“Creo que gracias a la Revolución el futuro del pueblo cubano está asegurado. Podrá haber sus altas y sus bajas que dependerán, tanto de la situación internacional, porque no se puede olvidar que tenemos poderosos enemigos, como la nacional, porque somos un país pequeño y pobre en recursos económicos, aunque muy rico en recursos humanos: pero todo parece indicar que estamos en el camino correcto…”.
Tales palabras, expresadas poco tiempo antes de partir hacia la eternidad, resumen el Testamento Político en apoyo al proceso de transformaciones sociales iniciado en la Isla tras el triunfo de la Revolución Cubana, de uno de los pintores y caricaturistas más emblemáticos del siglo XX en Cuba: Eduardo Abela Villareal (San Antonio de los Baños, entonces municipio de La Habana, hoy de la provincia de Artemisa, 3 de julio de 1891-La Habana, 9 de noviembre de 1965); quien asimismo trascendió en la historia del arte insular por su paradigmática pieza titulada Guajiros, así como por la rehabilitación del personaje de El Bobo y por haber fundado el célebre Estudio Libre para Pintores y Escultores, para favorecer la enseñanza artística en términos que se enfrentara al convencionalismo y con la intención de fomentar y promover la real dimensión estética del arte insular.
De tabaquero a estudiante de San Alejandro
Aunque algunos estudiosos de su vida aseguran que Abela nació en 1889, dos años antes de la fecha que oficialmente se acredita como la de su venida al mundo; lo cierto es que lo hizo en los años finales de la dominación española en la Mayor de las Antillas, en el seno de una familia humilde, debido a lo cual desde la adolescencia se incorporó a la actividad laboral como tabaquero en su siempre recordado San Antonio de los Baños, donde existían considerables vegas de tabaco, con sus correspondientes talleres productores del preciado habano; en los que compartían espacio trabajadores canarios (la mayoría) radicados allí y los insulares. De tal modo pudo sufragar sus gastos y cooperar con la familia.
A la edad de 20 años ya se hacía irresistible en el joven su vocación por las artes visuales y con tales ingresos, más la ayuda de sus padres, viajó a La Habana para matricularse en la Academia Nacional de Bellas Artes San Alejandro, estudios que económicamente luego apoyó a través de sus desempeños como caricaturista en importantes periódicos de la capital.
De visita en el Viejo Continente
En busca de nuevos horizontes e imbuido por el interés de los más reconocidos artistas de su generación por viajar al Viejo Continente, en el año 1921 marchó hacia Granada, en España, donde pintaba gitanillas y paisajes para los turistas; en tanto realizó varios cuadros para algunas exposiciones en diferentes galerías y museos del país ibérico.
Regresó a Cuba en 1924 y comenzó de nuevo a realizar caricaturas humorísticas. Inmerso en la búsqueda de discursos diferentes, recordó entonces a un célebre personaje existente en la época colonial, quien alrededor del año 1895 publicaba sus artículos en el periódico La Semana bajo los seudónimos de El Bobo de Batabanó o El Bobo de la yuca, acompañados de caricaturas que hacían alusión a estas figuras.
A partir de estos, Albela dio riendas sueltas a su imaginación para concluir en una total transformación de la composición original y crear, en 1926, la fisonomía definitiva de una caricatura a la que el pueblo puso por nombre El Bobo. Vale recordar que, entre idas y venidas, su prolífica actividad artística durante la década de los años 20 del pasado siglo, estuvo marcada por una pintura basada en temas muy cubanos, entre los que se destacan títulos como La comparsa, Camino de Regla y Los funerales de papá Montero.
El Bobo nació en la mesa de un café
Inmerso en este tipo de trabajos, el propio artista recordaba que El Bobo nació una tarde en la mesa de un café de San Antonio de los Baños. La cara del hombre regordete simulaba la parte posterior de un busto de mujer, otros lo asociaban con los glúteos, con profundo sentido picaresco, cuya trascendencia alcanzó hasta la década de los años 40 del pasado siglo y que generalmente aludía a acontecimientos, figuras de la política y la sociedad, amén de otras semejanzas que más bien había que interpretar en los textos o los entornos de los discursos ya que su dibujo tenía un estilo más bien abstracto, sin que llegara a parecerse a alguien en particular.
Como personajes complementarios, asimismo creó El Profesor y El Ahijado; todos los cuales formaban parte de una narración irónica como se aprecia en una que fue muy comentada el 31 de diciembre de 1931 donde El Bobo está sentado con la insignia nacional, en tanto en la pared aparece una imagen de José Martí junto a El Ahijado que señala hacia una puerta abierta a través de la cual sobresale El Profesor, también con una bandera, integrado a una multitud que está en la calle y detrás de la cual se observan los techos de las casas. Así el artista criticaba, desde el lado del pueblo, a la dictadura de Gerardo Machado.
En 1927 estableció amistad con el entonces reconocido periodista Alejo Carpentier, quien lo introdujo en el surrealismo y otras corrientes vanguardistas, a la vez que se vinculó a la Revista Avance en la que un grupo de pintores cubanos promovían lenguajes artísticos más modernos, en correspondencia con las tendencias occidentales, y participa en la Exposición de Arte Nuevo.
Exitosa incursión en la galería Zak, de París
Después acomete lo que sería su primer gran aporte a la pintura cubana: la serie Afrocubana, creada en París en 1928. Al siguiente año regresa a La Habana y deja de pintar para dedicarse por completo a las historias y críticas expresadas a través de El Bobo, momento en que contaba con cierto desahogo económico tras sus éxitos de venta en la reconocida galería Zak, de París, fundada en 1928 por Jadwiga Zak, en honor a su esposo, el pintor ruso-polaco Eugeniusz Zak, fallecido en 1926 y que hasta el cierre definitivo de la sala, ocurrido en los años 60, estuvo especialmente dedicada a la promoción del arte europeo y latinoamericano.
En una vida muy movida, que transcurre entre sus frecuentes visitas a San Antonio de los Baños y su activa carrera artística en la capital, el ya prestigioso pintor vuelve a la caricatura irónica para a través de este medio incorporarse de nuevo a la Campaña política contra Machado. En 1933, tras la caída del dictador cesó su labor periodística y con esta las incursiones de El Bobo en la prensa insular.
Impresionado por la pintura renacentista
En 1934, viajó a Italia, donde quedó impresionado por la pintura renacentista y ocupó responsabilidades en el Consulado de Cuba en Milán. Allí también hizo relaciones con los pintores primitivos, experiencia que, unida a la fuerte influencia ejercida en él por la pintura y el muralismo mexicanos, consolidan una breve y fértil etapa en su carrera conocida como Clásica o Criolla —escasamente productiva—, de la que surgieron sus conocidos cuadros Guajiros, Santa Fe, Los novios y Retrato de Carmen, su eterna amada desde los años mozos.
En 1937 fundó el Estudio Libre de Pintura, que dio lugar, según algunos especialistas, a una revolución en la plástica cubana por la calidad de los artistas que trabajaron en sus talleres. Su creación fue auspiciada por el gobierno de turno, con el fin de oponerse al academicismo de San Alejandro. El Decreto que instituyó este proyecto fue promovido por la entonces directora de Bellas Artes, Renee Méndez Capote durante el llamado Gobierno de los Cien Días (Ramón Grau San Martín, septiembre de 1935-enero de 1936), pero la falta de condiciones había impedido su apertura.
Una forma de encausar sensibilidades artísticas
Los alumnos que matricularon en el Estudio fueron escogidos entre aspirantes que no tuvieron conocimientos previos de pintura y escultura. Se admitían solo adultos, a los que se guiaba en el aprendizaje pero respetando la libertad de estilo, de maneras y normas. Fue una forma de encausar sensibilidades artísticas. Contó con profesores de la talla de Jorge Arche, Romero Arciaga, Domingo Ravenet, Rita Longa, Mariano Rodríguez y René Portocarrero, además de Abela.
A pesar de que se trató de un experimento que duró muy poco tiempo,
debido a la falta de apoyo oficial y a los detractores con que contó, esta idea sentó las bases de una impronta pedagógica audaz, que tuvo en los jóvenes renovadores su apoyo fundamental. Sobre ésta expresó Abela: “Yo no quería que asistiera nadie que supiese pintar, niños tampoco, sino gente que tuviese un niño dentro. Sobre todo, hablarle al alumno de los materiales y del oficio, pero no darle pautas a seguir igual al maestro. Cada cual con su individualidad”.
Posteriormente dejó de pintar por un tiempo durante el cual se dedicó casi por completo a la diplomacia y a la vida familiar. Atrás habían quedado los tiempos efervescentes de El Bobo, hasta que en 1941 infructuosamente trató de reanimarlo. Para Abela, dibujar este personaje devenía evocar una época de lucha nacional por la libertad y la soberanía de la nación.
Premio Nacional de Pintura en Guatemala
En el año 1949, encontrándose en el desempeño de su labor como diplomático en Guatemala —luego de ocupar similar tarea en México, entre 1942 y 1945— ocurre un terrible suceso que le trastornó por completo: el fallecimiento de su esposa, sobre el cual en ese país pintó la obra El caos. También realizó allí varias exposiciones y recibió, en 1947, el Premio Nacional de Pintura. En la nación centroamericana hizo un conjunto de trabajos que iniciaron la última y más amplia etapa de su carrera artística.
Tras concluir sus responsabilidades consulares en Guatemala, aún bajo el choque emocional por la pérdida de la madre de sus hijos, en 1951 volvió a visitar París, donde permaneció por dos años, viaje en el que aseguró se produjo en él la “verdadera revelación del arte moderno” e imitó la pintura de algunos de los maestros de la modernidad, entre estas la del pintor alemán nacido en Suiza, Paul Klee, cuyo estilo varía entre el surrealismo, el expresionismo y la abstracción, y que fue decisiva en el retorno de Abela a la figuración, pero con un discurso muy personal que alcanzó su auge después de su regreso a Cuba en 1954.
De tal modo, el emblemático pintor cubano inició su última y tal vez más importante serie de pinturas, de pequeño formato, en la que sobresalen aves, niños, animales y flores, entremezclados en ambientes de fantasías o mitos.
De vuelta a la Isla, Abela emprendió una valiosa y prolífica producción de pinturas, muchas de las cuales exhibió en diferentes salas de la capital, como la que realizó un año antes de morir en la Galería de La Habana; en tanto prosiguió su carrera como diplomático tras el triunfo de la Revolución cubana con la que se identificó muy pronto.
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