Metapheroe Nacional


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Cuando honramos a un héroe como José Martí, hacemos al unísono dos operaciones, o más bien la misma en distintos sentidos: una del presente al pasado y la otra al revés. Nos transportamos a otro mundo, a otro tiempo, para aquilatar significados; lo que comprende comparar. Contrastamos al héroe con sus contemporáneos y correligionarios, en la búsqueda de qué lo hizo trascender, traspasar los límites espacio-temporales. O cotejamos su legado con lo que orienta nuestro actuar, cuánto de su axiología y de su ideología nos funciona hoy como mapa de nuestros comportamientos, con qué lo hacemos vigente, vigoroso y vivificante.

Relacionamientos de trasferencias mutuas, que hacen, como reconoció el propio héroe de Dos Ríos, que honrar, honre; “honrar a quien lo merece, honrarse a sí, y el negar honra a aquel a quien se la debe, quitarse honra a sí propio”. De lo que se derivan otros: “Honrar a los que cumplieron con su deber es el modo más eficaz que se conoce hasta hoy de estimular a los demás a que lo cumplan”; “honrar a los muertos es vigorizar a los vivos”. “El que no sabe honrar a los grandes no es digno de descender de ellos. Honrar héroe, los hace”. La mayor capacidad de ser héroe “se mide por el respeto que se tributa a los que lo han sido”.

Para Martí, la virtud es primordial dentro del arte de la política.

En estas ideas, como en su paradigmático sacrificio, el Maestro nos aporta claves que debemos aprehender para sumar “héroes”; en ese empeño tan complejo de auscultar el subsuelo y superar la “prehistoria” (del mundo dividido en clases), globalizando la “República moral” martiana, empezando por casa, la Patria.

Para Martí, “cada hombre es un héroe y un orador oculto”, pero, como comprobó haciendo patriotas, en los egoístas, en los de “alma ruin” no puede expresarse esa potencialidad. Héroe y apóstol es “el que se consume en beneficio ajeno y desdeña en cuanto solo le sirven para sí las fuerzas magnas que en él puso el capricho benévolo de la naturaleza”. Y lo es más “mientras menos le amarga el sacrifico la ingratitud humana”.

En el latín, originalmente, honos significa glorificación pública; es un premio que se le daba a aquel que era recto, digno y decente, merecedor de un cargo público. Los honestis eran aquellos a los que el pueblo había “honrado” con un cargo político. Para expresar las ideas de esos valores por los que se premiaba, se usaban otras raíces como decus (de donde viene decoro), integer (íntegro) y virtus (virtud). Honrar comprendía entonces el reconocimiento público.

Honrar es esencialmente el acto de socializar una relevancia. Es decir, de identificar cualidades, valores, en un miembro de la comunidad (histórica o presente) a la que esta “premia” con su admiración y respeto, a la que le confía significaciones de ejemplo y en el que se siente representado. Una representación constitutiva, mediante la cual el representante da lugar al representado al momento de representarlo. De modo que no habría pueblo sin héroes que honrar, como no hay sujeto previo a la política.

Si el capitalismo neoliberal ha plantado el individualismo hasta en el nivel preconsciente, instintivo y psicológico de la existencia, la emancipación comunista debe conseguir, con la emancipación de los sentidos primarios, la percepción y significación del sacrificio en beneficio ajeno, de la comunidad política signada por la libertad con dignidad.

La mayor capacidad de ser héroe “se mide por el respeto que se tributa a los que lo han sido”.

El neoliberalismo postmoderno produce y reproduce un sujeto consumidor, de identidades flotantes y que se realiza en lo privado. La sociedad fragmentada tiene al mercado como única red institucional para conectar estos segmentos. En el imperio del valor de cambio, los héroes, como los otros símbolos nacionales, son considerados obstáculos para la libre circulación de las marcas y las mercancías.

En contraste, los héroes se valoran como bien común dentro de la tecnología del republicanismo y del tránsito socialista. Se constituyen en elementos aglutinantes de la comunidad política. Son vasos comunicantes entre el pasado y el presente, entre los símbolos instituidos y los significados constituyéndose, entre los individuos y la sociedad toda.

Si para Tocqueville la libertad es un artificio, solo posible por la virtud humana, para el creador del Partido Revolucionario Cubano la libertad es brotación natural y la virtud, fuente de identidad, que llega a ser parte constitutiva de nuestro ser. Para lo que urge un ente educador, para transmitir culturalmente ciertos valores políticos y conseguir que el ciudadano sea parte y fruto de la misma República.

Para Martí, la virtud es primordial dentro del arte de la política, como sensibilidad ante las contradicciones sociales. La virtud motiva a los ciudadanos a debatir y a instruir a sus pares en qué hacer ante situaciones complejas. Los impulsa a participar activamente en ese tributar fraterno a los que mejor expulsan al egoísmo.

Porque un héroe es aquel en que “se recoge” la virtud, “siempre que en un espacio o localidad determinada falta en muchos”, “para que no se altere el equilibrio y venga a padecer la armonía humana”. Aquel en que se “amontona” el “honor que en los demás escasea”, y “adquiere de ello profética indignación y elocuencia resplandeciente; y es todo vergüenza, por falta en los demás; y es todo mejilla”.

Honrar a esos virtuosos nos hace mejores. Participar en esta construcción de significados y de este consenso de hacerlos dignos de imitar, de sentirlos “bien común” y orgullo de la tribu, implica percibir y valorar su relevancia moral. Lo que se alcanza con esa sensibilidad especial que es la virtud. Capacidad que se cultiva, como la de percibir la belleza del abrazo del alba, o del rocío que corona una rosa; solo posible con lecturas metafóricas.

Metaforizar mejor a Martí, pasa por descubrir lo semejante de su tiempo y el nuestro, de sus disyuntivas y las nuestras.

Como afirmó Aristóteles, la metáfora hace que algo salte a la vista o quede puesto ante los ojos. Y como él mismo explica: “Llamo poner ante los ojos a lo que significa algo que se encuentra en actividad”. Esa “actividad” expresa la vitalidad que la metáfora bien lograda describe; alude a la cercanía, presencia e inmediatez que una metáfora bien lograda produce.

La metáfora es “transposición o traslado de un nombre a una cosa distinta” (Metaphorá de estin onómatos allotríou epiphorá). Y vale destacar que el vocablo epiphorá, además de “transposición” o “traslado”, lleva también como matiz propio de su significación la idea de versión, incluso de conversión. La metáfora es, así, la versión de un término, en el sentido de constituir un modo posible de significación del mismo.

Operación análoga a la de honrar a un héroe y actualizar su legado, que es ponerlo ante los ojos de los contemporáneos, y en tal sentido, transferirle “actividad”, cercanía, presencia e inmediatez. Es construir su versión más viva y vivificante. Poiesis que se consigue “sembrando la divina luz” de su legado, irradiándolo, esparciendo sus semillas, poniendo en actividad cada uno de sus significados.

He ahí el modo de construir una versión más clara y cercana de la complejidad martiana, de “ese misterio que nos acompaña”. Cultivar una metametáfora, destacando sus más vigorosos significados con un haz de analogías que los conecten con nuestras experiencias cotidianas, como seres corpóreos y sociales.

Y no basta poner al héroe ante los ojos, sino que llame la atención. Que su actualización provoque detenernos en lo que dijo, hizo y aún le queda por hacer. Que resulte una sutil invitación a una mayor penetración de su espesura, iluminados por los contornos que metafóricamente se proponen. Hay que activarlo dentro del pensamiento y de la acción cotidiana; lo que se motiva con la extrañeza que proporciona un modo nuevo de representarlo y de aprehender algo inédito de su mundo.

Las metáforas más ricas y significativas son las que se presentan sin dar por sobrentendidos los términos que se relacionan; las relaciones instauran, se solidifican y prolongan en el tiempo. Metaforizar mejor a Martí, pasa por descubrir lo semejante de su tiempo y el nuestro, de sus disyuntivas y las nuestras, por ascender hacia su luz.

Martí es como el “alma cubana”, metáfora a la que mucho recurrió.

Ponerlo en actividad es cambiar los modos y medios de nombrarlo y activarlo, transportarlo de ese contexto de papel y tiza, al más cotidiano y aún poco común, que permita destacar lo que hasta entonces permaneció ignorado,teniendo presente que “la verdad llega más pronto a donde va cuando se la dice bellamente” y llega más hondo si en ella resuenan lo racional y lo emotivo, lo ético y lo estético.

Solo cultivando ciudadanos virtuosos, mediante la emancipación de sus sentidos, de su liberación ética y estética, podemos asegurar que honrar a los héroes se perciba como beneficio, propio y común, que se honren con la acción de tributarles honores. Que se valoren sus sacrificios no solo como actos histórico-culturales, sino también como expresiones de la naturaleza (humana). Que la caída en combate del héroe-poeta, aquella primavera de 1895, se signifique no solo como un tributo a la independencia de Cuba, sino también por “el bien mayor del hombre” y “el equilibrio aún vacilante del mundo”. Que se aquilate, en el presente y en su justa medida, la trascendencia de aquella siembra y la vigencia de que “morir por la patria es vivir”.

Martí es como el “alma cubana”, metáfora conceptual a la que mucho recurrió. Comanda nuestros actos por su intensa capilaridad y su expansividad conectora. Es la llave nacional y símbolo capital del patriotismo; Metapheroe nacional que construimos.

Nos iluminamos al aquilatar su luz, cuando nos constituimos en ese sol que hacemos encandilar y quemar, con el que fotosintetizamos nuestro asaltar el cielo, para actualizar sus sueños y hacerlos utopías, nuevamente nuestras. Convencidos de que “solo el calor del sol engendra héroes”.


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