Fragmentos del libro “Evocación”, publicado por el Centro de Estudios Che Guevara en 2008, y que con posterioridad ha tenido numerosas ediciones en varios idiomas.
El 26 de noviembre de 1959 Ernesto Che Guevara fue nombrado Presidente del Banco Nacional de Cuba. ¿Qué implicaciones tuvo para la vida del país, cómo recuerdan ese período algunos de sus colaboradores más cercanos? En este día el Centro de Estudios Che Guevara estrena su blog institucional con la publicación de algunos testimonios que fijan su mirada en aquellos intensos días.
[...] El 26 de noviembre de 1959, con su nombramiento como presidente del Banco Nacional, se produce otra mudada de domicilio, esta vez para Ciudad Libertad, porque se entendió que el trayecto que había que recorrer de Santiago de las Vegas a la ciudad era muy peligroso. En la fortaleza vivían Raúl y Vilma; además de otros compañeros que por sus funciones tenían que ubicarse en sus predios.
A pesar de que casi había transcurrido un año, se vivía en un torbellino de funciones, algunas de las cuales nada tenían que ver entre sí, y que dan la medida del intenso trabajo en ese tiempo. (…)
El trabajo del Banco Nacional resultó muy intenso, porque en realidad se trataba de crear una nueva imagen de su funcionamiento y sus objetivos y para esto se requería de un esfuerzo enorme y de mucho tiempo. De forma inmediata, el Che dictó un conjunto de medidas, con el empeño de evitar la fuga de divisas; entre ellas la decisión de romper los vínculos con el Fondo Monetario Internacional, al que Cuba pertenecía y al que debía aportar veinticinco millones de dólares; la liquidación con el Banco de Desarrollo Económico-Social (BANDES), así como con la Financiera Nacional y el Banco Cubano de Comercio Exterior, instituciones todas que representaban una carga para el erario nacional.
De igual forma, se ordena a un funcionario del Banco Nacional de Cuba sacar el oro físico depositado en los Estados Unidos, además de nacionalizar los bancos norteamericanos en el país: el Chase Manhattan Bank, el First National Bank of Boston y el City Bank of New York. En esa misma dirección, se aprueba la Ley para nacionalizar la banca nacional y extranjera, con la sola excepción de los bancos canadienses; se nacionalizan cuarenta y cuatro empresas bancarias con sus trescientas veinticinco oficinas y sucursales, ubicadas en noventa y seis localidades del país; se procede a la compra de los dos bancos canadienses existentes y se dispone un canje de moneda, que se realiza exitosamente en agosto de 1961. Este proceso pudo efectuarse gracias a los primeros contratos establecidos con los países socialistas en 1960, en particular con Checoslovaquia, donde se efectuó la impresión de los nuevos billetes con la firma del Che.
Todas esas acciones se ejecutaron desde la oficina central del Banco Nacional, que contaba con un personal muy reducido, entre los que se encontraba, como era habitual, José Manuel Manresa; una secretaria bilingüe muy calificada, nombrada Luisa (cuyo apellido no logro recordar); yo, como secretaria personal, y un cuerpo de apoyo, expertos del Banco que contribuyeron a su funcionamiento. Tuve que hacer algunos cambios porque la alfombra de la oficina le producía alergia al Che y hubo que sustituirla por un piso de linóleo.
En general, fue un período muy agradable, a pesar del enorme trabajo que teníamos. Nos sentíamos como una pequeña familia. Desayunábamos y comíamos al fondo de la presidencia, sin un horario fijo: lo mismo lo hacíamos a las ocho de la noche que a las tres de la mañana, hora que aprovechábamos para tomarnos un chocolate caliente con tostadas. Siempre contamos con la presencia de algún que otro latinoamericano con comentarios personales o de otros temas de interés, que hacían la velada muy agradable y nos ayudaban a conocernos mejor; entre ellos estaban Carlos Romeo, Jaime Barrio, Raúl Maldonado, José Santiesteban y el cubano Salvador Vilaseca, quien además de colaborador se convirtió en el maestro de matemáticas del Che y lo acompañó hasta la etapa del Ministerio de Industrias.
Dentro de las visitas que preciso con mayor nitidez, se encuentra aquella de la delegación soviética, encabezada por Eugenio Kosarev, fiel amigo de Cuba y del Che. Hay cosas que no se olvidan nunca, incluso no sé a estas alturas de dónde se sacó la máquina de escribir con los caracteres rusos para poder redactar los informes que debían llevarse. Puede que haya participado en ello Jaime Barrios, uno de los colaboradores chilenos —que murió junto a Salvador Allende en los trágicos acontecimientos de La Moneda, el 11 de septiembre de 1973—, aunque casi estoy segura de que fue Graciela Rivas quien la consiguió. Este era un personaje muy eficiente, era la apoderada de Manuel Aspuru San Pedro y siempre trató de colaborar con nosotros, aunque también estoy convencida de que simpatizaba mucho con el Che…
Es en esta época en que el Che comienza a asistir a las recepciones de gobierno, porque entendía que era un compromiso ineludible y una escuela de formación para los nuevos cuadros de la Revolución. En realidad, se molestaba muchísimo cuando algún compañero no asistía, al considerarlo como parte de sus funciones.
Como siempre, iba vestido con su uniforme verde olivo, que ya en la noche había sufrido el rigor de la faena de todo el día, reuniones, actos, en fin, las tareas cotidianas. Al rememorar esa imagen, me viene a la memoria una recepción a la que asistió Regino Boti, nuestro ministro de Economía, quien tenía un alto sentido del humor, y allí me llama muy misteriosamente y me comenta algo que me hizo reír muchísimo: haciéndose el asombrado, celebra lo elegante que andaba el Che esa noche. Yo lo miré de arriba abajo, hice una inspección de sus botas, que estaban como siempre; su uniforme un poco ajado, en fin, me parecía que no había nada diferente, e ingenuamente le pregunto en qué estribaba la elegancia y me contestó: «pues mira, tiene tres plumasen el bolsillo». Fue un momento realmente simpático, porque así era Boti, quien siempre le demostró al Che su amistad.
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