Amor por el lienzo


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Esta es una historia, pocas veces contadas –me atrevo a decir que no he encontrado ninguna narración en todas las vías posibles de búsqueda y referencias—acerca de cierta zona de nuestras vidas antes de la fiebre de las camisas Yumurí.  Involucra a actores tales como el oficio de panadero, el de costureras y/o sastres y nunca se vio reflejada en la hoy extinta libreta de productos industriales. Eso sí, tenían una marca que hoy ha quedado en el olvido y que amerita recordar: ECH y ECA

Sencillo, no pierda su tiempo buscando en manuales de publicidad o en los registros de bibliotecas, hemerotecas y cuantos recursos le sean posibles o estén al alcance de su mano y sagacidad investigativa. Es muy sencillo: Empresa Cubana de la Harina, Empresa Cubana del Azúcar (que en su momento el Cubana sustituyó al Consolidada) y los envases en que venían esos productos. Sacos de 25 y de 50 libras.

Debo advertir que no se trata de emular el arte de pintar, es bien sencillo: era el arte de disponer de alguna prenda de vestuario útil, funcional y sobre todo que era escaza en los años setenta para ciertos sectores de la población cubana. Fueron años de necesidad, esa que “hace parir mulatos” al decir de mi abuela para referirse a tiempos difíciles de la vida.

 El lienzo, aquel tejido de lienzo en específico, definió una parte importante de nuestros vestuarios en un momento en que el “laster” regía la moda, acompañado del corduroi  y la incipiente llegada del “poliéster”. Comenzaba el reinado en todas partes de la fibra sintética. Mientras que el “blue jeans” o simplemente “el o la pitusa” se convertía en el tipo de pantalón más popular.

Nacida en la ciudad de New York la camisa “estilo Manhattan” se convirtió desde fines de los años sesenta en la prenda masculina más popular, sobre todo por ser la camisa oficial de parte importante de los músicos negros de aquellos años, se pudiera decir que este tipo de camisa era la prenda distintiva de los músicos de Motown y otros sellos discográficos que definieron el sonido de las grandes bandas de ese momento.

Y nosotros no podíamos quedarnos atrás. Las camisas originales eran de una fibra conocida como “yersei”, de origen sintético, y diseñadas con colores estridentes o con fotos alegóricas a lugares, personalidades del momento –tuve una con selección de fotos de Bruce Lee—y cuanto motivo se pudiera apelar.

Recuerdo que esa camisa, los pantalones estilo campana llamados “bataola”, los zapatos de plataformas y el espedrums acompañados de su correspondiente “peinilla” hecha de modo artesanal con trozos de percheros y un cabo de madera unas veces rudimentarios otras frutos de la creatividad de improvisados artesanos barriales;  eran los síntomas distintivos de los hombres y mujeres negros también en Cuba. Y con ellos llegó a popularizarse una palabra que hoy avergüenza repetir “cochambrosos”; nada más excluyente para definir un modo de vestir y una forma de actuar de una parte de la población autóctona.

En fin; que gracias a Osiris, un vecino que era en ese entonces marinero mercante; tuve mi primera Manhattan original; aunque ya poseía al menos dos elaboradas con paciencia por una de mis primas.

Las nuestras, las criollas, eran hechas de lienzo provenientes de sacos de harina o azúcar que se dejaban por días en agua con cloro para eliminar los impresos en rojo o negro según el contenido original. Una vez totalmente blanqueada la tela esta se sometía a un proceso de tratamiento para imprimir las imágenes correspondientes que muchas veces provenían de portadas o páginas interiores de diversas revistas que circulaban en ese entonces por el país.

El proceso era bien sencillo. Se colocaba la imagen a imprimir sobre el tejido y se cubría con papel de traza, luego se humedecía y se aplicaba la plancha a todo calor por unos instantes, una vez evaporado el vapor ya estaba lista la prenda. Otro método era imprimir directamente sobre el tejido.

Los resultados variaban según el método aplicado. Si se utilizaba papel de traza, o kraff, la imagen quedaba de color naranja nítido; si era directo se obtenía cierto brillo. Al final, para envejecer la imagen se dejaba en agua jabonosa de un día para otro.

Después tocaba la hora de las costureras o el sastre. En dependencia del físico personal se necesitaban uno o dos sacos de lienzo.

También las urgencias personales nos llevaron a tener calzoncillos de sacos de harina, camisetas, chores y hasta pantalones. En los que campeaba por su respeto el impreso original del tejido.

No voy a negar que use esas prendas y para nada reniego de aquellos tiempos. Al contrario; si se trataba de calzoncillos, dejábamos los “marca Taca de estilo atlético” para las salidas domingueras o visitas de larga data a familiares. En el caso de los chores eran de fácil uso y lavado para nuestras madres que aún no gozaban mayoritariamente de un utensilio llamado lavadora y si eran expertas en “la batea” y la hervidura. Y sobre todo no requerían ser planchados y almidonados como la gran mayoría de la ropa de aquel entonces.

Llegados los años ochenta, e impulsados entre otras personalidades por Nisia Agüeo la moda del lienzo como tejido cotidiano mejoró gracias al proyecto TELARTE que se imprimía en Santa Clara alcanzamos una calidad superior en el tejido y los diseños que nos acompañaron por un tiempo. Ahora vestíamos obras de arte  a todo color y no simples páginas de periódicos. La pintura cubana emprendió su primer viaje en pos de ser un producto masivo y nuestros hábitos al vestir fueron mejorando.

El cierre de tal aventura fueron las camisas marca Yumurí y los conjuntos de mezclilla marca Jiquí, Cañero y otros. El prete a porte, entraba en nuestras vidas y tanto TELARTE como otros tejidos pasaron a mejor vida; mientras el hilo y la gaza nos devolvían esa sensación de frescura que exige nuestro clima.

Escribo estas líneas mientras hago una limpieza de escaparate en casa de mis padres y he encontrado algunas de estas piezas que reflejan el esfuerzo de ellos por hacernos la vida y las horas de juego más duradero.

Por cierto… alguien sabe dónde comprar lienzo ligero para hacerme una camisa…


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