Mientras un elevado porciento del mundo cumple con medidas obligatorias de aislamiento para evitar ser contagiado por el COVID-19, muchos han sido los registros de violencia contra la mujer en países latinoamericanos. En los últimos meses, en los que por todos los medios de comunicación se han expandido una y otra vez, mensajes sobre respeto y armonía ante la crisis, estadísticas de países como México, Colombia, Bolivia, Chile, Argentina confirmaron que los feminicidios van en ascenso debido al confinamiento.
En medio de un contexto de discriminación y desigualdades, la América Latina constituye la segunda región con mayor índice de violencia contra las mujeres, según registró el Informe mundial sobre la violencia y la salud de la OMS, de ahí que sea uno de los temas cruciales dentro de los movimientos feministas y de la producción artística latinoamericana.
Hoy pienso con mayor agudeza en la performer mexicana Violeta Luna, quien ha hecho de su cuerpo un territorio político de denuncia frente a disímiles fenómenos sociales, en los que sobresale la violencia de género como una de las zonas más investigadas. Para aquellas que no están más, es una de las acciones performáticas más emotivas que Luna ha desarrollado en los últimos años, un ritual instalativo que homenajea a las mujeres que han muerto a causa de violencia.
La creación del performance inició en el año 2015 a través de la colaboración de Luna con el colectivo Rubro Obsceno en Sao Paulo, Brasil. Al año siguiente fue presentada en el Eastside Cultural Center. Luego la performer realizó una residencia artística dentro de la programación del Live Arts In Resistance (LAIR) en el 2018, en el que la acción performativa se convirtió en una experiencia de una comunidad específica muy integrada a la acción, gracias al trabajo con la organización de apoyo a mujeres, inmigrantes y latinas conocida como Mujeres Unidas y Activas (MUA).
El espectáculo deconstruye una memoria de horror que busca con la acción performativa un lugar donde pueda ser sanada. Objetos documentales se emplazan en la escena como testimonio de las historias de las víctimas: ropas, fotografías y otras informaciones proyectadas. El espectador interviene según la pauta de las actantes para hacer del memorial una acción política, otra de las características que regresan a la obra de Luna. La actividad pública dentro del perfomance potencia, a través de un diálogo mucho más comprometido, el espacio de resistencia.
Para aquellas… partió de la necesidad de comunicar nuestro dolor e impotencia ante la muerte de nuestras hermanas: el feminicidio como una forma de guerra que se expresa en nuestros cuerpos, cuerpos que se marcan, se torturan, porque son vistos como propiedad, cuerpos convertidos en basura… Cuerpos de mujeres que fueron y están siendo asesinadas no solo por ser mujeres, sino por ser pobres, indígenas, mujeres de color.[1]
La obra de Violeta Luna sobrepone a las visiones occidentales, patriarcales y coloniales, la consciencia pura de nuestro cuerpo. Sus acciones poéticas permiten consolidar nuestra denuncia ante violaciones de cualquier término. El sacrificio, el mundo globalizado, el abuso de poder, la pérdida de libertades, la prohibición del aborto, el conservadurismo, el genocidio de líderes sociales son temas que se activan en un mecanismo ritual que elabora mediante la escritura con su cuerpo y el medio en el que lo expone. Lo cual también la legitima como activista. Su creación interdisciplinar, su íntima relación con las artes vivas es una herramienta para generar cambios, a través de un diálogo micropolítico. Algunas de las acciones que así lo demuestran son Réquiem para una tierra perdida, Frida, NK603: Acción para el intérprete y e-Maíz, Apuntes sobre la Frontera. Su trabajo como creadora feminista también se consolida a través de sus conexiones con el Proyecto Magdalena: Red Internacional de Mujeres en Teatro Contemporáneo.
Si bien el arte del performance desde la segunda mitad del pasado siglo abrió un camino para el encuentro frontal con expresiones periféricas denotadas por condiciones de género, raza, sexualidad, clase social, también el movimiento feminista en la América Latina trabajó con mayor impacto desde la década de los 70 para reivindicar los derechos de las mujeres. Hoy podemos hablar de una voz feminista global, determinada por las especificidades de cada contexto, pero que sí ha promovido cambios en las políticas públicas y sobre todo está despertando una conciencia universal que fortalece y respeta la imbricación de las mujeres en el análisis y transformación de la realidad. El performance se ha consolidado, entre otras variantes, como herramienta para el activismo y la creación feminista; pienso por ejemplo en Un violador en tu camino, acción de protesta creada por el Colectivo Interdisciplinario de Mujeres Las Tesis que fue replicada en reconocidas plazas del mundo entero, y visibilizó la lucha de las mujeres, sin distinciones culturales, por el cese de la violencia y la equidad definitiva entre los géneros, a finales del pasado año.
Violeta Luna es un cuerpo activo en medio del contexto descrito. Su escritura escénica descansa entre la fatalidad del medio y las posibilidades de ser sanado. Cuando cesen los estragos del coronavirus, el mundo se reinvente y nos encontremos otra vez o por vez primera, tendremos el placer de recibirla junto a Stela Fitcher y Leticia Olivares en la próxima Temporada de Teatro Latinoamericano y Caribeño Mayo Teatral con la pieza Para aquellas que no están más. Una acción performativa que, a pesar de los años de gestada, sigue hablando de nuestro presente en todos los radios de acción posibles. #larevoluciónseráfeministaonoserá
[1] Tomado de http://nakadancetheater.com/lair-residencies-luna
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