El 25 de septiembre de 1959, en uno de los laterales de la Plaza de la Revolución de La Habana, la danza cubana iniciaría su batalla por la modernidad. Cuando se crea el Departamento de Danza Moderna del Teatro Nacional y luego el conjunto Danza Nacional de Cuba, dirigidos por Ramiro Guerra, el arte y la cultura cubanas en Revolución, desafiarán la gravedad de nuevos cuerpos que apuestan por la amplificación de sus modos expresivos desde nuestras raíces y convicciones más auténticas.
Ramiro fue el primer maestro y coreógrafo. Él asimilaría sin prejuicios la heredad cubana y universal en un parto que no se ha detenido tras el paso de los tiempos. Hoy, sesenta años después de aquella utopía fundacional, la compañía Danza Contemporánea de Cuba (DCC), sucesora de aquel alumbramiento inicial de Guerra y sus madres Lorna Burdsall, Elfrida Malher y Elena Noriega, sigue siendo atento puerto para el ingenio creativo. Hoy, cuando la danza contemporánea cubana se debate entre la conservación de los aportes técnicos de su escuela cincuentenaria y la asimilación de modulaciones más actualizadas de entrenamiento y escritura coreográfica, DCC ratifica que el arte debe transitar con su época. “A cada época, su danza”, siempre nos recuerda Rogelio Martínez Furé.
En el presente, aquella ilusión inaugural se ha vuelto rizoma en toda esta isla nuestra cercada por sus aguas que, al alejarse de referentes internacionales directos, nos torna inventores de una danza tan variada como semejante. Danza Contemporánea de Cuba, dirigida en estos últimos treinta años por el bailarín y Premio Nacional de Danza Miguel Iglesias, no renuncia a su huella de madre nutricia de la danza en la Isla. En ella se han formado figuras sobresalientes del panorama de este arte en el país. Desde sus salones en el Teatro Nacional de Cuba, se generaron las compañías DanzAbierta, de Marianela Boán, Danza Combinatoria, de Rosario Cárdenas o la compañía de Narciso Medina. Por otra parte, jóvenes egresados de la Escuela Nacional de Arte que iniciaron sus vidas profesionales en DCC, han emprendido caminos como líderes de proyectos más recientes: Georges Céspedes con Los Hijos del director, Osnel Delgado con Malpaso o, hace apenas unos meses, Norge Cedeño y Thais Suárez con Otro Lado.
Actualmente, a sesenta años de tránsitos y oportuna reformulación de muchos de los valores artísticos introducidos en los años sesenta, la constitución de una danza moderna-contemporánea cubana que se nutre y se distancia al mismo tiempo de las tendencias en boga, concuerda en sus permanencias y reacomodos. Danza Contemporánea de Cuba es consecuente a su espíritu renovador, a sus presupuestos originales y sigue abierta al intercambio de experiencias dancísticas diversas, hecho que posibilita el acercamiento a creadores y escuelas de otros cardinales, sin descuidar la naturaleza de sus principios técnicos (al decir de un manifiesto de los primeros momentos de la compañía: “…fundida con raudales de Africanía en este crisol criollo puesto al fuego tropical… desde los multiseculares tiempos de la zarabanda, el cumbé y otros bailes plebeyos…”
Hoy, cuando recordamos tantos nombres imprescindibles de quienes han acompañado las batallas y alcances de la danza cubana desde DCC; cuando resuenan muchos títulos de piezas que integrarían ese deseado catálogo razonado de lo mejor que se ha creado en danza desde el pensamiento motriz de esta isla nuestra, bienvenido será siempre el infinito agradecimiento. Nombrarlos sería un acto de fineza, pero tal vez redundante. Pues, durante estas seis décadas de configuraciones, moldes, rupturas, sueños, caídas y recuperaciones, cada aportación ha venido en franco tributo conquistado de eso que podemos llamar, sin exclusión, “danza cubana toda”.
Ella, nuestra danza, está hecha de yuxtaposiciones, correlaciones y mixturas entre los saberes de sus muchas gentes: bailarinas y bailarines, coreógrafas y coreógrafos, maestras y maestros, músicos, libretistas, diseñadores y tantas otras ocupaciones inmersas en la obtención de este producto made in Cuba. Contamos con más de cincuenta agrupaciones profesionales de danza. Y aun cuando las concepciones corporales, la reorganización de las categorías espaciales y temporales asociadas a la práctica coreográfica, los planteamientos temáticos, la estabilidad de los elencos, etc., parecen haber borrado los contornos tal como los conocíamos, abriendo el día a día de la danza a una complejidad por momentos desconcertante, oportuno es advertir cómo transitamos entre el respeto a ultranza de la tradición y la invención de otros vocabularios y gramáticas espectaculares.
A sesenta años de las primeras producciones en la danza contemporánea insular, la creación coreográfica de nuestra danza toda –ballet, folklórica, musical, contemporánea– reclama reajustes en sus dispositivos internos de escritura y enunciación. Y en Danza Contemporánea de Cuba sigue siendo vocación la apuesta por interconectar modos aparentemente agotados con procedimientos más renovadores. En esta historia que rebasa en años el medio siglo, depositado está en la memoria aquellas obras maestras de Ramiro, Eduardo Rivero, Víctor Cuéllar, Marianela o Isidro Rolando, junto a creaciones de los que todavía jóvenes traman las relaciones entre cuerpo y espacio a partir de otras experiencias. Julio César Iglesias o Georges Céspedes restituyen especulación al lenguaje coreográfico enfrentando el lenguaje técnico desde otras referencias y asociaciones. En procura de una ampliación de vocabularios y modos para urdir coreografías más conectadas con la urgencia de mujeres y hombres de estos tiempos, DCC ha generado importantes plataformas internas (Cubadanza, Paralelo, Inventario), mantiene intercambios con artistas, productores e instituciones de distintos países. La gestión del trabajo en red y el trueque artístico favorecen procesos creativos y hacen visible la producción danzaria cubana en circuitos internacionales legitimados.
El trabajo en atelier con artistas de la valía de Mats Ek yAna Laguna, Jan Linkens, Samir Akika, Juan Kruz, Rafael Bonachela, Billy Cowell, entre otros tantos, ha permitido que Danza Contemporánea de Cuba se vuelva centro para la sistematización de una práctica y pensamiento coreográfico necesario. Muchas han sido las realizaciones coproducidas bajo esta fórmula de intercambio. Entre ellas podría citar dos de los procesos y experiencias que en mi visión han marcado, en positivo, un antes y un después la dinámica expresiva y maneras de trabajar en DCC, al punto de insuflar la creatividad de sus bailarines y la de sus entonces potenciales coreógrafos; me refiero a Compás, del holandés Jan Linkens y Nayara mira, pero no me toques, del argelino Samir Akika.
El estreno de Compás ratificó oportunamente la exquisitez técnica de los bailarines formados en Cuba y la ductilidad de una propuesta que refrenda el savoir faire de un coreógrafo ante ese material. Cuando la escena mundial se aferraba a la danza de autor y a las poéticas particulares, DCC se distinguía por ser concurrencia grupal de excelentes intérpretes que se desplegaban ante los reclamos de coreógrafos con propósitos diferentes. Otro asunto nos proponía Nayara mira, pero no me toques. Su trama explicita que los medios de comunicación son electrones libres que amenazan en todo momento con dinamitar la puesta en escena, hecho que demandaba una reevaluación de la función y del efecto de la técnica corporal, del lenguaje coreográfico y, por consiguiente, la renovación de la escritura coreográfica espectacular.
Entonces hoy, tanto tiempo después del empeño iniciático de la naciente Revolución triunfante, acaso no es alentador sentir cómo el paso del tiempo solo reafirma la condición juvenil y propositiva de la danza contemporánea cubana. Admirar el presente de la compañía, los caminos labrados como puentes e interconexiones provechosas. Regresar a Ramiro y a su agudeza crítica como posición determinante en la investigación y escritura coreográficas nos deja ver la pertinencia dinámica de DCC tal bitácora ineludible al repasar la historia (aun joven) de la danza cubana toda. Sí, una danza que en su praxis invita a la reflexión transformativa en objeto para el pensamiento y para el avance hacia una concepción coreográfica des-definida, reflejo de las mejoras que la danza produce en el imaginario cultural contemporáneo.
En estos días de celebración, no dejaré de clamar para que nuestra danza, sí, la de este preciso momento, se vuelva testimonio del cuerpo que ansía tornarse torbellino movedizo de materias poéticas. Trazo elegante de un presente que recompensa el ser memoria vivencial de un ayer que nos reta y desafía siempre. Siendo eficaz, retornemos a un fragmento del manifiesto de los primeros años de la compañía, en él se resume parte de este camino andado y por transitar: “…mirar el pasado con herramientas del presente para construir un futuro. Elevar una forma individual a carácter universal, sin pintoresquismo, pero sin pérdida de color. El color forma parte de nuestra órbita expresiva, de su sensualidad de acción, de su resplandor meridiano. Pegada a la tierra, pero con un vuelo hacia un cosmopolitismo contemporáneo, nuestra danza muestra matices, calidades y puntos de mira que sólo nosotros a través de un lenguaje propio podemos revelar, utilizando, además, los amplios recursos contemporáneos de la voz y el canto, del cine y la música… Asimilando las experiencias de esas búsquedas, seguiremos adelante sin parar. Hacia nuevas etapas, hacia nuevas necesidades, hacia nuevas soluciones…”
Gracias Danza Contemporánea de Cuba, quiérase que sigas siendo aliento metafórico, puerto y afluente para el cuerpo grupal de la danza cubana toda. ¡Felicidades!
Deje un comentario