Amado(s)
La vida; que según Enrique Jorrín “tienen espina y tiene rosas”; me permitió el placer de disfrutar en el mismo espacio de tiempo y lugar de la amistad de tres personas con el mismo nombre: Amado. Entre los tres había otros nexos comunes además del nombre: los tres vivían en Centro Habana, los tres estaban vinculados con el mundo de la música (a su manera por supuesto); y los tres sentíamos pasión por las mujeres bonitas, las buenas conversaciones y un buen trago de ron y fumar un tabaco con los amigos. Solo los diferenciaba, al menos en primera instancia, el carácter.
Estaba Amado Córdoba cuya profesión inicial había sido estudiar economía en la antigua república de Checoslovaquia, aunque a su regreso se matriculó en la Escuela de letras de la Universidad de la Habana para licenciarse en Historia del Arte.
Había nacido cerca del parque Trillo y se ufanaba de haber jugado en su infancia con Juan Formell, acompañar a su abuelo a casa de Antonio Arcaño y haber sido novio de una de las hermanas de los fundadores de Los Zafiros. Eso era entendible.
Amado Córdoba, aunque ejercía el periodismo en la radio había estado un tiempo en la revista Bohemia en el mismo instante en que doña Magalis García Moré fue su directora, era de los tres el menos estridente en su conversación y el que acusaba esa pose de “negrito catedrático” que le definió en el mundo del periodismo.
Antes de convertirnos en amigos –o más bien convivir como padre e hijo—solíamos intercambiar saludos o compartir discretamente espacios en la finada sala de Té de la Unión de Periodistas. Él solía sentarse cerca de la puerta en una mesa que daba justo a la calle 23. Allí disfrutaba de su chácata y rara vez alzaba la voz; eso sí en cuanto la historia, era el centro de cualquier conversación entonces desata su pasión y entraba en trance.
Fue este Amado quien una tarde del año 1992 le pidió a Ariel Larramendi que me invitara al cabaret Tropicana, ese día Pablo Milanés anunciaba su intención de hacer una serie de recitales en ese lugar cantando solamente boleros. Después de esa tarde quedó sellada nuestra amistad y se abrió nuestro fuerte vínculo profesional. Un vínculo que nos llevó a refundar la revista Salsa Cubana; una de las aventuras culturales más hermosa de los años noventa en la música cubana.
El otro Amado se apellida Dedeu y coincidentemente fue también compañero de juegos de Formell, de Abraham Rodríguez, de Néstor Milí hijo y de Amado Córdoba.
A este, que desde niño todos le llamaban “el gordo Amadito”, se le conocía en todo el ambiente rumbero del barrio y un poco más allá. Su abuela había sido una de las fundadoras del grupo Clave y Guaguancó y él la acompañaba a cuanta rumba hubiera en el barrio por lo que Amado Dedeu aprendió a tocar el quinto antes de saber leer.
Amado hablaba en clave de rumba, pensaba en clave de rumba y alzaba la voz en clave de rumba. Si usted quería saber el más mínimo detalle de cualquier rumbero de la Habana la mejor referencia la encontraba en la memoria prodigiosa de Amadito Dedeu. Fui testigo en más de una ocasión de como se enredaba en largas conversaciones con Gregorio Hernández, el Goyo, sobre ciertos aspectos de la rumba que no eran del dominio público y admiraba como llegaban a consenso una vez que sobre cualquier superficie ilustraban sus puntos de vista. No hacía falta más.
Era también el consultante de cabecera para estudios como de Helio Orovio o Radamés Giró cuando del tema rumba se trataba. Amado tenía una de las colecciones de fotos sobre la rumba más completa que haya conocido. La cuidaba más que un niño a su merienda escolar; pero su gran tesoro eran sus tambores entre los que estaba uno que Chano Pozo había regalado a su abuelo antes de marcharse a New York. Contaba que había sido una noche antes de plantar la potencia abakuá, de la que los dos eran miembros, y junto al tambor, también Chano le dejó un pedazo de cuero de chivo para que hicieran uno al chamaco que no dejaba de llorar cuando lo llevaban a la rumba. Con ese pedazo de cuero de chivo Amado Dedeu se hizo el primer juego de bongoes.
El otro Amado era del Pino. Este también era gordo, solo que su mundo eran el teatro y la actuación. Amadito, no sé por qué a todos les achicaban el nombre, era todo un personaje peculiar. Solía hablar como si estuviera ensayando un personaje, pero era auténtico en toda la expresión de la palabra; y como buen guajiro –había nacido en Camagüey—no tenía ni trasfondo y le costaba asumir poses de hombre hipócrita.
Este era el más bohemio de los tres. Siempre estaba presto para conversar por tiempo ilimitado y su rosario de anécdotas era inacabable.
Cierta tarde en la UNEAC, en el Hurón Azul se enredó en una profunda discusión con el también actor y dramaturgo Alberto Pedro sobre un tema intrascendente para muchos, pero profundo para los hombres y mujeres de teatro: la importancia de calentar la voz antes de cualquier actuación con un largo trago de ron.
Sí, un trago de ron. Según Alberto Pedro debía ser ron oscuro por sus cualidades y el buque que dejaba, lo que impedía que el director o el público notaran su efecto. Para Amado debía ser aguardiente por un problema de nacionalismo y porque era su preferido. En lo único que estuvieron de acuerdo fue en que debía ser uno antes de la función y una cantidad X que aguantara el cuerpo al final de la misma; sobre todo si era el día del estreno.
Curiosamente el mes de octubre los unía a los tres. Dos de ellos habían nacido en ese mes y para el tercero, del Pino, era el mes en que se mudó para la Habana al mismo edificio en que vivía el cantante Tito Gómez, el preferido de su madre.
Ese hecho los unía de alguna manera, y entre ellos yo. Casi siempre el jolgorio era en la casa de Amado Dedeu en la calle San Francisco y Valle, aunque Amado Córdoba era quien primero se marchaba por aquello de cuidar la forma. El dramaturgo solía quedarse hasta el final, era mi caso, y siempre anunciaba a Amado que escribiría una obra contando la historia de su vida que era casi la historia de Clave y Guaguancó.
La obra nunca llegó a escribirse, de ella solo quedó un largo artículo para la revista Salsa Cubana que no llegó a salir y cuyo original conservo en mi archivo con una foto donde estamos los cuatro y que fue hecha por el Gordo Zambrana que era el fotógrafo oficial de la revista.
Fue un seis de octubre del año 1999 y en ella además están Argelio Santiesteban, Helio Orovio y algunas personas más, fue en una Peña del Ambia en la UNEAC. Meses después los tres renunciaron a beber ron, era su manera de asumir la vida con la llegada del nuevo siglo y milenio.
Ninguno de los tres está ya entre las personas con las que alguna vez he de volver a cruzarme en el camino de la vida. Son parte de un pasado que cada vez más gravita sobre mi conciencia.
La rumba y el teatro cubano han evolucionado, se han adaptado a los nuevos tiempos. Solo que el grupo de rumba Clave y Guaguancó; la obra Penumbra en el noveno piso; y la Revista Salsa cubana nos van a sobrevivir.
Y alguien un día contara la historia de estos tres acontecimientos. Ojalá tenga tiempo para ello.
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