Cuando era niño oía en la casa las historias que hacían los mayores sobre lo que llamaban “el machadato”. “Machadato” era sinónimo de represión y hambre. Después me explicaron que “machadato” se refería al período en que gobernó, como presidente de la República, Gerardo Machado Morales.
Machado formó parte del Ejército Libertador y terminó la guerra con grados de General de Brigada. Después del establecimiento de la República estuvo en la Guardia Rural y llegó a ser Jefe del Ejército Nacional. Se involucró en negocios con compañías estadounidenses y finalmente se convirtió en el aspirante a la presidencia con la consigna de que proveería “agua, caminos y escuelas”, y pondría orden en el tesoro de la nación.
En realidad, Machado era un elemento proyanqui y proimperialista confeso. Fue un furibundo anticomunista, contrario a los intereses de la clase obrera. Cuando asumió la presidencia aseguró que en su gobierno las huelgas no durarían 24 horas.
En su período presidencial —1925 a 1929—, logró grandes empréstitos para construir la carretera central y el Capitolio nacional. Sus promesas de hacer una gobernación honesta no se cumplieron. Intentó perpetuarse en el poder modificando la Constitución vigente y extender su presidencia hasta 1935.
La lucha contra la brutal represión desatada por Machado tuvo en la clase obrera y el estudiantado universitario a su vanguardia. El asesinato de los líderes populares no respetó fronteras. Hasta México llegó la garra del tirano para asesinar a Julio Antonio Mella.
Machado era un hombre de poca lucidez y en extremo autoritario y violento. Y esas características convirtieron su régimen en una sangrienta tiranía. El mejor calificativo de este personaje se debe al intelectual revolucionario y dirigente comunista Rubén Martínez Villena, quien lo calificó de “asno con garras”.
Machado fue el creador del llamado Presidio Modelo en la Isla de Pinos, al que tantos dirigentes estudiantiles fueron enviados. Recordemos los nombres de Ladislao González Carbajal, quien era el Secretario del Ala Izquierda Estudiantil de la Universidad de La Habana, a Pablo de la Torriente Brau, quien luego moriría en España durante la guerra civil defendiendo a la República, a Raúl Roa García, tan cercano a Villena y a Pablo, y nuestro Canciller de la Dignidad en la era triunfal de la revolución de enero de 1959.
Una huelga general logró finalmente derrocar a la tiranía. Machado huyó hacia Bahamas el 12 de agosto de l933; luego se trasladó a los Estados Unidos y murió en Miami seis años después. Los sicarios que no pudieron escapar fueron ajusticiados por el pueblo y hubo cadáveres arrastrados por las calles.
La revolución antimachadista triunfante el 12 de agosto de 1933 no pudo lograr la cohesión y unidad de propósitos necesaria. Le faltó un liderazgo aglutinador. Por eso, como dijo Raúl Roa García, “se fue a bolina”, como el papalote que se separa de su hilo conductor y queda a merced del viento.
El “machadato” fue la culminación de un período de la República neocolonial en el que predominaron hombres que provenían de los tiempos de las luchas por la independencia, frustrada por la intervención militar yanqui.
Vinieron después gobiernos de antimachadistas, igualmente tiránicos, como los de Batista, o corruptos y gansteriles como los de Grau y Prío.
La figura de Fidel, nacido el 13 de agosto de 1926, aglutinó en torno a su ejemplo e inteligencia excepcional y su profundo sentimiento humanista, a la inmensa mayoría del pueblo cubano para rescatar el sueño republicano de Martí, la tradición de lucha de Céspedes, Gómez y Maceo, unida a lo mejor del pensamiento social de la humanidad, para iniciar una etapa de independencia nacional, justicia social y solidaridad internacional. Nadie como él sirvió con más tesón a su pueblo y mantuvo con él una comunicación cotidiana, atento siempre a todo, porque nada le era ajeno.
Fidel, el discípulo de las ideas martianas, nos enseñó a unirnos para luchar, resistir y vencer. Fue un líder respetado, admirado y querido, porque predicó con el ejemplo y estuvo siempre, en los momentos más difíciles, en la primera fila del combate junto a su pueblo. Se esforzó por utilizar con moderación el inmenso poder que le otorgamos. Ni tolerante, ni implacable. Apasionado por las cosas en las que creía era, a la vez su principal crítico. Y siempre tuvo el valor de reconocer cualquier equivocación y asumir la responsabilidad correspondiente. A los que se equivocaban, junto a las medidas de corrección correspondientes, siempre les daba otra oportunidad para que siguieran siendo útiles y mostraran sus resultados en las nuevas tareas. Solo fue severo, como las circunstancias lo exigían, contra los que violaban principios fundamentales y ponían en riesgo a la Revolución y al país mismo.
Él fue nuestro maestro y guía y devolvió a todos el orgullo de ser cubanos. Su vida y su obra trascienden el marco nacional y el de nuestro continente. Fidel fue un héroe del Tercer Mundo todo y un estadista del más alto nivel mundial.
Fidel supo no aferrarse al poder enorme que el pueblo le había confiado cuando comprendió que la salud no le permitiría cumplir con sus obligaciones. Humildemente, al dejar sus funciones oficiales, se consagró a escribir sus reflexiones firmadas por “el compañero Fidel”, no el Comandante en Jefe, aunque el pueblo siempre lo consideró como tal. Además, en su preocupación permanente por el bien del hombre, potenció la experimentación de las mejores formas de producir alimentos para nuestra ganadería en las condiciones de Cuba. El afán de servir a su país y a la humanidad toda lo mantuvo hasta el último minuto de su vida.
Este 13 de agosto será el primero de sus cumpleaños después de su deceso. Vale recordar entonces su decisión de que sus restos fueran incinerados y no se hicieran con su figura ni su nombre los habituales recordatorios a grandes figuras. Pero Fidel no necesita de eso para estar presente cada día, en su pensamiento y en su ejemplo, en su humildad y afán de revisar siempre lo hecho para hacerlo mejor, siempre en bien del pueblo. Tal vez quiso darle a su pueblo más de lo que realmente podía, pero le dio todo lo que tenía.
El octogésimo cuarto aniversario del derrocamiento de la tiranía de Machado, que se cumplió este 12 de agosto, sirve para recordar cómo terminan los tiranos por poderosos que se crean.
El nonagésimo primer aniversario del natalicio de Fidel, que se cumple este 13 de agosto, nos permite comprobar aquella frase martiana de que “quien vive para todos, sigue viviendo en todos”.
Permítaseme terminar estas notas con un poema escrito en ocasión del acto en la Plaza de la Revolución en honor de nuestro Fidel.
“¿Dónde está Fidel?”
¿Dónde está Fidel?,
pregunta voz amiga
en medio de la noche.
¡Aquí!
responde un trueno
de voces incontables.
Fidel soy yo,
dice un anciano
de mano temblorosa.
Fidel soy yo,
afirma una mujer
de ojos serenos
Fidel soy yo,
exclama un joven,
levantando el brazo.
Fidel soy yo,
asegura una niña
con rostro de esperanza.
Después,
un largo viaje
de occidente hacia oriente
y un pueblo que repite:
Fidel soy yo.
Así es la magia del honor
uniendo lo diverso.
¡Que fuerza tiene el bien
que nos levanta
en la resurrección
feliz de los confiados,
la cofradía
de los justicieros,
la familia nación
del hijo amado
convertido en bandera
que nos cubre
con limpia luz de luna
y sol radiante!
¡Yo soy Fidel!,
decimos todos.
¡Cuba es Fidel!
¡Fidel es Cuba!
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