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Alberto Rodríguez Copa: Dichosos aquellos que son niños, de cualquier edad


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Alberto Rodríguez Copa, poeta, narrador, ensayista y profesor.

Alberto Rodríguez Copa (1) es un escritor singular. Desde que descubrí su obra hace años, sentí en ella un aliento especial, sobre todo para redescubrir (trascender) el aliento de los clásicos en una poesía intertextual, que no pierde de vista la cubanía en todas sus manifestaciones (humor, lirismo, compromiso) y que sin dudas logra esa permanencia que toda buena literatura debe tener. Aunque está inédita aún, hace poco me confió su primera novela para jóvenes, excelente “No hay peor marino que un filipino”, que anticipo en un futuro para la colección Veintiuno y en la cual, mediante un relato de aventuras, este autor incursiona en el tema de la marginalidad. Creo que es un hombre comprometido con su escritura, como demostrarán a los lectores sus palabras en esta entrevista en la cual nos confiesa su insatisfacción por el modo en que a veces se pierde la lectura, sus sueños, ilusiones y proyectos.




¿Existe para ti una literatura infantil? ¿Una LITERATURA? o simplemente ¿Literatura para personas?


Creo que siempre ha existido, y existirá, la literatura. Mucho antes de tener nombre, ella se hallaba en los relatos orales de los hombres primitivos, entre cuyo público también estaban los niños. Solo que no es hasta el siglo xviii que se piensa en ellos como destinatarios especiales. Mientras tanto, los pequeños han consumido, y aún lo hacen, una buena parte de lo que se ha destinado a los adultos: cualquiera pensaría, por ejemplo, que Gulliver salió de un libro infantil, y ya sabemos que nada estuvo más lejos de su creador, Jonathan Swift, cuyo propósito era satirizar a la especie humana en general, y en particular, a la corte irlandesa de su tiempo; Cervantes nunca sospechó que, al cabo de 500 años, don Quijote y Sancho fueran tan populares entre los pequeños; y no estaba Martí pensando en niños cuando escribiera, “en aquel invierno de angustia y esperanza”, sus Versos sencillos; por otra parte, no le gustaría saber que los artículos de La Edad de Oro —excepto quizá los de temática histórica— son hasta hoy casi desconocidos. Por último, una anécdota: cierta vez me llamó extraordinariamente la atención un alumno mío, de séptimo grado, a quien nada de lo que se estudiaba le interesaba, al verlo de pronto, en medio de la clase, y por completo ajeno a mis explicaciones, hundido en unas páginas misteriosas. Le pregunté de qué obra se trataba, y él, que deletreaba, que apenas sabía leer, por toda respuesta, me mostró el libro imantado: Cleopatra, la reina de la noche, de Amador Hernández, un descarnado testimonio sobre la prostitución en Cuba.




¿Qué piensas de la infancia?


Que no hay nada comparable a ella en términos de delicadeza, ternura, huella perdurable, utopías, transparencias. Dichosos aquellos que son niños, de cualquier edad.




¿En tu concepto los niñ@s leen hoy día más o menos que antes?


Supongo que hoy leen más, porque disponen, además de la televisión, de una amplia gama de medios informáticos que los hacen interactuar con la palabra escrita, aunque esta, desde luego, no sea siempre artística. En cuanto al texto literario, las ferias y festivales del libro, y la divulgación en general de la lectura atraen necesariamente a los niños, y a los adultos interesados en iniciar a sus hijos en esta saludable práctica. De todas formas, a pesar de las conocidas limitaciones materiales, debería publicarse un mayor número de ejemplares de obras que resultan, año tras año, deficitarias: Había una vez, El Principito, o La flauta de chocolate, por mencionar algunas.




¿Qué piensas del tono que deben tener las historias para niñ@s?


Si se escribe con sinceridad, con respeto y con amor, el tono será el adecuado. Aun los temas más desgarradores pueden llegar a ser amables si se les trata con sensibilidad.


¿Eres tú parecido a alguno de los personajes de tu obra?




He escrito poca narrativa, de manera que para mí la instancia “personaje” es bastante limitada. Así y todo, en mis personajes hay más de lo que yo hubiera querido ser o vivir, que de lo que soy o he vivido. Y la poesía…; bueno, la poesía es un redescubrimiento de mi infancia, a veces desde el juego, y otras desde la ensoñación.


¿Cómo concibes idealmente a un autor para niñ@s?


Como alguien que no sepa escribir para los adultos.


¿Reconoces influencias de autores clásicos o contemporáneos?


Le debo, como diría Silvio, a casi todo el mundo. Descubrí la poesía en los libros escolares, y luego, por razones de estudios, profesionales y desde luego por afición, he estado en contacto con ella desde una época de la cual casi no tengo memoria: Lorca, Quevedo, Góngora; Vallejo, Neruda, Borges; Milton, Shakespeare, Elliot; Lezama, Eliseo, Wichy Nogueras… En cuanto a poetas que escriben para niños, disfruto mucho la obra de Mirta Aguirre, Dora Alonso, Mildre Hernández, José Manuel Espino, Mailén Domínguez, Yamil Díaz, entre muchos otros. Ahora bien, qué parte le toca a cada uno de lo que yo escribo, no lo sé: es un proceso telúrico y subconsciente, a partir del cual he tratado de ser más o menos diferente.


¿Cuáles fueron tus lecturas de niño?


Mi hermano mayor fue el que puso en mis manos el primer libro; es decir, el primer haz considerable de páginas encuadernadas, y fue El Corsario Negro, de Salgari, cuando yo tenía unos once años. A partir de entonces, me leí toda la saga; y, asimismo, las aventuras de Sandokan; y todas las novelas de Julio Verne que pude encontrar; luego fui descubriendo a Jack London, Astrid Lindgren, Antoine de Saint-Exupèry…


¿Quién es tu héroe de ficción?


El Pequeño Príncipe.


¿Quién, tu villano?


Míster Hyde.


¿Cómo insertas tu obra dentro del panorama actual de la llamada literatura infantil cubana?


Creo que eso le concierne a la crítica, que bien poco se ha interesado en ella. En cuanto a mí, me limito a escribir, sin preocuparme para nada por movimientos, estilos, grupos o tendencias.


¿Qué es lo que te enciende emocionalmente-creativamente?


El hecho humano: divertido o triste, jocoso o desgarrador; pero siempre vivo, auténtico. Yo no creo demasiado en la inspiración, sino en la necesidad de escribir. Existen cosas que existen para ser escritas, porque no pueden ser dichas. También me motiva comprobar que mi obra es bien recibida por los lectores, saber que se ríen o se entristecen, que se asombran o emocionan, y no porque me lo cuente nadie, sino porque lo estoy viendo.


¿Qué es lo que te desanima?


Leer un texto en público y que no pase nada.


¿Qué atributos morales piensas que debe portar consigo un buen libro infantil?


La llamada literatura infantil tiene detrás el fantasma de la didáctica: ya Martí nos hablaba también de esto: escribir para los niños puede llevar consigo toda la doctrina que se quiera, pero disimulada de forma tal que no se note, porque si aflora destruye la obra. A mí me parece que basta con no incitar al niño a prácticas nocivas, con no convertir el libro en un manual de futuros delincuentes, y hacer que los lectores disfruten, se emocionen, rían o lloren; pero de modo que sean después, en alguna medida, mejores personas. Y la sola lectura de un texto literario es ya un aprendizaje lingüístico-emocional, una experiencia de desfrute y crecimiento.


Aparte de tu profesión actual, ¿qué otra cosa te hubiera gustado ejercer?


Yo nunca pensé ser profesor. Estudié Filología y quería dedicarme a la investigación literaria y a la promoción cultural; pero me impusieron cumplir el servicio social en Educación, y allá me fui, qué remedio. Y descubrí, sin embargo, una gran vocación: me encanta enseñar, aunque haya tantas cosas que me disgusten en este oficio.


¿Qué profesión nunca ejercerías?


Nadie diga: de esta agua no beberé, porque, como recuerda Cintio: “El agua tiene caminos; no la sed”.


¿Podrías opinar de la relación autor-editor?


En mi caso, en general, ha sido buena, aunque alguno de mis libros haya pagado el precio de la negligencia de otros, y del exceso de confianza por parte mía.


Si tuvieras que salvar solamente diez libros de un naufragio ¿cuáles escogerías? ¿Alguno de los que has escrito?


Mira, aunque entiendo el sentido de la pregunta, de encontrarme en esa situación, me parece que ningún libro, y menos uno mío, tendría la más remota esperanza, porque estaría yo muy ocupado tratando de salvar al lector (o al autor). Ahora bien, de tener tiempo y de paso una isla desierta, tomaría de la biblioteca de a bordo las siguientes obras, por supuesto dejando de lado la literatura “para adultos”: los cuentos de Andersen; los de la Madre Oca, de Perrault; los Cuentos de la infancia y el hogar, de los hermanos Grimm; Pipas Medias Largas, de Astrid Lindgren; Konrad, o el niño que salió de una lata de conservas, de Christine Nöstlinger; Gramática de la fantasía, de Gianni Rodari; La vuelta al mundo en ochenta días, de Julio Verne; Harry Potter y la piedra filosofal, de J. K. Rowling; Cartas desde la selva, de Horacio Quiroga; y La Edad de Oro, de Martí.

 

 

Nota:

(1) (Villa Clara, 1963). Escritor y profesor. Obra publicada: Las eras del caminante (ensayo, Editorial Capiro, de Santa Clara, Cuba, 2001); Para un caballito blanco (poesía infantil, Ediciones Unión, La Habana, 2002); Quizá (poesía para niños y jóvenes. Editorial Capiro, 2004); La vida en un sombrero (poesía infantil. Ediciones Unión, La Habana, 2006); Como lo cuento aquí yo (del mismo género. Gente Nueva, La Habana, 2007); La república del zapato (por Ediciones Matanzas, Cuba, 2009); El gato sin botas (Editorial Mecenas, de Cienfuegos, Cuba, 2010); Error de cálculo (crónicas. UNITED-PC, España, 2015); Enigmas martianos (ensayo, Ediciones El Abra, Nueva Gerona, 2016); y Última partida con El Pequeño Príncipe (poesía infantil, Ácana, Camagüey, 2016). Entre sus premios destacan: Premio en el encuentro-debate nacional de talleres literarios de 1999; Premio David de poesía para niños y jóvenes, en 2001; premio Fundación de la Ciudad de Santa Clara en poesía infantil, en 2003; premio La Rosa Blanca (2003); Premio Ismaelillo de la UNEAC en literatura para niños y jóvenes (2004); Premio Fundación de la Ciudad de Matanzas (2008) y Fernandina de Jagua (2009), ambos en literatura para niños; premio Fundación de Nueva Gerona, en ensayo (2012); y premio Emilio Ballagas (2013), en literatura infantil y juvenil.


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