ALONSO QUIJANO, ESE DEMÓCRATA
Aquel soldado preterido supo defender, sin flojeras, su íntegro ideal.
“Tanta alma tengo yo como otro, y tanto cuerpo como el que más, y tan rey sería yo de mi estado como cada uno del suyo”1.
Quien así escribe no es ningún opulento cortesano, ni un señor munido de poder. No: él es tan sólo un maltrecho soldado inválido, que ha conocido por cuatro veces los penares de la ergástula y, en precario salto de mata, mal sobrevive acosado hasta por sus colegas.
Mas en él sigue transparentándose la materia con la que cristalizan los hombres libres. Y, corajudamente, pone las anteriores palabras en boca de Sancho, portaestandarte del pueblo.
Leer El Quijote equivale a transitar por una disertación magistral de democracia.
He aquí al hidalgo luminoso llamando “amigo Sancho” 2, e “hijo de mis entrañas” 3 al humildísimo escudero, a quien ruega “que comas de mi plato y bebas por donde yo bebiere” 4.
Vive bajo los Austrias, en los reinados del sombrío Felipe II y del mequetrefe Felipe III, ambos represivos. Pero en aquella atmósfera de asfixia social califica a la libertad como don supremo por el cual “se puede y se debe aventurar la vida”5, ya que le parece “duro caso hacer esclavos a los hombres que Dios y naturaleza hizo libres”6.
Su desprecio a la clase dominante se plasma cuando declara que “la verdadera nobleza consiste en la virtud”7, y comenta lo insustancial de la envidia a príncipes y señores “porque la sangre se hereda y la virtud se adquiere”8.
En la corte española, para desempeñar algunas dignidades, era imprescindible que el aspirante probara que era incapaz de leer y escribir. Cervantes se rebela ante ese culto a la estulticia y pone en boca de su héroe, en diálogo con el Hidalgo del Verde Gabán, la declaración de que él no llama vulgo “solamente a la gente plebeya y humilde; que todo aquel que no sabe, aunque sea señor y príncipe, puede y debe entrar en el número de vulgo”9.
Sí, a no dudar, Alonso Quijano –perdón, quise decir Don Miguel—fue un demócrata de cuerpo entero. No en vano suspira por la época, que él llama dorada, cuando no existían los posesivos mío y tuyo.
Notas: De El Ingenioso Hidalgo..., Arte y Literatura, La Habana, 1980: (1) p. 386; (2) p. 797; (3) p. 813; (4) p. 67; (5) p. 744; (6) p. 151; (7) p. 285; (8) p. 653; (9) p. 499.
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