Ambrosio Fornet (Veguitas, 1932), ensayista, crítico literario y editor, es un intelectual con el que se podría estar conversando toda la vida. Sus argumentos, reflexiones y miradas polémicas desatan más preguntas que respuestas. Son interrogaciones despojadas del dogmatismo academicista, del lenguaje edulcorado.
El cubanísimo escritor es el autor de los títulos Cine, literatura y sociedad (1982), Alea, una retrospectiva crítica (1987), El libro en Cuba (1994), Las máscaras del tiempo (1995), Carpentier o la ética de la escritura (2006); además de compilador y prologuista; sin dejar de subrayar Las trampas del oficio (2007) y Narrar la nación (2009).
Parte de la cartografía de este intelectual, muy respetado por el gremio de la cultura cubana, son sus guiones para los filmes Retrato de Teresa (1979) y Mambí (1998). Fornet es, además, miembro de la Academia Cubana de la Lengua y ha sido merecedor del Premio Nacional de Edición (2000) y del Premio Nacional de Literatura (2009).
El prestigioso intelectual accedió a responder para La Jiribilla algunas preguntas en torno al libro, sus derroteros y los espacios sociales de la lectura. Abordó también otros temas en torno a las orbitas socioculturales de los jóvenes cineastas.
Sobre cómo han escrito los grandes literatos se ha fabulado mucho, menos se ha publicado sobre los modos de leer. ¿Cómo lee Ambrosio Fornet?
Que yo sepa, durante siglos solo hubo dos modos aceptables de leer: en voz alta o en silencio. Ahora los modos están condicionados sobre todo por el soporte de la escritura, en papel o electrónico. ¿Lee uno más ?o más a gusto? en un soporte o en el otro? Quien responda esto último puede estar seguro de que nació muchos, muchísimos años después que yo. Por otra parte, cuando se trata de ensayos o de textos que exponen ideas, leo siempre lápiz en mano para señalar aquellos puntos que me han llamado especialmente la atención y sobre los que me gustaría volver después (marco el margen de la página con una palomita si se trata de una frase, con un corchete si se trata de varias).
¿Es usted una persona centrada o necesita de una atmósfera de silencio para desarrollar su labor intelectual?
Me gusta mucho esa palabra, “centrada”, para designar a la persona capaz de con-centrarse, el lector que no se siente continuamente tentado por el cambio y expuesto, por lo tanto, al peligro de la dispersión. Todo, en el mundo moderno, parece dominado por la tendencia al zapping, todo conspira contra la capacidad o la voluntad de atender, de involucrarse, de concentrarse.
El ideal es lo disperso e impactante, que a menudo es lo incoherente también. En el televisor, ¿se ha fijado usted que la noticia que va apareciendo abajo, en el cintillo rodante de la pantalla, no tiene nada que ver con lo que está diciendo arriba el locutor o el entrevistado…?
Estamos viendo una cosa, leyendo otra, y olvidándonos enseguida de las dos, o mezclándolas en la imaginación sin saber por qué, o bien recordando superficialmente una sola de ellas… Lo que no debemos olvidar ?y no olvidamos, porque se repite con fuerza una y otra vez?, es que el populismo es malo y la Coca-Cola es buena, por ejemplo. Pero volviendo a su pregunta: el silencio es el aliado natural de la concentración y esta última es necesaria para que cada uno pueda establecer un diálogo fructífero consigo mismo y con sus posibles interlocutores.
Sus trabajos son referenciales obras de edición, de exquisitez literaria. ¿Cómo desarrolla su escritura? ¿Desgrana previamente las líneas temáticas? ¿Utiliza las fichas como herramienta? Cuéntenos los detalles de esa experiencia.
Sí, anoto las dos o tres ideas que a mi juicio deben constituir el núcleo central de mi argumentación, así como aquellos datos que pueden servir para reforzarlas. Lo demás debe producirlo el propio texto gracias a lo que yo llamaría su dinámica interna. De cada tema se desprende lo que parece ser una señal, una orientación, una ruta posible…
Es así como fluye el texto. Cuando creo haber captado alguna de esas claves, inicio la exploración del tema, digámoslo así, y muy pronto un paso me permite dar el otro, una frase me lleva a la otra, o un cambio de tono me anuncia que la argumentación empieza a tomar otro camino y debe reorientarse en otras direcciones.
Esto, que describo aquí torpemente, me va indicando que la cosa marcha, que no estoy imponiéndole al tema ni al lector un texto arbitrario o autocomplaciente, sino tratando de ser coherente con las potencialidades y las expectativas de ambos. Cuántas veces cree uno haber alcanzado esa meta cuando, en realidad, no logró llegar ni a mitad del camino…, ahí radica lo que pudiéramos llamar el drama de la escritura, un drama que a veces solo vive el público ?lo vive como frustración? porque uno, el autor, lamentablemente, no llega a percibirlo.
En cuanto a esas herramientas de trabajo, esa vasta zona auxiliar de la memoria que son las fichas, ¿qué autor ?y sobre todo, qué ensayista, y sobre todo, qué investigador? puede darse el lujo de prescindir de ellas?
Usted ha impartido, tanto en Cuba como en otras partes del mundo, talleres y cursos sobre guión de cine. ¿Cuáles títulos recomendaría para los que se inician en la escritura cinematográfica?
No, yo no empezaría por recomendar títulos sobre la escritura cinematográfica, yo empezaría —como de hecho empecé en los años 80, cuando orienté un Taller de guión y dramaturgia, tanto en la Escuela de Cine de San Antonio de los Baños como en el ICAIC— por recomendar la lectura y análisis de ciertos clásicos de la dramaturgia y el teatro, desde la Poética de Aristóteles hasta Casa de muñecas, de Ibsen, con las necesarias referencias a Brecht y a nuestros propios clásicos, que en ese momento eran nuestros cineastas, Julio García Espinosa y Titón.
En eso consistía, a nuestro juicio, el equipaje mínimo ?el bagaje cultural, como se decía en mis tiempos? que necesitaba el aspirante a guionista para lanzarse al ruedo sin hacer el ridículo y poder plantearse seriamente un proyecto que valiera la pena.
Se daba por descontado que el estudiante ya había visto y discutido los clásicos del cine, tanto silente como sonoro, puesto que disponíamos de una nutrida filmoteca. Por lo demás, desde sus mismos inicios el ICAIC había acometido la tarea de publicar textos teóricos y manuales ?recuerdo el Tratado de la realización cinematográfica, de León Kulechov, y Teoría y técnica del guión cinematográfico, de John Howard Lawson, para no hablar de Eisenstein?, y tenía también una vocación guionístico-editorial que se expresó muy temprano en la publicación de Las doce sillas. Por cierto, esa vocación ha resurgido ahora con fuerza bajo la orientación de Arturo Arango, quien acaba de publicar el guion de Aventuras de Juan QuinQuin, de García Espinosa, y promete armar, en Ediciones ICAIC, toda una colección dedicada al género.
Son lecturas obligadas para los profesionales del medio, que por lo demás hoy cuenta con críticos y teóricos del patio que no existían en mi época; como Juan Ramón Ferreira Vaillant y Astrid Santana, para citar solo los dos casos que me vienen a la mente.
La labor del editor literario, desde mi punto de vista, tiene nexos con la del montador cinematográfico. ¿Comparte esta percepción? ¿Cuáles son para usted los posibles paralelos entre estas especialidades?
Nunca había pensado en eso, quizás porque no conozco tan bien el trabajo del montajista como para establecer comparaciones válidas. Pero hasta donde lo he podido apreciar, ese trabajo requiere una habilidad técnica y una creatividad mucho mayores que la del editor de libros. Lo único que el editor de libros necesita, además de buenos correctores, es un conocimiento del nivel cultural del medio ?cuántos profesionales, cuántos universitarios, cuántos periodistas hay…? y una amplia cultura literaria.
Entre los estudiosos que han trabajado el tema del libro es recurrente la tesis de que los jóvenes en Cuba no leen lo suficiente, y sobre todo que no lo hacen a profundidad. ¿Comparte esta perspectiva? ¿Qué hacer para revolucionar las lagunas de este reto?
¿Que en Cuba los jóvenes no leen tanto como debieran y además leen de manera superficial? No tengo estadísticas a mano, pero me permito preguntar, a mi vez: ¿dónde, en qué parte del mundo actual, ocurre lo contrario? En las calles y en la TV veo a miles de jóvenes leyendo, pero leyendo lo que aparece en la pantalla de sus celulares. ¿Qué hacer? Si yo tuviera la respuesta a esa pregunta ¿cree usted que en el Instituto del Libro y en el Ministerio de Cultura hubieran dejado que me jubilara?
Las instituciones culturales y los medios de comunicación en Cuba potencian a las bibliotecas públicas como centros para el “encuentro con los libros”. ¿Es ciertamente un espacio ideal para este ejercicio intelectual? ¿Están dotadas nuestras bibliotecas de las condiciones necesarias para lograr una lectura productiva?
Hace tiempo que no voy a leer a las bibliotecas, pero siempre que lo hice encontré en ellas tanto un servicio eficiente como un clima favorable. Su pregunta me preocupa, porque pudiera suscitar la sospecha de que nuestras bibliotecas han dejado de ser ese “espacio ideal” de que usted habla. Y eso sí que sería catastrófico. El tesoro intelectual de la nación está acumulado ahí, en nuestras bibliotecas, y si ese fondo deja de formar parte de nuestra cultura activa, de la dinámica del presente, nos convertimos todos en pordioseros o en fantasmas.
Supongamos que un estudiante de cine solo lee los libros que son propios de su carrera: fotografía, montaje, dirección de actores y un largo etcétera. ¿Cuáles son los vaticinios de Ambrosio Fornet para este joven, una vez egresado de la carrera de audiovisuales?
Hay que tener muy clara la diferencia que existe entre un técnico profesionalmente preparado y el estudiante con vocación de guionista o de director de cine. En el primer caso tendremos camarógrafos o sonidistas profesionales, por ejemplo, a quienes les exigimos habilidad y sensibilidad, pero no una cultura que vaya más allá de los problemas propios de su oficio, mientras que en los otros casos las exigencias son mayores y siempre relacionadas con el talento, con un nivel de creatividad que no se enseña en las escuelas ni se aprende en los libros.
Por consiguiente, ese joven egresado de la carrera de audiovisuales tiene que haber optado desde el principio por el perfil que le dictó su propia vocación, y de ahí que pusiera el énfasis en unas lecturas y no en otras. A mí, cuando se gradúe, solo me restaría decirle: “Adelante y buena suerte. Tengo la impresión de que vas a ser un profesional de primera. El tiempo dirá”.
El escritor mexicano Felipe Garrido, conocido promotor de la lectura, estableció cuatro tipos de lectores. Los que prefieren lo fantástico, lo mágico, lo maravilloso; los que se inclinan por el realismo y rechazan las fantasías; los interesados en los aspectos intelectuales, los razonamientos y el sentido moral, y los que encuentran placer en el lenguaje mismo. ¿Cuál es su visión sobre estos enfoques?
Creo que Garrido, en su definición, abarca todos los discursos posibles de la narrativa, aunque estamos acostumbrados a imaginar dichas preferencias por géneros: novelas de un lado, cuentos del otro, ensayos del otro, y a veces introduciendo en cada caso subdivisiones muy precisas: novelas realistas, históricas y sentimentales; cuentos fantásticos y de humor; ensayos filosóficos y literarios… Debo añadir que cada una de esas líneas debiera matizarse a partir de los contextos: la edad de los lectores, el ambiente en que se mueven, la influencia de la publicidad, el momento específico de la lectura…
Lo que quiero decir es que los gustos cambian, los lugares de lectura y las ocasiones también, y todo ello puede alterar los pronósticos: ayer terminé de leer en casa una novela realista de Bolaños, mañana trataré de echarle un vistazo al ensayo de Umberto Eco que apareció en la revista, y este fin de semana espero llevarme para la playa una novela fantástica de Asimov que me prestó un amigo y tengo que devolver el lunes.
He participado en conferencias de prensa donde algunos integrantes del staff de una película, cuando se les pregunta en torno a la conceptualización de su trabajo en el filme, divagan, desarrollan pobres ideas o en el peor de los casos, lo resuelven con una frase manida. ¿Cuáles son sus interpretaciones sobre esta realidad asociada a la práctica de la lectura?
No se le puede exigir a todo el mundo que sea un expositor coherente y convincente. Y además, ¿por qué esa persona, pese a su incultura y su torpeza, fue invitada a participar en el panel?
Se ha teorizado mucho sobre la lectura que desencadena la imaginación, mueve las emociones y los sentimientos. Me refiero en particular a aquella que logra formar no solo expertos, sino también intelectuales sensibles. ¿No es esta una ruta acertada para la escritura de buenos guiones en el cine cubano contemporáneo? ¿Qué estrategias construir para materializar este tipo de lector?
El talento se desarrolla, pero no se crea; la cultura se forma, no se improvisa. Aquí estamos hablando de procesos que además de talento y formación cultural requieren esfuerzos, dedicación, disciplina… Estoy seguro de que nadie conoce de antemano las fórmulas, las estrategias que permitan llegar a la meta sin tropiezos, con un cien por ciento de garantía.
Se habla de una actitud intelectual que sirva de punto de partida para desarrollar los hábitos de lecturas. ¿Se construye o está en el ADN de los potenciales lectores?
El hábito de la lectura se construye. Y se construye a través del gusto por la lectura. Es responsabilidad de los padres, los maestros y los orientadores de las bibliotecas infantiles proporcionarles a los niños ese gusto, o al menos la promesa de ese gusto. ¿Qué habría que hacer para crear esa ilusión, la del libro como golosina?
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