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2014: Pálido comienzo, venturoso final para la cinematografía cubana


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Logo del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos.

El 2014 parecía que iba a ser un año sin mucho que decir sobre el cine nacional. Me atrevería a calificarlo como un período de transición para la industria, algo que se corroboró en sus últimos días, en especial, cuando en el 36 Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano —evento resumen, en cierta medida, de la labor anual— compitieron cuatro largometrajes de ficción aún sin estrenar, y se pusieron a disposición del público, en algunas salas de la capital, provisionales adelantos tecnológicos, como una tenue respuesta a los reclamos que en el terreno de la exhibición enfrenta nuestro audiovisual.

En el primer semestre apenas se habían estrenado unos pocos documentales. Bocaccerías habaneras (Arturo Sotto), Premio del público en el Festival del 2013, llegó a las pantallas con demasiado retraso como para cultivar el mismo éxito obtenido en diciembre; Omega 3 (Eduardo del Llano) no tuvo el consenso de los espectadores en su intento de producir un nuevo texto audiovisual criollo dentro del género de la ciencia ficción y Meñique (Ernesto Padrón), primer largometraje de animación realizado en 3D, no trascendió de la algazara inicial de su estreno después de seis años de mucho trabajo para terminarlo y un éxito de público pírrico.

De este lapso temporal, solo vale la pena señalar la 13 Muestra Joven ICAIC, siempre con propuestas interesantes y esperanzadoras para el futuro de nuestras pantallas. Esta vez, reafirmando la tendencia de que lo novedoso y de calidad está cocinándose en los predios de las escuelas de cine, y que se ha dejado un poco atrás esos filmes provenientes de la creación espontánea, logrados gracias al acceso a un equipamiento que permite hacer desde lo doméstico, producciones que se extrañan, pues en más de una ocasión, han aportado nombres constituidos, más tarde, en imprescindibles.

Por cierto, otra peculiaridad de este evento fue la presencia en mayor número de obras provenientes del trabajo de jóvenes directores cubanos en el exterior, entre las que se destacó For Dorian (Rodrigo Barriuso), realizada en Canadá con actores de ese país y narrando una historia absolutamente ajena a la realidad nacional, que se convirtió en la ganadora del Premio a la mejor obra de ficción.

Sin dudas, el 2014 fue el año de Conducta (Ernesto Daranas). Desde su estreno en febrero, su éxito no solo ha acontecido en el plano nacional, sino que ha cultivado una gran cantidad de premios y presentaciones en certámenes internacionales, entre los que se destaca su participación en los festivales de Sydney (Australia), Toronto (Canadá) y Bogotá (Colombia), así como los galardones obtenidos en el Havana Film Festival en Nueva York (Mejor película y Mejor actriz), y en el XVII Festival de Málaga, España (Mejor largometraje). El colofón en el reconocimiento a la calidad de esta obra se produjo, precisamente, en el recién terminado Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, donde se alzó con un buen número de premios colaterales y con el Coral al Mejor filme de ficción y el de mejor actuación masculina, otorgado, con toda justicia, al ya joven Armando Valdés Freire. La carrera de éxitos de Conducta puede culminar el año próximo en las premiaciones del Goya y de los Oscar, otorgados por las Academias de cine de España y de Estados Unidos, respectivamente.

El Premio Nacional de Cine se le entregó a Juan Carlos Tabío, uno de los directores de la generación post fundadores del ICAIC, quien comenzó a desarrollar una prolífica obra documental desde los años ’70 y perteneció a los promovidos, en la década siguiente, a directores de largometrajes de ficción, durante la cual fue artífice de obras tan significativas como Se permuta (1983), Plaff o Mucho miedo a la vida (1988). Su talento le valió para que Tomás Gutiérrez Alea lo seleccionara como co-director de dos obras capitales de la magra producción nacional de los ’90: Fresa y chocolate (1993) y Guantanamera (1995). En los primeros años del presente siglo, la filmografía de Tabío se enriqueció con títulos como: Lista de espera (2000) o El cuerno de la abundancia (2008). Él estuvo entre los directores seleccionados para formar parte del mosaico internacional que creó, en el 2010, Siete días en La Habana, en el cual participó con el cortometraje Dulce amargo.

Los que ya no están

Como todos los años, siempre hay que lamentar la pérdida física de figuras importantes para la cinematografía nacional.

En el período que nos ocupa, la primera gran ausencia no es precisamente la de un cubano, sino la de un colombiano, convertido, por obra y gracia de su obra, en ciudadano del Mundo: Gabriel García Márquez. Tuve la oportunidad de estar presente en el Panel que se organizó en la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, el domingo 7 de diciembre, como parte del homenaje que le rindió el Festival de La Habana. Allí pude comprobar, entre remembranzas y anécdotas de las personalidades invitadas, que cada cual tenía su propio García Márquez, y eso enriquecía inmensamente la imagen de este hombre que vivió tanto tiempo en Cuba.

Este escritor, periodista, guionista, amante del bolero, dejó en Cuba una huella mucho más grande y productiva que la de Ernest Hemingway, el otro Premio Nobel de Literatura que habitó por estos lares, pues legó una obra tan imperecedera como sus libros, a través de la creación de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano y la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños (EICTV), en la cual impartió, durante muchos años, el curso “Cómo narrar una historia”. Testimonio perenne de la trascendencia de estas instituciones fundadas por García Márquez, es la presencia, cada año, en el evento fílmico nuestro, de más de un graduado de la EICTV como director o como parte del equipo de realización de las películas en concurso.

Otra personalidad que ya no está con nosotros es José Massip Ysalgué. Fundador del ICAIC, este realizador entra a la historia del cine cubano en 1955 cuando formó parte del grupo de jóvenes que dirigió El Mégano, al calor de las labores del grupo de amantes del séptimo arte dentro de la Sociedad Cultural Nuestro Tiempo.

Ya dentro del Instituto, a partir de 1959, su filmografía se fue enriqueciendo con clásicos como el documental Historia de un ballet (1962), o los largometrajes de ficción Las páginas del diario de José Martí (1971) o Baraguá (1986). Massip fue el primer presidente de la sección de cine, radio y televisión de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) y se destacó también por su labor como docente.

También nos abandonó Dervis Pastor Espinosa, destacado camarógrafo, fundador del ICAIC, cuya labor mayor quedó recogida en varias ediciones del Noticiero ICAIC Latinoamericano, bajo la dirección de Santiago Álvarez. Fue corresponsal de guerra en Vietnam, Laos, Angola y Guinea Bissau y nombrado Miembro Emérito de la UNEAC.

Finalmente, dos personalidades vinculadas al mundo fílmico no desde la creación audiovisual, sino desde la conservación del patrimonio y la producción de una literatura sobre este medio: Zoia Barash y Pablo Pacheco López.

Zoia Barash fue una ucraniana que nos acompañó, desde inicios de los ’60, como especialista de los países socialistas en la Cinemateca de Cuba. Además de su labor como compiladora de información en dicha institución y de su participación en las programaciones que sobre aquellos países se exhibieron en Cuba, a ella se deben una gran cantidad de traducciones, entre ellas, la visión de Victor Shklovski sobre el más grande de los realizadores rusos: Sergei M. Eisenstein, y su texto personal: El cine soviético del principio al fin, calificado por Reinaldo González como su libro-herencia (1), en el cual Zoia Barash recopiló ?con la experiencia enjundiosa de una estudiosa muy cercana a esa historia? la trayectoria de las más importantes figuras de esa cinematografía, que duró desde 1917 hasta inicios de los años ’90 del siglo XX.

Si solo la obra de Pablo Pacheco se limitara al rescate de la revista Cine cubano, cuando todos la dábamos por perdida, y al fomento de las publicaciones sobre el séptimo arte bajo el sello editorial de Ediciones ICAIC, ya fuera suficiente para tenerlo por siempre en la memoria agradecida de la cinematografía nacional, pues estos dos aportes le devolvieron al panorama artístico cubano la posibilidad de enriquecer el pensamiento sobre lo fílmico tanto nacional como extranjero.

Pero cuando Pacheco llegó al Instituto, venía precedido de una amplia faena en el mundo editorial y del pensamiento, que podría difícilmente resumirse en dos de sus cargos más significativos: Presidente del Instituto Cubano del Libro y Director del Centro de Investigaciones y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello.

Pablo Pacheco asumió en el ICAIC la labor de Vicepresidente para el Patrimonio Cinematográfico y como parte de sus tantos logros en dicha responsabilidad está el reconocimiento (concedido por la UNESCO) al Noticiero ICAIC Latinoamericano como Memoria del Mundo. Entre los muchos reconocimientos recibidos por su largo y productivo servicio a la cultura cubana, está el Premio Nacional de Edición 2005, en cuya fundamentación se destaca su experimentado trabajo al frente de diferentes editoriales y su capacidad para proyectar y gestar una sólida política en la esfera del libro, así como su contribución a formar numerosos editores a lo largo de cuatro décadas.

¿Qué esperamos para el nuevo año?

Además de las cuatro películas que tuvieron sus primeras presentaciones durante el 36 Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano: Fátima o El parque de la fraternidad (Jorge Perugorría), Vestido de novia (Marilyn Solaya), Venecia (Enrique “Kike” Álvarez) y La pared de las palabras (Fernando Pérez), las cuales deberán estar en cartelera durante el 2015, están en fase de terminación otro grupo importante de títulos que también deben enriquecer el panorama audiovisual nacional del año entrante: Vuelos prohibidos (Rigoberto López), La cosa humana (Gerardo Chijona), Cuba Libre (Jorge Luis Sánchez).

Los próximos 365 días deberán ser propicios para continuar trabajando en una nueva Ley de cine, un capítulo pendiente desde el 2013, solicitud revitalizada, una vez más, en el segundo semestre del 2014, y cuya necesidad se hizo manifiesta en dos de las cintas en competencia: Venecia y La pared de las palabras, producidas de forma independiente; y para las cuales muchos de los trámites creativos hubieran sido más fáciles si ya existiera una legislación reconocedora de la figura jurídica de los productores fuera de la Institución estatal.

Lo anterior va aparejado a la reestructuración del ICAIC, bajo el consenso de que siga siendo el organismo rector de una política cinematográfica nacional, propiciadora del diálogo con emergentes sujetos impulsores de la producción, la distribución y la exhibición, y no como un organismo abarcador de todos esos procesos, cada vez con menos posibilidades de darle respuesta desde una situación dependiente del presupuesto del Estado.

Precisamente en los campos de la exhibición y la distribución continúan los peores conflictos del panorama nacional. Iniciativas como el Paseo temático de los cines en Camagüey, inaugurado al calor de los 500 años de fundación de esa ciudad, es solo una iniciativa plausible pero muy pobre para la situación que enfrentan estos locales a lo largo de la Isla.

En el 2015, esperaremos respuestas sobre una política que respete y propicie la categoría de estreno para las salas (necesitadas casi todas de mejores condiciones de confort y de proyección) antes de ser mostradas en la televisión, lo cual ?unido a una mejor y más atractiva divulgación? podría rescatar el público deseoso de compartir la experiencia de intercambio colectivo de emociones que permite la exhibición pública. A esto podría contribuir la extensión de los formatos digitales, ya empleados durante el Festival de La Habana, favorecedores de una mejor imagen y sonido y, por ende, de un espectáculo sin igual comparado con los medios alternativos de visualización. Y en esta aspiración incluyo al 3D, otra deuda pendiente en el panorama fílmico nacional. Recuerdo una conversación con Magda González Grau frente a la Sala Villena de la UNEAC, a pocos días de haberse cerrado los espacios con proyección 3D en el país, que comentando el suceso me aseveró: “Eso no hubiera ocurrido si tuviéramos una Ley de cine.”

Hoy, cuando hemos dejado atrás el 2014 y comenzamos a vivir otro período anual, confirmo la urgencia de esa ambicionada Ley, reafirmadora de la cláusula primera de aquella aprobada en marzo de 1959: El cine es un arte; pero ajustada, la que se está reclamando, a los tiempos que corren para el cinematógrafo y para el país.

 

 

NOTAS:

 

(1) González, Reynaldo: “Ramas de abedules en El Vedado habanero”. Cine cubano No. 193-94.julio- diciembre de 2014, p. 145.


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