Apuntes sobre la presencia brasileña en la Casa


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Como reconoce la nota de presentación a los textos de autores brasileños recopilados en el más reciente número de la revista Casa de las Américas: «Fue temprano el interés de la Casa por Brasil y su cultura», lo cual no deja de ser cierto, pero yo lo precisaría aún más: fue desde la fundación misma de la Casa que Brasil se integró a su quehacer, como muestra del interés por hacer estallar las barreras que separaban a «ese gran país que es casi él solo un continente», como solía describirlo Haydee Santamaría, de sus vecinos hispanoparlantes; cosa que –como también reitera la nota editorial de la revista– los de la Casa solemos acreditar a la colección de clásicos Literatura Latinoamericana y Caribeña iniciada en 1963 con la publicación de Memorias póstumas de Blas Cubas. Sin embargo, hubo preciosos acercamientos que antecedieron a esa trascendental edición.

El primer indicio de la presencia brasileña en la Casa de las Américas, muestra del empeño institucional por hacer notar los valores de una cultura con raíces e intereses comunes, fue la inclusión de un artista de ese país en la primera exposición organizada por la Casa el 4 de julio de 1959 titulada Artesanía Americana. La colección de piezas de vestuario, cerámica y orfebrería prehispánica y popular latinoamericana perteneciente a Isabel Mestre se exhibió en la Galería Latinoamericana e incluyó obras artesanales del ceramista nordestino Vitalino Pereira dos Santos (Mestre Vitalino).

Otro momento notable fue la elección de São Paulo como una de las sedes donde se exhibiría la muestra de Pintura y grabado cubano contemporáneo, inaugurada el 13 de junio de 1960 por el Presidente cubano Osvaldo Dorticós en el Palacio de Bellas Artes de México.  La exposición –cuya curaduría realizó la Casa y que integraron más de cien obras– fue la más completa en salir de Cuba para su momento y visitaría Caracas y Montevideo, además de Brasil, donde fue abierta el 14 de septiembre de 1960.

Por otra parte, en materia de música y teatro, tendrían lugar en la Casa de las Américas dos conferencias relevantes: una de Alejo Carpentier, el 23 junio de 1960, referida a la vida y la obra de creación de Heitor Villa-Lobos, y otra del director teatral brasileño Abdias Nascimento, quien abordaría las particularidades del teatro del negro en Brasil, el 14 de enero de 1961. Ambas conferencias anunciarían temas e intereses de investigación tratados con amplitud por los futuros departamentos de Teatro (creado en 1964 por el guatemalteco Manuel Galich), y el de Música (que bajo la dirección del maestro Harold Gramatges echó a andar en 1965) que honraría con un recital homenaje al gran compositor y director orquestal Heitor Villa-Lobos en el primer centenario de su nacimiento, celebrado en 1987.

En 1963 Brasil arribó al 74 aniversario de su independencia, motivo por el que la Casa celebró un homenaje a su pueblo y su Gobierno. El embajador de ese país en Cuba, Luiz Bastián Pinto, dijo algunas palabras y el pianista cubano Ignacio Villa, Bola de Nieve, cerró la velada con un concierto de música brasileña.

Ese mismo año arribamos al momento cumbre que fue la apertura de la Colección Literatura Latinoamericana, la cual dio el puntazo final a la ya evidente intención de la Casa de incorporar las letras brasileñas al concierto continental, lo cual hizo añicos las barreras impuestas por la lengua. Dar inicio a esta colección con una obra monumental como Memorias póstumas de Blas Cubas era una clara confirmación, no solo de la pertenencia natural de la literatura brasileña al panorama cultural latinoamericano, sino también de por dónde se enrumbaba esa nueva construcción de un canon. «A esta colección corresponde el cumplimiento de una función: ayudar a combatir el mal antiguo y grave que es el desconocimiento de los valores literarios de la América Latina, mal que aqueja no solo a los países de otros continentes, sino a los propios países americanos», afirmó Camila Henríquez Ureña, una de las primeras asesoras de la colección y entusiasta promotora de las letras brasileñas en su idioma original, del mismo modo que lo había propuesto durante el proceso fundacional de la colección Biblioteca Americana del Fondo de Cultura Económica, de la cual había sido su primera directora. En los dos años siguientes la colección se enriquecería con la inclusión de la novela de Graciliano Ramos, Vidas secas y –en gesto audaz que implicaba una sacudida al statu quo literario– con el libro testimonial La favela, de Carolina María de Jesús. Luego engrosaría sus arcas con otros grandes nombres en ediciones que han sido esenciales no solo para la difusión de lo mejor de la literatura brasileña en diferentes geografías, sino también para la enseñanza: Poemas de Carlos Drummond de Andrade, Los sertones de Euclides da Cunha, Gabriela clavo y canela y Doña Flor y sus dos maridos de Jorge Amado, Gran sertón: veredas de João Guimarães Rosa, La pasión según G.H. y Cerca del corazón salvaje de Clarice Lispector, El guaraní de José de Alençar, Quarup de Antonio Callado, Teatro del oprimido de Augusto Boal, uno de los más recientes, y El gran arte de Rubem Fonseca (a quien se le dedicó una Semana de Autor en 2004 donde se presentó este libro y que en 2005 ganó el Premio de Narrativa José María Arguedas por su volumen de cuentos Pequeñas criaturas).

La convocatoria al primer Concurso Literario Hispanoamericano a fines de 1959 abre las puertas de la Casa a la reciente creación literaria en el Continente, pero no es hasta 1964, con la entrada de autores brasileños en el certamen (a instancias de Manuel Galich), que cambia su nombre por el de Concurso Literario Latinoamericano y, a partir del año siguiente, por su nombre definitivo de Premio Literario Casa de las Américas o, simplemente, Premio Casa de las Américas. Ese mismo año el dramaturgo paulista Oduvaldo Vianna Filho es premiado por Cuatro cuadras de tierra. Por otra parte, el poeta  amazónico Thiago de Mello fue el primer brasileño en ser invitado en 1967 como jurado del Premio en ese género (y regresaría para la misma tarea en otras tres ocasiones 1977, 1985 y 1999). Conmueve, por lo que expresa en ella (su total desprendimiento en favor de Cuba y la Casa), la carta enviada «con toda la ternura» a Haydee Santamaría en octubre de 1978:

Haydé hermana: // Aquí estoy en nuestro Amazonas con mi Cuba en el corazón. […] De mi llegada Uds. seguramente pudieron acompañar por la prensa. Fueron 26 dias de interrogatorio intenso y tenso. Hubo un dia entero dedicado a Cuba: cuatro oficiales del Ejercito, dos de ellos bien preparados, a interrogarme. Después de unas tres o cuatro horas de interrogatorio se transformó en conversa: yo sentí que ellos querian saber de la vida vivida por el pueblo, lo que sucedía de concreto en la transformación de la sociedad, con un interésse real, que sus groserias frecuentes no alcanzaban a disfrazar.

Otros reconocidos escritores e intelectuales llegaron en las décadas del sesenta y el setenta para integrar la nómina de jurados en diferentes géneros, entre ellos, Márcio Moreira Alves y Augusto Boal, en 1973; Ignacio de Loyola Brandão, Antonio Callado, Fernando Morais y Chico Buarque de Hollanda (ocasión en que ofrece un recital junto al Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC y a otros trovadores cubanos) en 1978 y Antonio Candido, en 1979. No es hasta 1980, cuando se crea la categoría Literatura Brasileña que la presencia de autores y obras de ese país se consolida y se hace notable dentro del catálogo de la Casa, lo cual permite su expansión en el ámbito latinoamericano y caribeño. Ello se explica del siguiente modo en la Memoria del Premio:

En julio de 1963, el dramaturgo Alfredo Dias Gomes dio a conocer a la prensa, en Río de Janeiro, las peculiaridades del concurso para los brasileños: un jurado del propio país seleccionaría las mejores obras concursantes y las remitiría al Premio con su traducción al español; estas concursarían entonces junto con las del resto de Hispanoamérica. Tras haber dado su primer fruto con el premio obtenido por Oduvaldo Vianna en teatro, el golpe militar que aquel mismo año derrocó a João Goulart frustró ese acercamiento inicial. Un nuevo paso se dio en 1972, cuando se admitió que los autores brasileños concursaran en su propia lengua, en el género testimonio –y luego en ensayo– junto con el resto de los participantes del Continente. Al agradecer el premio obtenido ese año, Márcio Moreira Alves (en carta a Haydee Santamaría fechada en París el 11 de abril de 1972), celebraba «la decisión de la Casa de las Américas de admitir al concurso obras escritas en portugués, esperando que la excepción hecha en 1972 se convierta en norma en el futuro». Fue a partir de 1980 que la literatura brasileña y la presencia masiva de autores de ese país en el Premio cobró una importancia sostenida e inédita en el ámbito de la cultura de habla hispana.

Y fue justamente Márcio Moreira quien, en carta dirigida a Haydee Santamaría tras las jornadas del Premio Literario de 1973, donde había sido invitado como jurado de Testimonio, insistió en argumentar las razones por las cuales consideraba ineludible la inclusión definitiva en todos los géneros de autores brasileños, con obras escritas en su idioma original. Vale la pena leer la totalidad de esa carta conservada en el valiosísimo Archivo de la Casa e  incluida en el volumen Destino: Haydee Santamaría publicado por nuestro Fondo Editorial en 2019, pero adelanto un párrafo:

El Premio Casa de las Américas es quizás el más eficaz esfuerzo para descolinisar nuestra literatura y nuestros trabajos de análisis política. Basado en la sola influencia moral de la Revolución Cubana sobre los pueblos del continente, contrarresta todos los premios de la OEA, de las fundaciones Guggenheim, Ford o Rockefeller, del Departamento de Estado, de la Esso o Pepsi-Cola, con todos sus milliones y sus máquinas de propaganda. Por eso, no me parece políticamente justo que la exclusividad del castillano como lengua del concurso impida la presentación de obras del Brasil, justamente el país donde más profunda es hoy la penetración del imperialismo y cuyo gobierno sirve a los Estados Unidos como instrumento para intervenir en la países vecinos.

Esta carta, junto a la «Declaración para la inclusión de la categoría brasileña en el Premio Literario Casa de las Américas» de los intelectuales reunidos en el Encuentro de Escritores Latinoamericanos y del Caribe de 1979 que sugirió «por unanimidad a la Casa de las Américas la inclusión de la literatura brasileña como una nueva categoría de su premio anual, a fin de que se avance un paso más en la integración de todos los pueblos hermanos del Continente» fueron el impulso final que necesitaba la institución cubana para encauzar la producción de los escritores brasileños. Ambos documentos son muestra del trabajo colectivo que animaba a la Casa donde, como afirmaba su fundadora, el equipo de trabajo rebasaba los límites del edificio para completarse con los cientos de intelectuales y artistas que se acercaban a ella. Finalmente, en 1980 se crea la categoría de Literatura brasileña dentro del Premio Literario, la cual se convoca hasta el presente, por lo que no es casual que varios de los escritores invitados (Antonio Candido, Thiago de Mello, Rubem Fonseca, Eric Nepomuceno) hayan pronunciado las palabras inaugurales del Premio. Dentro del programa del certamen en 1980 el escritor paraguayo Rubén Bareiro Saguier inauguró en la Galería Latinoamericana una muestra de Artesanías y grabados del Brasil con obras de la Colección Arte de Nuestra América, con la cual se sellaba el abrazo cultural definitivo entre el gigante sureño y el resto de los países del Continente.

La avalancha brasileña que recibió el Premio Casa en la década del ochenta fue propicia  tanto para conocer la obra de incipientes escritores brasileños como la de aquellos con carreras más asentadas cuyos libros favorecieron el crecimiento de otras colecciones. Una de las más beneficiadas fue La Honda (creada en 1967 para dar a conocer las obras de autores jóvenes o contemporáneos con cierto reconocimiento en sus países). En ella se dieron a conocer, entre otros, los poemas de Thiago de Mello y Ferreira Gullar, los cuentos de Frei Betto, la novelística de Oswaldo França Jr., Chico Buarque, Roberto Drummond, Fernando Morais, Orlando Senna y Antonio Torres. Esta colección, al igual que su antecesora dedicada a los clásicos, fue esencial en la enseñanza de la literatura regional. Una muestra del interés que ella ha despertado en los espacios académicos latinoamericanos es la reciente coedición del Fondo Editorial Casa de las Américas con la editorial de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, que en su colección Dársena ha incluido la novela Perro y lobo, de Antônio Torres (la cual se presentará el próximo día 19 en la Casa). Además, se preparan otras coediciones del mismo autor, como parte de una trilogía, donde aparecerá Esa tierra, novela publicada por la Casa en 2000 y que su autor quiere revisar y actualizar –como hizo con la mencionada antes– para una nueva traducción.

Dada la intensa actividad de la Casa sería imposible detallar en estas páginas cada uno de los momentos dedicados a Brasil, entre ellos descuellan la Semana homenaje a ese país y el premio a la obra gráfica de Arthur Luiz Piza en la Exposición de La Habana de 1965: «Un premio ganado en Cuba es como sentirse un poco cubano, y sentirse cubano es sentirse más latinoamericano», le escribió a Haydee desde París, el 30 de junio de 1965. Entre las páginas 68 y 69 de la revista Casa de las Américas, núm. 31, julio-agosto de ese año, aparece un pliego gráfico con los premios y menciones del concurso. El 14 de abril de 1967, Piza regresaría a la Galería Latinoamericana de la Casa en las treinta calcografías de su autoría que fueron expuestas. El espacio Música en la Casa presentaría en 1968 a la nueva generación en la música brasileña y, en 1970, el fenómeno beat en la música pop brasileña.

No puede obviarse que en 1983 la Casa organizó el Encuentro Latinoamericano de Cultura, Comunicación y Educación Popular, primero de una serie que se desarrollaría en los años siguientes, cuyo gestor más activo fue el brasileño Frei Betto, y que reunió a sociólogos, periodistas, educadores y trabajadores sociales y de la cultura de una docena de países, que laboraban directamente con sectores populares de Latinoamérica. Cinco años más tarde, recibimos la visita del antropólogo, sociólogo y narrador brasileño Darcy Ribeiro, presidente del grupo de trabajo del Memorial de América Latina, la que inició formalmente la colaboración con la naciente institución radicada en São Paulo, cuyo proyecto –análogo al de la Casa– encontró en la institución cubana un punto de referencia. De este autor se publicó en 1992 su estudio Las Américas y la civilización. Proceso de formación y causas del desarrollo desigual de los pueblos americanos y en fecha reciente la revista Casa de las Américas (308-309) rememoró su centenario con la publicación del trabajo leído por Jorge Fornet en el homenaje organizado por la Fundación Darcy Ribeiro y la Universidad de Brasilia, el 27 de octubre de 2022.

Son relevantes también El Ciclo Literatura brasileña en el cine (1990); la exposición El humor de Ziraldo Alves Pinto como parte de la Bienal de La Habana 1991, con una muestra de carteles realizados por el artista brasileño; el encuentro con el director teatral brasileño Antunes Filho como parte de las jornadas de trabajo del VIII Taller de la EITALC el 1 de agosto de 1992. A Filho y al Teatro Macunaíma le fue entregado por la dirección de Teatro de la Casa el Premio Gallo de La Habana en 2004. La celebración del premio de grabado La Joven Estampa, en 1993, donde se inauguran varias exposiciones; una de ellas, especialmente singular, es fruto de la conjunción de la poesía popular y de la gráfica, sobre todo la xilografía. Se trata de El grabado en la literatura de cordel, realizada con parte de los fondos de esa manifestación sui géneris existentes en la biblioteca de la Casa (73 ejemplares), y que caracterizan una zona de la cultura del nordeste brasileño.

Un aparte merecen los números de las revistas institucionales dedicados a Brasil. La revista Casa de las Américas incorporó a sus páginas reseñas de libros y textos de autores brasileños desde sus inicios. En el número 3, 1960, aparece la primera reseña dedicada al testimonio de Carolina María de Jesús Quarto de despejo: Diário de uma favelada publicada cinco años más tarde por la Casa bajo el título La favela. De especial interés son el número 120 de 1980 donde aparecen publicados las palabras de Francisco Correia Weffort, Moacir Amancio, Luiza Barreto Leite y Leda Alves durante el Encuentro de Escritores Latinoamericanos y del Caribe y el número 136, 1982, donde Antonio Candido hace un excelente recorrido crítico por la narrativa y el ensayo brasileño contemporáneos y discute la manera en que se percibe «lo brasileño» y «lo latinoamericano» dentro y fuera del país. Por último, el recién terminado número 313 dedica buena parte de sus páginas al dosier de jóvenes escritores brasileños y cierra con un texto del ya consagrado Frei Betto, donde se incluyen cuentos, poemas y un magnífico artículo que nos brinda un panorama sobre autores y temas de hoy en Brasil. La versión digital de este número se presentará el próximo día 23 en la Casa.

Por otra lado, la revista Conjunto ha mostrado en diferentes entregas la creación teatral brasileña, el número 84 (julio-septiembre, 1990) publicó la pieza Un corazón suburbano, de Naum Alves de Souza; el número 134 / 2005 estuvo dedicada a Brasil, con motivo de la Feria Internacional del Libro (y fue presentada también en São Paulo, Belo Horizonte, Montes Claros y Juiz de Fora); el pasado año la edición 206-207 de la revista presentó amplios acercamientos a las realidades teatrales, políticas y sociales de Brasil y Colombia con trabajos firmados por los brasileños Ana Cristina Colla, Vanessa Bruno, Rosyane Trotta, Samuel Santos, Marcos Antonio Alexandre y Rafael Villa Boas.

Y el Boletín Música, que ha recogido durante más de 50 años la intensa vida musical de Latinoamérica y el Caribe en la Casa también se ha nutrido del saber musicológico y los ritmos brasileños al incluir entre sus páginas trabajos de numerosos especialistas y compositores musicales. Merecen destacarse los números 18 / 1971 dedicado a la música popular brasileña; el 51 / 1975 sobre la música política en Brasil y el 31 / 2012, donde José Geraldo Vinci de Moraes habla de música popular en la Misión de Investigación de Folclor (1938); Lígia Nassif Conti se aproxima a «Los sentidos de la tradición en el samba de la ciudad de São Paulo a mediados del siglo XX» y Tiarajú D’ Andrea se ocupa de las representaciones sobre la ciudad de São Paulo en el samba y el rap.

En las palabras de apertura del Premio Casa de las Américas 2014, Eric Nepomuceno agradecía a la Casa por «algo que quizá no sea tan conocido»:

Nosotros, brasileños, teníamos en el pasaporte un sello cuya inscripción sería cómica si no fuese el trágico reflejo de los tiempos de sombra que vivía Brasil. Ese sello decía: «válido para todo el mundo excepto Cuba». Venir a Cuba era, para los que vivían en mi país, un riesgo serio. Y para los que vivían fuera de Brasil, un componente importante para complicar aún más su situación.

Al invitar a brasileños –Fernando Morais, Chico Buarque de Hollanda, Antonio Callado, Ignacio de Loyola Brandão– para el jurado del Premio en 1978, esta Casa dio su contribución para acorralar un poquito más a una dictadura que empezaba a desmantelarse. Y al incentivar un activo intercambio con artistas que vivían en Brasil, otro empujoncito. Y al mismo tiempo, ha sido aquí donde intelectuales y artistas brasileños que vivían en Brasil, en tiempos de aislamiento y desconfianza hacia los vecinos, empezaron a descubrir a América.

Hoy día, todo eso puede parecer normal, usual. Pero les aseguro que, en aquellos tiempos, todo eso fue anormal, inusual –y muy, muy importante–. Hay que estar eternamente agradecido por esa solidaridad, aunque yo haya aprendido que solidaridad debería ser algo que se registra, no que se agradece.

Y, tras hacer una síntesis de sus treinta y seis años de relación con Cuba, concluye diciendo: «Bienvenidos a mi Casa, a mi otra patria».

No hay mayor satisfacción para un habitante de nuestra Casa que recibir el agradecimiento de quienes nos visitan por el solo hecho de hacer lo que nos corresponde, trabajar en favor de la cultura de los pueblos de nuestra América. Y esa satisfacción es mayúscula cuando el visitante termina formando parte de la gran familia de la Casa, que es también pertenecer a Cuba. Hoy los cubanos agradecemos a los brasileños por su generosa entrega de un espléndido universo cultural donde también nos reconocemos, hermanados en letra y espíritu.


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