“No hay mayor hermosura que el agradecimiento” (1), afirma el Maestro. Y precisamente, en este pensamiento me envolvía una y otra vez durante el concierto que por sus primeros cincuenta años, ofreció Liuba Maria Hevia en el Teatro Mella, el pasado viernes 12 del mes en curso. Si bien una emocionada Liuba, habló mucho más que de lo de costumbre para mencionar a todas aquellas personas que han colaborado con ella desde las posiciones más diversas, en realidad somos nosotros los que estaremos eternamente agradecidos por ser testigos de su arte en este momento.
Al finalizar el concierto, fuera de programa como es natural, se le entregaron a la joven trovadora, no sabemos cuantos hermosos ramos de flores, cada uno nuevo que apareciera, era más bello que el ramo anterior al mismo tiempo que le obsequiaron distintas obras realizadas por imprescindibles personalidades de nuestras artes plásticas. Por supuesto, todos esos presentes, más que merecidos, fueron altamente elogiados por quienes nos dimos cita para celebrar su onomástico en familia. Sin embargo, en ese momento me recordaba de una canción del grupo británico Yes, donde el vocalista Jon Anderson, le contaba a su pequeño hijo acerca de las maravillas de un circo fantástico, cuyo desfile de apertura, comenzaba con decenas de ballenas azules australianas que tiraban de gigantescos elefantes de la India que tenían sobre sus lomos impresionantes tigres de Malasia con los ojos cubiertos por brillantes esmeraldas mientras que una compañía de hadas, convertía por acto de magia a centenares de calabazas en confortables carruajes, todos repletos de alegres niños, asombrados por tanta fantasía hecha realidad. Solo un padre enamorado de su hijo, podía recrear tanta amorosa felicidad, para que al final de la pieza en cuestión, se escuche la ingenua vocecita del niño, preguntándole: “¿Papá, pero en este circo no hay payasos?”.
Liuba es de esas artistas tan queridas, que si realmente, se hubieran aparecido todas aquellas personas que quisieran regalarle algo valioso, como así pasó, nos hubiera cogido el amanecer y todavía quedarían gente por acercársele. Pero el mayor regalo, también lo recibió en esa misma noche: los aplausos agradecidos de todo el público que colmaba el teatro, que en nombre del pueblo cubano, querían reconocerle la magnificencia de sus canciones, plasmada esta en exquisitas melodías nacidas como espontáneamente desde los propios instrumentos musicales a la vez que nos revela en sus textos una singular sabiduría, que identificamos como procedentes de un remoto pasado y entonces solo así, Liuba podrá interpretar semejantes canciones dentro de la mayor ternura, la misma que el Astro Rey nos entrega cálidamente al convocar el milagro de la vida.
Cantautoras de la talla de Liuba María Hevia, representan el punto del no retorno entre las intérpretes femeninas de cualquier país, que en un mundo tan banal como el de nuestros días, algunas resultarían incapaces de entender el porqué de la intensidad de este cariño, la franqueza de tanta admiración y la espontaneidad de este agradecimiento por la obra realizada.
Para finalizar, sin el menor sonrojo, pidamos permiso a Samuel Formell para parafrasear uno de los estribillos de su canción Soy Van Van, y exclamemos todos juntos: “¡Que sería de Cuba sin Liuba María Hevia!”
Notas:
(1) Martí, José. “Un día en Nueva York”, La Nación, Buenos Aires, 22 de noviembre de 1888, t.12, p. 72.
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