En homenaje al centenario del prestigioso escritor portugués José Saramago (1922-2010), la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí (BNCJM) abrió una exposición de carteles sobre la vida y la obra de ese autor.
Al inaugurar la muestra, el embajador portugués en La Habana, José Pedro Machado Vieira, agradeció a las autoridades cubanas por rendir tributo al primer autor de esa nación europea que ganó del Premio Nobel de Literatura en 1998.
La BNCJM también desarrolló este miércoles en el Teatro Hart el conversatorio Saramago en Cuba, en el cual participaron varios especialistas locales que trabajaron de cerca con su obra.
Durante su intervención, la directora de la editorial Arte y Literatura del Instituto Cubano del Libro, Iyaimí Palomares Mederos, se refirió a los títulos del novelista portugués publicados por ese sello y a la cálida acogida que siempre han tenido entre los lectores de la nación caribeña.
Por su parte, el escritor Rodolfo Alpízar reveló los desafíos que enfrentó en la traducción de los libros de Saramago y toda la satisfacción que sintió con esa labor que lo acercó al escritor.
También la especialista cubana Olga Sánchez contó sobre su experiencia al traducir la poesía del autor de Los poemas posibles y la complejidad que esto representó.
José de Sousa Saramago nació en Azinhaga (Portugal) el 16 de noviembre de 1922 y falleció el 18 de junio de 2010, a los 87 años, en su casa de la isla de Lanzarote (Canarias, España).
Ni siquiera pudo terminar la educación secundaria: su formación literaria fue completamente autodidacta y antes de dedicarse por completo a escribir, ejerció varios oficios, como el de cerrajero, de acuerdo con sus biógrafos.
Pero, como una vez confesó el propio autor, en sus visitas cotidianas a una biblioteca pública comenzó a cultivar su gusto por la lectura, sin ayudas ni consejos, solo guiado por la curiosidad y la voluntad de aprender.
En 1947 escribió su primer libro, un romance titulado originalmente La Viuda, aunque fue publicado con el nombre de Tierra del pecado.
Tras un periodo alejado de la pluma –pues se consideraba “sin nada que decir”– a finales de 1950 retomó su vocación y también trabajó en la traducción de autores como León Tolstoi o Charles Baudelaire.
En 1966, Saramago publicó una colección poética después de casi 20 años de ausencia editorial.
Asimismo, se dedicó al periodismo y asumió el mando del suplemento cultural del Diario de Lisboa. Más tarde, fue director adjunto del Diario de Noticias, aunque de este último lo despidieron por motivos políticos.
Títulos suyos como Memorial del convento (1982) o Ensayo sobre la ceguera (1995) constituyen ahora obras cumbre entre lo mejor de la novela contemporánea.
Su singular empleo de los signos de puntuación lo han hecho merecedor de un estilo inconfundible: según el escritor y filósofo italiano Umberto Eco, Saramago cuida la puntuación hasta el extremo de hacer que desaparezca.
El Evangelio según Jesucristo (1991), censurada en Portugal por su crítica frontal a la religión católica, y Todos los nombres (1997) figuran entre sus libros más reconocidos y alabados por el público y la crítica.
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