Camilo en el lente de Perfecto Romero


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«Buscan a Camilo». El titular del periódico Revolución del viernes 30 de octubre de 1959 es un disparo. A dos días del despegue del Cessna 310 de tonos rojo y blanco, que partiría del aeropuerto de Camagüey rumbo a La Habana, no hay noticias del paradero del Comandante Camilo Cienfuegos.

La composición de la portada del diario tiene notas graves. A la derecha: «Perdido su avión a las 6:00 p.m.». A pie de página, una imagen de la Isla, donde la Fuerza Aérea Revolucionaria ha trazado la búsqueda del artefacto, dividiendo el mapa de Cuba en 25 puntos, entre Camagüey y La Habana. A la izquierda, desplegada a lo largo, la silueta barbuda de Camilo, que viste su sombrero alón y el uniforme verde olivo.

En una ocasión, Camilo, desde el mar, se lanzó y escaló al helicóptero. Foto: Perfecto Romero

Perfecto Romero reconoce la silueta de Camilo, la misma que tantas veces atrapó con el lente de su cámara durante los últimos días de la lucha guerrillera y esos primeros meses de Revolución. «Recuerdo, como si fuera hoy, lo mucho que sentí la noticia de su desaparición», cuenta a Granma.

Le gustaba bucear y rescatar del fondo marino restos de barcos hundidos, o cualquier objeto que le resultara curioso. Foto: Perfecto Romero

A las seis y un minuto del miércoles 28 de octubre de 1959, Camilo Cienfuegos había partido del aeropuerto de Camagüey acompañado por el piloto Luciano Fariñas, y el sargento Félix Rodríguez, su guardia personal. Debieron arribar a Ciudad Libertad, La Habana, dos horas más tarde, pero esto no ocurrió.
«Ante el rumor de que el avión podría haberse accidentado en la zona de la Ciénaga de Zapata, en Matanzas, salimos desesperados a buscarle en un remolcador. Navegamos por horas y llegamos hasta Cayo Largo, al sur de la Isla, pero no encontramos nada, solo mucha desolación», explica.

Romero, premio nacional de Periodismo José Martí, había sido una sombra silenciosa junto al Señor de la Vanguardia. Fue con él a todos lados durante los primeros diez meses de Revolución. «A donde fuera llevaba consigo a un periodista y a un fotógrafo, y este último casi siempre era yo».

Mientras buscaba a Camilo en la Ciénaga, no pudo evitar recordar que hacía apenas unos meses le había acompañado a un encuentro con Fidel en la Laguna del Tesoro, ubicada en la misma zona donde procuraba esta vez encontrarlo con vida.

Foto: Ariel Cecilio Lemus

De aquel día de mayo, donde los dos amigos pasaron algunas horas juntos, conserva con cariño varias fotos como su tesoro más preciado. En una de ellas se ve a Camilo en primer plano, de perfil, con la barba húmeda y con el sol dándole en el rostro. A sus espaldas, Fidel sostiene con fuerza una trucha recién capturada, lleva el traje verde olivo, sus charreteras de Comandante en Jefe en ambos hombros, una medallita colgada al cuello, un tabaco encendido… En la siguiente imagen, Camilo es todo risas, una vez más de perfil, despreocupado de la cámara que le sigue cada movimiento. «Fueron tan buenos amigos que era casi imposible retratarlo de otro modo que no fuera riendo cuando estaba cerca de Fidel», rememora el fotógrafo.

Hay otra imagen de Camilo y el mar tomada por Perfecto. «Era un joven muy aventurero y muy fuerte, a pesar de su complexión delgada», dice y muestra al mítico guerrillero sin camisa, emergiendo de las profundidades de la bahía de Matanzas, con una careta de buzo sobre su rostro y un objeto metálico en su mano derecha.

«Le gustaba bucear y rescatar del fondo marino restos de barcos hundidos, o cualquier objeto que le resultara curioso. Aquel día de abril echó varios trozos de metal al remolcador donde navegábamos. Al rato vimos llegar el helicóptero de la Fuerza Aérea Revolucionaria, en el que solía trasladarse. Cuando la aeronave estuvo lo suficientemente cerca, Camilo se lanzó al agua y la escaló desde el mar. Nos dejó a todos botados con el barco lleno de trastes», y se ríe cuando muestra la foto del momento en que asciende al helicóptero.

La última imagen que Perfecto Romero tomó de Camilo fue dos días antes de su desaparición, el 26 de octubre, durante su discurso ante millones de capitalinos, en lo que fuera el Palacio Presidencial, hoy Museo de la Revolución. «¡Estaba tan feliz!», exclama Perfecto.

La foto habla por sí sola: el Señor de la Vanguardia, sonriente y de perfil, con su mano derecha saludando al pueblo luego de su intervención, lleva el bolsillo de la camisa verde olivo lleno de cartas. «Así estaba siempre, pues a donde quiera que iba las personas le entregaban notas, lo mismo para darle aliento a la Revolución, que para pedir soluciones a determinados problemas».

Camilo las leía todas, dice Perfecto. Dan fe de ello las decenas de fotos donde se le aprecia acomodado junto a árboles, en plena Sierra, con una carta entre sus manos.

Ese viaje a Camagüey, el 28 de octubre, fue uno de los poquísimos en los que Camilo Cienfuegos no le pidió a Perfecto Romero que lo acompañara.

«Habría ido –asegura–, aunque hoy no estuviera haciendo el cuento; habría ido, sin importar que mi nombre hubiera aparecido junto al suyo en el periódico Revolución».

 


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