Las tomas feministas que se sucedieron entre 2019 y 2020 en la UNAM acercaron a Esperanza Basurto Alcalde, Selene Aldana Santana y Márgara Millán Moncayo, profesoras cuya amistad surgió mientras apoyaban a las estudiantes en paro y que, en la actualidad, forman parte del grupo de trabajo de CLACSO Universidad y Despatriarcalización. El cuestionamiento del ámbito universitario como espacio en el que se manifiestan relaciones de poder y desigualdad que descubren profundas brechas de género también unió a Adriana Rovira y Ana Carina Rodríguez, docentes de la Universidad de la República (Uruguay). Con señas de complicidad que expresan sentimientos y preocupaciones comunes, estas mujeres compartieron reflexiones sobre sus experiencias durante un panel realizado en la Biblioteca José Antonio Echeverría de la Casa de las Américas, sala que acoge varias de las sesiones del Coloquio Internacional 30 años de estudios de la mujer, feminismos y movimientos de mujeres en la América Latina y el Caribe.
Selena Santana piensa las acciones realizadas en torno a las tomas de la UNAM y sus detonantes en la ponencia Quien con brujas se junta a hacer fuego se enseña: las tomas feministas de 2019 y 2020 de la FCPyS de la UNAM como zonas temporalmente autónomas. En un recorrido que parte desde 2016 construye un mapa que sitúa las causas de desarrollo de un “tsunami feminista” universitario: denuncias de acoso perpetrado por profesores y estudiantes, agresiones en las instalaciones universitario, feminicidios, etc. Como consecuencia se formaron diversos colectivos y movimientos en las facultades, cuyas críticas se extienden a los sesgos androcéntricos en los contenidos curriculares y a la meritocracia académica. Algunas de las tomas feministas de escuelas y facultades de la UNAM incluso se mantuvieron durante la pandemia por Covid, sin embargo, la crisis sanitaria provocó que, paulatinamente, fueran levantadas.
El escritor estadounidense Hakim Bey es referenciado por Selene Aldana al analizar las tomas feministas como “zonas temporalmente autónomas”, como acciones de insurrección y revuelta. La profesora considera que “son una red, un tiempo y un espacio de auto-organización de un grupo de afinidad, más allá de los ámbitos de la institucionalidad, y que se da en contextos de revuelta”. Durante los paros feministas se tejieron lazos de afecto, se nuclearon comunidades de identificación política donde primaron las relaciones horizontales, el cuidado recíproco y la escucha. Asambleas, talleres, lecturas grupales, tendederos de denuncia, bazaras, fueron solo algunos de los tantos encuentros compartidos en lo que se activaban solidaridad, discusión y diálogos. “Las tomas feministas operaron como espacios de formación política, no solo en el sentido de una formación intelectual, que tiene que ver con que, en efecto, en las tomas se lee, discute y aprende sobre el pensamiento feminista, sino también en el de tratarse de una formación política emotiva por llevar adelante una canalización y politización de las emociones negativas vinculadas a la subordinación de las mujeres”. El tiempo para la socialización de la disconformidad y la sanación irrumpió en el tiempo pautado por la institucionalidad académica.
El fuego, para Selene Aldana, tiene un significado particular asociado a las tomas feministas de la UNAM. Cuenta que con fuego se calentaron las estudiantes que sostenían las guardias en el invierno de enero de 2020, ellas dotaron a este elemento de un sentido político y ritual. Como anuncia la autora en su título, “quien con brujas se junta a hacer fuego se enseña…”
Con Las “tomas” de las Facultades y Escuelas por el movimiento de mujeres organizadas: territorializar el espacio y sus efectos Márgara Millán continuó la indagación en las tomas, sus demandas y logros. En la presentación las tomas se sitúan como acciones que enfrentan la crisis civilizatoria del capitalismo y proyectan el legado del movimiento zapatista, impensable sin el protagonismo de las mujeres. Además, responden a la impunidad de la violencia de género, que deja a su paso tantas mujeres desaparecidas y asesinadas. En la toma feminista del espacio universitario confluyen el descontento con la reproducción de la violencia en la propia institución y el descontento con la violencia naturalizada día a día en la sociedad mexicana. Por tanto, la movilización colectiva busca transformar no solo el campus, sino el orden patriarcal que estructura las relaciones sociales en la vida cotidiana.
Para Márgara Millán en las tomas sucede una política de territorialización, que consiste en “volver territorio un lugar que habitualmente está de paso”. La universidad fue territorializada, disputada como un espacio habitado por mujeres que tienen derecho a sentirse seguras. Millán reconoce el inmenso valor de dos cambios generados en pos de esta idea: se enmendó el estatuto del personal académico, donde se tipifica la violencia de género como falta grave y se creó un curso obligatorio para todos los miembros de la UNAM (trabajadores y estudiantes) centrado en la violencia contra las mujeres.
Genealogías críticas construidas desde los feminismos de Abya Yala complementan a Esperanza Basurto en el ejercicio de repensar lo vivido en las tomas. Las tramas comunitarias, la amistad política entre mujeres y la (re)existencia, conceptos situados desde el título de su presentación (Nuestra lucha es por la vida: Entramados, amistades políticas y (re)existencias en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM), funcionan como detonantes para enfocar las propuestas colectivas, feministas y críticas, que se han construido de forma sostenida tras las tomas. Las acciones enmarcadas después del paro feminista son para Esperanza Basurto prácticas de (re)existencia a las que atribuye la construcción de tramas y redes para el sostén de la vida. Son formas de socialización en las que se forja la amistad política entre mujeres, basada en el aprendizaje recíproco, en la transformación y despatriarcalización del pensamiento androcéntrico.
En enero de 2024 la dirección de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales UNAM revocó el contrato de Esperanza Basurto como profesora interina. Esta decisión, sin dudas mediada por el cuestionamiento a las deficiencias de la institucionalidad universitaria, fue denunciada a través de una carta dirigida a la rectoría que contó con la firma de 200 mujeres. Otro anuncio recibido este año amenaza con eliminar la materia de violencias contra las mujeres, que será investigada por las autoridades de la facultad. Pero no deben olvidar que las estudiantes ya saben hacer el fuego y desde las redes creadas se continuará sembrando “esas semillitas de rebeldía que sin dudas seguirán floreciendo”.
Adriana Rovira y Ana Carina Rodríguez se autoidentifican como “amigas políticas” y en su andar por su militancia feminista desde la academia, encuentran similitudes con las problemáticas abordadas por sus compañeras de panel. Desde el año 2021 Adriana y Ana conformaron, junto a otras amigas políticas, un grupo de estudios feministas en el Instituto de Psicología Social. Su ponencia, Violencia epistémica hacia las mujeres: el caso de la Universidad de la República de Uruguay, está escrita “desde la implicación, desde las propias trayectorias desigualadas y oprimidas, con esto queremos decir que el conocimiento sobre la violencia epistémica primero fue experiencial y afectivo, una incomodidad y malestar puesto en el cuerpo, en una dimensión fenomenológica, luego fue interrogación y búsqueda teórica, para finalmente ser movimiento político”. Escribir desde el malestar compartido es un acto insurgente con el que realizan una radiografía crítica a las prácticas sobre las que se sostiene la desigual de género vivida (y, advierten, no en pocas ocasiones también reproducida) por las mujeres.
En la Universidad de la República del Uruguay se han creado, con el impulso de organizaciones y colectivos feministas, instrumentos de trabajo para prevenir y denunciar la violencia contra las mujeres. Sin embargo, para las autoras “estas acciones no se han traducido en un cambio sustantivo y radical”. Las brechas de género en dicha institución se expresan, por ejemplo, en las cifras que ilustran la representación de las mujeres en grados docentes. Las mujeres predominan en grados inferiores y su representación decrece a medida que se avanza hacia los superiores. Estos desequilibrios inciden en la reproducción de prácticas discriminatorias y de extractivismo académico, pues se exige el tutelaje de los docentes de menor grado (1 y 2) por los superiores. Por otra parte, señalan que sobre el patriarcado académico se configura un sistema de estratificación en la producción del conocimiento que dificulta el acceso de las mujeres al canon, a espacios de prestigio y de circulación del saber.
La universidad tiene la misión de contribuir, desde la ciencia, a la transformación de las desigualdades sociales. Sin embargo, debe pensar también en las estructuras de desigualdad y opresión que se articulan en su interior. Adriana Rovira y Ana Carina Rodríguez invitan a un “combate a la ceguera de género” en el ámbito universitario. Para guiarnos comparten algunas preguntas que abren el camino a futuros debates: “¿Cómo puede una institución universitaria colaborar a transformar los procesos de desigualdad social con la convicción de que la desigualdad a lo interno de la universidad no existe y, por lo tanto, no hay que transformarla? Entonces, ¿de qué forma vamos a cambiar el afuera? ¿Cómo puede formar profesionales que participen del cambio social en estructuras de desigualdad y de presión? ¿Cómo podemos pensar la autonomía política hacia afuera si estamos oprimidas y si estamos subalternizadas? ¿Cómo se forma la importancia de los procesos colectivos como factor de resistencia ante la opresión social si se sostiene sobre la base de elites privilegiadas que definen la distribución del poder y los recursos a la interna de la universidad? ¿Cómo transformamos las desigualdades verticales y transversales en la universidad entendiendo que es una organización educativa y científica, pero también una organización del trabajo que es todo el tiempo desigual?”
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