Febrero trajo a la Casa de las Américas el Coloquio Internacional 30 años de estudios de la mujer, feminismos y movimientos de mujeres en la América Latina y el Caribe. Con la participación de investigadoras, académicas, intelectuales, gestoras, y promotoras culturales de Cuba y de varios países de la región, el Coloquio de la Mujer ha sido un espacio revelador; con el objetivo de aunar voluntades, pensamientos y publicaciones, en este significativo evento desarrollado en la Casa.
Una de las sesiones de la más reciente edición posibilitó conocer el trabajo de la teatrista y Doctoranda en Estudios Latinoamericanos de la Universidad Autónoma de México (UNAM), Lucía Andrea Morett Álvarez, sobre las mujeres buscadoras de personas desaparecidas en ese país y las acciones colectivas y de género que realizan entre ellas.
La historia de la desaparición forzada en México inicia en los años 60, y acrecienta en los 70 y 80, aunque en la actualidad estas acciones no han dejado de ejecutarse.
Según detalló Morett, las cifras se han disparado dramáticamente tras la orden en 2006 del ex presidente Felipe Calderón de que el Ejército saliera a las calles a combatir los carteles del narcotráfico y las bandas de crimen organizado, cobrándose la vida de miles de víctimas.
México también ha sido el último lugar en el que se supo de muchos migrantes que buscaban conseguir el sueño americano.
En este contexto de enfrentamientos armados, ambiente de violencia y migración generalizada se puede hablar de personas desaparecidas, las cuales no se sabe si continúan vivas, retenidas a la fuerza, tiradas en fosas clandestinas, convertidas en cenizas o desintegradas en ácido, prácticas realizadas actualmente, acotó la investigadora.
Con lo cual, según cifras oficiales, se estima una cantidad de casi 115 mil personas desaparecidas en México, aseguró Morett Álvarez.
En medio de esta campaña de terror hacia la ciudadanía donde son frecuentes la intimidación, los mensajes de amenaza, los cadáveres colgando en puentes con signos de tortura, los secuestros marcados por género con fines de prostitución “aparece una terrible, angustiante, penosa y anacrónica ocupación en las mujeres, la de nuevas buscadoras”, advirtió la investigadora.
Ellas se organizan en colectivo, tejen redes de sororidad, realizan marchas, misas públicas y acuden a cárceles, morgues, hospitales y posibles lugares de enterramientos para obtener información; y en ocasiones desenterrar cuerpos para identificarlos.
“Históricamente han sido los familiares en su inmensa mayoría mujeres, madres, hermanas, hijas, esposas y abuelas quienes han emprendido la lucha por encontrar a los desaparecidos, ante la inoperancia del Estado y las autoridades”.
“Sin menospreciar los móviles afectivos incluso instintivos que llevan a las madres u otros familiares a procurar la vida de sus hijos e hijas, es necesario identificar que existe un componente de género, una obligación moral implícita, asumida, naturalizada por las mujeres, por ser mujeres, para entregarse al cuidado de los otros”, señaló Morett.
Durante esa sesión intervino también Sofía Mateos Gómez, del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM, para exponer el caso de escritoras anarquistas en el México revolucionario.
Ofreció una panorámica sobre esta fuerte tradición de pensamiento y organización política que llevó a varias mujeres de la época a promover ideas radicales y progresistas, y a unirse a grupos feministas y de oposición al régimen.
Mateos Gómez explicó cómo, antes, durante y después de la Revolución Mexicana, las mujeres anarquistas crearon y publicaron numerosos periódicos, revistas, diarios literarios, además fundaron organizaciones y clubes liberales, y lucharon contra el ejército federal.
Publicaciones y libros dan cuenta del accionar de mujeres escritoras y activistas, entre las que se pueden mencionar a las estadounidenses Ethel Duffy Turner y Voltairine de Cleyre, quienes se unieron a la causa anarquista del México revolucionario.
Entre los periódicos más importantes del movimiento, Mateos Gómez mencionó el caso de Vesper, creado por Juana Belén Gutiérrez de Mendoza.
Tuvo varias épocas y números; aunque hoy está desperdigado en bibliotecas y archivos del país, se sabe que no publicaban mujeres exclusivamente, pero sus principales redactoras eran “puras mujeres anarquistas”, dijo la joven investigadora.
Esa redacción estuvo compuesta por Sara Estela Ramírez, Eliza Acuña Rosetti y Dolores Jiménez Muro, esta última quien escribió varios de los programas del Partido Liberal Mexicano y años más tarde, cuando se volvió zapatista, redactó el prólogo del Plan de Ayala, uno de los documentos rectores de la nación azteca.
Además de textos creativos y testimoniales la enorme mayoría de los artículos aparecidos en Vesper, son de oposición firme y radical al régimen de Porfirio Diaz. Por lo que prima un tono combativo, directo, militante y sarcástico. En sus páginas también se refirieron a temas como la defensa de una educación racional, la crítica al intervencionismo estadounidense y la participación de las mujeres mexicanas en la política.
Sobre el discurso de las mujeres zapatistas actuales ahondó María Elda Flores Jaimes, invitada al Coloquio como maestrante del Posgrado de Estudios Latinoamericanos de la UNAM.
La joven investigadora explicó que este movimiento de mujeres neozapatistas -como también se les conoce- está compuesto por indígenas y campesinas que “dejan de lado sus lenguas nativas” y se apropian del español para hablar de sus necesidades, utilizar los discursos como una forma de interpelar, invitar a la lucha y generar memoria.
En otro momento de la sesión participó Noelia Correa García, de la Facultad de Psicología de la Universidad de la República, de Uruguay, con una ponencia sobre la imbricación de opresiones en el trabajo de producción de conocimientos de mujeres latinoamericanas.
Así también, participó Alejandra Santanilla Ortiz, del Instituto de Estudios Ecuatorianos con un acercamiento al tiempo de paro en Ecuador, referido concretamente al del año 2022, el más grande de ese país al menos en los últimos 50 años.
“Este levantamiento puede ser entendido como una lucha de clases en donde lo que se produce y reproduce es la esperanza y el camino para las utopías concretas, porque desafía al Estado, al orden de opresión y a las jerarquías. Además, desafió a la propia lógica del capital, ya que es un tiempo que no puede ser capturado ni traducido como de acumulación, ni de ganancia para los empresarios”, destacó Santanilla.
Este paro fue convocado por la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador, pero se sumaron organizaciones campesinas, movimientos feministas y de disidencias populares, que permitió entre otros factores, el fortalecimiento de las mujeres de esos grupos.
Sobre los feminismos comunitarios, indígenas y populares dialogaron en su ponencia, Andrea Tamayo Torres y Belén Valencia Castro, del Instituto de Estudios Ecuatorianos, quienes presentaron su proyecto con las agroecólogas de las provincias de Tungurahua, Cotopaxi y Chimborazo.
Ambas ahondaron en sus experiencias al tejer redes de apoyo, y en la construcción colectiva del conocimiento con estas mujeres en medio de la pandemia de Covid-19.
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