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Acercarse a lo que nunca podrás tocar es la esencia de la poesía


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Alberto Marrero Fernández (La Habana, 1956), es un hombre que vive, observa, reflexiona y escribe por  igual narraciones y poemas, y además ha recibido varios premios como recompensa a la constancia de su empeño.

Tanto sus  textos líricos y su producción narrativa, todos  poseedores de una innegable poética muy personal, se enfrascan en el análisis de los conflictos existenciales del hombre contemporáneo universal, este es su empeño.

Este año Marrero alcanzó el Premio Nacional de poesía Nicolás Guillén con el cuaderno titulado Las tentativas, el cual será presentado en el venidero Sábado del Libro.

Es por esto que Cubarte ha querido conversar con este escritor licenciado en Pedagogía y máster en Historia, que es además subdirector de la Oficina del Programa Martiano,  coordinador del consejo editorial del suplemento literario “El Tintero”, del diario Juventud Rebelde, y presidente de la Sección de poesía de la Asociación de Escritores de la Unión de Escritores y Periodistas de Cuba.

Se diría que este autor no tiene mucho tiempo para escribir pero al parecer la clave está  en que mientras vive  su vida llena de responsabilidades nos dice que” Miro mi realidad y la transcribo con los recursos de la poesía”.

¿El cuaderno Las tentativas fue escrito con el propósito de competir en el Premio de Poesía Nicolás Guillén 2015?

Ningún libro se escribe para “competir”. No conozco a ningún escritor que escriba con ese propósito. Cuando uno termina, o mejor, cuando uno abandona un libro para no seguir corrigiendo eternamente  los borradores, como decía Alfonso Reyes y que a Borges le encantaba repetir, pues lo pone a concursar porque es la manera más expedita de publicarlo, sin negar la respiración económica (transitoria, por supuesto) que te da un buen premio. 

La literatura no es un ejercicio de torneo, si bien la existencia de concursos proyecte esa impresión. No tengo nada contra los concursos, ya lo declaré en otra entrevista, donde expliqué mi apreciación al respecto. Por lo tanto, no voy a repetirme. 

Este cuaderno es el resultado de un largo proceso de escritura y maduración existencial que abarcó unos cinco años. Fue creciendo y acortándose, incluso de él se desprendieron otros, entre ellos El salto mortal de la escritura, premiado unos meses antes en el concurso Alejandra Pizarnik, convocado por la Embajada de Argentina, la revista Amnios, La Casa del Alba y la Comunidad artística Yeti.

El jurado del Premio de Poesía Nicolás Guillén 2015, que le concedió este lauro consideró que su poemario “conjuga el conocimiento con experiencias personales, y acude a una constante reflexión existencial, con un lirismo sobrio y nítido”; en tanto usted al recibir el lauro declaró:”Cuando me preguntan de qué trata mi obra solo puedo decir que es una manera de aproximarme a lo que sé que nunca podré explicar en todo su esplendor”. ¿Podría comentar ambas afirmaciones?

 El libro es un tanteo, una suerte de exploración en lo aparentemente conocido y también en lo desconocido. Tiene un sentido oscilatorio, pendular, que va de adentro hacia afuera y viceversa. Nunca me quedo todo el tiempo en uno u otro plano. Es decir, si describo una calle de la ciudad a esa descripción la acompañan las paradojas, angustias y reflexiones  del llamado sujeto lirico.

Esa es una estrategia que me propuse, si bien algunos teóricos consideren que la poesía no soporta ese tipo de cosas. Yo me propuse explorar con todos mis sentidos y pensar. La poesía no es un tratado de filosofía, pero se puede pensar a través de ella. No hay que dar la espalda al intelecto (Valéry pensaba que la poesía era una fiesta del intelecto), si bien se ha dicho que este nunca canta.

Creo firmemente que lo reflexivo y lo emotivo pueden darse un abrazo en el poema. Cuando expresaba que mis poemas eran una manera de aproximarme a lo que nunca podré explicar en todo su esplendor, creo no haber dicho nada nuevo. La paradoja de acercarse a lo que nunca podrás tocar es la esencia de la poesía. Uno de mis libros anteriores se titula La cercanía infinita, un oxímoron que descubrí en el numero Épsilon que, según los matemáticos es el más pequeño y al cual nunca llegaremos. 

¿A cuáles lectores está dirigido este poemario?

A todos los que puedan y se esfuercen por comprenderlo. No es un libro críptico, furiosamente hermético,  pero tampoco simple, de tono sentimental o farragoso, si bien abundan poemas con un lenguaje tan directo que tienden a confundir y hacerle creer al lector que está frente a un texto de fácil lectura. Nada de eso. Miro mi realidad y la transcribo con los recursos de la poesía. Voy al pasado con la intención de meditar el presente.

Escribo de la cultura universal porque es la cultura del Hombre sin fronteras. Hablo de lo mío, pero también de los otros. No me interesan los vanos folclorismos ni ciertos símbolos fatigosos. Lo cubano es un misterio que hay que saber expresar.

Yo no sé si lo logre, pero al menos lo intento. Se puede comulgar o no con lo que expreso, o con lo que sugiero mejor, porque todo en el poemario esta permeado de mi subjetividad, de mi forma de ver la vida. Debajo de cada poema hay múltiples capas, como en una cebolla.  Cada poeta elige su registro. El mío es comunicarme, pero sin caer en la tontería del facilismo o la irreverencia gratuita para escandalizar y llamar la atención. 

¿Qué más podría contarles con el ánimo de incitarlos a la lectura de su libro?

No sé qué más podría decir. La cubierta del libro es una foto  de una calle populosa de La Habana, la del  Obispo, con mucha gente, hasta turistas.  Eso refleja el espíritu del libro.

¿En qué nuevas “tentativas” está inmerso en este momento?

 Otro poemario, una novela ya escrita y un libro de cuentos también ya escrito.

 

 

 


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