Corren momentos trascendentales en nuestro país, sin lugar a dudas, pero también momentos de pupila insomne —alerta y comedida—, como indican día tras día los hechos que continúan moviendo en el contexto general las relaciones entre Cuba y Estados. Al respecto no pretendo realizar una valoración de éstos a partir de aquella información del pasado 17 de diciembre que, como flash noticioso, sacudió al mundo entero y, en especial, a los medios de difusión internacionales. Quizás, en mucho tiempo, no se perciba un contexto informativo tan espectacular como el que se propulsara aquel día y que aún (hasta la fecha) continúa promoviendo todo tipo de opiniones, conjeturas, diatribas, manipulaciones y, en lo fundamental, estados de confusión en las mentes de algunos quienes ya sea por una gran carga de oportunismo deliberado o por manifiesta ignorancia comienzan a vocear loas entusiastas hacia el poderoso vecino del Norte, proyectándolo como una especie de salvador de algunos desatinos o mejor expresados lógicos traspiés, de una Revolución que, durante más de medio siglo junto a su pueblo y la guía de Fidel, ha sido no sólo el hecho histórico más trascendental de la segunda mitad del siglo XX, sino también la de continuar siendo el proceso revolucionario más humanista que jamás haya existido a lo largo de la Historia Universal.
Asimismo, para ningún revolucionario es indudable que tras esa decisión de la Administración estadounidense con vista al restablecimiento de relaciones diplomáticas es en definitiva, y realmente, llevar a cabo un proceso de cambios en Cuba, tratando a la vez de crear, fomentar y apoyar a una oposición fuerte (económica y políticamente) la cual en un futuro inmediato sea capaz de realizar cambios políticos internos. Incidir, en definitiva, en el modelo socialista de transformaciones que se lleva a cabo en todo el país. Y, en lo fundamental también, y como bien manifestasen connotados politólogos en fecha reciente: “estimular a las fuerzas que consideran aliadas naturales de clase, tratando de contraponer sus propios intereses con las medidas que el Gobierno cubano está comprometido sostener para garantizar la continuidad de la Revolución”. Y, en lo fundamental, dentro de un contexto internacional en el que Washington recrudece su política de agresiones militares, sanciones económicas y comerciales, a la vez que de fortalecimiento de sus bases militares. En el caso de este continente, hay que destacar su presencian belicista en países como Perú y Honduras.
Al mismo tiempo, ¿qué otro objetivo sino una ofensiva guerrerista de indefinible magnitud puede tener la declaración imperial que considera “un peligro para la seguridad de los Estados Unidos” el proceso que realiza la Revolución Chavista, la Venezuela bolivariana. Y es que la quimera de todas las Administraciones norteamericanas siempre ha sido y será en nuestros pueblos latinoamericanos y caribeños no sólo el logro de su dominación territorial y control de riquezas, además del logro del cambio radical de la correlación de las fuerzas progresistas, sino también la realización de todo un proceso de aculturación.
El logro de la unidad de América Latina y el Caribe a partir de sus diversidades matices propios culturales ya es un hecho, y está expresada por la voluntad política de un grupo de sus gobiernos y de sus respectivos pueblos. Tras más de dos centurias de encomiables luchas y sacrificios ya comienza a definirse la segunda independencia de nuestra América india, negra, mestiza y blanca, con sus derroteros y aspiraciones propias, pero influyentes y distintas a las del vecino del Norte, al estar unidas en la salvaguarda de sus riquezas y en la soberanía de sus respectivos Estados. Así, ya se empiezan a enrumbar ajustes históricos de cuentas que no por ser pacíficos en declaraciones finales, dejan (o dejarán) de excluir sus aportes en sacrificios y denuncias en nuevos o posibles campos de batalla por la definitiva soberanía, equidad e independencia de nuestros pueblos.
La recién finalizada VII Cumbre de las Américas, efectuada en la hermana nación panameña, dio prueba de ello pero, al mismo tiempo, constató la profunda hiel que viejos sectores opositores a la Revolución cubana y otros de nuevo desempeño pero con similares proyectos difamatorios, anexionistas y de actividad profusamente terrorista —promovidos, alentados y financiados por seculares testaferros y representantes generacionales (por descendencia directa o indirecta), de regímenes de la otrora pseudo República cubana y por diversos sectores pertenecientes al actual Partido Republicano opuestos al restablecimiento y normalización de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos—, continúan desempeñando para tratar (en su fe ciega) de destruir el proceso revolucionario de la Mayor de las Antillas, el que cada día que transcurre cobra un mayor e irrestricto apoyo internacional.
Como bien preconizase nuestro José Martí (1): “(…) Todo lo vence, y clava cada día su pabellón más alto, nuestra América capaz e infatigable. Todo lo conquista de sol en sol, por el poder del alma de la tierra, armoniosa y artística, creada de la música y beldad de nuestra naturaleza, que da su abundancia a nuestro corazón y a nuestra mente la serenidad y altura de sus cumbres; por el influjo secular con que este orden y grandeza ambiente ha compensando el desorden y mezcla alevosa de nuestros orígenes; y por la libertad humanitaria y expansiva, no local, ni de raza, ni de secta, que fue a nuestra repúblicas en su hora de flor, y ha ido después, depurada y cernida, de las cabezas del orbe —libertad que no tendrá acaso, asiento más amplio en pueblo alguno—, ¡pusiera en mis labios el porvenir el fuego que marca! (…) una América sin suspicacias pueriles, ni confianzas cándidas, que convida sin miedo a la fortuna de su hogar a las razas todas, porque sabe que es la América de la defensa de Buenos Aires y de la resistencia del Callao, la América del Cerro de las Campanas y de la Nueva Troya”.
Durante su intervención en dicha reunión el Presidente cubano Raúl Castro Ruz — en lenguaje claro, directo, repleto de sinceridad y sin ambages de ningún tipo—, realizó un análisis histórico-político sobre las consecuencias criminales del bloqueo económico y comercial impuesto por cada una de las Administraciones norteñas:
“(…) El 77% de la población cubana nació bajo los rigores que impone el bloqueo más terrible de lo que se imaginan, incluso, muchos cubanos. Pero nuestras convicciones patrióticas prevalecieron. La agresión aumentó, la resistencia aceleró el proceso revolucionario. Y esto sucede cuando se hostiga al proceso revolucionario natural de los pueblos. La hostigación trae más revolución. La Historia lo demuestra y no sólo en el caso de nuestro continente o de Cuba”.
Otras nuevas contiendas, de seguro más solapadas por su rostro diplomático, afrontará la Revolución de Enero de 1959 junto a su pueblo, en especial, la que conlleva al levantamiento del bloqueo económico y comercial impuesto a la Isla desde hace más de medio siglo y por la definitiva retirada de la base naval de Guantánamo de su territorio.
Ahora más que nunca y, en especial, por la definitiva voluntad política de cada gobierno de este hemisferio dispuesto a eliminar la pobreza, el hambre y la discriminación en todas sus vertientes, entre otros objetivos urgentes, “se ponen en pie los pueblos y se saludan” (2) en este otro lado del mundo, y que aspiran a serlo en paz y por la paz, por la equidad, respeto, dignificación y legitimización de sus posiciones y aspiraciones sociales. Como “deber urgente de nuestra América es enseñarse como es”, ante “el desdén del vecino formidable, que no la conoce, es el peligro mayor de nuestra América; y urge, porque el día de la visita está próximo, que el vecino la conozca, la conozca pronto, para que no la desdeñe”(3).
¡Ahora, más que nunca, unámonos todos a construir la América que queremos!
Notas
(1) José Martí: Obras Completas. Discurso pronunciado en la velada artístico-literaria de la Sociedad Literaria Hispanoamericana, Nueva York, 19 de diciembre de 1889, t. 6, p. 130.
(2) Ibídem.
(3) José Martí: Obras Completas. Nuestra América. El Partido Liberal, México, 30 de enero de 1891, t. 6, p. 15.
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