Al igual que en años anteriores, este 7 de junio se celebra el Día del Bibliotecario Cubano, como homenaje al gran intelectual Antonio Bachiller y Morales, considerado el padre de la bibliografía en nuestro país, el cual naciera en esa fecha de 1812.
Discreta por su propia naturaleza, es esta una profesión que incrementa su utilidad en la misma medida en que crece el flujo de información que genera la humanidad y la demanda que de esta se tiene en todos los sectores de la sociedad moderna.
De los primeros documentos redactados en tablillas de arcilla a las bases de datos de la era digital, mucho ha debido desarrollarse esta noble labor, especie de eslabón entre los saberes acumulados por el hombre y los intereses particulares de investigadores, estudiantes o, simplemente, de quienes disfrutan del sano esparcimiento de una buena lectura.
Al igual que en otros ámbitos de la esfera cultural, las bibliotecas cobraron fuerza a partir del triunfo revolucionario de enero de 1959, pues en esa fecha la nación solo contaba con una veintena de las llamadas públicas o populares, no obstante, los esfuerzos que habían venido desarrollando algunas personalidades como María Villar Buceta, iniciadora de los estudios bibliotecológicos en Cuba; María Teresa Freyre de Andrade y Jorge Aguayo, entre otras.
Ya en diciembre de 1959 se firmó el Decreto Ley 684 que normaba el trabajo de los bibliotecarios y los auxiliares de información. Al año siguiente, se iniciaron las labores para la creación de una red de bibliotecas públicas en el país y la capacitación de quienes estaban llamados a atenderlas.
Y, aunque desde 1950 comenzó a celebrarse en Cuba el 7 de junio, no es hasta 1981 que, mediante el Decreto 86, se instituye como efeméride nacional para rendir tributo a Bachiller y Morales, al tiempo de homenajear a quienes cotidiana y calladamente nos guían por el cada vez más tupido bosque de la información.
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