promoviendo el conocimiento y consumo de otras maneras de hacer televisión, en ocasiones, bastante soeces. Sin embargo, esto no será traba para la pequeña, quien logrará, a pesar de los aportes oficiales, una acogida tan fenomenal sobre el escenario que….
El final no lo adelanto, la sorpresa será tanta que superará toda expectativa en esa mezcla de ironía, suspenso y abierta hilaridad donde Cuasi, una vez más, obliga a mirarnos crítica y retadoramente a los adultos en el espejo de los más chicos y a preguntarnos qué estamos haciendo como ejemplos que somos para ellos, qué valores o virtudes les transmitimos y cómo manejamos los conceptos más sanos y valederos para su futuro, en esta especie de extraña literatura, llanamente disfrutable por los menores pero quizás metafóricamente didáctica para los grandes, siempre prestos a atajar, imitar, clasificar y juzgar todo cuanto surge de aquellas cabecitas.
En sus dieciséis capítulos, la narración y, sobre todo, el diálogo —forma elocutiva más presente en la obra en general de esta autora—, dan paso a la poesía y a la canción, ya sea en forma de farsa o creación auténtica, burda imitación o adaptación, como la sorprendente Guantanamera que entona nuestro personaje como colofón de la actividad. Es, sin dudas, una lectura movida que, como diría Cuasi: «tiene de todo», desde paráfrasis de entrañables versos martianos, bien escogidos y mejor colocados, pasando por sones, trova y guarachas cubanas tradicionales, hasta frases hechas y repetitivas canciones nacionales y extranjeras de moda, de la peor calidad, en una intencionada amalgama intertextual que llama a la reflexión y, quizás, a la preocupación por las referencias que, en materia de música, quedan en las nuevas generaciones.
Es de alabar la colorida ilustración de la cubierta y de cada escena a cargo de Hanna Chomenko, aunque, como en otras ocasiones y autores, la libertad de interpretar a través del pincel la figura de la protagonista, atenta contra su esencia mestiza cubana (otro tanto sucede en Mi mamá está en la cocina, donde aparece Cuasi con cabellos rubios en la imagen de cubierta). Sin embargo, la artista logra evidenciar los atributos de cada personaje y sus características físicas, logrando que sean plenamente identificados por sus rasgos y ubicados, inmersos en los sucesos que se narran.
Celebramos igualmente la calidad de la edición por la casa holguinera La Luz, y el trabajo del texto a cargo de Irela Casañas Hijuelos, la corrección de Mariela Varona y el diseño de Frank Alejandro Cuesta. Faltarían por precisar otros detalles, pero ahora me detengo para que la lectora o el lector de cualquier edad disfrute y valore a su juicio esta divertida e inteligente escritura.
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