Cubanos famosos, por todos vistos como idealizados personajes, cuyos ..."/> Cubanos famosos, por todos vistos como idealizados personajes, cuyos ..."/> Portal Cubarte  -  Amores frustrados, de cubanos famosos

Amores frustrados, de cubanos famosos


amores-frustrados-de-cubanos-famosos
Nacida en San Cristóbal de La Habana el 5 de febrero de 1789, ungida de la tríada benéfica de la sangre condal, el talento y la belleza, la Condesa Merlín también tuvo su otoño galante.

Cubanos famosos, por todos vistos como idealizados personajes, cuyos cauces vitales trascendieron al sublime reservorio de la memoria popular; fueron además, simples seres humanos de carne y huesos que al decir de muchos, tuvieron también sus amores galantes. Difíciles, traumáticos e irresueltos unos; lacerantes, peculiares y tardíos otros; a veces platónicos y gélidos; aunque también tibios, e incluso hirvientes. La historia con razón se niega a divulgarlos, pero “las lenguas indiscretas los contaron”, los detalles volaban de bocas a oídos, a veces ciertos, a veces recreados e incluso, inventados, porque la memoria colectiva en ocasiones no responde a verdad verdadera, sino que está hecha de pasiones, seducciones, exaltaciones y enternecimientos.

Desde mucho atrás en el tiempo es sabido, que los amores de todas las épocas suelen comportarse como criaturas vivientes: nacen; crecen; se desarrollan; llegan su clímax, algunos suelen quedarse por un tiempo, para luego mutar en otro sentimiento más profundo, o simplemente declinar y fenecer. Muchos tipos de finales amorosos vividos, desde el principio de los tiempos hasta hoy, dieron lugar a gran variedad de regocijos, desenlaces y extinciones. Etapas finales casi nunca exentas de tristezas y desconsuelos, pero capaces de encausarse cuando la resignación les llega a sus dolientes. Algo muy diferente ocurre con los amores frustrados, aquellos que al quedar pendientes generan congojas, abatimientos, desconsuelos y compunciones eternas.

Amores truncados llenaron de pesadumbres y desesperaciones ocultas, los postreros años vitales de estos cubanos, cuyas vidas y azahares un día llegaron a ubicarles en el trono de la fama. Sucesos y acontecimientos extractados, recopilados y presentados según lograron registrarse en la sublime memoria popular de su época. Rememoraciones que se advierten alejadas de exactitudes históricas y cronológicos registros, como suele ocurrir cuando de memorias compartidas se trata, pero cargadas de las mismas pasiones y tendencias emocionales que en su momento, les hicieron dignas de figurar en tales repertorios del imaginario popular. Así se nos presentan estos “amores frustrados, de cubanos famosos”.

La Condesa de Merlín y su otoño galante    

Nacida en San Cristóbal de La Habana el 5 de febrero de 1789, ungida de la tríada benéfica de la sangre condal, el talento y la belleza, la Condesa Merlín también tuvo su otoño galante.

Cuando el Conde ya era sexagenario, ella navegaba en la dulce plenitud de sus cuarenta y cuatro primaveras. Por esta época, María de las Mercedes Santa Cruz, recordaba a menudo la rebeldía de sus años mozos. Ahora en el respetado claustro matrimonial, le venían a la mente detalles de su infancia, especialmente aquella vez que escapó del Convento de Santa Clara en La Habana. La imagen de sor Inés llegaba con frecuencia a su memoria. El rostro sereno de la “dulce monjita de mirada triste y azul, quien le contase sobre la puertecilla secreta de tres pies de altura, que comunicaba la capilla con el aposento del coro bajo, a través de la cual, con un ligero esfuerzo, pudo llegar a la calle”. (1)

Un tiempo después de la muerte del Conde, la viuda recobraría su libertad de movimiento y realizaba aquel viaje a La Habana, tras una ausencia de más de treinta años. Tenía su primer libro publicado y cuando regresa a París, edita su Viaje a La Habana. Ya había comentarios que la Condesa, se servía de otro ingenio para cuajar sus textos. Para ésta temporada, en París todos hablaban de “su último amor”. “El consuelo galante de un otoño que se obstinaba en perpetuar la primavera. Philaréte Chasles, traductor preferido de sus obras al francés. Diez años menor que ella, profesor de idiomas del Colegio de Francia, bibliotecario de la conocida biblioteca Mazarine, autor de quince libros de crítica y de historia”. (2) Erudito intelectual quién ejercía un dedicado sacerdocio de su profesión, lo cual tenía que consumir casi todo su tiempo.

La Condesa no podía soportar tal competencia y de continuo reclamaba por la compañía de su amado. Ella escribía en sus cartas: “Celos, dudas, furor, miedo, deseo: todo eso es el amor, hijo mío, y tú no puedes robarme eso. Si llegara a corregirme, entonces me encontrarías aburrida como la perfección”. (3) A lo cual él respondía: “¡Qué quieres tú! Tienes que aceptarme con mis defectos, mas no hallarás uno solo que no sea excitado por mi amor a ti…” La apasionada María de las Mercedes, sin embargo, si podía sacrificar sus goces de asistencia a los grandes salones, para disfrutar de la dulce compañía del amante: “Si prefieres venir a casa —le escribe en otra ocasión—, renunciaré a la ópera”. (4) La última carta dedicada Philaréte, parece corresponder a 1849. Para entonces él tendría cincuenta años y nuestra dama sesenta. Con el trágico correr del tiempo, cada vez serían menos repetidos sus encuentros galantes. A caso, ¿se le cansaba el amor a su ilustrado compañero? De pronto, ya no venía su galán a verle. “Una tarde triste de marzo de 1852, aún mimada de gloria, belleza y fortuna, se retiraba del mundo La Condesa de Merlín”, (5) aún con el alma moza, el corazón anhelante de amores y las ventanas de su habitación abiertas bajo el cielo rosa de París, esperando desde su cama de enferma, que alguien mirase, por favor, a ver si llegaba Philaréte.

Juana Borrero y su virginidad compartida

Para muchos, un tiempo hubo en el cual, la aspiración al ideal trascendente gozoso y radiante, debía ser por fuerza también doloroso. Porque para ellos, la vía que ha de conducir hacia lo Absoluto, pasaba por el sufrimiento y por desdeñar las apetencias mundanas. Época en la que poetas y pintores varios, desearon ser reconocidos de esta manera en la figura del mártir. Así entendían ellos, se les habría de admirar en mayor cuantía su arte.

Juana Borrero llegó a recrear este ideal, encarnando a través de su vida y en toda la profundidad de sus consecuencias, el martirio de su virginidad compartida. De ella, el más triste de los poetas cubanos y único que murió de risa, (6) Julián del Casal, dijera: “esta niña, como verdadera artista, comprende la mezquindad de la gloria y repugna la ostentación de sus sentimientos”. Doce años debió tener Juana cuando conoció a Julián, él entonces tenía veintiséis. Ella se siente irresistiblemente atraída por la triste melancolía que parecía envolver al poeta; su incipiente fama; y el natural atractivo que para una jovencita de su edad, tienen los hombres de más de veinte años. Juana la soñadora, percibe sobre todo, la impresión de haber hallado un alma exquisita con quien compartir sus confidencias.

La atracción precoz de la artista adolescente hacia el joven, nunca hubiese podido convertirse en noviazgo. Platónico romance del cual él nunca participó, cortado bruscamente en 1893, con la peculiar y sarcástica desaparición física de Julián. (7) Es el momento en el cual para algunos, toma Juana la irresoluble determinación de guardar su virginidad y conservarla en ofrenda suprema al púber amor perdido. Consecuencias tal vez de la influencia ejercida por aquella imagen de la “virginidad religiosa”, que impregnaba su época. (8) Pero la vida seguiría su curso. La Borrero trasciende su mocedad y vuelve el amor a vibrar con pasión inusitada. Esta vez en la persona de otro poeta, Carlos Pío Uhrbach, quien supo corresponder a su estilo peculiar de amar y ser amada. Pero fue otra pasión imposible, pues el padre de Juana se oponía a esa relación, que solo pudo mantenerse en secreto y a través de las cartas que intercambiaban casi diariamente. Así hubo de perseverar  restringido a secretas misivas, este amor de papel. Sentimiento de muy distinta categoría al amor natural; privado de roces y caricias; jamás besado de labios a piel; sin sombra de contacto carnal alguno; y para muchos, mezclado de aquella admiración infantil a Casal. Por demás, amor compartido y tolerado por Carlos, que bien resignado lo deja saber en sus cartas y poemas.

Así se apasiona Juana en su virginidad compartida: con Julián en la muerte y con el Carlos vivo, en la más angelical y pura de las tragedias; cabalgando en el melancólico corcel del sufrimiento; quemándose por dentro por ansias de amar y refrenándose ambos sin tocarse siquiera, hasta que llega el apogeo de su martirologio, cuando una tarde soleada de 1895, Carlos partió hacia la manigua, a luchar por la libertad de su patria. Aquel fue su último adiós. La guerra lo llevaría a donde no se regresa. Un año después, la familia de Juana, ahora eterna luctuosa de ojeras entristecidas, decide trasladarse con ella a Cayo Hueso, y el 9 de marzo unas fiebres tíficas llegadas de pronto, extinguieron el torrente pasional de aquella niña melancólica y enternecedora. Estaba por cumplir los 19 años, cuando la delgadísima Señora de la Guadaña apagó su pálida y sufriente aureola de virgen mártir.

El primer amor de Zenea

Juan Clemente Zenea y Fornaris nació en Bayamo, Oriente, el 24 de febrero de 1832. Hijo de un teniente español y de una hermana del poeta cubano José Fornaris. En 1845 pasó a La Habana, donde ingresó en el colegio El Salvador, de José de la Luz y Caballero, aunque la mayor parte de su formación, la adquirió por sí mismo. De él se cuenta que por medio de traducciones y lecturas en lengua original, llegó a la poesía francesa, inglesa y norteamericana. Acercamiento que marcó profundas influencias en su inspiración poética, al punto que no pocos le vinculan en su estilo, con las más importantes figuras de la literatura universal.

En 1846 publicó sus primeros poemas en La Prensa, periódico habanero del que llegó a ser redactor en 1849. Un folletín suyo aparecido en esta publicación durante una semana santa, llega a provocar que el Obispado casi lo excomulgara. Lo que no ocurrió gracias a su padre, quien publicó una carta de retractación, que a duras penas le hizo firmar. De esta época datan sus relaciones amorosas con la mujer que marcó su vida. Formaba ella parte de una compañía que llegó de Nueva Orleans a trabajar en el teatro Tacón. Zenea, que como periodista tenía acceso entre bastidores, conoció y trató íntimamente a una de las dos Theodore Sisters. La misma chica que algún tiempo después, con el nombre de Ada Menken, habría de alcanzar gran celebridad en Europa y América. Se paseaban del brazo en la noches habaneras de luna llena por la Plaza de Armas, suscitando comentarios sobre la inusitada belleza de la joven extranjera.

Varios meses estuvo Ada en La Habana. Terminado el contrato, lo que tenía que pasar, pasó. Se despidió de su amado ocasional y regresó a Nueva Orleans. Ambos siguieron sus vidas por separado. Pero quiso el destino que un año más tarde, presionado por problemas políticos, tuviera Zenea que expatriarse a los Estados Unidos de América. Sin pensar y de inmediato, fue a donde estaba Ada. Allí continuaron, por episodios, sus relaciones durante un tiempo. Pero serían momentos muy difíciles en la historia del pueblo cubano. Había entonces  serios problemas internos entre los revolucionarios y bastante escéptico, en relación con el rumbo de la Guerra, Zenea se involucra de lleno, en un proyecto pacifista que promovía el reformista Nicolás Azcárate.

Mientras, Ada Menken, por su talento natural, pudor manejable y belleza deslumbrante, se convirtió en una de las primeras vedetes de Norteamérica. Su capacidad, competitividad y osadía, la llevó a ser la primera actriz de fama internacional. Pero su vida agitada y disoluta, hacía que el escándalo y las denuncias de los moralistas nunca la abandonasen. Ada se casaba en Texas con un compositor, pero al año siguiente se fugaba con el músico Alexander Isaac Menken, con quien estuvo algún tiempo casada y de quien tomó el apellido. Al agotarse este romance, se ligó entonces con un boxeador de moda, pero la acusaron de bigamia cuando Menken le negó el divorcio. Poco después volvió a casarse, esta vez con un crítico y poeta, que también se dejó deslumbrar por la fama de la actriz en el mundo bohemio de Nueva York y San Francisco. Él trató de hacerla dejar el teatro.

Dicen que aquel matrimonio duró seis días, pues escapó por una ventana, para volver a sus numerosos admiradores y amigos: entre ellos, el poeta Walt Whitman. Vivió después un tiempo en Londres y allí se puso a vivir con el prototipo de jugador elegante, un capitán llamado James Paul Barkley, romance que duró nada más que tres días. En estado de gestación volvió a París, donde nada más y nada menos que George Sand, su amiga y admiradora, fue la madrina del niño. Zenea ya para entonces se había casado y llevado su familia a Nueva York, pero seguía pendiente de su primer amor.

Imparable, carismática e impetuosa, la Menken proseguía cosechando triunfos deslumbrantes como vedet. Imponía al mundo gustos, modas y peinados. Tanto en América como en Europa, todo era “al estilo de la Menken”. Cuentan que Théophile Gautier, alma de la literatura moderna de entonces, le presentó a Alejandro Dumas y ella se enamoró del maduro novelista, quien ya había conquistado a tantas féminas. Luego se convirtió en la compañera inseparable de Carlos de Württenberg, famoso aristócrata millonario, heredero de una corona y huésped permanente, con su numerosa corte, de Le Grand Hotel, en París. Todo parecía sonreírle al primer amor de Zenea, pero en 1867, como si presintiera la muerte, se concentró en su matiz poético y consiguió que un editor londinense se comprometiera a publicar una colección de sus versos: le dedicó el libro a Charles Dickens, el novelista más famoso de aquellos tiempos, y el costumbrista inglés aceptó el homenaje en una carta que sirvió de prólogo a la obra. Así, rodeada de escritores, aristócratas y amigos de la vida bohemia, murió la belle americaine que cosechó tantos aplausos como envidias y críticas. Un poco más tarde, salió de la imprenta Infelicia, su libro de versos. Si  hubiesen adelantado la publicación tan solo una semana, ella podría haber visto a sus admiradores haciendo grupos en las librerías, para adquirir la obra. En sus versátiles y movidas actuaciones buscan los críticos aun, las raíces de las variedades musicales modernas.

Zenea por su parte, tres años después de la muerte de Ada, aun pensaba en su amor de juventud y le dedicaba encendidos poemas, entre ellos uno de los más conocidos, al cual tituló Infelicia, rememorando la obra póstuma de Ada. Pero seguía envuelto en trajines conspirativos. Dejó a su familia en Nueva York y regresó a la Isla para tramitar una encomienda del reformista Azcárate. Iba confiado en que el gobierno español respetaría su vida, pues estaba amparado por un salvoconducto, que le fuera expedido por la representación diplomática española en Estados Unidos. Lamentablemente, no transcurrieron así los acontecimientos. Fue apresado por las tropas españolas, que no hicieron el más mínimo caso del salvoconducto y tras un largo, doloroso e intrincado proceso, fue condenado a muerte y fusilado el 25 de agosto en La Habana de 1871, en el tristemente célebre Foso de los Laureles, de la Fortaleza de la Cabaña.

La otra mitad del camino

La Condesa Merlín hace su última transición a los 63 febreros, esperando a su amado francés, que nunca llegó. Zenea murió a los 39 años, quien sabe si pensando en Ada, no hay quien pueda afirmarlo, ni negarlo. Pero toda una legión de cubanos célebres, trágicamente castigada de amores truncos, como Julián del Casal, Aurelio Mitjans, Manuel de la Cruz, Carlos Pío Uhrbach, Juana Borrero y otros, se irían del mundo durante su más tierno hechizo primaveral, privados así cruelmente de recorrer la otra mitad del camino de la vida. A ellos, reclamados todos de fama y aplauso, no les fue otorgada sin embargo, esa otra parte del vivir, que enseña y alecciona para soportar la pesadumbre del sufrir por amores tronchados.

 

Notas

(1) Gerardo E. Chávez Spínola: Damas en fuga, semblanzas y reflejos de una memoria social. Ver CUBARTE.  (2013-06-28).

(2) Rafael Estenger: Amores de cubanos famosos. Editor, Afrodisio Aguado. Colección Más allá. Impreso por Ediciones Castilla, S.A. Alcalá, 126. Madrid, p. 24.

(3) Ibídem., p. 26.

(4) Ibídem., p. 26.

(5) Ibídem., p. 27.

(6) Gerardo E. Chávez Spínola: Absurdos destinos de cubanos célebres. Ver CUBARTE.  (2015-05-17).

(7) Ibídem.

(8) Gerardo E. Chávez Spínola: Virginidad religiosa y religiosidad popular. Ver: CUBARTE.


0 comentarios

Deje un comentario



v5.1 ©2019
Desarrollado por Cubarte