Rafael, los nombres-aspirina y la toma de la Casa


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Palabras pronunciadas en la clausura de la primera etapa del V Encuentro de Pensamiento y Creación Joven en las Américas, Casa Tomada 2024

El huracán es la fuerza arrasadora de la naturaleza. Es, probablemente, un acto de resistencia; un gesto de rebeldía frente a toda ilusión de control. A los huracanes, los seres humanos asignamos nombres. Cuando son pequeños, embrionarios, les llamamos por números; cuando crecen y se convierten en seres destructivos, amenazantes, que provocan miedos, los bautizamos con nombres nuestros. Nombres humanos para el miedo, el dolor, la destrucción y la pérdida. Quizás eso tiene que ver con reconocer fallas propias en el ajeno, en el «otro-huracán»; o, diríamos, con el deseo de control, uno –con Luis Britto García– similar a la ilusión de «libertad» que da el aparato cambiador de canales.

          Rafael, Oscar, Ian, Irma, Sandy… han sido nombres humanos para nuestras últimas desgracias. Los ciclones son injustos en su esencia. Campean por los trópicos y el mar Caribe. No se desea el mal a los demás, pero, ¿qué cosa esta de empecinarse con islas y tierras de gente explotada y rebelde, de pueblos saqueados y resilientes? ¿Qué cosa esta de alistar fuerzas, desde hace siglos, contra los barcos cargados de negros arrancados de sus tierras o repletos de tesoros robados a la nuestra?

          A veces, la fuerza devastadora del huracán genera sueños, cuasidelirios. Ante la inminencia de su llegada, uno se piensa que puede pararse en el Malecón, de cara al mar del norte, y a golpe de fe soplar con una intensidad tal que lo desvíe; o que esa «luz cegadora» con la capacidad inmediata de borrar –luz que existe hija del amor– aparecerá por primera vez para herir de muerte el ojo del ciclón. Tuvimos esos sueños por estos días.

          Van tres párrafos hasta aquí. ¿Ya nos lamentamos lo suficiente? ¿Qué viene ahora? Acaso recordar que esa fuerza telúrica de la naturaleza –a la que ponemos nombres humanos– sirve también para llamar a las obras para las cuales los nombres humanos no alcanzan. «Huracán sobre el azúcar» fue la manera de identificar a una Revolución, la cubana, que tomó el poder en enero de 1959. ¡Qué forma hermosa de expresar la polisemia! ¡Qué forma –volviendo con voluntad parricida contra mi primer párrafo– de ampliar, en la complejidad de lo vivo, «destrucción» con «creación», «amenazante» con «solidario», «miedo» con «esperanza»!

«Un huracán en la matriz»: así podemos considerar a Malcolm X para el Imperio. El huracán que intentaron conjurar –otra ilusión–, como si tuviera la efímera existencia de la vida humana. Malcolm X, de quien se cumplen en 2025 cien años de su nacimiento y, el ya cercano 21 de febrero, sesenta de su asesinato. Malcolm X, quien se reunió con Fidel en Harlem y nació un 19 de mayo, justo tres décadas después de que José Martí se inmortalizara en Dos Ríos. Malcolm X, quien en este encuentro Casa Tomada 2024, en medio de un huracán con nombre humano, desafió al viento y a la lluvia desde una de las paredes de nuestra Casa de las Américas.

          Rafael atravesó el occidente de esta Isla el miércoles 6 de noviembre. Sus efectos y consecuencias las viviremos –y sufriremos– durante un largo tiempo. Dos días antes de su paso, el lunes 4 de noviembre, nos reunimos para iniciar el V Encuentro de Pensamiento y Creación Joven en las Américas, Casa Tomada 2024. No hay que romantizar el sufrimiento. No hay que ocultar los dolores de cabeza. Pero tiene todo el sentido del mundo que ante Rafael –nombre humano para un huracán– encontremos en nuestras conversaciones, en nuestros rostros y en nuestras esperanzas las «aspirinas del tamaño del sol».

          Huracán contra huracán. Trazo contra trazo. En la pared donde aparece inscrito «Rafael, 6 de noviembre de 2024» pintemos en letras fuertes «Casa Tomada, siempre», y llenémosla con nombres humanos de voluntad huracanada: Ana Niria, Watan, Agustín, Andrés, Arístides, Yasmani, Alina, Ányel, Taina, Amanda, Brenda, Rodrigo, Belsis, Camila, Rey, Claudia, Claudio, Edu, Dariel, Utopix, Tobías, Diana, Dagoberto, Espirales, Fabián, Dailene, Áreas Verdes, Jaime, Danny, Patricia, Layda, Davi, Nelson, Leidy, Frank, Nahela, María Julia, Gabriel, Motoki, Melanie, Helena, Melissa, Natalie, Irais, Martin, Nurys, Isabel Cristina, Mario Ernesto, Rachel, Jasmine, María Laura, Thalía, Jaylen, MaFa, Ernesto, Jorge Ricardo, Marcel, La Caja Negra, Luis Emilio, Leiván, Luis Cario… Es probable que alguien con ingenio, con el talento para armar las palabras, encuentre en esta sucesión algo tan pedestre como un «pase de lista». En ocasiones, lo decía Martí, «la maldad […] tiene bella estampa». Nuestro deseo al mencionarlos es otro: conjurar la recurrente práctica de que los nombres se nos olviden. Los nombres que se nos pierden son acompañamientos a los que renunciamos. ¡Cómo si nos sobraran!

          La Casa de las Américas cumplió en abril de este año su 65 aniversario. La Casa de las Américas es una casa joven. Lo es, entre otras razones, porque no deja que los nombres se pierdan. La Casa es joven porque vive tomada por los cuerpos y las voces que cargan esos nombres.

    


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