Injusto y siempre cruel ha sido, el cese definitivo de cada vida humana. Más, cuando se ha vivido coronado del talento, aplaudido de fama y fortuna, es de esperar un final glorioso que se corresponda con el esplendor vivido. Pero si un aletazo del destino hace fallar tales expectativas con una muerte absurda, la ausencia truncada de la figura nos deja entonces, huérfanos de un desenlace y carentes de consumación.
Así ha ocurrido con la inesperada y última transición de algunos cubanos célebres en su tiempo. Unos, nacidos en esta Isla estrecha de fuegos pasionales y vueltos a nacer en el extranjero, porque allí la gloria les vistió el alma de los más altos honores. Otros, más lejos de pompas y oropeles reales, ausentes de los grandes salones, vivieron vidas menos opulentas, pero también rodeados de aplausos, merecidos honores y consideraciones ganados por su talento. Mortales al fin, La Parca les tendió su cita última y definitiva, pero no les permitió irse del mundo como se supone han de partir los tocados por la fama. Y por supuesto, ninguno de ellos pudo imaginar para su vida, final tan desleal y opuesto al refulgente brillo de tan fugaz existencia.
Tal fue el sino de estos cubanos famosos, cuyas desapariciones físicas no se correspondieron con el esplendor vivido. A ellos la muerte les llegó de la forma, en el lugar y momento más inconcebible. Como siempre ocurre, a ninguno fue posible dejar de atenderla para cumplir su mandato. Dan cuenta de ello sus leyendas de vida, que nunca van a ser historias certificadas de autenticidad manifiesta, sino fragmentos de una memoria colectiva ya en proceso de extinción, cuyas raíces y matices poseen más de pasiones, sentimientos y emociones, que de cronológicas exactitudes. Aunque tampoco están exentas de ellas.
El triste destino del Paganini negro
Claudio José Domingo Brindis de Salas y Garrido, nació en la calle Águila 822 de La Habana, en 1852. Músico y violinista cubano, sería conocido por el mundo cultural como el “Paganini negro” y fue considerado el mejor violinista de su época. Comenzó desde muy temprana edad estudios de este instrumento con su padre como maestro. Cuando contaba el niño once primaveras, dio su primer concierto público en El Liceo de La Habana, el viernes 18 de diciembre de 1863. En este tomó parte también, el célebre pianista cubano Ignacio Cervantes. “La sólida formación de Brindis de Salas recibe el caudal de conocimientos del destacado maestro José Redondo y más tarde el apoyo del experimentado Van der Gutch, quien lo situaría en 1869 en el Conservatorio de París, que ya para entonces gozaba de la más alta reputación a nivel internacional, por su extensa tradición en la formación de los más virtuosos músicos de la época. Llega a la capital francesa, en la segunda mitad del siglo XIX, y se desarrolla en la consolidación de una escuela que, partiendo de Pierre Gaviniés y Viotti, se materializó y desarrolló en las figuras de Rudolph Kreutzer, Pierre Baillot, durante la primera mitad del siglo. Es la época en que coexisten un número importante de intérpretes de las más variadas tendencias y latitudes”. (1)
Los peculiares rasgos del estilo de Brindis de Salas en Europa se hicieron manifiestos desde sus primeras presentaciones. “No pocos críticos hicieron alusión a su extraordinario dominio del instrumento, al constante entusiasmo que provocó su interpretación, a su buen gusto, pureza de virtuosismo y entonación”. (2) Siempre contó en cada presentación, con la aceptación de su público y de la crítica en general. “Después de siete años de incesantes presentaciones en Europa, Brindis regresa a América en 1875, esta vez con el título honorífico de Director del Conservatorio de Haití, recorre América Central y Venezuela. Caracas le abre sus puertas en 1876. En 1877 Brindis regresa a la Habana tras una ausencia de 8 años, se presenta en los teatros Tacón y Payret, en este último dio el 24 de noviembre un exitoso concierto. Seis días más tarde tocó en el prestigioso salón de los altos del conocido restaurante El Louvre, acompañado por su antiguo maestro José Vander Gucht. Posteriormente realizó una gira nacional que le aseguró su gran triunfo en Cuba”. (3)
Brindis de Salas recibió condecoraciones de varios monarcas europeos (la Orden del Cristo del Rey de Portugal; la Cruz de Carlos III del Rey de España; la Cruz del Águila Negra del Emperador de Alemania), pero además fue nombrado Caballero de la Legión de Honor por la República de Francia. “Algunos piensan, donde más éxito tuvo fue en Alemania. El emperador Guillermo II no solamente lo condecoró, sino que además le otorgó el título de barón del imperio alemán y nombró violinista de su corte. Más aun, cuando Brindis de Salas se casó con una dama de la hidalguía alemana, el mandatario honró la ceremonia con su presencia. Y muchos creen que a partir de esta etapa, la enérgica e incontrolable personalidad que le poseía, derivó en nefastas consecuencias para su vida. Perdió la relación con su esposa y sus tres hijos; la inconsistencia para mantener la superación generó en evidente declinación de su genio artístico. Así, los excesos de temperamento exaltado, espoleados por la gloria, socavaron su salud: la tuberculosis y la miseria lo invadieron”. (4)
Luego de una gira no muy afortunada por varios países de América, se fue a Buenos Aires. Pero no arriba triunfador. El antes encumbrado Claudio José Domingo Brindis de Salas y Garrido, apodado por los italianos El Paganini Negro, después de veinte años de ausencia llegó en mayo de 1911 como una sombra furtiva y gris a la ciudad sudamericana. “Venía solo, deshecho y tísico. Se hospedó en una pobre posada de la calle Sarmiento. Estuvo allí durante dos días, luego se mudó a otra tan decadente como la primera. Era la posada Re dei vini, en el Paseo de Julio 294. De este lugar salió en camilla rumbo a la Asistencia Pública el día 31 de ese mismo mes. Estaba en coma. Para atenderle, tuvieron que quitarle los guiñapos que vestía, y debajo, como última prenda de orgullo, encontraron el corsé mugriento de sus tiempos de Caballero de la Legión de Honor. En los bolsillos había un pasaporte alemán y un programa de concierto. El pasaporte exponía: Caballero de Brindis, Barón de Salas”. (5) El portador murió harapiento y sucio, la barba y el pelo erizados de mugres, en la madrugada del 2 de junio de 1911. Sus restos fueron depositados en una fosa de menesterosos, en el Cementerio del Oeste. Y eso, “gracias a la generosidad de algunas personas, que se sintieron en el deber de honrar la memoria de tan magnífico artista. Aunque aún después de muerto, su alma peregrina no se iba a detener”. (6)
Julián del Casal, el poeta entristecido que murió de risa
José Julián del Casal, también conocido por seudónimos como: El Conde de Camors, Hernani; y Alceste. Ha sido considerado, Junto con Gutiérrez Nájera y José Asunción Silva, como el precursor del movimiento modernista en la literatura cubana. Nació el 7 de noviembre de 1863 en La Habana. Cursó estudios en el Real Colegio de Belén, donde ingresó en 1870. Fundó con varios compañeros el periódico clandestino y manuscrito El Estudio, en el que publicó sus primeros versos. Se graduó de bachiller en 1880. Comenzó la carrera de Derecho, pero no llegó a concluirla. Tradujo poemas en prosa de Charles Baudelaire. Trabajó como escribiente de la Intendencia General de Hacienda. En 1888 se trasladó a España y poco después regresó a La Habana en precaria situación económica. Comenzó a trabajar en La Discusión como corrector de pruebas y periodista. Por esos días estrechó relaciones con la familia Borrero. Conoció a Rubén Darío en La Habana, en julio de 1892, fue en la redacción del periódico El País donde se estrecharon las manos, aunque desde 1887 se conocían por vía epistolar. (7)
La ruina en la cual vivió inmerso, “la muerte de los padres y un amor infeliz a una mujer desconocida fueron, los principales factores configuradores del carácter extremadamente sentimental de este poeta cubano, factores conjugados que tal vez sentaran las bases para la enfermedad que minó su breve existencia”. (8) Existieron rumores que le definían como taciturno y con tendencia a la melancolía. Algunos afirman que rara vez en su rostro brilló una sonrisa, pues la vida le regaló amargos sinsabores.
Se cuenta que al anochecer del día 21 de octubre de 1893, sube trabajosamente la escalera de mármol de la mansión de Lucas de los Santos Lamadrid, en Prado 111, a donde había sido invitado a comer en unión de varios amigos. Después de la cena, en medio de alegres copetines, alguien hace un chiste. Estalla inusual Julián en una carcajada resonante y frenética, en medio del asombro de todos, para quedar allí, inmovilizado en fatídica pose, con incesantes accesos de toces crueles. Hay sangre en su boca. Alguien sale en busca de un médico y retorna con el doctor Santos Fernández, quien reconoce el cuadro y sabe que ya no hay remedio. “En realidad estaba enfermo de tuberculosis y el exceso de risa lo llevó al acceso de tos, provocando un ataque de hemoptisis, que dio fin a su vida ese mismo día, cuando le faltaba apenas un mes para cumplir los 30 años. Sus restos reposan aun, en la cripta de la familia de doña Águeda Malpica de Rusell, donde tuvo doliente sepultura, ubicada en el cuartel No. 5, Zona de Monumentos de Primera, del Cementerio de Colón, en La Habana. He aquí confirmada en esta leyenda, la extraña paradoja de un hombre triste, que murió de risa”. (9)
José Jacinto Milanés, la tórtola y la locura
A los 28 años de edad, José Jacinto Milanés era un hombre pleno, rico de experiencias. No obstante desde hace algún tiempo le atenazan las discordias de un sufrido amor oculto. Angustias que hacen nacer inspiradas canciones y poesías. “Ya público habanero había rendido ovaciones a sus obras con, El Conde Alarcos, la crítica le colocaba junto Heredia. Desde 1840 y hasta el 43, el poeta se desborda en un diario íntimo sus ensueños desdichados: La fuga de la tórtola; Su alma; Bajo el mango; y la patética declaración, A Isa. Luego vendrían: A orillas del mar; Esperanza; y Amar y morir (1943). Después se hará el silencio. Llegarán la oscuridad, la desesperación y la tragedia”. (10)
Una de sus primas, Isabel Ximeno, la dulce buena y modestísima Isa, siempre apegada a su madre, solía escuchar el parloteo incesante y travieso del primo poeta, “pero tan inocente como era, nunca comprendió el amor oculto de su pariente célebre. O quien sabe, si tal vez soñaba con algún príncipe apuesto y elegante, tan contrario al poético soñador. Ella sería el desgarrante amor secreto que desbordado, ya no pudo soportarse más silente. La niña retrocedió asustada, los padres de Isa tomaron cartas en el asunto y se opusieron con fórmulas corteses. Sucumbe entonces el espíritu de la creación en su mar de nostalgias”. (11)
Los admiradores y amigos de José Jacinto, al ver malograrse su vena lírica, le costean un viaje de recreo, al que fuera en compañía de su hermano Federico. “A los dos años del regreso, José Jacinto recayó en su enfermedad incurable, más grave que nunca. Las crisis furiosas hicieron que se le aislara con guardianes. No le daban tenedor ni cuchillo para las comidas. La furia pasa y se convierte en un estado de imbecilidad melancólica, perfectamente inactiva, sin raptos ni caprichos”. (12) Había llegado el poeta a los bordes del desvarío y pasado la frontera, sumergiéndose en el océano de la locura. Ahora manso, amaestrado quizás por medicamentos poderosos, mudo de palabras y pensamientos.
Isa se casó con un hijo de Mahy, quien fuera Capitán General de la Isla, dejó Matanzas para irse con su esposo a España. “Una tarde de otoño, la del 4 de noviembre de 1863, coincidieron casualmente, el retorno de Isa a la Atenas de Cuba y la muerte del cuerpo de José Jacinto Milanés. Como si la estuviese esperando para irse del mundo. La musa inocente le sobrevivió por 35 años y pudo ver el sol de la gloria, crecer sobre la tumba de su primo, el poeta”. (13)
Contrapunteo entre la pasión y la consciencia
Existen quienes aseguran, hay un entendimiento del alma, que está lejos de la pasión y más cerca de la conciencia. Y hay otro entendimiento de las cosas profundas y sublimes, que está más cerca de la pasión y más lejos de la conciencia. Los humanos, no tenemos por costumbre poseer ambas formas de entender estas zonas insondables al mismo tiempo. Carecemos de la preparación suficiente para ello, por tanto, nos apegamos siempre a una de las dos maneras de comprender (que no son opuestas, sino complementarias). Descartes, a principios del siglo XVII, enfrasca a la humanidad en un acontecimiento intensamente grave, por demás espléndido, y es la definición del hombre como consciencia. A partir de ahí, la sugerente idea de que el hombre depende solo de sí mismo, se establecerá con brillantez y grandes resultados. Aunque gran parte de esa misma humanidad, guste de seguir pensando en ángeles y demonios con definitorios poderes.
Hay un punto de giro en la vida humana, donde todo es salvado, o todo se pierde. La conciencia y la pasión tienen gran influencia en el sentido y la dirección de tal viraje. Estos tres cubanos famosos, pueden llegar a ser buen ejemplo de ello. Sobre Brindis de Salas, tal vez algún día al terminar el alba, a cualquier escritor se le ocurra inventar una causa secreta por la cual cambió Brindis el curso de su vida. Mas hasta hoy, quienes le conocieron a fondo, lo saben causante de su propia desgracia. El final inesperado de Julián del Casal está tan libre de culpas propias, como puede estarlo el eclipse de Milanés. Aunque nadie, por muy sensible que fuese, se vuelve loco por un amor no correspondido, si la locura no estaba ya agazapada dentro, esperando una señal para invadir la mente, esclavizar el alma y sojuzgar al cuerpo. Así discurrieron la pasión y la conciencia su juego de tronos, para dar como resultado estos absurdos destinos de cubanos célebres.
Notas
(1) Brindis de Salas. El Paganini negro. Portal web La Pluma del Tocororo. http://almejeiras.wordpress.com/2012/07/18/brindis-de-salas-el-paganini-negro/
(2) Ibídem.
(3) Ibídem.
(4) Ibídem.
(5) Ibídem.
(6) Ibídem.
(7) José Julián del Casal. ECURED, Cuba.
(8) M. R. Glean y G. E. Chávez Spínola: Catauro de seres míticos y legendarios en Cuba. Ed. por Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello, La Habana, 2005.
(9) Ibídem.
(10) Rafael Estenger: Amores de cubanos famosos. Aflorisio Aguado Editor. Colección “Más Allá”. Impreso por Ediciones Castilla S.A. Alcalá, 126. Madrid, p. 120.
(11) Ibídem, p. 121.
(12) Ibídem, p. 123.
(13) Ibídem, p. 120.
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