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A 170 años de la muerte de Manuel de Zequeira y Arango


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Hace años, cuando apenas era una adolescente, viví con mis padres por un corto tiempo, en la calle Zequeira, en la casa de mi abuelo. Recuerdo cuando allí nos instalamos, que me llamó la atención, por qué esa calle del Cerro, cerca de la esquina de Tejas, se llamaba así. Un día, mi madre me dijo que era el apellido de un poeta habanero, que llevaba por nombre: Manuel de Zequeira y Arango.

Años después, recuerdo haber escrito una pequeña composición sobre esta figura de la literatura cubana, una especie de breve investigación orientada por el profesor en mis estudios de bachillerato y que me llevó a conocer, que el poeta que le había dado nombre a aquella calle, había nacido en La Habana, en la lejana fecha de 1764, en plena época colonial y fallecido en 1846, alrededor de siete años antes de nacer nuestro José Martí. Había sido, además, un militar al servicio de España que cumplió muchas misiones, algunas, en el exterior de la Isla. Escribió en el Papel Periódico de la Havana. Su obra, muy diversa, consta de cantos extensos, sonetos, décimas y otras composiciones breves y además ensayos y piezas teatrales. También dije en aquel trabajo, que Zequeira, compartió aula con Félix Varela, en el Seminario de San Carlos.

Así, que aquella persona que había dado nombre a la calle de la casa de mi abuelo, era habanero, poeta, militar hasta el grado de Coronel y nada más y nada menos, que condiscípulo de aquel, que “nos enseñó primero en pensar”.

Más tarde supe, que cuando estaba este militar-poeta radicado en Matanzas, en 1821, había sentido los primeros síntomas de pérdida de razón. Rondaba los sesenta años.

No se recuperó jamás. Vivió hasta los 82 años, una cifra bastante elevada para la época.

De todos los versificadores locales que solían aparecer en el Papel Periódico de la Havana, es este poeta, como diría Virgilio López Lemus, “el primer autor de plenitud en la tradición lírica cubana”.

Como un dato curioso, podemos decir, que el drama lírico-histórico, titulado América y Apolo, de su autoría, fue una novedad editorial en 1807, al publicarse en un folleto de quince páginas, en la imprenta de la Capitanía General.

El Dr. Don Tomás Romay, fue amigo desde muy joven de este creador. Los dos, fueron fundadores en 1790, de la Sociedad Económica de Amigos del País y del Papel Periódico, en tiempos de Don Luis de las Casas.

Tomás Romay, el distinguido médico cubano, en ocasión de la muerte de Manuel de Zequeira, le dedicó un hermoso panegírico con el título de Rasgo de Amistad, del cual escojo las últimas palabras:

“Pero siempre le admiré como el primero que enseñó en Cuba con su ejemplo los tropos y preceptos, la cadencia y armonía, las gracias y belleza del arte de Apolo a los precoces ingenios que con grata sorpresa se desarrollan, ofreciendo las más lisonjeras esperanzas; descollando entre ellos por los rasgos con que ha imitado a Virgilio en la Epopeya, a Horacio en las Odas y Epístolas, a Juvenal en la sátira y en los epigramas a Marcial, aunque menos picante y profuso, y en las Anacreónticas, al venerable autor de esas rimas. Por ellas y otras vive todavía, y nunca se olvidará su nombre.”

Su obra poética fue publicada por primera vez en Nueva York. Cuba recoge una gran bibliografía activa y pasiva sobre este cantor. Cuando pude leer sus versos, recuerdo que me llamó mucho la atención la oda A la Piña, de la cual escojo algunas de sus estrofas:

Del seno fértil de la madre Vesta

En actitud erguida se levanta

La airosa piña de esplendor vestida,

Llena de ricas galas

…………………………………

Todos los dones, las delicias todas,

Que la Natura en sus talleres labra,

En el meloso néctar de la piña

Se ven recopiladas.

 

¡Salve divino fruto! Y con el óleo

De tu esencia mis labios embalsama:

Haz que mi musa de tu elogio digna,

Publique tu fragancia.

………………………………………….

Era un hombre de especial cultura. Se familiarizó con los clásicos latinos y españoles de la Edad de Oro y asimiló, como decía Raimundo Lazo, “la formación literaria que ofrecía el humanismo neoclásico. Probó sus limitadas aptitudes en todos los géneros de la poesía neoclásica. Tiene mejor fortuna en composiciones breves y sobre todo en las estrofas sáfico-adónicas de A la piña”:

Los olorosos jugos de las flores,

Las esencias, los bálsamos de Arabia,

Y todos los aromas, la Natura

Congela en sus entrañas,

 

A nuestros campos desde el sacro olimpo,

El copero de Júpiter se lanza,

Y con la fruta vuelve de los dioses

Para el festín aguardan.

Hay pruebas más que suficientes en la oda A la Piña, de la influencia de Horacio en América. A pesar de la carga mitológica que sostienen sus creaciones y sus inevitables arrastres neoclásicos, lo que a mí más me impactó, fue observar cómo, el poeta, se identificó con su tierra natal, nuestros campos, decía, en tiempos coloniales, donde aún no se había definido la cubanía, ni la identidad nacional.

Sin discusión podemos decir, que el acercamiento de los neoclásicos, que Zequeira conocía muy bien, se hace en Cuba mucho más verdadero e íntimo.

¡Salve, suelo feliz, donde prodiga

Madre naturaleza en abundancia

La odorífera planta fumigable!

¡Salve feliz Habana!

Creo que no hay mejor homenaje a nuestra feliz Habana, en estos momentos del 497 Aniversario de su fundación, que haber traído a estas líneas el recuerdo de este cantor que aún va más allá, cuando finaliza esta oda con la siguiente estrofa:

Y así la aurora con divino aliento

Brotando perlas que en su seno cuaja,

Conserve tu esplendor, para que seas

La pompa de mi Patria.

 

Sería importante que mis más jóvenes lectores, se acercaran al análisis sobre este poema, que hace Cintio Vitier en su texto Lo cubano en la poesía y del cual extraigo el siguiente párrafo:

“De la “madre Vesta” a la “pompa de mi Patria”, sentimos en el airoso poemita de Zequeira, la secreta lucha por acercarse, con los medios expresivos del neoclasicismo español y francés, a la naturaleza de la Isla. Pompa, es decir, abundancia indiana, ornamento frutal; pero ya también Patria, que aquí significa solamente tierra nativa, Isla del Imperio, Naturaleza hecha solo de sabores, olores y ornamentación del gusto, del regalado placer, de la vida muelle y embriagada. Esto nos recuerda la frase de Bernal Díaz del Castillo cuando, refiriéndose a los soldados de Pánfilo de Narváez durante la Campaña de México, dice que en Cuba estaban embelesados y como sin sentido. Lo indiano, primera forma de lo criollo, apunta a la oda de Zequeira, con esa blanda estilización insular que plásticamente se manifiesta en la fuente de la India y en los Cromos de las cajas de tabaco.”

Esta Habana nuestra, con su sabor insuperable a fruta madura, con su fragancia de bella flor, recuerda al poeta que un día le cantó con sublime elocuencia.

A 170 años de su fallecimiento, le agradecemos el haber dejado una huella imperecedera en la lírica cubana de aquellos lejanos tiempos.


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