El Ministerio de Cultura ha honrado este año a la gran bailarina cubana Josefina Méndez, nacida hace justo hoy 80 años en La Habana, dedicándole la jornada por Día Internacional de la Mujer. Se ha hecho justicia, pues en esta artista, fallecida el 26 de enero de 2007, confluyen muchas de las realizaciones de la célebre escuela cubana de ballet: el pleno dominio estilístico sustentado por una sólida técnica, que permitieron el alumbramiento de una manera característica de bailar. Josefina fue una de las más emblemáticas bailarinas de ese auténtico movimiento.
Ella fue una de las jóvenes en las que se fraguó esa escuela, de la mano de los tres grandes maestros: Alberto, Fernando y Alicia Alonso.
Tomó sus primeras clases de ballet en la Escuela de la Sociedad Pro-Arte Musical y después continuó su formación en la Academia de Ballet "Alicia Alonso".
Pronto llamó la atención de sus maestros por su singular proyección escénica y su marcado temperamento dramático. No sé contentaba con seguir la pauta, siempre le otorgaba a los personajes, por muy pequeños que fueran, un extra muy suyo: un aliento.
El suyo fue siempre diapasón amplísimo, pero desde el principio fue reconocida por su inclinación hacía la era romántica del ballet. No extrañó que llegara a ser una de las más consumadas estilistas del ballet en Cuba.
Su mera presencia escénica ya le garantizaba distinción: era una bailarina hermosa, de refinadísimo gusto. Pero esa elegancia natural no le restaban fuerza.
Era una intérprete cabal, dueña de una fortísima personalidad dramática. Una autoridad reposada, sin énfasis frívolos. Por eso brilló en personajes de gran carga emotiva. El crítico inglés Arnold Haskell la llamó "Reina de la tragedia".
Junto a Mirta Plá, Loipa Araujo y Aurora Bosch, fue una Joya del Ballet Cubano, una categoría única ganada a golpe de talento y empeño. Mantuvo hasta el último día su compromiso con Alicia y con la compañía que fue su casa. Era una de las principales maestras del Ballet Nacional de Cuba, referente indiscutible de muchas primeras figuras de la agrupación.
Ella fue bailarina invitada de grandes compañías del mundo, pero no sabía vivir lejos de Cuba. A Cuba y a su ballet se consagró. Su público la despidió justo en el teatro donde ella brilló como pocas: el Gran Teatro de La Habana. Fue el último acto de un cisne excepcional, de una Giselle entrañable, de una distinguida Madame Taglioni... Pero esas interpretaciones están salvadas. Ella se eternizó en la riqueza extraordinaria de su arte.
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