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Alejo Carpentier en el 110 Aniversario de su natalicio


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Es importante recordar que el 26 de diciembre  de 1904, nació Alejo Carpentier, este gran escritor cubano, al que hoy rendimos homenaje.

Cuando era muy joven, apenas dieciséis años, conoció a Mella, a Villena y a Marinello, se incorporó al Grupo Minorista y amante del teatro y de la música, en una emblemática crónica, revela el talento excepcional de nuestra Rita Montaner.

Le venía en la sangre el gusto por la música. Su abuela fue notable pianista, la madre también cultivaba el piano y el padre, aunque arquitecto, interpretaba el cello.

La música en Cuba,  es una obra emblemática de la cultura musical de nuestro país y de obligada consulta y para entender mejor, la contradanza, el género cultivado por todos los compositores criollos del siglo XIX, de donde se desprenden y desarrollan, como expresan los especialistas,  la danza, la habanera y el danzón. Nos descubre lo afrocubano, así como a Amadeo Roldán, Eduardo Sánchez Fuentes y Alejandro García Carturla.

Cuando en el año 1974, Alejo cumplía setenta años, los cubanos no podían dejar pasar por alto esta celebración. Lo recuerdo muy bien.

Múltiples actividades se realizaron. En la Librería “Lalo Carrasco”, del hotel Habana Libre, fue presentada la edición cubana de su libro Recurso del Método, un texto que  fue publicado, en primera instancia, en la hermana República de México, la que conoció el escritor en al año de 1926.

Sería interesante no olvidar en estos momentos de homenaje, lo que significó para Alejo aquella primera visita a México. Conoció personalmente a Diego Rivera, a Orozco, a los amigos que rodeaban a Vasconcelos, a Pellicer y a otras figuras de la intelectualidad azteca, que dejaron una huella indeleble en su vida y muy especialmente en su obra. Hay investigadores que expresan que este viaje, hizo a Carpentier convertirse con verdadera pasión, en un descubridor de América, lo que nutrió su producción literaria. Un hombre hijo de francés y rusa, que vivió en Paris, que viajó por otras partes del mundo, que había sido acusado de comunista en su Patria, exiliado y perseguido, cuando conoció la verdadera vivencia testimonial de nuestras tierras, se internó en un mundo de realidad maravillosa que lo subyugó. 

Era Carpentier, a sus  setenta, un verdadero y respetado triunfador. Su novela  Ecué-Yamba-O  y otras como El reino de este mundo, Los Pasos Perdidos, El Acoso y el Siglo de las Luces, ya le habían granjeado el respeto y la admiración de un buen número de lectores, eso sin contar, sus ensayos, sus trabajos periodísticos en principales periódicos y revistas cubanas y extranjeras,  además de sus relatos, cuentos y trabajos relacionados con el arte musical. Era un trabajador incansable, un gran escritor y un reconocido musicólogo.

Aquellos veinte años que transcurrieron desde las publicaciones  de Ecué-Yamba-O y Los Pasos Perdidos, en 1953, como explicara el distinguido escritor e investigador y amigo de tantos años Salvador Arias: “suponen una evolución crucial en el novelista.  Entre la realización aún insegura, esquemática e ingenua, en ocasiones de la primera novela mencionada, el dominio técnico y expresivo de la segunda, existe todo un proceso revelador y constante, mediante el cual el artista, con un sentido autocrítico ejemplar, irá templando sus armas, a la vez que el hombre ya en su madurez, se replantea su problemática esencial, llevada a síntesis e interrogantes de mayor amplitud y profundidad”

Esto reafirma, la sólida obra lograda por Alejo, hasta el último año de su vida.

En 1977, recibe el Premio Miguel de Cervantes y Saavedra que dona al Partido Comunista de Cuba. Es el año que publica La Consagración de la Primavera. Y al año siguiente El arpa y la sombra. Sigue acumulando reconocimientos. 

Podría haber sido un poderoso Premio Nobel de Literatura. Como diría  Lisandro Otero en el Centenario del novelista, si no hubiera fallecido en el 80, nadie hubiera dudado que se merecía ese alto galardón.

Pero volvamos a su cumpleaños setenta. Los obreros cubanos del Sindicato Nacional de la Prensa y el Libro, le imponen la Orden y Medalla “Alfredo López” y la Biblioteca Nacional hace una muestra de su obra, que llamaron “Un camino de medio Siglo”, con valiosos manuscritos del escritor. En el Amadeo Roldán, el Comité Central del Partido Comunista, reconoce los méritos de Carpentier en la palabra sabia de Juan Marinello, mientras la Casa de las Américas, editaba un disco con fragmentos de sus novelas y el ICAIC, con un emblemático Cartel, presentaba un filme sobre la música cubana titulado Habla Carpentier.

Fue un año de merecidos honores para el gran escritor. La Unión de Periodistas cubanos le entregó la “Orden José Joaquín Palma” y sus Obras escogidas fueron  publicadas en ruso.

Cuando cumplía Alejo los setenta y uno, la Universidad de La Habana le entrega el Título Honoris Causa. Vuelve a México y recibe el Premio Internacional “Alfonso Reyes”, en la Capilla Alfonsina, Casa Museo del gran mexicano, que fue su amigo y al que admiraba de manera muy especial. Fue un premio que lo conmovió. Había visitado México en más de veinte ocasiones.

Entre 1926 y 1932, Alejo Carpentier, publicó unos seis textos que componen una referencia y explicación única sobre el viaje que hizo a México en 1926, que reitero, fue el primero de muchos viajes a ese país, con el que tanto se identificó y publicó gran parte de sus libros.

Un viaje a Haití, le sella su identidad caribeña expresada en El reino de este mundo.

En el 45, viaja a Caracas, Venezuela, donde reside y trabaja hasta el 59, año del triunfo revolucionario y allí resume su conocimiento de América.

Es el momento de regresar a la Patria, sin la presión de los años anteriores, sin temor al exilio. Ocupa importantes responsabilidades.

Me sentí tan orgullosa cuando Carpentier fue nombrado Director Ejecutivo de la Editorial Nacional de Cuba, allá por 1962. Esa designación le daba un gran prestigio a nuestro país. Reflejaba este cargo, la importancia que la Revolución le concedía a la promoción de la Cultura, cuando miles y miles de libros fueron puestos en manos del pueblo, de nuestro pueblo y de oriente a occidente. Viví aquella época con febril empeño. La presencia del novelista en estos primeros impulsos editoriales, fueron determinantes para el desarrollo de nuestra sociedad y ejemplo extraordinario para otros pueblos de Nuestra América.   

No son más que pequeños recuerdos de este hombre tan singular. No olvido su manera de hablar, tan personal, donde el francés, quizás el ruso y el español, habían hecho de las suyas y lo habían “destacado”, para siempre. No obstante, las grandes urbes que lo vieron transitar, vivir, leer y escribir intensamente, no le impidieron jamás recordar a su Isla, a la que siempre deseaba volver, y sobre todo a La Habana, con sus columnas y ventanas  abiertas y oscuras en las noches de sus calles, que lo asombraban por su diversidad.

A 110 años de su natalicio, La Habana Vieja, que tanto él admiró y que hoy emerge victoriosa con un Proyecto de Restauración de la Oficina del Historiador de la Ciudad, le brinda a Alejo, un homenaje desde sus casas antiguas, sus rejas andaluzas y sus portadas barrocas, como si la entrada de la redacción de La Discusión, estuviera  esperando la mejor de sus reseñas.

Quizás repiquen una vez más las campanas de la Catedral, y en esta ocasión, para señalar el aniversario del feliz advenimiento de uno de los escritores cubanos más importantes de la literatura hispanoamericana del siglo XX. 


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